Hace unos días se dio una polémica en las redes sociales en torno a si Halloween, la famosa celebración anglosajona del día de los muertos, es o no penetración cultural. Para algunos, dadas las duras condiciones materiales que vivimos, era un aliciente nada criticable el hecho que se moviera un poco la felicidad y el jolgorio en nuestras calles. Para otros, hubo extrañeza, resquemor e incluso alarma.

Pero la virtud en tales casos está en buscar las aristas a partir de un análisis sin prejuicios que mire el fenómeno desde su esencia. El mundo se ha globalizado, no se puede determinar la entidad de ninguna nación sin tener en cuenta que, producto de la técnica, ya ningún sitio está alejado de otro, sino que las distancias se volvieron meras percepciones teóricas.

La realidad que hoy se impone a partir de la deslocalización de las identidades transforma cualquier noción que se tenga acerca de lo propio y lo ajeno, no solo porque existe una comunicación instantánea que ha borrado lo físico y lo ha resignificado, sino porque existen poderes fácticos que a través de la técnica misma se lanzan a la conquista de los significados o sea del sentido del mundo.

La Escuela de Frankfurt y básicamente Theodor Adorno y Max Horkheimer, se ocupó de las implicaciones del dominio de la técnica sobre la cultura a partir del surgimiento de la sociedad de masas a inicios del siglo XX. Quien lea la obra del filósofo Ortega y Gasset hallará cómo se trazan las pautas de un nuevo entendimiento de la vida en una cotidianidad que fabrica no solo pensamientos en serie, sino personas, las cuales actúan de una forma bastante parecida y predecible. Son los años en los cuales se hacen los experimentos de la filosofía conductista y surgen los estudios de comunicación de masas dirigidos al control social.

Se trataba de las décadas que enaltecieron a la radio como vía de encuentro y de propaganda, de publicidad; que por primera vez hacía que grandes cantidades de personas consumieran de manera instantánea y al unísono un mismo mensaje. No en balde coexisten en ese mismo lapso el fenómeno del fascismo y del ascenso del Tercer Reich alemán.

De la radio, que es un medio estático, al igual que la televisión, se pasó a internet, en el cual el individuo además de consumir, crea contenidos. Es ese espejismo de la participación lo que hace que las personas se sientan importantes y crean que lo que piensan o escriben se origina en su propia mente, cuando no es así.

Sin la radio, sin los ministerios de propaganda, sin un estudio acerca de cómo manipular a las masas, los totalitarismos del siglo no hubieran sido posibles. En ese contexto, la Escuela de Frankfurt establece las pautas para estudiar lo que luego se conocería como la industria cultural, instrumento que domina las significaciones y que posee un marcado diseño de clases sociales. Como mismo existen herramientas para aprehender y dominar la tierra, hay otras que se usan en el campo de las significaciones. La conquista del mundo en el siglo XX era cultural y apuntaba al campo de la política y del mercado.

Cualquiera diría que aquellos años están alejados del presente y que no existen pautas que establezcan puntos de coincidencia entre los dos contextos. Pero no es así. A lo largo de las décadas el diseño de la sociedad de masas no hizo otra cosa que perfeccionarse y hacerse más globalizado.

De la radio, que es un medio estático, al igual que la televisión, se pasó a internet, en el cual el individuo además de consumir, crea contenidos. Es ese espejismo de la participación —salido de las nociones liberales de la política— lo que hace que las personas se sientan importantes y crean que lo que piensan o escriben se origina en su propia mente, cuando no es así.

Como parte del dominio de la cultura, la industria cultural conquista los deseos, las emociones, las aspiraciones y los sueños de las personas, transformándolas en entes sin identidad propia, con una conformación de valores poco autónoma. Usted no desea el carro, usted desea la sensación de tenerlo. Lo que se vende siempre es lo espiritual, pero se coloca por en medio la materia devenida mercancía. Y es que las relaciones humanas están mediadas, en el capital, por relaciones enajenadas de producción y reproducción del mismo capital. De ahí bebe la Escuela de Frankfurt para entender los procesos de colonización de la cultura y de dominio global.

Este asunto de la cercanía más allá de lo físico fue visto por otro miembro de la Escuela de Frankfurt, Walter Benjamín, no ya como un elemento negativo en la construcción de sentido, sino como un acontecimiento consustancial a la modernidad. Las fronteras se borran en tanto el mundo cultural se conquista mediante la técnica. Las personas propician este fenómeno pues se impone un acercamiento. Lo sagrado, lo que parecía soberbiamente lejano, la autoridad, todo es tocado por la masa y de esta forma metamorfoseado en otra cosa.

De ahí surgen las llamadas mediaciones de la cultura que impactan en la conformación de los mensajes y del consumo en general. La hibridación entre lo culto y lo popular, propio de una era que borra los límites, no es ni bueno ni malo, sino un fenómeno en sí mismo, derivado del diseño de las sociedades de masas.

Las nociones vinculadas al acto de “civilizar” a otra cultura van unidas siempre a la intención de dominio.

Pudiera incluso hablarse de una democratización con limitaciones del acceso a la cultura. Tal fue la idea original de internet, pero más allá de las nobles aspiraciones de universalismo, de las cuales el propio Benjamín era un depositario, toda construcción de poder responde a un interés mayor de clase.

Y en la conformación de la cultura para el consumo masivo existen instrumentales, técnicas, que arrasan lo que es inocente y en apariencia autónomo y lo recolocan en la línea ya sea del mercado o de la política con claros visos de parcialización.

Dicho de otra manera, los medios y las mediaciones poseen una dimensión de clase y, tal y como lo declara en su obra Jesús Martín Barbero, nada escapa a esa dimensión. El dominio de la cultura, como lo fue el del fuego o la conquista de un continente como el americano, conlleva un acto de barbarie y de atropello a la par que uno de globalización. Las nociones vinculadas al acto de “civilizar” a otra cultura van unidas siempre a la intención de dominio. De ahí que se hable de colonización o de recolonización.

La mayoría de los países del sur global que consumen lo que se produce en el norte global fueron en el pasado tierras subalternadas. Hay un remanente tanto material como espiritual que cumple una función de cómplice en el presente y que remite a los habitantes de tales sitios a una memoria de dominio extranjero.

Así, para determinados sectores en América Latina, esa recurrencia tiene que ver con cómo se percibe la cultura norteamericana como dominante y “mejor” que la propia y autóctona. Pero lo mismo acontece con otras ex colonias y sus metrópolis. El pasado se blanquea constantemente mediante un bombardeo de productos en los cuales la significación o sea la cultura es víctima del dominio de una técnica bien engranada y que se expresa a través de productos comunicativos.

Las sociedades del disciplinamiento sufren lo que Paulo Freire llamó pedagogía del oprimido, o sea una apropiación de la cultura a partir de una posición jerárquica de inferioridad.

Esto genera una especie de disciplinamiento de las sociedades que se trasmite a través de dispositivos de poder, ya descritos por la sociología y los estudios científicos del siglo XX a partir de la obra de Foucault.

Las aglomeraciones humanas de la modernidad viven imbuidas en maneras de poder en las cuales se jerarquiza la cultura y el consumo y ello determina a su vez una jerarquía social.  No es que lo ideal, lo espiritual o la producción artística subyuguen las relaciones económicas, sino que poseen una relación tensa y de retroalimentación con la realidad, siendo una determinante de la otra de forma bidireccional.

Las sociedades del disciplinamiento sufren lo que Paulo Freire llamó pedagogía del oprimido, o sea una apropiación de la cultura a partir de una posición jerárquica de inferioridad. Ello no significa que el oprimido lo haga de forma consciente, incluso en muchas ocasiones ello ocurre como resultado de una búsqueda de placer o gratificación. En su libro Pedagogía del Oprimido de 1969, Freire define la penetración cultural como: “La que hacen los invasores en el contexto cultural de los invadidos, imponiendo a estos su visión del mundo en la misma medida en que frenan la creatividad y expansión de los oprimidos. Puede ser discreta o abiertamente y amenaza con eliminar la originalidad de la cultura invadida”.

Se nos pide celebrar Halloween acríticamente, solo porque nos trae una “felicidad” fácil y sencilla, una que se basa en parecernos a quienes son “mejores, más “fuertes” y por tanto “felices”. Imagen: Tomada de Internet

Entonces, ¿cómo entender la asunción a partir de la técnica, o sea de las redes y de dispositivos de comunicación de esta era, de los códigos culturales del consumo y de la jerarquización en torno a lo que se entiende como realización y felicidad? Una mirada al fenómeno desde un punto de vista responsable nos hace topar con elementos del dominio de la técnica sobre el pensamiento ya descritos por teóricos citados y que cuentan con el aval de la comunidad científica social.

Y no es que la respuesta ante un fenómeno inevitable de la sociedad de masas sea la censura, ni prohibir, ni etiquetar. Esto no es una cuestión moralizante, no se trata de un asunto para separar y clasificar seres humanos, sino que más allá se asume que la pedagogía del oprimido se aprende y se desaprende y que hay herramientas de la enseñanza a todos los niveles que se deben implementar para la desalienación de las personas y así propiciar una jerarquía del consumo que no caiga en las fórmulas del dominio colonizador. Dicho en otras palabras, la ciencia social existe para ser usada y la misma técnica que nos coloca en una situación de desventaja, se puede estudiar para revertir el mal.

“…la pedagogía de libertar al oprimido debe partir del oprimido mismo, dándole a conocer que su identidad y valores no son menos ni están por debajo de los que se adquieren mediante el consumo”.

Lo primero es asumir que no se puede cambiar el diseño moderno de la sociedad de masas ni mucho menos la deslocalización y la globalización como procesos consustanciales a la humanidad en este estadio de desarrollo. Hay que jugar en ese terreno y aprender sus reglas. Lo segundo, que se trata de la mente de personas o sea entes investidos de derechos y no cosas, lo cual hace mucho más complejo el aprendizaje de técnicas de liberación, ya que se requiere de un trabajo consensuado a nivel ético individual y grupal.

Las manifestaciones en América Latina de educación popular evidenciadas en diferentes contextos buscan usar los códigos locales y jerarquizarlos como válidos en un proceso de negociación de valores. La ingeniería social opera a niveles propicios y alcanzables para personas que no tienen el acceso a la cultura requerido para entender cómo opera y su instrumentalización por parte de los poderes fácticos. Por ello, la pedagogía de libertar al oprimido debe partir del oprimido mismo, dándole a conocer que su identidad y valores no son menos ni están por debajo de los que se adquieren mediante el consumo. Así se comienza un empoderamiento de las comunidades que va hacia lo emocional, pero que es capaz de racionalizar en la justa medida conceptos claves.

Claro está, la reversión es solo parcial y moderada. No se puede salir de la sociedad de masas, sino convivir con sus elementos alienantes de forma activa y transformadora. Para el individuo subalternado no hay otro camino que el aprendizaje en su contexto de una pedagogía adaptada a ese tiempo y lugar. Eso es lo que lo llevará a un consumo más o menos activo.

¿Por qué las personas se suman a la campaña en torno a la denuncia de la fecha del 12 de octubre y ven con buenos ojos Halloween? Mientras que el tema de la conquista de América se ha usado desde diversas aristas, la celebración anglosajona es un claro ejemplo de cómo se vende la sensación de felicidad más allá del producto en sí mismo.

El terreno de la cultura es un área en disputa en la cual se puede usar la leyenda negra española en contra de un ente legítimo hispanoamericano que posee su lado reivindicador a partir de la producción de sentido y de la apropiación de la historia por parte de los pueblos más allá de las élites.

Si el 12 de octubre es, en efecto, un acontecimiento que hay que analizar con ética y reconocer las consecuencias nefastas para los pobladores del continente; no es menos cierto que de ese proceso salió una identidad que al norte global le interesa aplanar y desaparecer en términos de dominio cultural: la del sur.

El terreno de la cultura es un área en disputa en la cual se puede usar la leyenda negra española en contra de un ente legítimo hispanoamericano que posee su lado reivindicador a partir de la producción de sentido y de la apropiación de la historia por parte de los pueblos más allá de las élites.

Pero mientras una fecha como el 12 de octubre tendría que debatirse y analizarse, Halloween es más conveniente en términos de dominio pues se presenta como algo que solo hay que celebrarlo, sin mayores cuestionamientos. Así es como se produce el dominio y se afianza la pedagogía del oprimido.

Tras la frase “Nada que celebrar” muy común en torno a la fecha del 12 de octubre, se esconde una cancelación del debate que no opera en el sentido de la liberación ni del conocimiento del pasado y que incluso niega el legado de imbricación entre el hispanismo y los pueblos originarios. Por contraste, se nos pide celebrar Halloween acríticamente, solo porque nos trae una “felicidad” fácil y sencilla, una que se basa en parecernos a quienes son “mejores, más “fuertes” y por tanto “felices”.

Un análisis del discurso en las redes sociales nos trae la presencia de estos manejos de significantes tras los cuales se esconde una construcción de poder interesada, como dijo Freire, en negar, en constreñir la identidad y la cultura del oprimido, a la vez que se le impone la visión ideológica del opresor. Se opera por saturación o por cancelación, dejándonos pocas opciones y casi ningún debate.

Se puede entender la naturalidad de adquirir hábitos de otras latitudes, pero no el acriticismo de algunos líderes de opinión que no están propensos a aceptar un debate serio en torno a estos procesos.

Una de las vías a través de las cuales se ha querido negar todo el proceso ha sido la de banalizar la colonización cultural y verla solo como un tema demodé que no aporta a los elementos más acuciantes del instante que se vive. Se habla de una materialidad que está en crisis y de la necesidad de un escape lúdico que exprese de alguna forma y sublime el dolor de las personas. Esa vía conduce al falso concepto de que la colonización cultural no existe o que se trata de un debate teórico para una parte de la academia, pero que no posee una concreción exacta a través de mecanismos de disciplinamiento. No hay que decir entonces —según estas personas— que los efectos son alienadores, sino reconocerlos como parte del contexto globalizador. Y hasta ahí, lo cual es insuficiente.

Halloween posee un origen noble y tradicional en la cultura celta, pero la sociedad de masas y sus dispositivos de poder son innegables. No se puede obviar lo que sucede en la cultura y su jerarquización de cara a la humanidad. Se puede entender la naturalidad de adquirir hábitos de otras latitudes, pero no el acriticismo de algunos líderes de opinión que no están propensos a aceptar un debate serio en torno a estos procesos. Precisamente las redes banalizan, cancelan y niegan todo aquello que quiera establecer un discurso racional que diseccione y amenace las narrativas.

No es tan sencillo, ni se trata de una película con buenos y malos y un happy end. El aprendizaje de la libertad y su implementación es todo un dispositivo complejo que conlleva años, esfuerzo y voluntad. Quizás Halloween nos esté brindando el marco propicio para entenderlo.

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