“Ser bueno es el único modo de ser dichoso”, dijo Martí, y Keith Ellis, que acaba de morir a los 89 años, debió haber sido muy dichoso porque era bueno, en el mejor sentido de la palabra. La suya era una bondad activa, más allá del usual criterio de simplemente no hacer daño. Keith la ejercía como solidaridad sin alarde, como amistad sin exhibicionismo, como colaboración sin exigencias, como entrega de su inteligencia y obra a aquello en lo que creía. Y él creía en Cuba, lo dijo muchas veces y actuó en consecuencia. Por ejemplo, en uno de sus artículos, “Las privilegiadas raíces de mi experiencia cubana”, que forma parte de un libro que esperamos sea publicado por Casa de las Américas, dice: “En ninguno de los casos, el ejemplo cubano me ha enseñado a ser pasivo”.

“(…) fue un ferviente defensor de la Revolución cubana ante las campañas mediáticas y políticas contra ella”.

La Fundación Nicolás Guillén lo sabe. Y sabe de su igualmente activa hermandad con ella, que parte de su admiración, respeto y cariño por la obra del poeta, demostrada en los muchos artículos, ensayos, conferencias, traducciones que realizó sobre él, aún antes de su primer viaje a La Habana, en 1972, cuando lo conoció y ganó su amistad para toda la vida de ambos. No por casualidad, ese viaje tenía por objetivo profundizar in situ, en la obra del Poeta Nacional de Cuba. Y tampoco es casual que la Fundación que lleva el nombre y el espíritu de su amigo, lo haya tenido como Miembro de Honor.

“(…) son los cubanos Martí, Heredia, Casal, y sobre todo Nicolás Guillén, los que con más asiduidad trata en su obra”.

Cuba y sus otras instituciones culturales también lo quieren, lo respetan y lo admiran. Por eso la Universidad de La Habana le otorgó el doctorado Honoris Causa en 1998; la Casa de las Américas lo tuvo entre sus más constantes colaboradores y los autores con varios libros publicados en su Fondo Editorial, como la antología Nicolás Guillén. Poesía y prosa, pedida expresamente por su presidente, Roberto Fernández Retamar. La Uneac que también lo había nombrado Miembro de Honor, le confirió el Premio Dulce María Loynaz, y publicó la versión en español de su muy premiado libro Cuba’s Nicolás Guillén: Poetry and Ideology, con traducción de José Rodríguez Feo. Ostentaba con orgullo la Distinción por la Cultura Nacional cubana; era Miembro Correspondiente de la Academia Cubana de la Lengua, y contó siempre con muchos amigos —intelectuales o no— que se regocijaban cada vez que llegaba, del brazo de su fiel Zilpha, a la Isla.

“En el caso de Guillén, incluso ha vinculado su obra, y no solo como ejemplo, a los acercamientos teóricos que realiza”.

Aunque sus investigaciones y publicaciones cubren muchas áreas del conocimiento, incluyendo las de teoría literaria, y ha escrito sobre importantes escritores de otros países, en especial de nuestra América —como Rubén Darío, Vicente Huidobro, Roa Bastos, y Jorge Luis Borges, entre otros— son los cubanos Martí, Heredia, Casal, y sobre todo Nicolás Guillén, los que con más asiduidad trata en su obra.

En el caso de Guillén, incluso ha vinculado su obra, y no solo como ejemplo, a los acercamientos teóricos que realiza. Sirvan de muestra los textos “Antes y más allá de Genette: El cubano Nicolás Guillén y el empoderado paratexto”, “Lazos nacionales e imaginario metonímico: la epístola usada por Nicolás Guillén”, y “Si Bajtin hubiera conocido a Guillén”.

Esa relación empática de Keith Ellis con Cuba y los cubanos no se limitaba al estudio y divulgación de su creación literaria. Su actividad solidaria se manifestó igualmente en su disposición a ayudarlos materialmente cuando fuera necesario. Fue, por ejemplo, uno de los coordinadores de la Red Canadiense por Cuba, que se encargaba de obtener y enviar donaciones para la recuperación de zonas afectadas por desastres naturales, labor que Keith continuó —desde su condición de integrante de la Asociación de Amistad Canadiense-Cubana o de manera personal— para ayudar a instituciones como hospitales, escuelas, centros de trabajo, y otras, con equipos, material de oficina, medicamentos, etc.

“Esa relación empática de Keith Ellis con Cuba y los cubanos no se limitaba al estudio y divulgación de su creación literaria. Su actividad solidaria se manifestó igualmente en su disposición a ayudarlos materialmente”.

Los proyectos socio-culturales y las filiales de la Fundación se beneficiaron de esa generosidad, que practicaba con una encarnada modestia. Del mismo modo, fue un ferviente defensor de la Revolución cubana ante las campañas mediáticas y políticas contra ella. El Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (Icap) le otorgó, con toda justicia, la Medalla de la Amistad.

Los que tuvimos el privilegio de conocerlo y compartir su cordial amistad, tenemos el deber de no dejarlo morir. Seguramente que esas instituciones que lo honraron en vida, le rendirán homenajes en su muerte. La Fundación lo hará y mantendrá su legado. Keith Ellis lo merece, porque demostró, con su obra y su vida, aquello que su admirado José Martí tanto apreciaba: la utilidad de la virtud.

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