Días atrás, el 15 de julio, se cumplió un siglo, dos décadas y un lustro, es decir, 125 años, del natalicio del periodista y narrador Enrique Serpa, suceso que tuvo lugar en La Habana de 1900.

No fue, no es Serpa, un ejemplo más de novelista y cuentista en nuestra rica literatura. Obtuvo lauros importantes y, sobre todo, fue un autor entre los más leídos años atrás. Aun hoy, si se le publicara con mayor frecuencia gozaría de las preferencias. Prosa amena, periodística, rápida, trama con cierta dosis de intriga, aventura y realismo, le caracterizaron.

Aquí va una anécdota conocida, pero que vale la pena recordar. A raíz de la reedición de su novela Contrabando por el Instituto Cubano del Libro en 1977, la ensayista Loló de la Torriente recordaba que cuando Ernest Hemingway la leyó, le preguntó dónde estaba Enrique Serpa y le pidió que se lo presentara.

Loló localizó al autor y juntos fueron al restaurante Floridita a encontrarse con Hemingway quien, al principio, con cierta aspereza en el tono, dijo así:

—Oiga, amigo, ¿por qué pierde usted su tiempo como repórter?

A lo que el cubano replicó:

—Porque aquí no pagan veinte mil dólares por un cuento corto para el cine… ¿Sabe usted?  Y mi familia y yo también comemos…

Entonces, mucho más amistoso, el morador de Finca Vigía le dijo sin rodeos:

—Es usted el mejor novelista de América Latina y debe dejarlo todo para escribir novelas.

Al día siguiente, pese a lo tarde en la noche cuando los dos escritores se despidieron, Serpa marchó nuevamente, cuaderno en mano, a cubrir noticias para la prensa. La anécdota revela quién fue Enrique Serpa y qué representa en el panorama de la literatura cubana del siglo XX.

Contrabando le valió a Serpa el Premio Nacional de Novela convocado en 1938. A diferencia de otros autores que antes y después han tratado el tema marino desde una óptica más bien contemplativa, Serpa lo asumió por su arista dura y cortante, pero trasmitiendo un vigor narrativo y belleza en el lenguaje propios del artista genuino. A unas cuantas décadas de su primera edición, Contrabando sigue siendo una lectura apasionante y es considerada la mejor novela cubana del mar.

Contrabando le valió a Serpa el Premio Nacional de Novela convocado en 1938”.

Sin embargo, esta obra la escribió un compatriota que por necesidad tuvo que hacer muchas cosas antes de fijar el rumbo hacia las letras, porque Serpa, proveniente de una familia de escasos recursos y nacido en la capital, se desempeñó en disímiles oficios: zapatero, mensajero, tipógrafo, pesador de caña y empleado de un central azucarero, hasta que su amigo y condiscípulo Rubén Martínez Villena lo colocó como su auxiliar en el bufete de Fernando Ortiz.

“A diferencia de otros autores que antes y después han tratado el tema marino desde una óptica más bien contemplativa, Serpa lo asumió por su arista dura y cortante, pero trasmitiendo un vigor narrativo y belleza en el lenguaje propios del artista genuino”.

El suyo es, pues, un caso como el de muchos escritores: hecho por las lecturas y las desventuras, por la conjunción del talento natural, el amor por el oficio y una cierta dosis de bohemia.

Fue miembro del Grupo Minorista nucleado junto a Martínez Villena desde mediados y hasta finales de la década de los 20 del siglo pasado. El periodismo de cada día, como reportero de El País, y sus colaboraciones aquí y allá, le daban lo indispensable para vivir, mantener a los suyos y estar siempre a la caza de noticias para sus crónicas, reportajes, comentarios. Y aunque del Serpa poeta casi nunca se habla… vale apuntar que publicó dos libros: La miel de las horas y Vitrina, ambos con versos de juventud, de su época de adherencia al simbolismo que, procedente de Francia, dejó huella acá.

“Su otra novela de gran impacto se tituló La trampa, escrita durante su estancia en París como agregado de prensa de la embajada cubana”.

Varios de sus cuentos han sido traducidos; otros, antologados, y uno en especial, “La aguja”, incluido en su libro Felisa y yo, de 1937 (obsérvese la fecha), mereció años atrás el siguiente comentario del también narrador Manuel Cofiño (1936-1987):

”Hemingway, que sabemos conocía la obra de Serpa (…) es posible que haya encontrado en ese relato —aunque sobre esto hay que ser muy cauteloso—, el germen, la semilla, el estímulo literario fecundante, como diría Alfonso Reyes, de su gran obra El viejo y el mar”.

¿Qué le parece? La lectura de un pequeño fragmento de “La aguja” permitirá al lector comprobar cuán sagaz es la observación de Cofiño:

Pedro, el viejo pescador a quien llamaban Abuelo en el litoral, saltó hacia la cala huidiza y la sostuvo con mano firme. El curricán quedó entonces perpendicular, tenso como las cuerdas de un contrabajo, y Pedro sintió en el anzuelo, a ciento veinte brazas de profundidad, un peso enorme, cual si la embarcación hubiese anclado de repente. Estremecido de júbilo se volvió hacia su hijo Carlos y, con el rostro abierto en una exhibición de dientes amarillos y cariados, musitó:

—¡Está comiendo! ¡Es un peje grande!

¡¡¡Magistral!!! Mas no solo “La aguja”, también “Aletas de tiburón”, de carga social y crítica intensa, es igualmente un cuento entre los mejores de la narrativa cubana. Serpa fue un conocedor avezado del vocabulario de los temas que trató y manejó con seguridad los hilos de un suspense que el lector llega a sentir con ansiedad y que lo lleva a desarrollar su solidaridad con el despojado.

La manigua heroica es otro de los relatos que mucho se disfrutan, y es que Serpa, tal vez debido a su entrenamiento periodístico, nunca se cansó de escribir: era su oficio y lo cumplía con satisfacción.

Su otra novela de gran impacto se tituló La trampa, escrita durante su estancia en París como agregado de prensa de la embajada cubana. Al triunfo de la Revolución volvió a Cuba y reanudó sus colaboraciones en la prensa, tejiendo nuevos relatos.

Murió en La Habana el 2 de diciembre de 1968, y hoy se le considera uno de los más importantes representantes de la narrativa cubana del siglo XX. Hemingway, con su buen ojo, no se equivocó.