Hace unos cuantos años, pero unos cuantos de verdad, los chicos esperábamos y veíamos La Comedia Silente, programa de solo media hora en la cartelera televisiva de la mañana de los domingos. Gracias a ella conocimos los rostros de los grandes cómicos del cine mudo, reímos con sus aparatosas peripecias y nos divertimos de lo lindo con la narración de su animador Armando Calderón, “el hombre de las mil voces”. La narración era tan trepidante como las acciones, y los efectos sonoros acompañantes —disparos, ruidos de motores, puñetazos, objetos al estrellarse contra una pared, relinchos, ladridos…— todos producidos por Calderón, eran el complemento de aquel engranaje que tan bien funcionaba.

Calderón era un auténtico artista con las palabras, se inventaba un guión libre y movido a partir de las escenas, colocaba nombres simpáticos a los protagonistas (salvo a Chaplin, cuyo Charlie le respetaba) y, con una locuacidad y fluidez admirables, tejía un discurso disparatado y gracioso que daba vida a las más insólitas situaciones, no solo seguidas por los menores de la casa sino por todos. 

Se cuenta y se ha trasmitido de boca en boca —aunque no certificamos su veracidad— que en cierta ocasión, en medio de una sucesión de hilarantes gags, a Calderón “se le fue” el control del buen juicio y soltó ante las cámaras: “Esto es de p…, queridos amiguitos”, escuchándose a los cuatro vientos la denominación vulgar y popularizada con que se conoce el órgano sexual masculino. ¡El programa por supuesto era en vivo!

Ingenioso como pocos, Calderón colocaba nombres simpáticos a los protagonistas, salvo a Chaplin, cuyo Charlie le respetaba. Foto: Tomada de Internet

Transcurrían entonces los años sesenta y tal vez setenta, en la televisión cubana había solo dos canales e imperaba el blanco y negro, pese a lo cual la calidad interpretativa era insuperable y si de programas cómicos se habla, fue una época en que coincidieron Detrás de la fachada, Cachucha y Ramón y Casos y cosas de casa, además de excelentes dramatizados (obras de teatro en pantalla), novelas seriadas y el inolvidable y esperado espacio de Aventuras, amén de los musicales. No había televisión en colores, pero sí mucho talento en las actuaciones, guiones, dirección y técnicos.

No recordamos a Armando Calderón —de edad madura— en los créditos de ningún otro programa; en realidad poco sabemos acerca de su vida y profesión, pero con La comedia silente, un programa de seguro con costo bajo de realización, le bastó para permanecer en la memoria agradecida de los televidentes.

“Buenos días, queridos amiguitos, papaítos y abuelitos” aún resuena en nuestros oídos. Gracias, Armando Calderón.

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