El escritor Julio Travieso Serrano, Premio Nacional de Literatura 2021, acaba de fallecer. A raíz de merecer Julio ese justo reconocimiento el crítico de cine Rubén Ricardo Infante me formuló la pregunta de ¿qué novela de este autor te gustaría ver convertida en un filme? Enseguida acudió a mi mente una lectura de mi primera juventud que siempre agradezco, Para matar al lobo, merecedora de mención en el Premio Casa de las Américas y publicada en la memorable colección Cocuyo del Instituto Cubano del Libro en 1971. Como homenaje al escritor que leí y traté durante más de medio siglo, reproduzco actualizadas estas palabras que, escritas para la ocasión hace unos años, incluí en el volumen El pabellón de los amigos [1], así titulado por las evocaciones diversas que integran una galería de amigos y conocidos, influencias cercanas y nombres ilustres, la gran mayoría ya formando parte del universo simbólico que nos rodea, cómo fue y será el intelectual singular que nos convoca.
En más de una ocasión he oído al dedicado estudioso del cine nacional que es Luciano Castillo llamar la atención sobre que, a tenor de la importancia del guion cinematográfico y las críticas que ha merecido con razón en nuestra producción audiovisual, no se ha explorado de forma consecuente el rico venero de la narrativa criolla. Que algunas de nuestras mejores películas, como el clásico por excelencia que es Memorias del subdesarrollo, tengan su origen en una novela, cuento u obra de teatro, confirma la regla.
El colega Rubén Ricardo Infante, entonces editor del sitio digital Cubacine, me propuso una iniciativa que me pareció atendible, un texto donde valorara en parte la obra de Julio Travieso y al mismo tiempo formulara la invitación para que algunas de sus obras se conviertan en guion para una película. Aunque yo no posea las herramientas para desarrollar en profundidad ambas ideas, si es un buen pretexto para compartir algunos comentarios, que por breves, no renuncian al propósito de hacerle justicia a un escritor, y a un libro.

Julio era uno de los principales nombres con los que el Premio Nacional de Literatura estaba en deuda, como lo siguen estando, entre otros a mi entender, con Pedro Juan Gutiérrez o Aida Bahr, o ya no podrán saldar esa asignatura pendiente con autores fallecidos hace tiempo, de la talla del original narrador que se llamó Miguel Collazo, o en fecha muy reciente, como la poeta legítima que fue mi querida Georgina Herrera, o el dedicado ensayista y entrañable amigo Enrique Saínz, si se pudiera hablar en pasado de figuras perdurables de nuestras letras.
“En el principio fue la realidad”, así tituló Emilio Comas Paret una reseña sobre la narrativa de Travieso, que publicamos hace más de treinta años en La Gaceta de Cuba [2]. Y allí cita al autor, cuando a la pregunta de un periodista sobre “la artesanía” de su novela histórica El polvo y el oro, este respondió: “Al principio la realidad fue más pobre que lo imaginado, que lo soñado: luego, por momentos se hizo más fuerte. Al final la realidad y la fantasía se fueron de la mano” [3], claves para mí esenciales a la hora de desarrollar la puesta en pantalla de una pieza literaria que tenga sus nutrientes en la historia, ya sea recreada o testimonial, donde ficción y realidad “se den de la mano”.
A la pregunta de ¿qué novela de Julio Travieso me gustaría ver convertida en un filme?, enseguida acudió a mi mente una lectura de mi primera juventud que siempre agradezco, Para matar al lobo, y que al igual que Cuando la noche muera —Premio de Novela Cirilo Villaverde de la Uneac—, y publicada diez años después, fue llevada a la pequeña pantalla. La primera ha tenido numerosas ediciones, tanto cinco en Cuba como diez en otras lenguas y países. Junto a su novela más reconocida, El polvo y el oro, merecedora en México del importante Premio Mazatlán de Literatura; posteriormente Premio de la Crítica Literaria en la isla; y finalista de uno de los premios más significativos del idioma, el Rómulo Gallegos; y a un título singular de los últimos años, El cuaderno de los disparates (2017), igual merecedor del Premio de la Crítica, figura para mi entre sus piezas de cita obligatoria.

Para matar al lobo fue filmada, como película, para la televisión cubana y exhibida en 1973; y Cuando la noche muera fue realizada igual para la televisión nacional en 1986 como serie de veinte capítulos. Como no he visto ninguna de las dos propuestas, no puedo opinar al respecto, pero es muy interesante que existan desde hace cincuenta y cuarenta años estos antecedentes, y todos sabemos que, pese a su masividad y sin menospreciarlo, no siempre este es el medio ideal, por falta de recursos, apremios de tiempo y otros etcéteras, para lograr la mejor factura artística y una permanencia en nuestro imaginario visual, incluyendo lo a veces precario de la tecnología en este soporte. Aunque como todo, hay ilustres excepciones. Vale la pena destacar que ya en esa, ahora distante fecha, se pensara en ambos títulos como argumentos fílmicos.
Con justicia se puede reconocer a Para matar… como uno de los clásicos de nuestra narrativa que tuvo como temática la lucha clandestina contra la dictadura de Batista y el contexto de la Cuba de los cincuenta, nutrida saga literaria donde podían citarse nombres conocidos como los de Lisandro Otero, Cabrera Infante, Jaime Sarusky, Humberto Arenal, Bernardo Callejas, Noel Navarro, Jesús Díaz o David Buzzi, los dos últimos compañeros suyos de esa época convulsa, y en el caso del último, si la memoria no me traiciona sobre conversaciones que tuvimos hace años, su hermano fue vecino de galera de Julio durante su reclusión en el Castillo del Príncipe. “En la cárcel (donde habité en l958), luego de las palizas que me dio la policía, tuve tiempo de sobra para leer. Por cierto, yo fui el bibliotecario fundador de una pequeña biblioteca del vivac, donde estábamos recluidos los presos políticos pendientes de juicio” [4]. En esa misma entrevista, tal vez la más completa que le han hecho de que yo tenga noticia, comenta el por qué algunos de sus textos esenciales, sobre todo de sus primeros años de creador, tienen la impronta de la lucha insurreccional, “me dije que yo tenía algo que contar que podía interesarle a mucha gente. Y ese algo era mi vida de luchador clandestino”. [5]
“En Para matar el lobo, como seguro pasa con otros libros del autor, hay argumentos de sobra para una construcción ambiciosa que nuestro cine siempre demanda”.
El amigo común e historiador de probada trayectoria que es Félix Julio Alfonso, con quien más de una vez he compartido sobre el quehacer de Travieso, al leer estas palabras, me dijo que él filmaría también su libro de testimonios Un nuevo día, “que es de lo mejor que se ha escrito en ese género sobre el asalto al Cuartel Moncada”, como apunta en el mensaje que me hizo llegar. Como es natural, cuando se trata de una obra que dialoga de manera orgánica con episodios históricos de indiscutible trascendencia, cada lector avisado tiene en su mente y en su retina, una película imaginada de manera diferente. A propósito ya Félix Julio había escrito [6] antes sobre los testimonios recogidos aquí apuntando recursos del séptimo arte, “desde la propia concepción del libro, pasando por el montaje cinematográfico de los testimonios al estilo de una roadmovie”, y más adelante reconoce en otro momento del discurso narrativo, “un intenso aliento cinematográfico”.
Alguien pudiera pensar que los guiones basados en temática histórica, sobre todo los relacionados a la lucha contra la dictadura batistiana, están agotados para nuestra filmografía, ya fuera por clásicos que marcan el imaginario popular como Clandestinos de Fernando Pérez o la para mí siempre recordada película coral que es Cuba 58, o por otras producciones que trabajosamente fracasaron en el intento, o se quedaron a mitad de camino.
Pero bastaría dar un vistazo a la filmografía internacional, empezando por la de nuestros vecinos en la llamada “meca del cine”, para tener conciencia de que las grandes y pequeñas historias, donde “la realidad y la fantasía se fueron de la mano”, no se agotan cuando se plasman en una obra de acabado profesional. La verdad del sabichoso Perogrullo es que no hay temas agotados, si no mal contados. En Para matar el lobo, como seguro pasa con otros libros del autor, hay argumentos de sobra para una construcción ambiciosa que nuestro cine siempre demanda. Y su realización sería la mejor manera de recordar y de tener entre nosotros a tan singular autor.
Notas:
[1] Norberto Codina. El pabellón de los amigos (Cubaliteraria Ediciones digitales, 2022).
[2] Emilio Comas Paret. “En el principio fue la realidad”. La Gaceta de Cuba, julio-agosto de 1994, p. 49.
[3] Emilio Comas Paret. Ob. Cit.
[4] Félix Julio Alfonso López. “Yo tenía algo que contar que podía interesarle a mucha gente” (Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, año 111, no. 1, enero-junio, 2020, pp. 127-136.
[5] Félix Julio Alfonso López. “Yo tenía algo que contar que podía interesarle a mucha gente”. Ob. Cit.
[6] Félix Julio Alfonso López. “Un nuevo día: novela ‘sin ficción’ sobre el Moncada”. La Jiribilla. Revista de cultura cubana, 1 de julio al 1 de agosto de 2020.

