“Gaviota”
¿Cómo comenzar este poema? Cuando el crucero
navega al sur desde la península de los Apeninos,
las enormes turbinas, batidoras del mar índigo,
abren un surco de remolinos,
—herida del mar, profunda y prolongada—.
Un grupo de gaviotas, nace de la herida, se eleva,
y en vuelo bajo estallan en gritos y danzas.
Me asombraba que tantos versos tan pesados
salieran de una mano ligera, las nubes ligeras,
se hundieran entre piedras y lodo.
La tierra es tan vasta, el mar, igualmente inmenso.
Una mole de ciento treinta mil toneladas,
con miles de almas a bordo,
sigue siendo solitaria sobre la vastedad azul. Sólo la
gaviota resplandeciente
se vuelve mensajera que conecta las tierras, y transmite
gozos y penas,
y tal misión, tal destino, ni ella ni nosotros
lo sabemos. Somos nuestros propios límites y cargas,
la gaviota es su propia aeronave,
y también“el gozo hecho carne”.
Vuela alrededor del crucero, entre cielo y mar,
tejiendo una imagen blanda —la retórica del vuelo—.
Por un instante, se mantuvo a la par del crucero,
con las alas extendidas, sin agitarse al ritmo de las olas,
sino
al compás de mi ánimo. En el instante de mi mirada,
era casi inmóvil —inmóvil el tiempo—.
…Sentado en la cabina, dejé en pausa un poema,
y cavilé sobre un hombre, una gaviota, un barco,
una pausa mínima sobre las cuerdas del tiempo, mientras
el grito en la oreja
seguía empujando mis tambores y mareas interiores:
quizás el grito de un ave puede ser entendido por otra
de especie distinta; pero un poema, una palabra humana,
podrán difícilmente ser traducida o contada con precisión,
aunque comparten… especie, etnia,
siguen hundidos en montones de palabras, en corrientes
de sospecha,
—turbias, frías, y sombrías—.
“El bote salvavidas del mediodía”
El mediodía viene, separando el día despierto.
Una posada en la frontera entre ciudad y campo,
conecta el bullicio y la soledad.
El tiempo libre de la vida es tan largo, tan insípido.
Me siento solo en un balcón que sobresale del edificio —
un bote salvavidas colgado de un crucero.
Fuera de la baranda, piñas ocultas entre agujas de pino,
silenciosas como granadas negras.
“Se mecen en la cuna de la oscuridad, sin nombre ni
apellido”.
Los cuervos rondan sobre un puente de troncos,
y las obsidianas giratorias, esperan al viento para estallar.
A lo lejos, hay un velo verde de hierbas, un muro de
árboles frondosos.
Un coche pasa, parpadea y desaparece.
Como si el tiempo… pestañeara. ¿Hacia dónde va?
Aquel hombre, aquellos hombres, en su carrera,
comparten conmigo la misma incertidumbre?
Hay un momento, en que el tiempo se estanca entre
la mirada fija y la meditación.
Observar y describir parecen débiles y pálidos.
Conduzco este bote salvavidas, intentando dibujar el agua
del tiempo
pasando la imagen de la torre del ser, y yo — ¿un modelo?
Soy manchado, deformado en el lienzo agitado.
Sí, no soy yo. Ni tú, ni ustedes.
Es el tiempo quien lo corrige, quien lo reescribe todo.
El punto frágil del mediodía de la vida
no resiste las olas ni el viento. Cierro los ojos:
el motor, el canto del ave, el zumbido del aire
acondicionado,
resuenan y se mezclan en un océano de atmósfera azul
hirviente…
* Nació en la década de 1960, comenzó a escribir en los años ochenta. Ha sido invitado a participar en festivales internacionales de poesía como el Festival Internacional de Poesía de Satu Mare (Rumanía). Es autor de los poemarios El mar sobre las hojas de hierba, El río cambiante, Introspección y aves lejanas, Nuevos juejus: arena y espuma, Colección de trinos, El muro de Berlín y Jerusalén, o el gozo y la inquietud de la palabra y El umbral móvil; del libro de ensayos El estanque propio; y de la recopilación de críticas poéticas Manifestarse y desaparecer en el tiempo: notas de lectura sobre la poesía de Wang Guilin, entre otros.
