El Teatro Nacional es uno de los lugares icónicos de la cultura cubana. Para el teatro y la danza del país es un espacio de referencia ineludible. Bastaría con afirmar que en su tercer piso Ramiro Guerra echó a andar el movimiento de danza moderna en Cuba. En el Seminario de Dramaturgia, desarrollado entre 1961 y 1964, se formaron nuestros grandes autores. El diálogo entre el Seminario de Etnología y Folklore y el Conjunto Nacional de Danza Moderna, que tuvo lugar allí, propició la fundación del Conjunto Folclórico Nacional. Son hechos acaecidos en los años sesenta del siglo XX, pero la historia de la institución alcanza ya 64 años de trabajo y suma otros hitos.

La primera función del Conjunto Nacional de Danza Moderna ocurrió el 19 de febrero de 1960 en la inconclusa sala Covarrubias, y subieron a escena las coreografías Mulato y Mambí, ambas de Ramiro Guerra, de franco carácter descolonizador, que tuvieron como intérpretes a Eduardo Rivero y Santiago Alfonso, entre otros bailarines. El programa inaugural se completaba con La vida de las abejas y Estudio de las aguas, montaje de Lorna Burdsall, de las obras de Doris Humphrey. De esa manera se anunciaba que la danza cubana reivindicaría nuestras esencias, en diálogo con el mundo.

Un poco después tuvo lugar otro suceso en la misma sala, el estreno de La ramera respetuosa, en la Sala Covarrubias, en marzo de 1960, catalogado como uno de los grandes acontecimientos de la época. La puesta en escena de Francisco Morín, protagonizada por Miriam Acevedo y Pedro Álvarez, fue aplaudida por su autor, el filósofo Jean Paul Sartre quien asistió acompañado por su amiga, la escritora Simone de Beauvoir, y por Fidel. Del suceso queda la opinión del francés: “La representación es correcta. El movimiento de los actores es lento, pero mecánicamente exacto. La mise en escena es cuidada. No está mal, sin cortesías de mi parte”. Y Fidel, al concluir la función, expresó:Qué verdad hay en todo esto”. ¡Qué maravilloso es el teatro!”[1]

Curiosamente, el drama de la prostituta Lizzie, devenido en alegato contra la discriminación, fue motivo de inspiración para Carlos Díaz y Carlos Celdrán años más tarde.

Hace varios años circuló el libro de Miguel Sánchez[2], que contaba una parte de la historia del Teatro Nacional, en el que abarcaba solo el período fundacional, por eso es preciso continuar la tarea de registrar lo sucedido en estas seis décadas de trabajo.

“El Teatro Nacional es uno de los lugares icónicos de la cultura cubana. Para el teatro y la danza del país es un espacio de referencia ineludible”.

Ahora comparto algunos de mis recuerdos como espectadora habitual de la programación de la institución. Comencé a asistir al Teatro Nacional a finales de los ochenta, cuando estudiaba en el entonces Instituto Superior de Arte. Hoy la memoria me trae recuerdos del Festival de Teatro de La Habana de 1987: la actriz brasileña Denise Stoklos causó sensación con su monólogo Un orgasmo adulto escapó del zoológico; y Residencia en las nubes, de los chilenos de ICTUS, conmovió a quienes la vieron en la Sala Covarrubias.

Otros recuerdos quedan. Diatriba de amor contra un hombre sentado trajo a La Habana, en 1989, a la actriz Graciela Dufau y a Gabriel García Márquez. Matacandelas con Oh marinheiro, en 2002, es uno de los montajes más hermosos e inquietantes que he visto. El Teatro Estatal Evegueni Vajtángov, de Rusia, presentó en 2013 Ana Karenina, espectáculo que borra fronteras entre el teatro y la danza para narrar la trágica historia de la heroína creada por León Tolstoi. El Ballet de Montecarlo llegó con Cenicienta en 2015. No logro precisar las fechas; pero allí vi bailar a Antonio Gades, y aplaudí a la Compañía Phillipe Genty y al actor chileno Álvaro Solar.

En la década del 80 del pasado siglo era habitual ver puestas en escena de directores cubanos en las salas del Teatro Nacional. Donde crezca el amor fue presentada en 1986 como ópera trova, con música de Ángel Quintero y dirección de Armando Suárez del Villar, protagonizada por Mayra de la Vega y Ovidio González. De triste recordación fue el estreno de La aprendiz de bruja en 1986, el único texto dramático que escribió el novelista Alejo Carpentier, pues a causa de un accidente en el teatro perdió la vida el actor Florencio Escudero. Con Weekend en Bahía, de 1987, Alberto Pedro fue de los primeros autores en abordar el tema del reencuentro entre cubanos que vivían en las dos orillas, léase Cuba y Estados Unidos. Mi socio Manolo fue, en 1988, un magnífico duelo actoral entre Mario Balmaseda y Pedro Rentería, a partir de la obra de Eugenio Hernández Espinosa.

El Teatro Nacional de Cuba fue importante sede del Festival de Teatro de La Habana desde los años ochenta.

Los noventa fueron años de cambios drásticos en Cuba y en el mundo. El derrumbe del campo socialista sacudió a la humanidad. En ese contexto una nueva generación llegaba al campo profesional del teatro, egresados del Instituto Superior de Arte, herederos de maestros como Vicente Revuelta, Roberto Blanco, Raquel Revuelta, Berta Martínez, Armando Suárez del Villar, Flora Lauten, Graziella Pogolotti, Rine Leal, Francisco López Sacha, Raquel Carrió, Raquel Mendieta. Las circunstancias exigían otras formas de organización teatral, y surgieron los tan llevados y traídos proyectos. Teatristas como Carlos Díaz, Raúl Martín y Carlos Celdrán encontraron en el Teatro Nacional un espacio para crear y para dialogar con el público, cuando aún sus proyectos no se habían oficializado.

Carlos Díaz correspondió a una invitación de Pedro Rentería, director del Teatro Nacional en ese entonces, y montó en 1990 la Trilogía de teatro norteamericano. Zoológico de cristal, Té y simpatía, Un tranvía llamado deseo. De esa manera, el afamado teatrista iniciaba un camino en el que los clásicos serían abordados irreverentemente. Fiesta, travestismo, belleza escénica, grandes formatos, actores de experiencia junto a otros muy jóvenes, dramaturgos y compositores como colaboradores y, sobre todo, un gran deseo de dialogar con los espectadores.  En 1992, Carlos Díaz volvió a la sala Covarrubias y sacudió los cimientos de la burocracia presentando La niñita querida, de Virgilio Piñera, con la inolvidable actuación de Caterina Sobrino, quien cada noche levantaba al público de sus butacas.

Raúl Martín y Teatro de la Luna alcanzaron muchos aplausos con La boda, en mayo de 1994, y con Los siervos, en septiembre de 1997. Virgilio Piñera regresaba a los escenarios de la isla con su verbo inteligente y cáustico. El director reveló el talento de Laura de la Uz, Déxter Cápiro, Amarilys Núñez, Mario Guerra, Gilda Bello, e invitó a colaborar a Roberto Gacio, formado en la Academia Municipal de Arte Dramático de La Habana, quien aportó su vasta experiencia.

Argos Teatro, liderado por Carlos Celdrán, tuvo al noveno piso como sede durante largo tiempo. El 10 de abril de 2004 se estrenó Vida y muerte, de Pîer Paolo Pasolini, un texto de Michel Azama, que cuestiona las razones del asesinato del intelectual italiano, cineasta y comunista. Alexis Díaz de Villegas encarnó el rol protagónico, y el veterano actor Pancho García asumió varios personajes. Con Chamaco, estrenada el 25 de mayo de 2006, se iniciaba la colaboración entre Celdrán y el dramaturgo Abel González Melo.

En los últimos tiempos es cada vez más difícil ver un montaje teatral en el Teatro Nacional, realizado por teatristas cubanos. No abundan entre nosotros las puestas en escena de gran formato, donde la visualidad raye con la espectacularidad. Sólo Carlos Díaz se arriesga, pero Teatro El Público tiene su sede en el Teatro Trianón, espacio al que acuden sus fieles seguidores y los espectadores que llegan seducidos por los rumores de que, en ese lugar, encontrarán el teatro que necesita su espiritualidad.

“En los últimos tiempos es cada vez más difícil ver un montaje teatral en el Teatro Nacional, realizado por teatristas cubanos. No abundan entre nosotros las puestas en escena de gran formato, donde la visualidad raye con la espectacularidad”.

Durante los años fundacionales, el Teatro Nacional fue sede de varios grupos, y el Teatro producía montajes de Vicente Revuelta, Adolfo de Luis, Gilda Hernández, por solo citar algunos ejemplos. Cuando faltan unos meses para que la institución arribe a un aniversario más de trabajo, tal vez llegue la hora de retomar esas prácticas.


Notas:

[1] Sartre visita Cuba. Lunes de Revolución, No 51, 21 de marzo de 1960

[2] Sánchez, Miguel: Esa huella olvidada: el Teatro Nacional de Cuba (1959-1961) Editorial Letras Cubanas, 2001

1