El disco El novio de La Habana es poseedor de múltiples lecturas que, desde diferentes motivaciones sonoras y argumentales rinde reverencial homenaje a uno de los más ilustres hijos de la ciudad: el Dr. Eusebio Leal Spengler. Tan digna condición no nace desde la lisonja complaciente ante su altura como historiador y erudito inalcanzable, sino por haber llegado a tal cenit desde la más completa humildad y el conocimiento pleno de una ciudad que amó más que a sí mismo. El hombre que devolvió la majestuosidad arquitectónica a erosionados inmuebles, el que sembró esperanzas descorriendo las cortinas de los invisibilizados durante años, es el protagonista de este pretexto musical que nos proponen en esta travesía sonora los sellos discográficos Bis Music y La Ceiba en total complicidad conceptual.

Con idea general de Alex Díaz y Pascual Cabreja, el reto consistía en traducir musicalmente parte del peregrinar diario de Leal por cada rincón de la ciudad durante años, de manera que pudieran convivir diversos géneros que fueran capaces de expresar las variopintas miradas de La Habana intramuros. Lograrlo parecía casi imposible, aunque la respuesta ante tal sueño discográfico podríamos hallarla en la opinión que escuchamos de cada habitante que le conoció: para Leal no existía un no como respuesta. Y así comenzó todo.

Con el binomio creativo mencionado antes, el desarrollo temático y musical estaba en ebullición, concibiendo todas estas canciones para el disco que fueron aderezadas por disímiles invitados, ya fueran cantantes o instrumentistas como Leo Vera, Vania Borges, el Trío Los Embajadores, el actor Alden Knight, el Dúo Ktalejo, Tumbao Habana, Sampling y Eduardo Sosa. Cada uno de ellos asume un interesante rol que a su vez pudiéramos dividir en dos partes iguales. De un lado las excelentes interpretaciones y aprehensiones sobre cada obra escogida y, por el otro, el histrionismo y la introspección personal al señalar, cada tema, lugares no solo referenciales de la ciudad, sino algunos preferidos por Leal. En esa línea podemos destacar “Café París” (Los Embajadores), “Rezo a la Ceiba” (Leo Vera), “Barrio Jesús María” (Tumbao Habana) en una primera mirada.

El disco traduce musicalmente parte de los recorridos diarios de Leal por la ciudad. Imagen: Tomada de Prensa Latina

Específicamente tienen narrativas diferentes basadas en estilos que no poseen puntos coincidentes morfológicamente, pero que blindan la idea de la diversidad estilística. “Café París”, por ejemplo, se desarrolla dentro del estilo de los tríos cubanos tradicionales y conocidos en la jerga musical y popular como panchistas (en honor a Los Panchos, aunque también existen los llamados matamorinos en honor a Miguel Matamoros). Este estilo, según narran allegados a Leal, era particularmente muy especial para él, con historias que van desde recuerdos familiares donde algunos cuentan que eran los preferidos de Silvia, su madre, y otros arguyen antiguos amores de adolescente. Pero ciertos o no, llama la atención la inclusión del lenguaje del trío, que destaca por el lirismo y el juego de las tres voces masculinas así como por el empaste perfecto de guitarra y requinto, brindándole una singularidad al disco. El “Rezo…”, en cambio, nos cataliza a una hermosa ruptura que nos guía hacia lo que en música conocemos como lamento, en este caso enfatizado por la atípica unión de uno de los tambores batá con flauta. Con ello y a través de la robustez vocal de Leo Vera podemos entonces reencontrarnos con un pasaje trascendental de nuestra ciudad, donde es utilizado el motivo litúrgico y sagrado de la ceiba como símbolo de adoración y de esperanzas rotas de tantos negros esclavos en Cuba. En “Barrio…”, sin embargo, nos adentramos en el solar, en la rumba y en la suspicacia de quienes durante siglos habitaron esa zona portuaria y también son parte de nuestra identidad, a través de lo puramente festivo y bailable.

Pero si nos movemos hacia “Aleluya” (Eduardo Sosa) podemos acercarnos auditivamente al hombre de profunda convicción y fe, rasgo indisoluble de la personalidad de Leal. Se distingue esta canción por la soltura de su intérprete y por un extraordinario arreglo donde sobresale una coherente sección de cuerdas, logrando un constante contrapunteo entre voz y música.

El fonograma aporta un timbre fresco desde la óptica bailable y una sugerente manera de seducción a través de los textos que, ineludiblemente, no esconden la profunda admiración por la figura excelsa de Leal.

Pero todos, absolutamente todos los temas del disco incluyendo “Los pasos” (instrumental), “Mi vieja Habana” y “Mambo” (Tumbao Habana), “Tu voz” (Sampling), y “Siembra” (poema declamado por Alden Knight) nos refieren una notable variedad sonora que, a su vez, nos relata ideas y lugares frecuentados o preferidos por Leal. Mientras recorremos el disco también nos empapamos de una mística sugerente, incluyendo un concepto recurrente que muchos han abrazado y que algunos poetas y escritores han querido bautizar como la Habanidad, que no es más que esa notoria necesidad de sentir a —y por— La Habana.

El fonograma aporta un timbre fresco desde la óptica bailable, solidez desde las aportaciones armónicas de instrumentales y canciones, y una sugerente manera de seducción a través de los textos que, ineludiblemente, no esconden la profunda admiración por la figura excelsa de Leal. De todo ello dan fe sus protagonistas al visitar diversas zonas referenciales a través de motivos muy bien marcados tanto desde lo tangible (calles, barrios, fachadas, plazas…) y desde lo espiritual; esta última idea fue magistralmente esculpida en torno a la devoción citadina profesada por Leal y es el leitmotiv central desde el que se entretejen todos los demás elementos musicales y compositivos del disco, incluyendo también la fotografía y el diseño.

Y quizás no exagero al afirmar que entre tanta belleza y concepto de producción musical descuella el tema que nombra este disco, interpretado por Vania Borges. Sin paralelismos anteriores ni citas comunes desde lo formal, nos encontramos ante un esquema sonoro de voz, piano y pequeña sección de cuerdas que nos hacen levitar junto a la apretada sensación de un sollozo a punto de estallar, pero que logramos detener a tiempo quizás temiendo una mirada ajena que nos delate de manera cómplice. Pero créanme que, si les sucede lo mismo, entonces convergeremos donde se unen la riqueza conceptual, musical y espiritual de este disco.