Los cinéfilos advirtieron en la escueta noticia publicada en fecha reciente la pérdida de Bruno, una de esas personas convertidas en personaje por la magia del séptimo arte y de Cesare Zavattini, patriarca del movimiento conocido como neorrealismo italiano: el 4 de junio de este 2025 desapareció físicamente Enzo Staiola, el niño de ojazos y mirada incrédula incapaz de creer que la muchedumbre acosa a su padre por el robo de una bicicleta. Entraban por en la historia del cine en aquella Roma de puertas abiertas, pero no tardaron en ser admirados al otro lado del mundo junto al desvalido Umberto D y su perro Flick.
Transcurrieron varias décadas y no cesa el impacto provocado por estas y otras criaturas zavattinianas. En la isla mayor del Caribe llegaron para quedarse, la arrocera de seductora anatomía, Silvana Mangano, que decepcionó al público habanero con unas piernas distantes a las que filmó Giuseppe de Santis, la diva asediada por la gente al bailar un twist desaforado o que, por un capricho, decide bañarse en el agua helada de la Fontana de Trevi, a donde la condujo uno de los más grandes prestidigitadores de la imagen en movimiento: el Fellini de dimensiones inconmensurables. Consagrarse tanto le impidió aceptar la invitación recibida de Alfredo Guevara en el Festival de Venecia para asistir en La Habana al nacimiento de una nueva cinematografía.
El cine italiano llegó para permanecer en el gusto de los espectadores cubanos.
Marcello Mastroianni, uno de sus actores fetiches, tampoco halló un espacio para interrumpir su frenético ritmo de trabajo y tomarse un daiquirí en una ciudad que, años más tarde, recorrería una de las musas, Claudia Cardinale, escapada de Ocho y medio, quien irrumpió en las salas de cine con su valija a cuestas, mientras un diseñador criollo transcribía su impresión sobre Giulietta de los espíritus en un antológico cartel. Para entonces a Mario Gallo, un joven documentalista italiano, sin soñar con trabajar con Visconti, le seducía la rumba cubana y filmar a los campesinos. Hasta Antonioni, entre muchos otros cineastas, fue tentado por el Icaic para en un descanso de su tetralogía sobre la incomunicación, rodara una versión nada menos que de Cecilia Valdés.






El cine italiano llegó para permanecer en el gusto de los espectadores fuera a través de la commedia all’italiana y sus más grandes exponentes, como de la presencia en no pocas películas de un joven actor cubano, Tomás Milián, que se disputaban los más reputados realizadores, Pasolini entre ellos, desconocedores de sus orígenes en un barrio habanero.
El gran actor Gian María Volonté cosechaba amistades entre los creadores cubanos antes de caracterizar su último personaje en Tirano Banderas, una coproducción con España filmada en La Habana. Un apenas conocido Tinto Brass, dirigía en una de las salas cinematográficas su puesta en escena Almuerzo en familia.
Cada año, un grupo de entusiastas promotores viaja cargado desde Roma con una selección de lo más reciente de la cosecha cinematográfica italiana.
Una nueva generación de creadores italianos, toda una impetuosa nuova ola, arrastran incontenibles, más allá del Mediterráneo, a la cinematografía de ese país, una de las más vitales de la contemporaneidad, que se reinventa y multiplica con cada nueva obra fílmica. Reafirma el lugar de honor que ocupa en el panorama del cine de hoy y de mañana el cine de aquellos maestros con quienes nos formamos tantos cinéfilos a este otro lado del océano. Y, año tras año —esta es la cuarta oportunidad— un grupo de entusiastas promotores viaja cargado desde Roma con una selección de lo más reciente de la cosecha cinematográfica italiana.
No podemos desdeñar en este horizonte pletórico de propuestas plurales, algunas que ya se han impuesto por derecho propio, dentro de lo mejor de ese cine para espectadores de cualquier tiempo, siempre dispuestos a admirarlo y rendirse ante su pluralidad.