Diego Despreciado nació en Antioquia, un departamento donde confluye la región andina y el Caribe en el noroeste de Colombia; pero no en Medellín, su capital, sino en Apartadó, un municipio fundado a inicios del pasado siglo en la subregión de Urabá y conocido como la capital bananera de Colombia. Apartadó, su ciudad natal, se encuentra en el Caribe colombiano y eso podría explicar, de alguna manera, parte de la literatura de Diego Despreciado, quien visita Cuba por segunda ocasión para participar en la XXIX Fiesta de la Cultura Iberoamericana, que se realizó en Holguín del 24 al 18 de octubre (la primera fue en 2019, en el Encuentro de Poetas del Mundo La Isla en Versos, durante las Romerías de Mayo).

En el Caribe han pasado tantas cosas que uno se resiste a creer en el ciclo real de los acontecimientos, en la lógica de los sucesos cotidianos… El que siempre ha sido un territorio convulso, agitado, efervescente, fantástico, dio cuerpo a lo “real maravilloso”

En el Caribe se fundieron por primera vez muchos de los procesos que hoy reafirman nuestra identidad: por aquí arribó el Almirante Cristóbal Colón en 1492 y ocurrió el encuentro, choque o encontronazo entre los europeos y los habitantes del arco de las Antillas y sus islas mayores; por aquí inició la conquista, colonización y gradual exterminio de las poblaciones indígenas, sobre todo de las islas; por aquí comenzó la trata y esclavitud de pueblos africanos arrancados de cuajo de sus tierras y con ellos, un elemento nuevo al ajiaco ortiziano, el de sus riquísimas culturas, fecundadas junto a la caña de azúcar, otro elemento cohesionador de una región disputada por corsarios, piratas y varias potencias; por aquí llegaron también los ecos de las revoluciones en la vieja Europa con aires de Ilustración, rebeldía y monarcas guillotinados, que tan bien captó Alejo Carpentier…

A ritmo de vallenato, vibra en el Caribe de Apartadó de Diego Despreciado la diversidad cultural de esa mezcla única donde se agitaron en la cocción afrodescendientes, mestizos, pueblos originarios.

En el Caribe han pasado tantas cosas que uno se resiste a creer en el ciclo real de los acontecimientos, en la lógica de los sucesos cotidianos… El que siempre ha sido un territorio convulso, agitado, efervescente, fantástico, dio cuerpo a lo “real maravilloso” y también al realismo mágico. Allí en el Caribe de Apartadó de Diego Despreciado —pues el Caribe es, además, una región sobre todo espiritual, un estado del alma— vibra, a ritmo de vallenato, la diversidad cultural de esa mezcla única donde se agitaron en la cocción afrodescendientes, mestizos, pueblos originarios… para dar forma al rostro, a los trazos del cuerpo y de la identidad de lo que somos.

Sus breves crónicas portan, con subrayada ironía, lo singular y lo real-maravilloso carpenteriano que casi siempre está a flor de piel en la región.

La literatura de Diego Despreciado es territorio —al menos los dos libros suyos que he leído— de las múltiples confluencias que hacen del Caribe un paisaje en los terrenos del mito, un sitio de posibilidades y confluencias inimaginables; y por tanto, por esa dificultad de concreción, más sorprendentes cuando las vemos levantar vuelo.

En Pequeñas crónicas del Nuevo Mundo, publicado por Fallidos Editores en 2016, Diego es partícipe, desde la reelaboración, o sea la rescritura, de la historia y el mito, al revisitar momentos significativos y singulares de los primeros años de la conquista y colonización americana, del lento y voraz despojo y del proceso de transculturación que acuñara Don Fernando Ortiz.

Sus breves crónicas portan, con subrayada ironía, lo singular y lo real-maravilloso carpenteriano que casi siempre está a flor de piel en la región. A él le interesa esa realidad que vive en la Historia, en la que lo mágico se mezcla con lo cotidiano, y lo bello que asombró al europeo ávido de riquezas, como todo colonizador, entronca con el sufrimiento y el dolor de los pueblos. “América es también la historia de lo tórrido”, subraya en el prólogo Hernán Descortés. Diego Despreciado narra de esta manera, en sus Pequeñas crónicas del Nuevo Mundo, lo bello y lo trágico, lo singular y lo originario de Nuestra América, en un libro que nos recuerda, tanto en la forma como en la escritura, las historias de Monterroso, Arreola y Galeano.

En Pequeñas crónicas del Nuevo Mundo Diego es partícipe, desde la reelaboración, o sea la rescritura, de la historia y el mito.

Su otro texto es una obra dramática en un solo acto y le permite sumergirse también en la historia. Pero esta historia, a diferencia de aquella del siglo XVI, es palpable, familiar, sale en los periódicos, en las noticias en la televisión y ha desangrado familias y comunidades, tradiciones y esperanzas en Colombia. Ganador de la Convocatoria de Estímulos del Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia en 2022, Cielo de tierra, como se titula la obra, nos pone a hablar a varias ánimas en pena.

Todos los personajes yacen en una fosa común, abandonados, víctimas de las bandas paramilitares y la violencia del conflicto armado. Las voces se interrumpen y recuerdan su vida, su pasado, las causas por las que están allí, ahora, amontonados, tierra en la tierra, polvo en el polvo, como en aquellos epitafios de Edgar Lee Masters en Spoon River o las voces de Rulfo poblando Comala.

No se mueven, allí están, sin que sus familiares conozcan el paradero de sus cuerpos, como tristes figuras de un juego en el que siempre perderán los inocentes, extrañando olores, sabores, la vida… Todos sus personajes son voces sin voz, ecos de ultratumba que piden justicia o comprender las causas de ciertas cosas. Para eso escribe también Diego Despreciado, para dar voz a los otros y para que la suya, sentir de poeta trashumante, ayude a sanar la herida y haga más leve el paso de las horas bajo ese oscuro cielo de tierra, esparcido por los múltiples rincones de América Latina.