“Introito”
I
Hay cadalsos en tu aire de fatigas.
Hay vasijas donde caben tus cenizas.
Barro y sangre yacen en la conjuntiva de Calisto.
Allí el espacio todo magnifica, canta lo boreal
entre arcas, la blanquísima derrota de su peplo.
¿Quién ha dicho? ¡No somos tan frágiles!
¡No somos el vidrio, ni la caracola persa!
Viajamos por el Ática desnudos, a merced de nuestros
pasos.
Más arriba se gestaba la contienda,
la cólera bullente deshizo nuestras naves.
Era el cataclismo,
la emancipación que arropaban las mareas.
En la playa mi cadáver no era el mío,
ni el madero de mi barco
a la inmensidad pertenecía.
¿Quién observará después? La tormenta solaza nuestro
rostro,
aunque sean solo estiércol, un naufragio anticipado.
Ya no cuenta la belleza del gimnasta,
la diatriba de su cuerpo en la baranda.
Mi cadáver es mi Isla, en voz baja lo recibe la marea.
¿Quién ha dicho? ¡No somos tan frágiles!
No somos el nácar, el ébano etíope.
Vamos por nuestros muertos con la lámpara encendida en
la mastaba.
Con el fruto oleaginoso se humedece la garganta para que
llore Afrodita.
No viaja en el palangre una paloma sideral.
Bóreas la rescató con su túnico inflamado.
¿Quién ha dicho? ¡No somos tan frágiles!
Sin embargo, no hemos vuelto.
Jamás volveremos por la clarinada ante el claustro de
Nike
