Cuando los Beatles se desintegraron y se inició la larga saga de reclamaciones sobre los derechos de autoría (que versaba más acerca de quién era más genial si Paul o John), uno de los temas de mayor controversia fue “Eleanor Rigby”. Erróneamente, una parte de la crítica e incluso de los guías de turismo en las rutas relacionadas con este grupo, sigue hablando de la mujer de la canción como de un sujeto real y se basa en la aparición de dicho nombre en una lápida de Liverpool. Si bien la familia de los Rigby existió e incluso vivió cerca, dentro de la misma ciudad de los integrantes de la banda, no hay pruebas fehacientes de que la letra esté exclusivamente centrada en una sola persona, sino en un arquetipo: la soledad.
Cuando se produce el nacimiento de esta letra, el mundo estaba al borde de manera constante de una tercera guerra mundial de carácter atómico. Se hablaba en los noticiarios de los efectos de las armas de destrucción masiva y de cómo realizar ejercicios que pusieran a resguardo las existencias. Ya los integrantes de este grupo descendían de la generación que sobrevivió los ataques alemanes a las ciudades inglesas, pero en la década de los años sesenta se estaba produciendo un hervidero mayor. La crisis cubana de los misiles, los movimientos telúricos en el este de Europa, el famoso discurso secreto de Krushev de 1956 que no fue tan secreto, el rearme de viejos y nuevos conflictos internacionales, la desintegración definitiva del Imperio Británico… Todo eso estaba resonando en los oídos de una generación que, en contraste con las anteriores, experimentaba una gran soledad. No en el sentido de estar sin personas, sino en el de permanecer en estado de angustia, una emoción que se distancia del miedo en tanto el miedo señala hacia algo, un objeto, una situación o una persona. La angustia se basa en la necesidad de saber por qué hay algo y no más bien nada. Es una falta de certeza sobre el ser, una experiencia que se fundamenta en el contrapunto entre el ser y la nada.
“Lo que nos distancia de los entes no pensantes es precisamente la pregunta por la muerte. Un sujeto que disecciona su finitud tiene que preguntarse qué hace con el tiempo que le resta hasta tanto sea nada”.
Heidegger, quien escribió dentro del marco del Tercer Reich y por ende estaba enfermo en cierta medida del nazismo, avizoró la situación de una ciencia que no ofrece respuestas, sino que las esconde, una ciencia que no piensa y que no solo no es capaz de crear, sino que destruye. La ciencia tiende en primer lugar a sujetar lo ente y hacerlo para sí, es un sujeto que modifica el carácter ontológico de lo que requiere estudiar, aprisionar y comprender. “Eleanor Rigby” posee el sonido, la esencia y el vacío necesarios para expresar el instante. La canción no habla de amor, mucho menos de la exaltación caótica de las pasiones, no se centra en describir interacciones del universo reproductivo en el sentido de lo ya dicho, de lo ya situado y del lugar común; en realidad el tema se va más allá y teje una hilacha que emerge con potencia y claridad de las manos de personajes que realizan actividades sin importancia. La angustia, ese sentimiento que embarga porque no conocemos qué hay detrás del camino, corroe la letra y empuja a los oyentes a preguntarse por todas esas personas solitarias, calladas, que vagan sin que parezcan tener un objetivo. Somos entes que llevamos y padecemos la pregunta esencial del ser mismo. Esto es lo que evade la metafísica básica y rudimentaria de antaño y que nos interpela. ¿Por qué hay algo y no más bien nada? Ese ente posee un contorno, una frontera a partir de la cual se percibe la angustia y donde se da el debate de su sustancia.
Lo que nos distancia de los entes no pensantes es precisamente la pregunta por la muerte. Un sujeto que disecciona su finitud tiene que preguntarse qué hace con el tiempo que le resta hasta tanto sea nada. A su vez, esa nada funciona como una frontera que contorsiona y dibuja al ente (sea o no pensante). Solo los dioses, las cosas y los animales no piensan, porque o son eternos o no poseen la capacidad de indagar con inteligencia crítica aquello que son, de lo que están hechos y cuánto tiempo y por qué serán lo que son. La sustancia del ente pensante es su pensamiento, pero quien piensa se angustia, ya que las preguntas sobre su sentido no poseen respuesta definitiva. Hallar en las relaciones productivas y reproductivas de trabajo un sentido último pudiera ser una meta, pero eso no explica la construcción de los conflictos del ser moderno. Un sujeto que se siente sujetado por la historia, pero que lo siente en su ser íntimo y no solo como una relación externa de expoliación de plusvalía. Hegel habló de la enajenación de la conciencia como un estado en el cual se transita por formas alejadas de la idea absoluta, contornos cercanos a cosas o animales. En ese sentido, Heidegger bebe de esa tradición aunque de forma crítica, sospechosa. Para la lógica heideggeriana no hay una respuesta, sino solo un retorno a un estado de existencia auténtica caracterizada por el desocultamiento del ser. Lo absoluto (los dioses) no están en la ecuación del dasein (da, ahí, sein, ser), porque el ente que se pregunta por la finitud no habita la historia de las respuestas mitológicas, sino que ha abandonado esa floresta.
“Hallar sentido en la miseria de lo gris puede ser una tarea dolorosa, pero precisamente la explosión de colores y la estética new age de los Beatles nos hablan de que la generación había encontrado sus propios caminos, los tonos que la expresaban”.
Pero cuando nos referimos a Heidegger no estamos haciendo alusión a un pensador que esté desligado de la noción de la modernidad y de su crisis, sino que al contrario su obra describe esa parábola, esa caída. El desocultamiento del ser es un proceso místico, muy propio de lo new age. Se trata de una apropiación de la lógica zen de la historia, del espíritu de la pasividad asiático y de una renuncia a la acción avasallante de la razón europea que sujeta al mundo a través de la técnica. Este último proceso genera dolor, porque la conquista crea inseguridad y miedo de perder lo que se posee. Cuando el Imperio Británico cayó, este sentimiento estaba en la atmósfera de Inglaterra, pero no como el miedo, sino en forma de angustia. El pueblo había escuchado hasta hacía poco de la voz de sus líderes que el país era el más grande y que determinaba los destinos del mundo, pero tras 1945 se fue haciendo evidente que no. Entonces se abre, para los que no eran directamente la burguesía, sino la clase media profesional y la clase media baja, un momento de escucha del ser, desocultamiento. Los Beatles, que tuvieron un periodo de preexistencia en Alemania (como si la historia pudiera moverse a través de puras ironías), dieron paso a la formación de letras y melodías que evidenciaban la necesidad de la gente de una expresión no clásica, pero sí visceral de la crisis.
“(…) la belleza de las canciones radica en que colocaron el foco más allá del presente e hicieron posible una visión futurista del arte”.
Lo ente halló en los Beatles un vehículo para pensar la muerte colectiva, pero no solo en el sentido de una guerra o de la caída del prestigio nacional, sino como un procedimiento en el cual el dasein entra en su etapa de autenticidad. Dicho así, el ente pensante se desprende hacia un mundo caído, en desgracia, que posee las honduras de una crisis. Hallar sentido en la miseria de lo gris puede ser una tarea dolorosa, pero precisamente la explosión de colores y la estética new age de los Beatles nos hablan de que la generación había encontrado sus propios caminos, los tonos que la expresaban. En todo caso, no me refiero al uso de drogas para el logro de divagaciones psicodélicas. Más que eso, la belleza de las canciones radica en que colocaron el foco más allá del presente e hicieron posible una visión futurista del arte. Pensar en la influencia del quinto Beatle George Martin en eso no es un error. Las melodías reúnen lo serio y lo banal, lo original y lo manido, lo clásico con lo divertido y todo da como resultado un mundo divergente, distanciado, que se alarga en la medida en que existe. Finalmente la escucha del ser es posible, pero no susceptible de diseccionarse.
“(…) la nada queda aquí representada como esa frontera que nos hace desear o que nos inquieta, como ese contorno que a la vez que nos contiene también muestra el mundo del ser desde el no ser”.
Heidegger no veía en la ciencia un instrumento totalmente fiable que arrojaba una verdad positivista, al contrario. Hay una ponderación de las emociones, los sentimientos y la poesía en la visión del dasein y su teoría existencial. La manera en que el filósofo se acerca al pensamiento es antropológica y reflexiva, si bien no antropocéntrica, ya que el ser o el dasein en estado activo va más allá del hombre. Decir que estamos en presencia de un filósofo que se centra en la experiencia sería reducirlo, lo conveniente es asumir la dimensión mística de su salida al conflicto del dasein que no es otra cosa que la conciliación contradictoria entre el ser y el pensar mediante el contorno oscuro, terrible, del aliento mortal de la nada. Lo que no es da sentido a lo que es. Ser y no ser son una misma sustancia que se entrelaza para dar lugar a la existencia. La verdadera existencia, la consciente, es aquella que reflexiona sobre los límites de su experiencia o sea la muerte. Los Beatles no tenían esta hondura a la hora de escribir sus canciones. Muchas de las letras de la autoría Lennon/McCartney se daban a partir de choques colectivos en los cuales los demás miembros de la banda brindaban ideas, frases, acordes. A veces las piezas se terminaban de componer justo durante la grabación, con lo cual el proceso de creación y de montaje era un bajo continuo a la manera de los conciertos barrocos. Eso les daba a los músicos una cualidad del dasein activo, la del replanteo y la escucha, el desocultamiento.
“Eleanor Rigby” es un tema que nos habla acerca de personas que hacen cosas sin importancia porque no pueden hacer las cosas que sí son importantes. Y esa incapacidad no radica en la ausencia de habilidades, sino en la existencia inauténtica de esos entes que asumen que la muerte es una verdad, pero no piensan en torno a ello. Aparentemente no hay dolor, porque priman la resignación, el silencio, el uso de elementos de autoconvencimiento. El Padre McKenzie escribe las palabras de un sermón que nadie oirá. En este pasaje, la religión no se sitúa como experiencia mística de búsqueda de sentido, sino como trabajo rutinario que oculta esa pregunta existencial: ¿por qué hay algo y no más bien nada? El sermón nadie lo oye, pero se hace, se lleva adelante, la iglesia está vacía o con pocas personas; pero el automatismo no se detiene. La canción expresa la época en la cual se va desmitificando el mundo, proceso en el cual no queda otra cosa que la necesidad de lo espiritual. Sustituir la religión con lo new age fue parte de lo que comenzó a suceder en los años sesenta.
La incapacidad de hacer las cosas que sí son importantes no radica en la ausencia de habilidades, sino en la existencia inauténtica de esos entes que asumen que la muerte es una verdad, pero no piensan en torno a ello.
Pero la alusión a Eleonor como una mujer solitaria que recoge el arroz en una iglesia donde hubo una boda es aún más fuerte. Para ella, la felicidad son los restos de la fiesta, las sombras que como elementos de la nada, conforman el contorno de lo que les pasó a otros. La mujer vive la experiencia desde el no ser. No se casa, no tiene compañía, no es feliz. Sin embargo, camina los mismos lugares, hace exactamente las rutinas diarias. Hay una acción física, pero no dramática. Finalmente muere y es enterrada. No hay revelaciones, nadie dice algo que trascienda. Lo que era simple, ramplón y triste siguió su camino hasta disolverse. De manera que la nada queda aquí representada como esa frontera que nos hace desear o que nos inquieta, como ese contorno que a la vez que nos contiene también muestra el mundo del ser desde el no ser. ¿Puede verse como un tema que, por ausencia, desde el vacío, esté abordando la necesidad de un pensamiento activo de la muerte? Eleonor bordea la vida, no la asume, se transforma en un ente que coloca el mismo retrato detrás de un vaso en la puerta.
¿Por qué hay algo y no más bien nada? ¿Hay algo realmente? Si se radicaliza la pregunta, cae la certeza metafísica sobre la cual se rige la filosofía occidental y por tanto el sistema categorial de valores y de pensamiento. Pero la crisis es necesaria, la caída ilumina y muestra otra realidad, por ende se requiere de colocar el foco allí donde la madeja es blanda, mediocre, endeble. Ese filosofar a martillazos, dejando caer todo el peso de la nada sobre el andamio categorial de occidente ya se vio con Nietzsche, de quien Heidegger es totalmente deudor. En realidad lo que hace este último es terminar o intentar resanar los caminos abiertos por el primero. La caída es la muerte, la nada, lo que nos pone en una situación en la cual debemos pensar, porque la pregunta nos interpela. Y es loable que los personajes de “Eleonor Rigby” aunque no lo digan, aunque actúen desde la ausencia, muestren la soledad, el vacío y con esta evidencia de la nada nihilicen al ser. No se trata de que lo tapen, sino que lo desocultan al mostrarlo como débil y mortal y le hacen sentir la angustia de la pregunta sin respuesta.
“Los Beatles no solo marcaron una era de música, sino del pensar”.
La enajenación es la caída sin conciencia, pero la soledad funciona como un reloj despertador. Estos personajes que pasan a la muerte, que se transforman en un nombre en una lápida, no solo se nihilizan, sino que a fin de cuentas caminan hacia un final, quieran o no, lo piensen o no. Cuando Heidegger dice que la nada nihiliza no asume que niega al ser, sino que lo define en los contornos. Usted sabe que el ser es, porque más allá de la frontera está el no ser. La nada no es un tema nuevo en la filosofía occidental, si bien en los griegos y en la premodernidad recibió un tratamiento residual. Fue con Heidegger que se le empieza a dar un papel activo en la conformación del ser. Aquí, en este pensamiento existencial que parte de la experiencia y la trasciende está una nueva manera de metafísica que nace con este filósofo.

Los Beatles no solo marcaron una era de música, sino del pensar. Los conciertos de rock con millones de personas jóvenes emancipadas de forma temporal de las ataduras de sus padres, la evidente visión otra de la libertad y de las creencias, la experimentación; fueron sentimientos colectivos que hallaron en canciones como “Eleanor Rigby” el vehículo para expresarse. Si bien el proceso no fue filosóficamente consciente en los compositores o en la propia generación, el movimiento de los estudios de la conciencia tuvo un instante de sumo interés en esas conmociones sociales. Salir a las calles y ver en los muchachos lo que se expresa en las cátedras de filosofía debió ser único. El mayo francés, con contradicciones e incoherencias, funcionó más como una performance de la revolución que como un suceso que barriera con remanentes reaccionarios. Todo estaba constreñido dentro de una lógica humana, que se negaba a caer en los cercos y las estrecheces de la metafísica.
En la línea de la nada que nihiliza hay que ver entonces la muerte de Eleonor en la canción. Para ella, metida en el mundo de lo ente que no reflexiona sobre la muerte, no hubo desocultamiento para la escucha del ser, pero para nosotros que oímos la canción se da una angustia que nos lleva a no quedarnos quietos. La pregunta que conforma el estribillo y que cierra la pieza pudiera ser escrita por el propio Heidegger: ¿de dónde proviene toda la gente solitaria? ¿Por qué están ahí, por qué hay algo (ente) y no más bien nada? La nada que nihiliza a los personajes con el no ser de la muerte nos lleva a la escucha (literal y figurada) del ser mismo.
La canción, el arte, sirven para contener, para definir, dibujar. La pieza se transforma en un instrumento poético que desde el lenguaje nombra una realidad que no existe en los personajes de las letras: el pensamiento del dasein a partir de la muerte. Eleonor no piensa, pero se nota esa ausencia, duele en la melodía y queda como una oración sobre la iglesia en la cual es enterrada.

