La Cinemateca de Cuba tuvo a bien exhibir La quimera del oro (1925) dentro de su programa cinematográfico de verano el pasado 10 de agosto, no solo por su renombrada calidad e historia, sino porque esta obra maestra cumple 100 años de haberse estrenado. La película escrita y dirigida por Charles Chaplin, quien años después, en 1942, compusiera la música y diseñara una voz extradiegética y omnisciente que sigue los pasos de su protagonista a donde quiera que vaya, es una pieza emblemática del cine mudo y de la sátira como expresión cimera de la crítica social.

En su centenario, la cinta cuenta con una relevancia notable a la hora de darle lectura a los procesos sociales y brindar una mirada sobre los más desamparados de la tierra. Lo dicho es fruto de la perfección que tiene como constructo artístico, detalle que siempre buscó alcanzar su creador a lo largo de toda su carrera. Chaplin, manejó su presupuesto, elevado para su época, con tal de contar una historia que partiera de la comedia, pero que calara en la visión del espectador. Su manera de observar la vida en sociedad y, desde aquí, replantearse cuál podría ser su papel dentro de esta.

El largometraje se ambienta durante la “fiebre del oro” en Alaska a finales del siglo XIX, en la que el célebre personaje del vagabundo, creado y encarnado por el mismo Chaplin, se aventura en busca de obtener una porción de la fortuna, así enfrente múltiples desafíos en su camino. El personaje, como es de esperarse, sufre hambre, maltratos, aislamiento y la crueldad más agresiva tal cual resultado de la ambición humana.

“Cien años después, esta película, continúa siendo una alegoría al alma”.

El realizador repara sobre una narrativa que va más allá del simple anhelo de fortuna. El vagabundo ansía dignidad y afecto, cualidades que cree no encontrar en el mundo que le toca vivir. Aspecto que queda remarcado habitualmente en la filmografía de este artesano, quien las termina reflejando, como alabo a la esperanza, en los niños, los animales u otros seres desfavorecidos y en la misma condición que el principal.

Por otra parte, el filme descansa sobre una ironía hacia la brutalidad del capitalismo incipiente, en la que la búsqueda del mineral preciado deshumaniza y lleva a los personajes participantes al absurdo, reflejado en sus comportamientos, deseos y fantasías. Escenas sacadas de lo que podría tildarse como ficción irreverente, tomando a modo de ejemplo: la cocción de un zapato producto de la escasez de alimento, son muestra de que, si bien fueron conformadas a partir de una comedia sardónica, están llena de significados. Convierten la miseria en protesta invisible y en poesía visual.

Cayendo entonces en la figura del vagabundo, hombre que por falta de pan nunca muere su corazón noble, en La quimera del oro, se atestigua transformado en un pionero de la modernidad, capaz de enfrentarse a lo inhóspito, lo desconocido, con tal de reformarse como ser. Hallar para sí aquellos sueños que lo impulsaron a aventurarse hacia las penumbras frías de una naturaleza salvaje. Su conversión surge de la necesidad, de las ganas de ser tomado en cuenta en una sociedad que lo invisibiliza. Mirada sobre los menospreciados sociales que comenzaba a permear en el pensamiento de Chaplin, por la cual sería perseguido hasta casi el final de su vida.

La película, escrita y dirigida por Charles Chaplin, es una pieza emblemática del cine mudo y de la sátira como expresión cimera de la crítica social. Foto: Tomada de IMDB

El vagabundo intenta saldar deudas consigo mismo. En sus ideas, las riquezas que obtendría, lo llevarían a burlar las indiferencias sociales y encontrar el amor que siempre le ha sido negado como ser humano, al ser percibido como aquel excluido del sistema, un apestado sin hogar, sin recursos, sin poder. No obstante, suprimiendo su disfraz, Chaplin lo dota de una elegancia innata. Su ética lo define como ser humano, no la pobreza a la que un sistema económico en el que no termina por encajar. Su capacidad para comprender y amar es más poderosa que el entorno que le rodea.

En la película el ambiente cruel al que se someten los personajes trastoca sus maneras de proyectarse ante la vida, son corrompidos por la fiebre del oro y por la propia competencia inmersa en lo desconocido y la incertidumbre, sin embargo, el personaje de Chaplin no muta su ingenio y el temple que lo caracteriza. El Vagabundo cuenta con una resistencia ante el absurdo como habilidad, no sucumbe a la violencia, por el contrario, resuelve las desavenencias a las que se enfrenta con comedia y compasión. La quimera del oro cuenta con un Quijote contemporáneo: un torpe e idealista hombre que lucha con la única arma que tiene, su nobleza, aunque los molinos no noten su presencia.

Cien años después, esta película, continúa siendo una alegoría al alma. Su composición homenajea cada intento de búsqueda de esperanza e identidad en un mundo plagado por la violencia y la crueldad. No aborda sistemas específicos de amedrantamientos, solo enaltece la capacidad humana de intentar ser mejor entre los tiempos.