Sabido es el gusto del público cubano por el cine francés y por las jornadas esperadas y seguidas cada año para el disfrute que la realización del Festival de Cine Francés en Cuba implica; no solo en La Habana, sede capital del evento, también en salas cinematográficas de varias provincias del país. Y hay en esa preferencia, un trabajo permanente de acompañamiento de la crítica especializada, del periodismo galante, de los espacios televisivos y de radiodifusión que han acompañado nuestra formación como espectadores atentos y avisados. Hoy por hoy, las emergentes zonas de promoción, difusión y debate casi cotidianas y hasta medio domésticas, a través de las redes sociales, los fórums, chats y youtubers, siguen multiplicando la amplificación de la apreciación cinematográfica. Sin dudas, sin el rol activo de la crítica especializada y el periodismo cultural cinematográfico que, en nuestro contexto acumula una trayectoria memorable, no contáramos con el excelente y exigente público espectador.

Hace algunos años, justo después del atasco pandémico y en los preparativos de una edición del Festival, el crítico Joel del Río anotaba que, incluso cuando algunos fans de las pequeñas pantallas y el streaming pronostican el deceso inminente del cine, llegaba a las salas cubanas la posibilidad de confirmar que el invento de los frères Lumière derivó en el arte del siglo XX, con deslumbramientos garantizados en la actual centuria, y un gran cúmulo de películas que ratifican el invariable poderío de la cinematografía francesa para entretener, reflexionar, deslumbrar, inquietar, y erigirse en baluarte de la diversidad cultural, justo cuando las taquillas de todo el mundo revientan con aventuras fantásticas habladas en inglés, y a veces dirigidas por franceses.

“Francia y Cuba siguen tramando un diálogo en permanencia de los tiempos, las invenciones tecnológicas y la difusión sin fronteras aparentes de lo que pudiera ocurrir en materia de cine en esta isla caribeña, presuntamente alejada de tanto, pero tan cerca de mucho”.

Hoy, a las puertas de la edición 26 del Festival de Cine Francés en Cuba, a celebrarse entre el 15 y el 26 de octubre, también en diálogo con las múltiples actividades por el Día de la Cultura Cubana; Francia y Cuba siguen tramando un diálogo en permanencia de los tiempos, las invenciones tecnológicas y la difusión sin fronteras aparentes de lo que pudiera ocurrir en materia de cine en esta isla caribeña, presuntamente alejada de tanto, pero tan cerca de mucho. Este 26 Festival, en palabras del señor Raphaël Trannoy, excelentísimo embajador de Francia en Cuba, es una invitación al diálogo, a la apertura, al descubrimiento. Es como inaugurar una nueva temporada cultural francesa en Cuba, que siendo igual de rica, ambiciosa, diversa, esté a la altura de la amistad que une a los dos países. Y es que, desde su creación el Festival se ha esforzado por reflejar la vitalidad y diversidad del cine francés en toda su riqueza: comedias populares, dramas intimistas, películas de animación, documentales, junto a óperas primas audaces que siguen revelando los talentos que articulan a la cinematografía gala.

Hoy, después de tanto ir y venir, y aun cuando los historiadores siguen debatiendo sobre quién inventó realmente el cine: las innovaciones de los hermanos Lumière en Francia o las invenciones de Thomas Edison en Nueva Jersey, ocurridas en gran medida en paralelo. Cierto es que ambas historias y legados se entrelazan, se complicitan, aun de maneras diversas, en la cultura cinematográfica mundial. Con todo y más, el impacto del cine francés sigue suscitando numerosas devoluciones.

Es innegable la posición prestigiada del cine galo en el universo cinematográfico, más allá de esos aspectos, tal vez ya clichés, pero sustantivos de su identidad poética, temática, constructiva. El reconocimiento de su arte, innovación y habilidad narrativa, lo sitúan en lugar de garbo. Desde sus inicios en las postrimerías del siglo XIX, no ha dejado de ser influjo significativo en la cultura cinematográfica mundial, manteniendo esa huella indeleble en la industria. Desde esos icónicos clásicos de siempre a esos films de grafía y hechura más contemporáneas que han sido tendencia de avanzada dentro del panorama internacional.

Se habla de su ser pionero en el arte de la cinematografía. De los hermanos Lumière, de la utopía real del cinematógrafo en 1895, que sentaría las bases para el nacimiento del cine moderno. Directores franceses como Georges Méliès, conocido por su imaginativo uso de los efectos especiales, y el visionario Abel Gance, con sus innovadoras técnicas cinematográficas, impulsaron el progreso del cine como forma de arte.

Y en este itinerario, no olvidar las duras décadas del treinta y cuarenta del pasado siglo XX. Es difícil precisar qué es exactamente el estilo del realismo poético francés en el cine, ya que se ha difundido tanto en casi todo lo que le sigue que describirlo es como detallar el sinsabor del agua. En esencia, la mayoría de las películas que intentan recrear una versión ligeramente más intensa de la realidad al modo “vérité” para que una historia dramática se desarrolle en ese mundo, se han inspirado en este estilo. No llega a ser teatral en sí, pero también es algo muy distinto del mundo en el que vivimos. Un gran precursor de este estilo es Jean Vigo, su Zéro de conducte, de 1933 es modélica. Esta obra de 41 minutos es una historia conmovedora sobre la rebelión infantil en un internado. Es una comedia llena de anarquía que refleja la singular historia de resistencia de Francia a la autoridad institucional.

“Es innegable la posición prestigiada del cine galo en el universo cinematográfico, más allá de esos aspectos, tal vez ya clichés, pero sustantivos de su identidad poética, temática, constructiva”.

Por otra parte, Le Corbeau, de Henri-Georges Clouzot, significa una zona de sobrevivencia del cine en medio del estallido de la Segunda Guerra Mundial, pausa latente en la producción cinematográfica de la Europa continental, gran parte de la cual se enfrentó a la ocupación fascista y a la destrucción de sus industrias nacionales. Sin embargo, el cine francés no se detuvo por completo, y aun ocupada por los nazis, este thriller gris y sombrío presagia el desarrollo del cine negro, un estilo cinematográfico que surgió gracias a la gran cantidad de emigrantes europeos que se unieron al sistema de estudios estadounidense. Estos directores trajeron consigo una visión sombría de la capacidad de las personas para resistir las presiones del conformismo y la autoridad. La película de Clouzot se asemeja a The Crucible (“El Crisol»), donde un pueblo francés se desgarra por acusaciones y rumores provenientes de un individuo anónimo conocido como El Cuervo, quien envía cartas a los cabecillas de la comunidad que amenazan con divulgar sus secretos. No es difícil extrapolar de qué trata realmente esta película si se considera su contexto histórico y cuántas personas en Francia estuvieron dispuestas a colaborar, o al menos a ser cómplices, con los invasores alemanes.

Francia dio origen al concepto de “cine de autor”, un movimiento que se centraba en las películas como expresiones artísticas, más que como meros proyectos comerciales. Directores como François Truffaut, Jean-Luc Godard y Claude Chabrol lideraron la Nouvelle Vague, que desafió las normas cinematográficas tradicionales y sentó las bases para un enfoque narrativo más personal e introspectivo. Este movimiento inspiró a cineastas de todo el mundo a experimentar con estructuras narrativas, estilos visuales y contenido temático.

La influencia del cine francés trasciende sus fronteras, llegando al corazón de Hollywood y a cineastas de todo el mundo. Directores como Alfred Hitchcock y Martin Scorsese han reconocido abiertamente su admiración por los cineastas franceses, adoptando sus técnicas y sensibilidad narrativa. Un filme como À bout de souffle, de Jean-Luc Godard influyó significativamente en la obra de Scorsese, lo que dio lugar a la creación de su obra maestra Calles peligrosas, de 1973. No olvidemos el voto de Alfredo Guevara, de Humberto Solás o de Tomás Gutiérrez Alea, por el cine francés y lo aprendido de sus mejores maestros.

Es así que el cine en Francia se muestra en toda su magnitud, como industria que produce, como expresión artística de un legado cultural en permanente movimiento, en la cantidad de salas de exhibición colmadas de públicos, en el mítico Festival de Cine de Cannes y su codiciada Palma de Oro. Allí, en la ciudad veraniega del sur francés, ocurre una de las más prestigiosas citas cinematográficas anuales del mundo. Escenario global para la muestra de cine internacional y es fundamental para promover diversas voces y películas de todo el mundo. Numerosos cineastas, actrices y actores aclamados han recibido reconocimiento y reconocimiento internacional gracias a sus obras exhibidas en Cannes, lo que lo convierte en una plataforma esencial para el avance de la cultura cinematográfica global.

El cine francés ha estado a la vanguardia de numerosas innovaciones artísticas, creativas y movimientos estéticos. El surrealismo influyó enormemente en cineastas como Luis Buñuel y Salvador Dalí, dando lugar a obras adelantadas como Un perro andaluz, de 1929. El énfasis del cine francés en la narrativa visual y el uso del simbolismo ha atraído a generaciones de realizadoras y realizadores como invitación hacia la exploración de dispositivos artísticos más profundos en sus obras; al punto de otorgar “nuevas” formas a la teoría y la crítica cinematográfica.

“El cine francés ha estado a la vanguardia de numerosas innovaciones artísticas, creativas y movimientos estéticos”.

Los críticos y teóricos del cine francés han realizado contribuciones sustanciales al campo de los estudios cinematográficos. André Bazin, destacado crítico de cine y cofundador de la influyente revista Cahiers du cinéma, desempeñó un papel crucial en el establecimiento de la teoría del autor, que pondera la visión artística del director como motor de la creación de una película. Desde entonces, esta teoría se ha convertido en un aspecto fundamental de la crítica y el análisis cinematográfico a nivel mundial.

Quiérase que esta edición 26 del Festival de Cine Francés en Cuba siga siendo vitrina de lo diverso que allá se produce hoy por hoy; también dentro del estetizado contexto del audiovisual contemporáneo, una perspectiva a investigar que ya aquí nos viene moviendo. Pues, el profundo impacto del cine francés en la cultura cinematográfica mundial es innegable. De sus albores pioneriles hasta el nacimiento del cine de autor y su continuo influjo en el cine hollywoodense, latinoamericano, europeo, asiático y en tantos lugares de este mundo. La cinematografía gala y su legado perdurable, continúan trascendiendo frisos, molduras, clichés, fronteras artísticas, para fomentar la diversidad de voces y contribuir a la teoría y la crítica cinematográfica toujours en mouvements. El cine francés expande sus efectos moldeantes e inspira el mundo cinematográfico, consolidando su posición como mecanismo audaz en la evolución del arte cinematográfico a nivel mundial.

Al presente, aquí en esta tierra nuestra aun cuando es desafío feroz mantener el funcionamiento adecuado de las salas de proyección de cine, acariciamos que el Festival de Cine Francés en Cuba insista en habitar los espacios tradicionales de la sala oscura y, también las proyecciones comunitarias, el encuentro de las delegaciones invitadas con los públicos, con los profesionales y estudiantes de cine.

Sigue siendo este evento una franja esencial en la actualización que en materia de producción significa al enfrentarnos a lo más reciente y representativo; la retroalimentación histórica que implica el programar actores y directores de épocas anteriores; el enriquecimiento estético y conceptual que lía el choque con un cine de altos estándares aun con sus inevitables «momentos» menores o menos felices; la jugosa y significativa presencia de otras etnias y expresiones culturales que permiten extender el radio geo-cultural a lo «francófono»,  nos llevan a aplaudir y esperar con ansias este nuevo abrazo al/del cine francés. Ese arte e industria toujours en mouvements entre Francia y Cuba.