En 2025 Les ballets de Montecarlo ha llegado nuevamente a La Habana para mostrarnos un espectáculo sumamente contagioso de alto vuelo poético, afianzado en raíces folclóricas mediterráneas y que recrea los bailes populares conocidos como Tarantella, del extremo sureste de la península italiana. Este tipo de baile reúne cada verano a miles de jóvenes para entregarse en desenfreno a los placeres sensoriales, en un satisfactorio disfrute afirmativo que marca el arribo de la juventud a la etapa amorosa, pues está afiliado a los bailes que antiguamente representaban el renacer cíclico de la época de germinación, de ahí su asociación con la activación del erotismo. Aun cuando desde su narrativa aparezca justificado como un acto social de liberación del acto contaminante de la picadura de una araña, este baile en realidad es un subterfugio del imaginario cultural para dar rienda suelta, una vez al año, al ritual pagano del desenfreno de los cuerpos en movimiento, que bailan de forma continuada, cada vez más rápida y enérgica, para anular el efecto dañino y contaminante del artrópodo. Este recurso metafórico impregnado de modo indirecto desde la antigüedad se entiende y experimenta en un tipo de cosas en términos de otra. Así son veneradas y reafirmadas tradiciones que calan hondamente en la psicología de las poblaciones, a partir de narraciones que le acompañan y ocupan el lugar de las motivaciones que las fundamentan, veladas en su esencia por dichos procedimientos.

En la tarantela es el cuerpo el que piensa. La razón no interviene en primer orden. En las plazas públicas, se sigue un ritmo espontáneo e inusitado por los bailadores, quienes se encargan en la escena de manifestar con firmeza, siguiendo la demanda de la música, y se mueven con tal empuje que el cuerpo no pide ni necesita más que a sí mismo. Es un baile enérgico que llega a niveles delirantes, envuelto en niveles crecientes de energía, en giros y coreografías de todos los participantes, cada vez más veloces y exigentes físicamente.

“En la tarantela es el cuerpo el que piensa. La razón no interviene en primer orden”. Imagen: Tomada de la ACN

Quienes bailan la taranta saben bien de los efectos benéficos, liberadores de esa música en su modo de bailar incontenible, en el cual las energías corporales son activadas hasta niveles limites, librando de inquietudes a quienes se entregan a ellas. Es una música curativa, liberadora de los ardores corporales dañinos y de sufrimientos del alma; de ahí la simbología de la picadura de esa araña, la taranta, en signo de la necesidad humana de limpieza y depuración de todo lo tóxico que el cuerpo y el corazón de las personas asumen por efecto de las cargas adversas y cotidianas. Es la necesidad y conveniencia de entregarse a vivir ese momento pleno sin pensar en zozobras. Sanación de todo lo humano, al sentir progresivamente una sensación de renacer en esa liberación de energías físicas y psíquicas, como supo asentarse tiempo atrás en la experiencia de la sabiduría popular, no a nivel de racionalidades intelectivas, sino al nivel práctico, envuelta en una leyenda en la comunidad, cuando aún predominaba el asentamiento rural o pueblerino, donde las personas mantenían contactos más próximos, con la inmediatez en el roce del olor y de las sensaciones táctiles de quienes participan en ese baile dedicado a la consagración de las fuerzas reconstructoras de la vida.

“Es la necesidad y conveniencia de entregarse a vivir ese momento pleno sin pensar en zozobras”. Imagen: Tomada de Prensa Latina

Se ha creado en Core Meu una puesta admirable en representación de la existencia renovada, asumida en jubilosa entrega, ajena por completo a cualquier sombra de pesar. Una encomiable modelación artística de este baile de carácter folclórico, de donde han tomado inspiración el coreógrafo, el grupo musical y su diseñador de vestuario para crear impresionantes imágenes visuales, danzarias y sonoras.

Interpretada por jóvenes, se recrea la participación de la comunidad en dichas fiestas, con un desborde de emoción y destreza juvenil en el disfrute henchido de la mocedad, mediante sutiles y refinados juegos de galanteos y conquistas eróticas, donde las energías corporales les mueven, adoptando actitudes y gestos cercanos al desencadenamiento de los otrora bríos dionisiacos, propiciadores de felicidad y esplendor, sin esperar de la vida algo más que el disfrute de los sentidos, a los cuales los bailarines se entregan sin freno.

“Se ha creado en Core Meu una puesta admirable en representación de la existencia renovada, asumida en jubilosa entrega, ajena por completo a cualquier sombra de pesar”.

La presencia de tantos bailarines se despliega en intensas evoluciones danzarias que inundan de energía el escenario, siguiendo las tonalidades de una música enervante. Animados por el aliento de la vitalidad indómita, los danzantes festejan masivamente este baile cada año en muchas de las regiones meridionales de Italia. Cuerpos que se mueven siguiendo el entusiasmo colectivo, entregados en arremolinado jolgorio laudatorio a la amplia complacencia de los sentidos, anulando los frenos limitadores.

En consecuencia, el entusiasmo de los bailarines se derrama en cascadas de energías desbordadas de fuerte atracción, llegando al arrebato y al éxtasis sensual en vivencias inmediatas, con la fuerza de lo imposible de frenar al despertarse el ímpetu natural de la temprana juventud. Ese es el propósito de la concepción artística. No hay pathos, no hay dramatismo. Fiesta de los sentidos agitando igualmente a hombres y mujeres. No es el lugar para sobresalir figuras solistas. Es un espectáculo coral en las fiestas populares, aunque tenga también bailes de pareja, como igualmente ha sido tratada artísticamente esta danza. Es un verdadero regocijo a disfrutar que parece evolucionar, intensificando y agigantando la excitante experiencia, en un desborde de feliz emoción, sintiendo los participantes que el corazón quiere salírsele con violencia del pecho. Acto de entrega con un efecto muy reconfortante y duradero tras tanta agitación física y emocional.

“Interpretada por jóvenes, se recrea la participación de la comunidad en dichas fiestas, con un desborde de emoción y destreza juvenil en el disfrute henchido de la mocedad”.

La música era empleada desde la antigüedad como aquí, con los fines de sanación del cuerpo y el alma, ahuyentando las inquietudes, siguiendo culturalmente los saberes pitagóricos y dionisiacos heredados que han gravitado cercanos en esos territorios mediterráneos. Siendo los jóvenes menos propicios a los tormentos, les insuflan una carga expresiva a los movimientos corporales de una sana intención liberadora de las energías en el impetuoso dinamismo individual y grupal. Un llamado al triunfo de la alegría en plena efervescencia de la vida. Brecha en que se independizan de los frenos de la razón para entregarse en cuerpo y alma a bailar de forma colectiva, cada vez de manera más frenética, vertiginosa y sumamente contagiosa, en la cual los individuos abandonan toda resistencia a su entrega, en la medida que el ritmo se hace por giros de intensidad creciente. Se manifiesta lo festivo como lo hace a su modo la naturaleza en esos meses, donde todo se torna luminoso, floreciente y esperanzador.

“La presencia de tantos bailarines se despliega en intensas evoluciones danzarias que inundan de energía el escenario”. Imagen: Tomada de Internet

Algo que me parece muy loable y decisorio, es que lejos de hacerse una pesada interpretación conceptual en la puesta, la reinterpretación del coreógrafo y director de Les ballets de Montecarlo, Jean-Christophe Maillot, mantiene a flor de piel en esos jóvenes intérpretes el sello distintivo que caracteriza a esa desbordante festividad popular como una celebración delirante de entrega irrefrenable a la satisfacción de los sentidos, donde las contenciones son dejadas a un lado y echadas al olvido.

Una carga mito-poética entrelaza narraciones orales originadas históricamente en ese tipo de baile, recreadas con sentido metafórico en evoluciones danzarias ahora estilizadas, al ser llevada al teatro. Destaco, cómo próximo al comienzo se crea un efecto prodigioso, el de un ser femenino doble, interpretado por dos bailarinas, cuyos etéreos tejidos se abren en abanicos semitransparentes, metaforizando el insinuado proyectarse de las alas recogidas inicialmente de una crisálida, desplegándose en las de una mariposa espléndida, saliendo definitivamente de la condición de oruga, signo temporal de metamorfosis y nacimiento a la vida fecundante con un alto poder de seducción visual, pura ambrosía cautivante. Casi es un nuevo nacimiento de Venus al que asistimos en este pasaje, como si la diosa romana del amor, de la belleza y la fertilidad, naciera como una forma asombrosa y hermosa de la naturaleza. Encarnada ahora simbólicamente a nivel pagano en la sensualidad desbordada y desinhibida de la naturaleza toda, como su lugar cimero de residencia. Manifestada en activar la fuerza indómita de los hombres asediando amorosamente a las mujeres, y estas, deseosas de complacencia, incentivando el lance de estos a la conquista y seducción de la beldad deseada y solicitada.

“(…) al comienzo se crea un efecto prodigioso, el de un ser femenino doble, interpretado por dos bailarinas, cuyos etéreos tejidos se abren en abanicos semitransparentes”. Imagen: Tomada de Internet

Ellas, en anuncio anticipado de la fertilidad, expanden la fragancia sensual de sus cuerpos deseosos de amor y galanteo, provocando grupalmente a los hombres, quienes se lanzarán en ruedo a exhibir sus destrezas corporales, como lo hacen igualmente muchas especies animales en espectáculo ostentoso ante la hembra deseada. Y en una aún más osada interpretación, propongo la semejanza de cómo se lanzan los espermatozoides, presurosos por llegar al óvulo y fecundarlo, creando todo un cortejo de movimientos muy dinámicos ante aquel, para ver cuál de ellos es capaz de hacer la penetración fecundante. Avanzo esta interpretación que tal vez esté inconsciente entre las imágenes enraizadas en el imaginario creativo del coreógrafo, pero que me ha parecido aflorar nítidamente en el hermoso pasaje de varios bailarines intentando acercarse a seducir a la beldad que tienen delante, imagen en profundidad metafórica como se nos hizo evidente al observar con detenimiento el desempeño de ese grupo de hombres ante la hembra asediada mediante la ejecución de cabriolas en los galanteos, esperando a ver quién de ellos sería capaz de tener la habilidad de conquistarla.

“Ellas, en anuncio anticipado de la fertilidad, expanden la fragancia sensual de sus cuerpos deseosos de amor y galanteo, provocando grupalmente a los hombres, quienes se lanzarán en ruedo a exhibir sus destrezas corporales”.

En otra escena, en lógica consecuencia, son los celos, por el contrario, los que afloran en la competitividad de los hombres, golpeándose gestualmente de manera simbólica entre ellos, como ocurre igualmente en el desafío entre los animales, de donde proceden originalmente los comportamientos de estirpe natural, luego socializados en los humanos. Las mujeres demuestran tener habilidades especiales para ejercer la seducción. Es la hembra deseante la que desata las pasiones y hace saltar el pecho palpitante. El pasaje de cuatro de ellas desafiantes es muy elocuente al efecto. La astucia seductora femenina es arrogante porque sabe del poder de sus efectos sobre los hombres, quienes no vacilan en desafiarse por celos, cuando en realidad, bien mirado, son las mujeres ante ese comportamiento varonil las que salen victoriosas, pues reducen la poderosa gallardía masculina ante una furtiva mirada lanzada de soslayo a alguno de ellos, por la cual son capaces de cualquier alarde para llamar la atención de la que aspiran a llegar, bajo el efecto de la seducción del hechizo femenino. Significativamente, varios de ellos, sentados en escena, mueven sus piernas deslizándolas en gestualidad de un erotismo suave e insinuante, y hacen alardes ante la hermosura de la mujer. Todo, cuanto sea por la conquista amorosa. De ahí cómo al clima suave en una escena precedente sigue una tensión sostenida, al punto de dar la sensación de poderse desatar una riña. La música de tambores así lo presagia. A los hombres les basta un simple roce para desatar las rivalidades y la llamarada incendiaria prende de golpe. El fogoso dinamismo y fortaleza de las sonoridades de los instrumentos musicales denota claramente el poderoso empuje de la fuerza masculina. Es su signo erótico de efecto retumbante. Los torsos desnudos lo acentúan. Pechos descubiertos masculinos para enamorar a las mujeres y mostrarse desafiantes ante rivales.

“Una carga mito-poética entrelaza narraciones orales originadas históricamente en ese tipo de baile (…)”. Imagen: Tomada de Prensa Latina

Para dar cuánto de belleza hay en la pasión amorosa, una pareja se encarga de ponerlo al descubierto en una escena. Una vez aceptada la atracción mutua, el deseo de acercarse adquiere matices del enamoramiento. Con la suavidad de las caricias en las acciones gesticulantes ha bastado al coreógrafo para componer un pasaje muy hermoso al hacer uso del empleo de pañuelos delicados de color claro. Uno para cada amante. Deslizándolos en composiciones que representan las suaves caricias entre los cuerpos deseantes hasta llegar a unirse firmemente apretados los dos pañuelos en el puño del hombre, en gesto de unión física, potencia y firmeza sostenida en la consumación amorosa. No es el desenfreno. Son los comienzos del cortejo. Pasaje sobresaliente de una gran perfección musical y danzaria, donde la forma y el sentido de la expresión resultan sabiamente articulados.

“Los hombres en la corpulencia física y su vigor, armonizan y se complementan con la belleza inobjetable de la visualidad de las bailarinas”.

La etapa de la vida más floreciente y aprovechable es precisamente la juventud, esa que más que representada parece ser encarnada por todo el conjunto de bailarines con carácter ejemplarizante. Por eso mismo, la notoria exigencia técnica a los bailarines es igual para todos. No hay papeles pequeños. Los momentos singularizados por solo algunos bailarines son para concentrar la carga semántica del conjunto.

Los hombres en la corpulencia física y su vigor, armonizan y se complementan con la belleza inobjetable de la visualidad de las bailarinas. Las fuerzas de la vida se espejean en ellos y se les adhieren. La sensualidad humana se carga de significados y modos socializados. Es la entrega necesaria para el éxito en todas las tareas físicas a cumplir.  Lo biológico del hombre necesita entrenamiento, sobre todo entrega abierta y confiada. Esos son los mecanismos biológicos y sociales caracterizadores de nuestra especie. Nada ajeno al desempeño preparatorio y al lucimiento de destrezas que se presentan de continuo en muchas especies del reino animal. Vitales para las funciones corporales y emocionales en los ciclos de la vida. Esa, cuyo esplendor en la juventud es toda pasión arremolinada, donde el corazón se enciende, late aprisa y quiere salirse, desbordándose del pecho.