El júbilo de lo divino: les ballets de Monte-Carlo en La Habana
Quiero —¿qué más quisiera yo?— describir lo que siento luego de haber visto el espectáculo Core Meu que Les Ballets de Monte-Carlo le regaló al público cubano durante tres días en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba. No es que me falten las palabras… es que se me atropellan las emociones.
Al tanto del prestigio de la compañía de ballet de la Ópera de Montecarlo, refundada en 1985 por Su Alteza Real la Princesa de Hannover, y con la recomendación del bailarín, coreógrafo y profesor Javier Cid —quien participó en el recién celebrado XXX Encuentro Internacional de Academias para la Enseñanza el Ballet en La Habana— acudí al teatro, deseosa de conmover mi alma, más allá de la admiración que puede despertar una técnica depurada y una puesta en escena coherente y armónica. Y salí, rebosada.
La vitalidad enérgica compartida a través de los movimientos danzarios y de la música interpretada en vivo no tiene comparación con lo que he apreciado antes. ¿Bailarines en puntas? Sí, a lo clásico, pero bailando la tarantela, baile popular del sur de Italia que demanda del cuerpo mucho más. Mezcla espectacular que ofrece aire fresco a la danza clásica y enriquece la tradicional, unión necesaria entre la academia y lo contemporáneo de la cotidianidad que, sabiamente, inspira, emociona, despierta.

A cargo de la coreografía el director de la compañía, Jean-Christophe Maillot, acreedor de numerosos premios y distinciones honoríficas, quien ha dicho que: “la danza se fusiona con el teatro, entra en escena bajo una gran carpa, evoluciona hacia el ámbito de las artes visuales, se nutre de las más diversas partituras y explora diferentes formas literarias”. Ello explica que en Core Meu disfrutáramos de un espectáculo teatral con la danza como esencia y la música como parte indispensable. Cada trama teatral quedaba beneficiada de tal forma que era sencillamente colosal y siempre la intención fue permanecer todos juntos, porque de eso se trata, de compartir.
Jean-Christophe Maillot: “la danza se fusiona con el teatro, entra en escena bajo una gran carpa, evoluciona hacia el ámbito de las artes visuales, se nutre de las más diversas partituras y explora diferentes formas literarias”.
“Sufi”, “Core Meu”, “Respiri di pizzica”, “Beddha ci dormi”, “Fomenta”, “Corri” y “Tremula terra” son las piezas que conforman esta puesta escénica, consecuencia del ballet que Maillot presentó en julio de 2017 durante las Fiestas de la danza, en el que los bailarines se fusionaron con el público. ¡Así sucedió en La Habana!
Reelaborada la obra, llegó a la capital cubana con sensualidad, precisión, ímpetu, vigor, fuerza, sensibilidad, destreza, suavidad… y los vítores, ovaciones y aplausos no cesaban al término de cada pieza. Al final, los bailarines —quienes al inicio también subieron al escenario luego de caminar por ambos lados de la platea— bajaron a invitar al baile a todos los que allí estábamos, vibrando.

Un ingrediente exquisito y a mi juicio, causante de toda la catarsis emotiva, fue la música. Esas mismas coreografías, sorprendentes por sus tecnicismos y bríos renovadores de contemporaneidad, provocarían diferentes sensaciones si otras fueran las melodías que las acompañaran. De manera excelsa y acertada, el cantante, músico y compositor Antonio Castrignanò ocupaba el centro del escenario con su Taranta Sounds, agrupación conformada por sonoridades desgarradoras a ratos y motivadoras siempre. Su voz, la del propio Antonio, una suerte de sonido ancestral con timbres genuinamente modernos. Ya lo dije al principio, quiero describir tanto… y no puedo.
Al término de todo el performance, incluyendo la danza entre las butacas de los asistentes, la ocasión fue propicia para conceder el Premio de Honor Cubadisco a Castrignanò, quien lo recibió en nombre de su banda también, y a Les Ballets de Monte-Carlo, recibido por su Alteza Real, la princesa de Mónaco y princesa de Hannover, Carolina de Mónaco.
Después, para sorpresa de todos, los músicos y bailarines de Danza Contemporánea de Cuba fueron contagiando con sus cantos y bailes folclóricos desde la platea a todos los presentes y subieron al escenario, para fundirse con los 50 bailarines de Les Ballets de Monte-Carlo, quienes —seguramente— no se imaginaron alguna vez que moverían sus cuerpos al compás de los tambores cubanos.
Por otra oportunidad como esta, que luego de diez años fue la segunda.