Para mi buena amiga Mariela, su ahijada venezolana-cubana.

Hay un busto de bronce sobre pedestal de piedra de jaimanitas consagrado a Andrés Eloy Blanco en el céntrico parquecito habanero de Línea y H, espacio que comparte con una tarja dedicada al patriota y pelotero cubano Emilio Sabourín, un guiño histórico y deportivo al hijo ilustre de Cumaná, que era también amante del béisbol.

De las dos tarjas del pequeño monumento —rematado con una cabeza que es fiel retrato del poeta, cuyo autor no consta en el registro de la Comisión de Monumentos—, la primera reza: “Poeta Nacional de Venezuela. En el centenario de su natalicio 1896-1996. Del pueblo venezolano al pueblo de Cuba”. Abajo una segunda placa con un poema fechado en La Habana el 9 de mayo de 1945, donde se leen los siguientes versos, de alguien que fue lector consecuente y admirador de José Martí: “!Demos trabajo a Martí!/ Está vivo/ ‘sentado en la piedra de crear’/ como él dijera de Bolívar./ Respondamos a su palabra./ Y allí está sentado a la/ puerta de las ciudades/ y a la puerta de los campos./ Con los ojos llenos de luz/ para nuestra hora y las manos/ rebosantes de semillas/ para nuestro pan”.

Existe otro busto que se encuentra colocado desde el 2002 en la Galería Amelia Peláez, municipio de Arroyo Naranjo. Igual se desconoce al escultor en los documentos que lo reseñan, donde se describe y cataloga de la siguiente manera: “Sobre piedra busto de bronce con tarja donde se lee: Andrés Eloy Blanco. 6 de agosto de 1897-21 de mayo de 1955. Poeta, Escritor y Educador venezolano. Placa colocada durante el gobierno del Comandante Hugo Rafael Chávez Frías. La Habana. Año 2002”. Se valora el sencillo monumento como artístico y ambiental.

Monumento a Andrés Eloy Blanco en el parque habanero de Línea y H. Imágenes: Cortesía del autor

Desde la primera infancia en la Caracas natal —incluso antes de aprender a leer—, me acompaña el murmullo de lecturas en el venero que motivan sus escritos. Y a través de ellos, como parte de su vida y obra, compartir su relación con Cuba, relación que se registra en lo diverso que esbozara en artículos, poemas, memorias, incluso en las costuras de los silencios, manifestado en las visitas y experiencias que lo marcaran para siempre, como invariablemente reconoció. En el verano de este año se cumplen cien de la primera llegada —de cerca de una decena de tránsitos y estancias que protagonizara en cuatro sucesivas décadas— a la isla que tanto quiso, y a la que tanto agradeció.

Todo empieza cuando en 1924 visita España, donde aún bisoño para los homenajes, recibe reconocimientos y realiza conferencias y lecturas. Allí lo animan nuevos amigos y conocidos de la Mayor de las Antillas para que, respondiendo a una legítima curiosidad motivada por las conversaciones compartidas, aproveche su viaje de regreso, visite la Isla y entre en contacto con su realidad y sus círculos intelectuales: “Al pedimento de sus amigos cubanos Frau y De la Peña, se adhieren Alfonso Hernández Catá y otros escritores residentes en Madrid quienes le envían telegramas de invitación. En julio de 1924 se embarca en el vapor ‘Alfonso XIII’ (…) en La Habana recibe homenaje de escritores y jóvenes universitarios (…) hace contacto con políticos venezolanos antigomecistas…”.[1] 

Uno de los mencionados era el catalán Lorenzo Frau Marsal, que había emigrado muy joven a La Habana, donde cursa estudios de bachillerato y se gradúa de abogado, dándose a conocer en dicha ciudad sobre todo como periodista, amén de otras inquietudes literarias. En ese año de 1924 se encontraba de visita en Madrid, desde donde colaboraba con varias publicaciones cubanas. Regresaría más tarde y en abril de 1937 funda y dirige Pueblo, medio que apoya la causa republicana española durante la guerra civil, según nos recuerda el investigador y autoridad en el tema Jorge Domingo Cuadriello, en Los españoles en las letras cubanas durante el siglo XX, diccionario bio-bibliográfico, 2002, Sevilla, Renacimiento. El otro, el artemiseño Lucilo de la Peña, se opondría después activamente al dictador Gerardo Machado. En 1931 desembarcó en una expedición insurreccional en Gibara —junto al teniente Emilio Laurent, el ingeniero Carlos Hevia, el periodista Sergio Carbó y el médico Gustavo Aldereguía, entre otros—. Igual se comprometería con una fuerte campaña mediática en contra del dictador venezolano Juan Vicente Gómez, por lo que recibió la Orden del Libertador del citado país en 1948, durante el Gobierno de Rómulo Gallegos, del cual Blanco sería canciller. El poeta ya le había dedicado el soneto: “Este Lucilo de la Peña un día”, escrito en 1925 y publicado posteriormente en uno de sus títulos más importante, Poda. Ambos mantuvieron una profunda amistad, desde que jóvenes y soñadores se conocieron en Madrid.

“Todo empieza cuando en 1924 visita España (…). Allí lo animan nuevos amigos y conocidos de la Mayor de las Antillas para que (…) aproveche su viaje de regreso, visite la Isla y entre en contacto con su realidad y sus círculos intelectuales”.

En cuanto a la relación con el literato y diplomático Hernández Catá, sobresale la que tuvo con su hija Sara, con la que desarrolla una afinidad de toda una vida, de la que dan fe diversos testimonios, incluyendo los que me ha comentado y publicado en su momento la nieta del primero y sobrina de la segunda, la escritora Uva de Aragón. Sin lugar a dudas su gran aliada cubana fue Sara Hernández Catá, quien lo acogiera en su exilio de los 50 y a quien rindiera homenaje con el recordado “Palabreo de Sara Catá”, del que cito el fragmento final: “Sara Catá, hermosa y buena,/ ojos de mar lo mirado, pelo de ciclón pasmado/ sobre la frente serena,/ varadero de la pena/ de los que penan luchando/ si a los que luchan penando/ tu pan no quita los males,/ o no hay trigo en los trigales/ o el que comen está llorando”.[2]

Detalle de uno de los monumentos dedicado al intelectual venezolano en La Habana. 

En su compilación y estudio[3] el destacado ensayista Domingo Miliani, que como su compatriota fue alguien siempre muy identificado con todo lo cubano, nos resume el contexto de aquella visita seminal, proveniente de la península: “En su viaje de regreso a Venezuela va a La Habana invitado por algunos amigos cubanos radicados en Madrid: Lorenzo Frau Marsal y Lucilo de la Peña entre ellos. ‘Salí para Cuba en el vapor Alfonso XIII; me precedían telegramas y cartas de los Ateneos de Madrid, Sevilla y Santander, de Alfonso Hernández Catá, Emiliano Ramírez y Ángel Lázaro (…) En el muelle (…) me esperaban compatriotas en curiosa distribución: de un lado, Rafael Ángel Arráiz y Modesto Peyer Urbaneja, ministro[4] y secretario en la representación del gobierno de Venezuela en Cuba, del otro lado, a buena distancia, los desterrados (Pedro Elías) Aristiguieta, Miguel Ramos Sucre, Gustavo y Eduardo Machado, Salvador de la Plaza[5], Hernando Rodríguez del Toro, Silvita (…) Con ellos, algunos escritores cubanos. Más curioso aún fue un brindis que se hizo en el salón del hotel. Los diplomáticos de Gómez se sentaron a mi derecha; los desterrados a mi izquierda; todos hablaban conmigo, pero ellos no se hablaban’ (“Mi primer viaje a La Habana”, Obras completas, tomo VII, pp. 230-231). En La Habana es homenajeado por la Juventud Literaria de Cuba, organizado por Jorge Mañach, Félix Lizazo y Rubén Martínez Villena (al que reconocería como ‘una de las más exquisitas figuras de la juventud americana de cualquier tiempo’)”.[6]

“Entre los intelectuales protagonistas que pugnan por cambios políticos y representan la vanguardia estética en la Cuba de entonces, se encuentran el maestro de generaciones Enrique José Varona y líderes jóvenes como Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena (…) A todos los conoció el venezolano”.

A manera de curiosidad me gustaría comentar que se conserva en el Archivo de Patrimonio Documental de la Oficina del Historiador, la carta de menú de la recepción que se organizara, entre otros eventos, en su honor en el Hotel Saratoga, uno de los sitios concurridos entonces por la sociedad habanera. El menú ofrecido con fecha sábado 16 de agosto de 1924, es una carta que contiene impreso el retrato de perfil del poeta firmado por Jorge Mañach. Se declara la invitación a nombre de “la juventud intelectual de Cuba y otros amigos del laureado poeta venezolano” que “le ofrecen en el Hotel Saratoga su homenaje cordial”. En el borde inferior del menú se puede leer la conocida cita de José Martí: “Honrar, Honra”.

Carta menú de la recepción que se organizara en su honor en el Hotel Saratoga.

En días siguientes alternaría entre otros con exiliados antigomecistas, aparte de los ya mencionados, como Francisco Laguado Jaime —que años después sería brutalmente asesinado por los esbirros del dictador Gerardo Machado—, y “establece amistad larga y fecunda con intelectuales cubanos de la talla de Juan Marinello, Rubén Martínez Villena, Jorge Mañach, Félix Lizazo, Francisco Ichazo, José Zacarías Tallet, Alejo Carpentier”[7], entre muchos, la gran mayoría vinculados a lo que se llamaría Movimiento o Grupo Minorista, generación letrada que protagonizara durante esa “década crítica” la rebeldía antimperialista y por la justicia social, definiendo los rasgos revolucionarios de la vanguardia intelectual del país, asociados a las corrientes de modernidad y democracia de América Latina.

“Es contundente en su profética valoración de aquellos jóvenes revolucionarios que acaba de conocer y con los cuales se identifica desde el primer momento: ‘Rubén y Julio Antonio siguen siendo orgullo de la juventud continental y ejemplo de lo joven en su concepto responsable’”.

Entre los intelectuales protagonistas que pugnan por cambios políticos y representan la vanguardia estética en la Cuba de entonces, se encuentran el maestro de generaciones Enrique José Varona y líderes jóvenes como Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, este último sumado a otros minoristas que fundaron la Revista de Avance, como Juan Marinello, Fernando Ortiz, Jorge Mañach, Alejo Carpentier, Francisco Ichazo, entre otros. A todos los conoció el venezolano, y alternó con ellos desde sus dos primeros viajes, en julio de 1924 y septiembre de 1925. Por esos tiempos, junto a Mella y otros cubanos de ideas de izquierda, un compatriota de su aprecio, el luchador exiliado Laguado Jaime, editaba Venezuela Libre. “El trágico final de aquel joven revolucionario es recordado por Andrés Eloy en forma conmovedora: ‘(…) y Francisco Laguado Jaime fue el sino más triste. Después de haber dirigido en La Habana el periódico Venezuela Libre, fue preso por influencias del gomecismo diplomático. Le echaron a la bahía en la ruta de La Cabaña. Unos pescadores encontraron su anillo matrimonial en el vientre de un tiburón (…) En el vientre de un pez, de una madre o de una tierra, el anillo de Francisco Laguado ya era y sigue siendo el testimonio de un compromiso con la patria…’”.[8] Alude a la conmovedora leyenda que cuenta el autor rumano Panait Istrati de la mujer encinta que por comer una uva que pertenecía al Pachá, este hizo abrir su vientre, donde se encontró la uva en la boca del hijo por nacer.

Es contundente en su profética valoración de aquellos jóvenes revolucionarios que acaba de conocer y con los cuales se identifica desde el primer momento: “Rubén y Julio Antonio siguen siendo orgullo de la juventud continental y ejemplo de lo joven en su concepto responsable”.[9] Y con relación al “minorismo” y a los que no lo son pero se interrelacionan, nos descubre igual con inspirada madurez el siguiente balance: “Solidarios o distanciados en las luchas siguientes, nadie podrá negar que en aquella hora significaron un movimiento de repercusiones indudables en la conciencia cubana. Y mi paso por ese grupo, realizó mucho en mí (…) porque inicia un cambio de frente en las motivaciones líricas y un traslado radical en la manera de oficiar. Es con orgullo que confieso y confesaré siempre la influencia humanizante de aquel período que se inicia en Madrid, ante el espectáculo de tres hombres ahorcados, se ensancha y cuaja en La Habana, frente a una conciencia literaria y colectiva afrontada para fecundo entendimiento y se realiza plenamente en los calabozos de La Rotunda y Puerto Cabello”.[10]

Como de un calado profundo reconoce Miliani estas influencias: “Los ejemplos de Mella y Martínez Villena y el carácter beligerante de las reuniones minoristas, cuyas ‘tertulias literarias no perdían ni un momento su carácter mixto de arte y política, en el alto sentido social de esta palabra’, lo fueron preparando para combatir durante el resto de su vida las actitudes desconfiadas frente al hombre de pueblo”.[11]


Notas:

[1] Domingo Miliani. “Poeta en su tiempo”, prólogo a Andrés Eloy Blanco. Poesía (Compilación y prólogo Domingo Miliani. Biblioteca Ayacucho 2006), pp. LV-LVI.

[2] Andrés Eloy Blanco. Antología popular Ob. cit. p. 281.

[3] Andrés Eloy Blanco. Poesía. Ob. Cit.

[4] El equivalente entonces al cargo de embajador.

[5] Los tres últimos de ideas marxistas, integrantes después del Comité Pro Libertad de Julio Antonio Mella, cuando su huelga de hambre.

[6] Andrés Eloy Blanco. Poesía. Ob. Cit. p. 289.

[7] Andrés Eloy Blanco. Poesía. Ob. Cit. p. 289.

[8] Domingo Miliani. “Poeta en su tiempo”, prólogo a Andrés Eloy Blanco. Poesía. Ob. Cit., p. LVI.

[9] Domingo Miliani. “Poeta en su tiempo”, prólogo a Andrés Eloy Blanco. Poesía. Ob. Cit., p. LVII.

[10] Domingo Miliani. “Poeta en su tiempo”, prólogo a Andrés Eloy Blanco. Poesía. Ob. Cit., p. LVII.

[11] Domingo Miliani. “Poeta en su tiempo”, prólogo a Andrés Eloy Blanco. Poesía. Ob. Cit., p. LVIII.