Hollywood se muere. Al menos eso dicen en las noticias que hablan sobre la caída de los números de filmación. Las causas son muchas, pero básicamente un fenómeno que es propio de la globalización y que se ha vuelto en contra de los propios centros de hegemonía cultural: la cultura se ha deslocalizado y ahora se relocaliza a partir de las ventajas y los incentivos fiscales en otras partes de los Estados Unidos y el mundo. La caída de las producciones en Los Ángeles ha tenido tres actos que marcan una tendencia. En 2008, coincidiendo con la crisis que asoló el país, se dio una huelga que exigía mejores condiciones de trabajo. Por entonces, el fenómeno del consumo de los DVD y del derecho de autor vulnerado estaba en el candelero. Aún internet y las redes sociales eran un proceso en gestación, por lo cual los salarios y ganancias de los actores, guionistas, asesores, utileros y demás no estaban siendo del todo impactados por dicho escenario. La pandemia de la COVID-19 trajo consigo la parálisis de casi toda la industria, el cierre de salas, la cancelación de estrenos, la imposición de una cuarentena que redujo todo tipo de actividad. Las pérdidas de las empresas fueron multimillonarias y se cargaron a los bolsillos de los empleados. Desde entonces, la recuperación ha sido sobre la base de la sobreexplotación del proletariado del arte.

El precio de que siga existiendo Hollywood está en que los que no conforman el entramado de poder corporativo reciban remuneraciones más bajas y las producciones sean más baratas. Eso significa que el costo de la vida en la ciudad ha subido y que las carreras de los artistas se tornan más difíciles. Si antes de la pandemia aún había un número considerable de estrenos por las plataformas habituales, la llegada del streaming de forma masiva ha puesto en jaque los cobros de los empleados ya que los procesos se hacen más sencillos, menos aparatosos y las ventas acontecen sin que se pase por circuitos tradicionales que exijan presencialidad. Netflix es el nuevo concepto de ventas y sus productos, al estar deslocalizados y dispersos, no requieren partir de Hollywood. Esto ha creado una caída en todo lo que rodea a la industria y ha incentivado la competencia de otras ciudades (Georgia, Nueva York) así como de sedes fuera de los Estados Unidos. Netflix trata de ofrecer un producto descentrado de lo anglosajón pues sabe que con el streaming tiene que llegar a muchos públicos. Por eso, se ha visto la adaptación de clásicos latinoamericanos, el uso de artistas extranjeros y de locaciones y contextos que no forman parte del habitual entorno.

En 2008, coincidiendo con la crisis que asoló el país, se dio una huelga que exigía mejores condiciones de trabajo.

El efecto devastador ha tenido el correlato del fuego que asoló las zonas de California, una especie de símbolo que la naturaleza le ofreció a los artistas acerca del futuro de Hollywood si no existe un rápido rescate por parte del Estado, el cual mira a la industria cultural como uno de los centros que lo colocan como economía cimera norteamericana y global. El cine no solo representa un inmenso aporte en materia de impuestos y de riquezas al territorio, sino que convierte a Los Ángeles en una capital influyente y capaz de moldear conciencias, modificando los gustos, las actitudes, los valores y las preferencias. ¿Está quedando todo eso atrás? Un artículo del diario The Guardian, titulado Se siente el vacío, ¿está la producción cinematográfica y televisiva de Hollywood en una espiral de muerte?, se refiere a que Los Ángeles son una entre las más de 120 sedes importantes en las cuales se produce cine de forma global y masiva, incluso gigantes como Netflix prefirieron invertir, desde inicios del 2025, mil millones de dólares en películas desde México. Otro tanto acontece con Estados como Texas, que aprobó a inicios de este año un presupuesto especial para duplicar las ofertas a los productores de cine y de esa forma atraerlos fuera de los circuitos habituales hollywoodenses. Las voces comienzan a comparar la meca de la industria cultural con la decadencia de Detroit, otrora catedral automovilística ahora un cinturón de chatarra y desempleo.

La campaña Quédese en Los Ángeles (#StayInLA) que lleva adelante el gobernador demócrata de California, Gavin Newson, incluye subir los beneficios presupuestarios a la industria de 330 millones a 750 millones, con el objetivo de fortalecer los contratos y rescatar los talentos que se fugan hacia sedes de mayores oportunidades. Los críticos de esta iniciativa dicen que no se tiene en cuenta el mal estructural: gran parte de ese dinero irá a parar a los corporativos que generaron la crisis con sus políticas de explotación y de subempleo. El arte, objetivamente, posee una dimensión material y requiere de recursos, pero subjetivamente se han lastrado las condiciones de Hollywood y en gran medida no es fácil reconstruir.

“El precio de que siga existiendo Hollywood está en que los que no conforman el entramado de poder corporativo reciban remuneraciones más bajas y las producciones sean más baratas”.

Por otra parte, Hollywood está en el epicentro de la batalla cultural que existe en los Estados Unidos. Como ha sido la plataforma del liberalismo más abierto dentro del Partido Demócrata se ha visto frenado por los intereses que reinan en la Casa Blanca desde la llegada de Trump. Si bien el cine es un elemento de dominación cultural que ha sido usado de forma consciente, la crisis política que aqueja a la nación ha alcanzado las altas esferas y pone en crisis este símbolo de poder. Los conservadores miran con recelo a los cineastas y demás figuras del arte. Trump calificó a Hollywood como un lugar grandioso, pero muy problemático o sea dispar y díscolo con respecto a su agenda. Por ende, las tensiones entre California y el Gobierno federal también se están dando en este nivel de hegemonía simbólica.

¿Qué lecturas se puede hacer desde el tercer mundo de este fenómeno? Lo que quizás se nos presenta como una “democratización” fruto del movimiento del mercado es en realidad un proceso estructural de fuga de capitales y de relocalización de la industria como ya se vio con los automóviles o las creaciones de tipo digital. La maleabilidad del capital en la era líquida de la modernidad transforma los valladares en paredes de papel fácilmente rompibles, pero eso no nos dice nada en materia de autenticidad de las artes. En todo esto, si se es justo, se trata de mayores ganancias, menores gastos, salarios más bajos y rentas mucho mayores. Los inversores van hacia dónde está la oportunidad. Por lo cual, la propia esencia del mercado que alguna vez favoreció a Hollywood se está tornando en su contra y jugando con todos los poderes, desde el empleo a distancia, la venta en plataformas de streaming hasta los estrenos online, los chats grupales para las presentaciones y las trasmisiones en vivo. Los perjudicados son los proletarios, aquellos cuyas ganancias no se reinvierten para crecer o sea los que dan su fuerza de trabajo y tienen que volverlo a hacer en una constante de Sísifo cada vez que se les agota el salario y no poseen sustento.

Las empresas se la han arreglado para maximizar ganancias y minimizar pérdidas de la crisis del COVID-19, que paralizó casi todo el planeta.

Si antes era rentable mudarse a Hollywood, ya los subempleos y los salarios de bajo costo han malbaratado las carreras. Cualquier persona desde el otro lado del mundo encarna un papel o hace un libreto, cobra menos y no se le tiene en cuenta el contexto, el seguro social y médico. Las empresas se la han arreglado para maximizar ganancias y minimizar pérdidas de la crisis del COVID-19 a partir de mecanismos de la propia globalización que les permiten eximirse de responsabilidades frente a los empleados. El resultado ha sido dispar. Plataformas como Netflix han establecido nuevas filosofías de empleo al darle uso a talentos locales que de otra manera no hubieran tenido esa oportunidad. Se ha visto en series de tipo histórico y social y a veces se agradece que los protagónicos no sean anglosajones o que se basen en las mismas figuras consabidas de antaño. El problema radica en que, si bien se trata de un centro de poder occidental, Hollywood posee un valor como patrimonio humano y no pareciera que los empresarios estén interesados en ponderarlo. Más al contrario, si las cifras de ganancia suben volverán a la meca del cine, de lo contrario el capital sigue su curso. El mal se enseñorea de la ciudad antaño poderosa y la puede condenar al silencio.

La modernidad líquida de la que habla Zygmunt Bauman es esencialmente un resultado de la movilidad de esencias en la globalización neoliberal. No hay un centro en sentido estricto, sino que el capital ejerce el poder de una forma rizomática. Esto significa que la deslocalización de los negocios es el reposicionamiento de los mismos intereses en condiciones en las cuales los proletarios tengan menos posibilidades de participar de la renta. Por ende, no es más democracia, sino más capital, no es más cultura, sino más mercado. Y en esa misma lógica se inscribe el hecho de que las sedes globales competidoras de Hollywood estén haciendo un producto, no obstante, similar en términos de códigos culturales al de la meca del cine. Se toman los patrones locales y se resignifican desde el capital, se les da un barniz de multiculturalismo, pero en realidad se trata de modelos usados con una finalidad. La caída del centro no equivale de forma automática a que otras maneras de pensar el mundo tomen su posición, sino a que la élite ha hallado otro nicho de crecimiento y allí es donde se reinvierte el dinero para que circule, crezca y se reproduzca sobre sí mismo. El capitalismo es la producción, recirculación, reinversión y crecimiento del capital.

“Los inversores van hacia dónde está la oportunidad. Por lo cual, la propia esencia del mercado que alguna vez favoreció a Hollywood se está tornando en su contra”.

Cuando Bauman nos habla de modernidad líquida, está recalcando que seguimos bajo las lógicas industriales y empresariales de los inicios y del auge del sistema mundo moderno. La movilización del dinero y la velocidad con que ello ocurre hacen imposible hablar de un centro sólido. Y no es que no exista un conglomerado que monitoree los materiales, los rentabilice y los controle; sino que eso se da sobre la lógica del mercado con lo cual el poder estatal, legal, sindical, ciudadano queda elidido, desalojado del entendimiento de cada decisión. No en balde, según el teórico del globalismo Ulrich Beck, esta era versa sobre la implementación de la política de forma exclusiva desde la renta capitalista. La modernidad líquida es la liquidez mercantil más que otros líquidos como pueden serlo quizás las metáforas dúctiles de los guionistas o los giros dramáticos o las bandas sonoras de los genios de la industria.

Más que eso, lo líquido está dado por la incapacidad de la humanidad para lidiar con aquello que no posee otra forma que el librecambismo —entendido como lo que muta continuamente y pierde su contorno— por lo cual hay que hablar en el caso de Hollywood de una sede que se deshace, pero que da paso al mismo fenómeno diseminado en la deslocalización. El ser humano, en su esencia, necesita comprender la naturaleza cultural de un proceso, pero cuando se trata de enajenación y mercado resulta imposible. Se obtiene esa sustancia acuosa que no para de tomar los contornos de aquello que lo contiene, pero sin llegar a ser. Asimismo, en la medida en que la crisis se da para los proletarios del arte, los empresarios parasitan a otros proletarios que poseen menos oportunidades y un talento incipiente. El mercado es capaz no solo de monopolizar el dinero, sino el tiempo y el espacio en los cuales el creador puede hacer una obra. Esto último echa por tierra cualquier visión libertaria emanada de la movilidad del capital o de las bondades de la modernidad líquida como un resultado de los tiempos que corren y como un elemento de la historia que incide sobre sí mismo y el contexto de producción y reproducción material de la cultura.

Hollywood ha sido la plataforma del liberalismo más abierto dentro del Partido Demócrata y se ha visto frenado por los intereses que reinan en la Casa Blanca desde la llegada de Trump. Foto: Tomada de Prensa Latina

Hollywood puede estar en crisis de empresa, pero el mecanismo que lo mantuvo vivo goza de salud. No se trata aquí de un ejercicio de desmontaje de los poderes fácticos, sino de la continuación de lo que ha funcionado desde que el cine se convirtió en una industria y dejó de ser un espectáculo de feria. Aun en las peores condiciones en las cuales la ciudad pasara a ser un Detroit de la cultura, los dueños de las firmas con sus productos descolocados del centro seguirían haciendo dinero.

La industria cultural es un estamento en el cual se produce la creación de sentido desde la clase dominante en el globalismo neoliberal. Lo sólido dentro de la liquidez sigue siendo el sistema que lo determina. El sujeto de poder no va a renunciar a su papel determinante en el manejo de los recursos, mucho menos cuando se trata de las interacciones simbólicas que inciden en la psicología de masas. Cierto que la crisis del modelo está estableciendo que los paradigmas del siglo XX se reacomoden, pero ello no desemboca en que vaya a desaparecer la lógica comercial. La globalización no significa libertad inmediata ni la caída de los muros que mantienen a los pobres dentro de sus bolsones de miseria. Si bien el capital viaja en cuestiones de milisegundos de un punto a otro del planeta y ello determina la caída o el ascenso de fortunas, lo cierto es que para el proletario la realidad de la industria resulta la misma. El artista, ese que crea contenidos y que le da forma al cine, sigue siendo alguien que solo posee su talento frente a la propiedad privada de los medios de producción de la industria. Desventaja que no va a cambiar, sino que se ha mudado de escenario desde Hollywood hasta los sitios latinos del sur o las locaciones en Europa y Asia. La comunicación de masas requiere y de hecho posee una hibridación de códigos culturales que son parte de la naturaleza de su existencia y que determinan que la industria se apropie de esos códigos.

“Hollywood puede estar en crisis de empresa, pero el mecanismo que lo mantuvo vivo goza de salud. No se trata aquí de un ejercicio de desmontaje de los poderes fácticos, sino de la continuación de lo que ha funcionado desde que el cine se convirtió en una industria y dejó de ser un espectáculo de feria”.

Uno de los problemas que está atravesando el mundo de hoy es que no se sabe donde está de manera precisa el centro visible del capital. Entonces las luchas sociales se vuelven tan acuosas e indefinidas como el adversario. El mimetismo entre los contrarios hace que el proletariado se disperse, asuma un ropaje pasivo, se diluya. Cuando se produjeron las huelgas en Hollywood una de las cuestiones resultantes estuvo, precisamente, en la migración de los productores y de los capitales hacia sedes donde pudieran hacer a sus anchas sin que los sindicatos los llevasen a la mesa de negociaciones. Ese resultado les dio a los huelguistas un sabor agridulce. Habían ganado, pero no estaban seguros, casi podían percibir la derrota. Algunos se arrepintieron cuando perdieron los contratos o las posibilidades de hacer determinados proyectos. Otros pensaron que quizás solo otra mirada por parte del Gobierno federal y estatal puede salvar la industria de la debacle a la cual la han llevado los empresarios que desean recuperar las pérdidas.

Muchos actores se fueron a las plataformas de streaming, que ofrecen ganancias más estables y jugosas que los contratos. Los youtubers con sus contenidos de rápido y fácil acceso, de poca elaboración y de carácter popular fueron la salvación económica de empleados y subempleados. No obstante, California tiene en Sillicon Valley su otra meca de poder. Tecnología y cultura van de la mano en la creación de una influencia inteligente a nivel global. Pero no por mucho tiempo. Las empresas están recibiendo la competencia de sus homólogas asiáticas, que invaden el mercado norteamericano y desplazan a las locales de los gustos de los consumidores. El proceso, si bien ha tenido en los aranceles de Trump un valladar, es tan natural como la desindustrialización de Detroit. Al capital norteamericano se lo están tragando los costos de producción, ya sea en el cine o en cualquier otra rama. Es más barato, más rápido, más rentable y efectivo hacer las cosas fuera, en sedes deslocalizadas, puestas en lo que antes era el tercer mundo y que ahora se transforma en el nuevo centro. El romanticismo de Hollywood contra eso nada puede hacer.

El fuego que a inicios de este año se desató en California tuvo muchas lecturas, pero sobre todo fue la clarinada de una sociedad en la cual la cultura que interpreta y que rige desde el poder ha variado y ya no es homogénea ni intocable. La vulnerabilidad de los lugares arrasados por las llamas —e incluso la poca respuesta evidenciada en muchas ocasiones ante la catástrofe— avisan al mundo que Hollywood ya no es más un imperio o que al menos posee en su fibra interna el germen de la decadencia.