Quienes tuvimos el privilegio de ser alumnos de la doctora Beatriz Maggi, una de las leyendas más perdurables de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana, guardamos el recuerdo imborrable de su magisterio, resumido en estas palabras que la también eximia profesora y ensayista Graziella Pogolotti pronunció en ocasión de conferírsele la Distinción por la Cultura Nacional: “Beatriz Maggi ha venido descubriendo en varias generaciones de estudiantes la capacidad de leer la Literatura, de desarrollar una sensibilidad, una inteligencia, y, sobre todo, de pensar, de plantearse problemas. Así los ha educado e instruido para la vida”.

También recibió otras distinciones: el Premio Nacional de la Crítica (más de una vez), la medalla Rafael María de Mendive, premio mayor a la excelencia profesoral, y Miembro de Honor de la Uneac.

“El escritor, como el científico de cualquier rama, como el filósofo, es un hombre que realiza la función de apresar en palabras los contenidos del mundo”.

Alta y delgada —más bien huesuda— vestía sayas largas y su sencillez en el trato, amén de la sapiencia sin petulancias, hicieron de ella no solo una profesora admirada sino popular —tal vez esto último sin que ella se percatara. Nadie quería perderse ninguna de sus clases, caracterizadas por un intercambio abierto con el alumnado. En los exámenes valoraba mucho el punto de vista personal expresado en las respuestas, sin ataduras al libro.

Más allá de estos apuntes personales, queda otra Beatriz Maggi, la ensayista, la “shakespearóloga” cubana cuyo nombre se honra cuando se habla de literatura inglesa y norteamericana en estas tierras hispanohablantes, y posiblemente también en otras que no lo son.

De su nacimiento el 27 de febrero de 1924 en el antiguo central Chaparra, de la provincia de Santiago de Cuba, y de su ascendencia venezolana por el padre y española por la madre, dan cuenta las fichas biográficas que de ella se incluyen en las enciclopedias. Allí se recoge además que fue doctora en Filosofía y Letras (Universidad de La Habana), Máster en Literatura inglesa y norteamericana (Wellesley College, Massachusetts) y doctora en Ciencias Filológicas (Universidad de La Habana). Fue catedrática de Literatura Universal de la universidad capitalina. 

La Maggi enseñó a varias generaciones de estudiantes. Y ahí están sus libros: Panfleto y Literatura (1982), El cambio histórico en William Shakespeare (1985), El pequeño drama de la lectura (1988), La voz de la escritura (1997), publicados todos a través de la Editorial Letras Cubanas; también Las palabras y los días, con selección y prólogo de Josefina Suárez y Alfredo Prieto, por Ediciones Unión, en 2017.

Las palabras y los días, con selección y prólogo de Josefina Suárez y Alfredo Prieto, por Ediciones Unión, en 2017. Imagen: Tomada de Claustrofobias

Su producción impresa no es abundante, lo cual se explica por una cualidad más de la Maggi: la enorme responsabilidad con que asumió su trabajo literario, la autoexigencia y el respeto por el ejercicio del conocimiento. 

Así escribió Beatriz Maggi:

El escritor, como el científico de cualquier rama, como el filósofo, es un hombre que realiza la función de apresar en palabras los contenidos del mundo. En su conciencia se refleja, de una personal manera, el universo en que se halla inmerso, y él confía a las palabras la misión de entregar a sus contemporáneos y a la posteridad esa visión suya.

(En “La palabra y la enseñanza de la Literatura”, El pequeño drama de la lectura, Editorial Letras Cubanas, 1988, p. 187)

Prólogos, introducciones, estudios sobre otras figuras de la literatura universal, traducciones al español de autores de habla inglesa y desempeños como jurado, atestiguan el intenso quehacer de Beatriz Maggi en la cultura cubana, más allá del ejercicio del magisterio o, mejor dicho, a manera de complemento de este. Súmese su condición de conferencista en centros universitarios de la antigua Europa Oriental y Norteamérica.

Beatriz Maggi murió el 26 de mayo de 2017 y es una ilustre representante de la cultura cubana. No de las más llevadas y traídas, aunque sí de las más auténticas.