Para no salir de Sagua resulta suficiente llamarse Enrique Sacerio-Garí. Lo comprobé el pasado 17 de octubre, cuando lo acompañé a un nuevo y “añorado encuentro” consigo mismo en la que también es la villa de Jorge Mañach, Wifredo Lam, Rodrigo Prats, Enrique Labrador Ruíz, Alfredo Sosa Bravo, Joaquín Albarrán y tantos otros que me hacen imposible ponerle punto final a la lista.
Sentir el terruño como núcleo central del universo es privilegio de quienes saben que la Historia puede tener su corazón en cualquier sitio, bien sean: La Habana, Mayarí, Campo Florido, Vladivostok, Córdoba, Manila o Sagua la Grande (obvia, de nuevo, la insuficiencia en la enumeración).
Yo soy de Zulueta y, desde ayer, también de Sagua la Grande, gracias a este poeta que asegura que: “al caminar por tantas / ciudades del mundo / …solo se lleva / el pueblo chico / en los nervios / electrizantes / de la soledad…” [1] Cuba es la estrella alrededor de la cual giran todos los planetas que somos a bordo de los ideales de justicia y belleza que la Isla representa.

El jueves 16 llegó Enrique a Santa Clara como si no hubiera llegado nadie: sereno y sencillo, bromista y amable; llegó como quien nunca llega a ningún sitio porque como él mismo dice en su libro Para llegar a La Habana, “siempre está saliendo de Sagua”. Solo que esta vez no salió, sino que volvió al amado terruño, y en él seguirá porque forma parte de su memoria lírica.
Su novela El mercado de la memoria, acabada de salir de las prensas de la editorial Capiro, se programó para dos presentaciones: la mañana del 17 en la sede de la Uneac de Santa Clara, y, en la tarde, en el museo de la música de su pueblo natal.
De la novela, claro está, hablaron en una y otra sede, tanto él como los respectivos presentadores, Idiel García y Miguel Ángel Castiñeiras. Pero el verdadero menú gourmet fue la emotiva lectura de los poemas del otro libro, que más que a La Habana llegó al corazón de todos los que lo acompañamos. Se fundieron el pathos y el ethos: lloró y muchos lloramos; desde ese momento todos confiamos un poco más en todos y todos nos queremos algo. En Sagua el déjà-vu fue aún más intenso, pues asistieron amigos y coterráneos convocados por el cariño, la empatía, la curiosidad o la certeza de que algo importante sucedería.
“El poemario de Sacerio-Garí pertenece con legitimidad literaria a esa estirpe de seres trasplantados que han sabido conservar sus raíces a toda costa, en cualquier costa y sin importar el costo”.
La poesía cubana del exilio exhibe notables ejemplos. Bastarían Heredia y La Avellaneda para comprender la magnitud de las pérdidas que esa ausencia le inocula al alma. Martí, ejemplar e inigualable en todo, supo extraer combustible de esa condición para generar la hoja de ruta certera hacia Patria soñada. Al sueño le entregó la vida. En otras lenguas, bajo otras circunstancias, también el exilio ha sido tratado con grandeza poética; recordemos de paso ─y una vez más con ejemplificación insuficiente─ al poeta turco Nazim Hikmet, quien definió al exilio como un “duro oficio”. El poemario de Sacerio-Garí pertenece con legitimidad literaria a esa estirpe de seres trasplantados que han sabido conservar sus raíces a toda costa, en cualquier costa y sin importar el costo.
No solo por patriotismo Para llegar a La Habana es un libro fundamental de lo cubano, sino también por su altura poética. El sistema metafórico se asienta en la moderna tradición de hacer lógico y hasta racional lo inaudito. El paisaje que consigue trasladar, con écfrasis más que elocuente, sumado a su rememoración del argot popular, dan fe de una memoria afectiva que constantemente dialoga con lo conceptual.

No quiero concluir esto que ahora mismo no sé si es crónica, reporte o semblanza apologética sin reproducir el texto que más me impresionó de Para llegar a La Habana. Y con él concluyo:
“Desde los Cayos Mártires”
Martí llegó por el norte
desde el norte
y abrazó a Cayo Hueso
pero siempre miraba
hacia el sur
porque allí estaba
la isla, la patria
más sur y más bella
desde lo southernmost. [2]
Lo más al sur
no puede ser más que Cuba
para los hijos que la aman,
todos los hijos que la miran.
La miran desde las cárceles
la miran desde los rascacielos
que caen dolorosos.
Desde los balcones de plata
la miran.
Desde puertas humildes
todos quieren alcanzarla.
Los que la pierden
la miran.
Y baten las olas
en el pozo de las manos
y saltan
por las nubes
que unen
todos los ojos.
Desde los postigos
al pueblo abiertos
todos miran
al pueblo abierto.
No hay más Sur
que Cuba
desde lo southernmost
ni más norte
que Martí.
Notas:
[1] Enrique Sacerio-Garí: “La soledad en La Habana”, en Para llegar a La Habana, Bartleby Editores, S.L., Madrid, 2013, ISBN: 978-84-92799-60-2, p.61.
[2] Lo más austral.

