Hace varias semanas me debía este acercamiento, pero entre el trabajo acumulado y el miedo de escribir solo por su muerte sorpresiva —y parecer un buitre disfrazado— no lo hice; a veces se suele recordar a alguien porque termina su ciclo vital y terrenal, y en algunas ocasiones es innegable que días después ya nadie se acuerda del homenajeado.

Y empezaré diciendo que no fui su amigo. El único contacto profesional que tuve con El Tosco data del año 1998, unos meses antes de hacer un impasse en mi carrera como músico y dedicarme casi por completo a lo que hago actualmente.

El Tosco escogió como vehículo de expresión uno de los instrumentos más identificativos de nuestra música popular, y académica.  Foto: Ariel Cecilio Lemus

Recuerdo que tuve la dicha de colaborar por aquellos años con una prestigiosa publicación, La Gaceta de Cuba. Norberto Codina, su director, me abrió sus puertas en una sección de crítica que se publicaba en las páginas finales de la revista, y aquello fue una verdadera escuela, ya que debía acudir a un poder supremo de síntesis para escribir al tiempo que tenía que defender la oportunidad brindada por Codina y estar a la altura de los demás colaboradores de la publicación. Un día les hice la propuesta de entrevistar al Tosco y la respuesta fue afirmativa, al instante. Para mí no solo significaba acercarme al gran flautista, sino que, de ser aceptada mi idea, me daría la posibilidad de publicar algo más extenso que una apretada crítica musical al final de la revista. Pura necesidad evolutiva, o dialéctica más bien.

Pactado el encuentro con José Luis, hice la entrevista, la transcribí y, a los pocos días, ya estaba en manos del equipo editorial de la revista. Nunca olvidaré que fue Arturo Arango quien le puso el título, y, para mi regocijo, fue publicada.*

Este preludio tiene una fundamentación, y no fue solo ese deseo personal de ganarme un espacio importante en la citada revista, sino que significaba también el encuentro con un eminente compositor, hombre polifacético y virtuoso, pero también polémico y quizás incomprendido. En la cronología musical del Tosco sobresalen varios momentos, siendo Irakere, Van Van y NG La Banda la tríada perfecta y más publicitada de su carrera. Pero vale aclarar que, sobre 1998, un gran debate musical se libraba en Cuba sobre diversos aspectos: las letras de los temas, la complejidad rítmica del lenguaje musical, si los tumbaos perdían su riqueza, la poca presencia femenina en orquestas bailables y muchos otros. Todo ello ocurría, y en eso muchos estamos de acuerdo, por la irrupción ya definitiva de la timba, de la cual El Tosco es su exponente más prolífero.

La entrevista fue escogida para el libro Mamá yo quiero saber, entrevistas a músicos cubanos, de la Editorial Letras Cubanas. Foto: Del autor

Algunos historiadores y musicólogos sitúan al maestro Juan Formell como el precursor de la timba, y buscan sus orígenes en la primera etapa de los Van Van, donde la simbiosis planteada por Juan dio como fruto un nuevo género, el conocido songo. Pero, si buscamos un poco más atrás, podremos entender que ya desde finales de los 40 y la década siguiente, la evolución rítmica y melódica de nuestra música popular bailable poseía un paso imparable y demoledor, salpicando incluso a los jazzistas: recordemos a Bebo y su batanga, al Negro Vivar y a Frank Emilio Flynn en los jamsessions y los discos de finales de los 50, por ejemplo.

Pero la timba, como género, fue el resultado de mutaciones y aportaciones desde lo musical, pero también refrendando un contexto social que tuvo una marcada y única época en nuestra historia sonora. Personalmente la enmarco como punto de partida referencial en 1973, y como cúspide creativa en 1988, abarcando todos los procesos morfológicos inherentes a la música bailable.

Y si tenemos en cuenta esos dos puntos de inflexión, veremos que durante todo ese período (1973-1988) el nombre de José Luis Cortés es una constante, no solo por su paso por diversas orquestas y formatos incluyendo los ya mencionados, sino por sus notables aprendizajes y aportaciones a la música popular cubana. Ese bregar transformó al extraordinario flautista en un visionario, y la creación de su proyecto NG La Banda significó la renovación a ultranza de lo ya conocido, para transformarlo en una revolución musical, indetenible hasta hoy.

Si a partir de 1973 Irakere rompía moldes e imponía nuevas reglas sonoras con la aprehensión de clásicos de Arsenio Rodríguez (Dile a Catalina) o con temas propios (Yo soy de La Habana, Bacalao con pan y otros), NG significaría, 15 años después, una mirada extrovertida a ese antecedente directo, específicamente en cuanto al concepto de transgresión musical. El Tosco supo recontextualizar un floreciente momento creativo personal, y grupal, y situar al bailador como epicentro de su nueva etapa sonora para volcar su inigualable artillería en terreno difícil. De aquella etapa primigenia quedan aún referentes obligados: La protesta de los chivos, Los Sitio entero, La bruja o Échale limón, entre tantos temas, recibiendo loas en la misma medida en que también recibía duras críticas.

Ese bregar transformó al extraordinario flautista en un visionario, y la creación de su proyecto NG La Banda significó la renovación a ultranza de lo ya conocido, para transformarlo en una revolución musical, indetenible hasta hoy.

Personalmente creo que la nueva oxigenación llegada con él cambió definitivamente la arquitectura musical de finales de la década y trajo otras formas de consumo y entendimiento de lo bailable, mezclando además un entorno visual bastante extravagante y de muchas maneras inentendible para una parte del público. Algunos creyeron que la proyección escénica del Tosco era fabricada, hueca, incluso que detrás de su ropaje amarillo o rojo (con intensidades, brillos y zapatos resplandecientes) se escondía un hombre banal, desconociendo así la inmaculada trayectoria de José Luis y sus habilidades como artista. Pero eso formaba parte del personaje, y de la polémica que cada artista lleva consigo hasta la muerte.

Una de las cosas que más admiré de él fue que nunca dejó de tocar la flauta, sobre todo porque lo hacía de forma magistral, no solo en su orquesta, sino en otros proyectos como invitado, ya fueran bailables, de jazz o de cualquier género. El Tosco escogió como vehículo de expresión uno de los instrumentos más identificativos de nuestra música popular, y académica, y como pocos supo transitar esa línea, que nadie detalla cómo cruzar pero, de salir mal, todos lo notan.

Nuestras vidas luego se cruzaron profesionalmente, claro. Hubo saludos, algunas palabras, pero no más entrevistas. Siempre quedaba para algún día, para mañana o pasado, para cuando se pudiera; incluso en 2018 pensé en encontrarme con él para revisitar su carrera 20 años después, pero no lo concreté. Nunca creemos que la muerte puede llegar inesperadamente y cambiarnos la ecuación así, de golpe.

Una de las cosas que más admiré de él fue que nunca dejó de tocar la flauta, sobre todo porque lo hacía de forma magistral, no solo en su orquesta, sino en otros proyectos como invitado, ya fueran bailables, de jazz o de cualquier género.

De mi parte siempre quedó —y quedará— la enorme gratitud por su confianza en aquella lejana charla de 1998, por ayudar en su momento al debate existente entonces, así como mi admiración por su obra y su altruismo, del que pocos saben y que nunca quiso mencionar en público. La flauta y Cuba están en deuda contigo, José Luis.

*Tiempo después la entrevista fue escogida para el libro Mamá yo quiero saber, entrevistas a músicos cubanos, por la Editorial Letras Cubanas, junto a otras aparecidas en La Gaceta de Cuba.

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