Maravillosa la noticia de que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) reconoció como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad la práctica del bolero en Cuba y México. Considero justo compartir ese estatus con la nación azteca, precisamente porque no se refiere al hecho fundacional, sino a la práctica reiterada y con calidad de ese que tal vez sea el más difundido de los géneros musicales de nuestro continente. Más que un elemento de discordia, prefiero asumirlo como uno de esos lazos que hacen concurrir en un mismo cuerpo sentimentalidades afines.

Otros países del continente, como Venezuela, Chile, Puerto Rico, Perú, República Dominicana, Argentina y Brasil podrían reclamar, legítimamente, su pedacito en el jolgorio, pues nadie niega que Felipe Pirela, Alfredo Sadel, José Luis Rodríguez (El Puma), Oscar D’León, Lucho Gatica, Monna Bell, Rafael Hernández, Marc Anthony, Cheo Feliciano, Bobby Capó, Andy Montañez, Héctor Lavoe, Danny Rivera, Gilberto Santa Rosa, José Feliciano, Daniel Santos, Julio Jaramillo, Taina Libertad, Víctor Víctor, Daniel Riolobos, Simone, Caetano Veloso y Nelson Ned, más muchos otros, dieron un buen espacio al bolero en sus repertorios.

Pese a lo arriba afirmado, lo cierto es que tras la aparición en el Santiago de Cuba de 1883 de Tristezas, de la autoría de Pepe Sánchez, sobrevino la generalización de ese modo de decir la canción con México y Cuba en la vanguardia de los compositores e intérpretes. No hago más extensa la enumeración para demostrar la validez rotunda de los protagonismos que se nos concede junto a los inspirados vecinos. Resulta que lo obvio no necesita mucha demostración, y las evidencias que testifican a nuestro favor son demoledoras. No creo que en ninguna otra área del mundo esas piezas, casi siempre de requiebro amoroso —aunque las haya de celebración y deslumbramiento— respiran en la cotidianeidad a la par de los corazones de casi todos sus ciudadanos.

Muchos géneros le disputaron protagonismo al bolero en el panorama musical cubano, pero no todos han conseguido su permanencia. Imagen: Tomada de Cuartoscuro

Al bolero siempre le disputaron protagonismos en la música cubana: el son, el danzón, el mambo, el chachachá, la balada, el rocanrol, el pilón, el pa-cá, el mozambique, la timba, la salsa… bebieron de esas aguas, pero lo cierto es que no todos han conseguido la permanencia y la capacidad de resurgir con la fuerza que lo ha hecho el bolero, pues entre sus bondades se encuentra la ductilidad para aleación con otros géneros. Bolero-chá (Pepe Olmo y Felo Bacallao con la Aragón), bolero-ranchera (Javier Solís y Vicente Fernández), bolero-tango (Rolando Laserie), bolero con aires de mambo (el Benny y su Banda Gigante), bolero moruno (Tejedor y Luis) son algunos de los ejemplos del fenómeno. El filin y la nueva trova comparten, alegres y dialogantes, algunos territorios con él.

Hubo una época en Cuba en que —con los empachos de modernidad de los años sesenta— el bolero fue calificado de decadente y casi desaparecido de los medios de difusión, pero con los influjos de nuestra tardía posmodernidad —asumida en los noventa— se recuperó, con nueva fuerza y lecturas menos peyorativas, su casi omnipresencia en el discurso sonoro de cada día. La Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem), con la colección Las Voces del Siglo, dio una agradecible contribución al rescate de aquellas piezas y aquellas figuras.

Tras la aparición en el Santiago de Cuba de 1883 de Tristezas, de la autoría de Pepe Sánchez, sobrevino la generalización de ese modo de decir la canción con México y Cuba en la vanguardia de los compositores e intérpretes.

Tengo el propósito, con este texto, de incorporar a la celebración, como referencia bastante desleída, a algunas de las voces que en su momento dieron su aporte a la atmósfera bolerística y resultan casi desconocidas para los actuales consumidores de música en nuestro país. El rescate que reseñaba, como todo rescate, puso el acento en lo emblemático, razón por la cual resulta comprensible que las interpretaciones de: Amelita Frades (Cuando un amor se va), Bienvenido Granda (Cuatro palabras), Celio González (Vendaval sin rumbo), Domingo Lugo (De cigarro en cigarro), Kino Morán (Dos perlas), Fernando Albuerne (Usted), Portillo Scull (Canta lo sentimental), Guillermo Portabales (Solamente una vez), Néstor del Castillo (Gitana cuando caminas), Wilfredo Mendi (Te voy a besar), Frank Hernández (Me equivoqué), Manolo del Valle (Es mejor vivir así) y Alfredo Martínez (Dónde está tu amor) no hayan contado con nuevas versiones y nuevos intérpretes. No los considero parientes pobres invitados a la fiesta.

Cuánto bolero en nuestras serenatas, guateques, bailes de salón, y hasta fiestas de quince y bodas, por lo general acompañados de cócteles y entremeses, hemos consumido como mismo se degusta un dulce de coco. Hay poesía en el bolero, y poco importa que a veces sea neorromántica, modernista, cursi o llorona, porque su función conversacional generalmente la cumple con eficacia. No son pocas las veces que un bolero habla por nosotros: construimos muletillas con sus frases. “No hagas caso de la gente /sigue la corriente y quiéreme más”; “Eres maravillosa, vida consentida”; “No te detengas a mirar / las ramas muertas del rosal”, son frases que a veces en el cortejo amoroso he visto usadas, unas veces con el corazón en la boca, otras con el sarcasmo o la ironía a flor de piel, lo mismo en el ayer galante que en la atmósfera expandida del vale todo actual.

Hay poesía en el bolero, y poco importa que a veces sea neorromántica, modernista, cursi o llorona, porque su función conversacional generalmente la cumple con eficacia.

Que nadie nos empañe el placer de sabernos parte de la espiritualidad universal. El sentir latinoamericano ya tiene un nuevo embajador con acceso a los salones más encumbrados y también a los más humildes, de donde emergió dispuesto a retratarnos con sus notas. Convoquemos a todos: los grandes y los pequeños, los que sueñan con palabras propias y los que lo hacen con préstamos. La clave es soñar: heridos de sombras, locamente enamorados, alma con alma siempre, porque en cualquier esquina de Cuba (de México y el continente) podremos encontrar un bolero que nos salve la vida.