El Teatro Nacional de Cuba (TNC) constituye un símbolo del devenir histórico-social del país. Incluso en los años, en los cuales las demoras burocráticas retrasaron su apertura, ya la prensa vaticinaba su futuro determinante dentro de la vida nocturna habanera. Su funcionamiento como institución cultural comenzó el 16 de junio de 1959, antes de que el inmueble estuviese terminado por completo, bajo la dirección de la Doctora Isabel Monal y un grupo de reconocidos intelectuales.

Desde ese momento se establecieron las bases político-culturales para concebir a la creación artística cubana como un todo, y fomentar nexos corporativos con otras entidades de gestión estatal del arte. Por lo cual, a temprana edad, se comenzaron a crear las condiciones para conformar una colección de artes plásticas que fuera parte del tesauro patrimonial del TNC. La misma, debía reflejar lo mejor de la vanguardia artística nacional en paralelo a las propuestas estéticas que hacían gala en la Sala Covarrubias.

“El Teatro Nacional de Cuba (TNC) constituye un símbolo del devenir histórico-social del país”.

El TNC cuenta con un total de 41 piezas que constituyen bienes patrimoniales de la nación cubana. Estos forman parte de una colección más amplia de obras que no ostentan ese título, mas pertenecen a la Colección Institucional del Teatro Nacional. No solo las piezas que se concibieron desde el inicio en los planos arquitectónicos, sino igualmente otras que evidencian una relación profunda entre todas las manifestaciones artísticas, funcionando como un reflejo de la identidad colectiva del organismo.

La muerte del cisne, de Rita Longa en los jardines del Teatro Nacional de Cuba.  

Hay dos momentos cruciales en la formación de esta colección. El primero, caracterizado por aquellas estructuras ambientales y murales que fueron pensadas para el espacio en la década de 1960. El segundo, luego de 1979, año en que se reinaugura el TNC Gertrudis Gómez de Avellaneda, con motivo de la VI Cumbre de los Países No Alineados en La Habana. Este período se define por la adquisición de piezas bidimensionales de artistas que conformaron la avanzada del arte cubano en los años ochenta, convirtiéndose en uno de los pocos teatros en el continente latinoamericano en poseer una colección de arte en su interior. 

Naturaleza alerta, de Roberto Estopiñán en los jardines del Teatro Nacional De Cuba.

A la primera etapa pertenecen esculturas como La muerte del cisne, de Rita Longa y Naturaleza alerta, de Roberto Estopiñán, que ambientan el jardín del Café Cantante, ambas con una estética surrealista que atrapa la necesidad de integración entre la forma y el vacío. Igualmente, el mural Abstracción geométrica, de cerámica y mosaicos, de Raúl Martínez, situado en la pared del edificio de Administración.

La crisálida, de Alfredo Lozano en los jardines del Teatro Nacional De Cuba.

En los jardines de la Sala Covarrubias se encuentra La crisálida, de Alfredo Lozano, que alude al proceso de crecimiento y desarrollo en el que se encontraba el TNC en aquellos años. En su interior adornan el espacio La vorágine, de Alejandro Sauté, junto a otras piezas decorativas. Destaca por encima de estas, el mural Figuras del teatro, de René Portocarrero, que mediante el barroquismo visual aúna la plasticidad de los personajes con el dramatismo de una puesta en escena. De esta pieza se conservan cuatro de los cinco bocetos originales que realizó el artista.

Figuras del teatro, de René Portocarrero en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional.

De la segunda etapa sobresalen piezas bidimensionales y tridimensionales de características diferentes a las anteriores, tanto en materiales, dimensiones y estilos, aunque la naturaleza de la colección no sufrió modificaciones. El cambio en el formato de las piezas no tiene razón específica, ni existe ningún documento que explique este canje, pero se puede deducir que la dirección del TNC vio la necesidad de obtener piezas que brindaran un ambiente uniforme a todo el edificio, incluyendo los espacios interiores como el Salón Azul de Protocolo, el Salón de Reuniones y las oficinas.

Mediante compras y donaciones, el TNC adquirió piezas como María; Sobre Martí y la esclavitud en América, una serie de Pedro Pablo Oliva, que se encuentra en las paredes exteriores de la oficina de Economía; El mito y la realidad, de Adigio Benítez; y Puestas al Sueño, de Flavio Garciandía, en la oficina del Jurídico Comercial y la oficina del subdirector Económico, respectivamente. Gran parte de los artistas involucrados han sido Premios Nacionales de Artes Plásticas, lo cual eleva cada vez más el valor tangible e intangible de esta colección.

Existen, además, una serie extensa de obras que se encuentran en almacén como Rita Montaner, el dibujo a plumilla de Gilberto Frómeta, y una subcolección de grabados de la década de 1990 de artistas reconocidos en el circuito nacional, como René de la Nuez Robayna, Julia Valdés, Pedro de Oraá y Antonio Vidal, por solo mencionar algunos. Estos son prácticamente inéditos, pues no han visto salones expositivos hace varios años.

“La colección de artes plásticas del TNC es uno de los mayores bienes patrimoniales del Estado cubano atesorados en instituciones culturales”.

Los intentos por conservar lo mejor de la cultura cubana se han mantenido irrevocables, razón por la cual cada año se designa a un especialista del TNC para contabilizar y rectificar la tangibilidad de las piezas en cuestión, en conjunto con el Consejo Nacional de las Artes Plásticas. El objetivo de esta acción es inventariar y tasar las piezas, así como velar por su estado de conservación.

La colección de artes plásticas del TNC es uno de los mayores bienes patrimoniales del Estado cubano atesorados en instituciones culturales. El enfoque primordial del TNC es hacia las artes escénicas, existen lazos con galerías de arte, fotógrafos, periodistas e historiadores del arte, que mantienen las paredes de la Sala Avellaneda y la Sala Covarrubias con muestras mensuales acorde a la programación que allí se despliega.