Cuando se escucha la música de Sergio Vitier el espacio se transforma, se torna etéreo, como si cada sonido fuera un hilo que conecta al instrumento con quien lo escucha. La guitarra habla, cuenta historias, se siente el ritmo de la tierra, el espíritu del son, la nostalgia del trovador, la mística de lo afrocubano.

Esa magia resonó en el concierto audiovisual de Yalit González, dedicado al maestro Vitier, como parte de las actividades por el primer aniversario del proyecto Segundo piso otra vez, dirigido al recate de la memoria musical del Grupo de Experimentación Sonora del Icaic y de los de los grandes compositores del cine cubano.

El viernes 25 de abril, la Sala Sonora del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos acogió un recital en el que la guitarra de González dialogó con obras como “Preludio”, “Puerto Príncipe mío”, “Bolero” y “Cruce de caminos”. Acompañada por el tresero Pancho Amat y el multiinstrumentista Abel Acosta, la concertista tejió un puente entre la herencia de Vitier y el presente.

“El tres de Pancho Amat añadió un brillo antillano”.

“Es un gran honor hacer este homenaje al maestro, una gloria de la cultura cubana”, compartió Yalit con La Jiribilla antes de la grabación del concierto. Su vínculo con Vitier es profundo: no solo transcribió sus obras para guitarra sola, sino que grabó con él el disco Integración, un testimonio de su admiración mutua.

La guitarra de Yalit se convirtió en la voz de Sergio Vitier. Las canciones escogidas no fueron al azar, confesó la guitarrista. “Este repertorio siempre está en mis manos. Desde que conocí la obra del maestro la incluyo en mis conciertos. Esta selección surgió de mi deseo de hacerle justicia a su música y de compartir el escenario con grandes intérpretes como Pancho Amat y Abel Acosta”.

Cada pieza en el concierto audiovisual fue interpretada con la precisión de quien domina el lenguaje vitieriano: armonías que funden lo clásico y lo popular, melodías que evocan paisajes y raíces. El tres de Pancho Amat añadió un brillo antillano, mientras que Abel Acosta, con su versatilidad, enriqueció los matices rítmicos. La guitarra de Yalit se transformó en un instrumento de conexiones.

“Abel Acosta, con su versatilidad, enriqueció los matices rítmicos”.

El homenaje también sirvió para reflexionar sobre la importancia de la educación musical y la preservación del legado de los grandes maestros. Como señaló González, “este trabajo es esencial para que los estudiantes y músicos continúen aprendiendo de figuras como Sergio Vitier. Su obra no debe quedar solo en el recuerdo, sino en el estudio y la interpretación constante”.

Formada en la Universidad de las Artes de Cuba, con premios como el otorgado por Leo Brouwer, su trayectoria abarca desde salas sinfónicas hasta peñas comunitarias. “La guitarra es mi voz”, suele decir. En Vitier encontró un lenguaje afín: “Sus obras son un desafío técnico y emocional”. Precisamente, este desafío se tradujo en un concierto donde cada nota fue un tributo, cada silencio, un eco del maestro.

Segundo piso otra vez, iniciativa impulsada por Joaquín Borges Triana y Enrique Carballea de la mano del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), busca reivindicar el legado del GES y sus fundadores, como Vitier, Silvio Rodríguez, Leonardo Acosta y Eduardo Ramos.

“El Icaic ha estado asociado a buena parte de la banda sonora del país”, reflexionó Borges Triana. Para Yalit, este esfuerzo es vital: “Mantener viva esa memoria histórica musical es necesario. El Grupo de Experimentación Sonora y sus integrantes marcaron una pauta en la música cubana. Es importante que su trascendencia permanezca y que nuevas generaciones puedan conocer su legado”.

“Sergio Vitier no solo fue un compositor excepcional, sino un arquitecto de sonidos que supo fundir lo culto y lo popular en una síntesis única”.

Antes de iniciar el concierto, la interprete recordó las palabras que Vitier solía decir antes de comenzar una presentación: “Recíbalo con el mismo cariño con el cual fue hecho». Yalit, Pancho y Abel lo lograron: el cariño se palpaba en el aire, entre guitarras, tres y tambores, en ese Segundo piso que vuelve a ser santuario de la música cubana.

Sergio Vitier no solo fue un compositor excepcional, sino un arquitecto de sonidos que supo fundir lo culto y lo popular en una síntesis única. Su obra, arraigada en la identidad cubana, abarcó desde la guitarra clásica hasta las partituras cinematográficas, dejando un legado que desafía categorías.

Como integrante del Grupo de Experimentación Sonora del Icaic, su música acompañó documentales y ficciones, pero también trascendió la pantalla para convertirse en patrimonio sonoro de la mayor de las Antillas. Para Yalit González, interpretar sus piezas es un acto de fidelidad a esa herencia: “Sus obras son un mapa de nuestras raíces”, confesó en entrevista previa al concierto.