Las palabras de los intelectuales. Al fin
“Yo no sé qué cosa es cultura dirigida, pero supongo que ustedes lo sabrán”.
Virgilio Piñera
“Yo no creo que en Cuba aun se ha puesto en riesgo la libertad de expresión”.
Mirta Aguirre
Esta es la tercera ocasión en que me ha correspondido relacionarme con la investigación de Caridad Massón Sena sobre las reuniones que sostuvo la dirección de la incipiente Revolución Cubana con un grupo de su intelectualidad en el mes de junio de 1961. Siempre, en los tres casos, ha sido a solicitud de ella, invitación a la que no he podido negarme porque coincidimos por más de 15 años en el Instituto Juan Marinello y en ese largo período confrontamos criterios, compartimos investigaciones y sufrimos-disfrutamos de la cotidianidad laboral, es decir, estrechamos relaciones de trabajo y amistad.
La primera de esas ocasiones, en 2012, fue cuando ella hizo la inicial presentación del texto en una sesión científica organizada en el instituto sobre la década del sesenta del pasado siglo, tema que ambos veníamos trabajando de manera paralela y simultánea; la segunda, en 2016, se debió a la presentación de una versión mucho más trabajada de su investigación ante el Consejo Científico del instituto, donde fungí como oponente o comentarista. Ahora, como dice el consabido refrán, a la tercera va la vencida y Caridad nos trae ya el libro en el que sobresale como novedad la totalidad de las intervenciones de los artistas y escritores en los dos primeros viernes de aquellas tres jornadas. Nos trae lo que pudiera llamarse, con justicia, las palabras de los intelectuales.
El libro contiene mucho más. Caridad ha realizado una acuciosa indagación de los antecedentes de las tres reuniones que dieron pie a la famosa alocución de Fidel Castro, conocida posteriormente como Palabras a los intelectuales y que, sin lugar a dudas, ha ejercido como base normativa de la política cultural de la Revolución en cuanto a la necesidad de que lo primero era su sobrevivencia. El paneo que realizó la autora sobre el campo cultural y el contexto político de los años 1959, 60 e inicios del 61 es de lo más interesante del libro. No obstante hay algunas apreciaciones históricas que pueden discutirse dentro del plano de las ideas, algo natural en este tipo de libros.

Como Caridad misma ha reconocido, fue muy importante para la realización de esta investigación lo que le aportó el encuentro y entrevista sostenido con Edith García Buchaca, una de las protagonistas de aquel evento. La otrora dirigente de la cultura, de procedencia del viejo Partido Comunista, fue la coordinadora y la moderadora de aquellas reuniones, lo que le otorgaba una vivencialidad a su testimonio que Caridad Massón aprovechó con inteligencia. Acoto, sin embargo, algo que puede suceder perfectamente más adelante y es la pregunta sobre porqué razón hubo tanta demora, seis décadas y media es demasiado tiempo, para entregar las transcripciones. Y otra más, siempre podrá colarse la suspicacia si en todo ese tiempo no se produjo alguna intervención sobre las mismas, como mutilaciones o podas. Eso ya no tiene solución, desde luego.
Al disponer ahora de las transcripciones completas (esperamos que así sea) de los debates, la autora despliega una crónica de los mismos que resulta muy interesante para los que no conocen las interioridades de aquellas reuniones y solamente han leído el discurso de Fidel con que se clausuró las mismas. Hoy podemos apreciar que las discusiones fueron intensas, en ocasiones duras, y que justificaron a los ojos de la dirección revolucionaria su necesidad, teniendo en cuenta las divisiones que se habían producido entre grupos y facciones de la intelectualidad del país. Sobre todo, fue un vehículo para trasladar a la jefatura de la revolución los miedos y preocupaciones de todo tipo, en particular sobre el cardinal tema de una temida imposición de dirigismo cultural a la manera de un estalinismo zdanovista en Cuba, tal como se sabía por muchos era la práctica en la Unión Soviética y demás países del denominado “campo socialista”. Tanto en las intervenciones de varios escritores y artistas como en el discurso de Fidel quedan refrendados dichos temores.
“Al disponer ahora de las transcripciones completas (…) de los debates, la autora despliega una crónica de los mismos que resulta muy interesante para los que no conocen las interioridades de aquellas reuniones y solamente han leído el discurso de Fidel…”
Fue un encuentro pensado desde mediados de 1960, según se puede colegir en un artículo de Guillermo Cabrera Infante [1], cuando refiere que en una reunión improvisada entre el poeta José Álvarez Baragaño, el presidente Osvaldo Dorticós y él comentaron acerca de lo útil que sería su realización. Incluso antes, desde septiembre de 1959, ya se manejaba por Edith García Buchaca, la posibilidad de dicho encuentro [2]. Pero en junio de 1961 los acontecimientos tuvieron un acelerón imprevisto y se descontrolaron.
El texto de Caridad nos sitúa ante la decisión de la dirección de la Revolución de efectuar dicho encuentro con los artistas y escritores y debatir francamente con ellos un grupo de temas que les preocupaban, en momentos en que el proceso revolucionario se enfrentaba a los crecientes ataques provenientes de los Estados Unidos. No se puede pasar por alto que esas tres reuniones fueron realizadas con las imágenes de los violentos combates de Playa Girón en las retinas de los allí presentes. Tampoco, que la reunión previa de exhibición del cortometraje PM, prohibido y confiscado por el Icaic, realizada en Casa de las Américas, había provocado tensiones y discusiones que se salieron de cauce y que terminaron por materializar el apoyo mayoritario a los realizadores y al material censurado. De esta reunión prácticamente no se habla, y es bueno decirlo en esta ocasión. Es de suponer que las figuras de mayor autoridad institucional en el campo cultural, las mismas que vieron descontrolarse dicho encuentro, informaron a la dirección de la Revolución que una tormenta estaba en plena gestación. La censura, como es sabido, no es bien vista ni tolerada en ningún tiempo y lugar.

En las reuniones de la Biblioteca Nacional se puso de manifiesto de manera sobresaliente la inteligencia y el liderazgo de un joven Fidel de apenas 35 años de edad y poca experiencia como estadista ante un quórum que no era precisamente el de las masas populares, sino el de la más exclusiva intelectualidad del país. Coincido con la expresión de Manolito Pérez de que el líder cubano se mostró “como un creador en el arte de la política” [3]. Una intelectualidad que, vale decir, no en su inmensa mayoría, pero sí en una porción no despreciable, estaba muy preocupada con la instauración en Cuba de métodos reprobables tales como la censura, la descalificación y la exclusión, luego de apreciar cómo un simple documental había causado aquella desagradable situación.
En el plano contextual, 1961 fue un año decisivo en el desarrollo y crecimiento de la naciente revolución. Veamos un grupo de hitos de esos doce meses: ruptura en enero de las relaciones diplomáticas con el gobierno de los Estados Unidos; la OEA se mantuvo siguiendo las instrucciones del Departamento de Estado norteamericano y denunciaba una y otra vez a la Revolución para conseguir su aislamiento regional; el Gobierno norteamericano continuó estimulando el mantenimiento de grupos de alzados contrarios a la Revolución; las tensiones con la Iglesia estaban en pleno apogeo; se produjo la declaración del carácter socialista de la Revolución en las vísperas de la invasión (es decir, finiquitaba aquella expresión sartreana de que era una revolución sin ideología); la invasión del mes de abril, la agresión mayor hasta ese instante, al ser derrotada de manera fulminante, resultó ser la más influyente acción de fortalecimiento político interno de la Revolución; el desarrollo de la Campaña de Alfabetización, que culminaría en diciembre, era la mayor acción cultural emprendida hasta el momento…. En fin, 1961 fue un año de hechos esenciales en el decurso de la naciente Revolución.
Resulta elemental, y por eso no me detengo en su análisis que, visto a la distancia del tiempo, lo que estuvo en juego no fue la prohibición y confiscación del documental PM, sino la hegemonía en disputa en el escenario cultural. Los dirigentes comunistas del viejo partido, el PSP, los hombres del periódico Revolución (órgano del Movimiento 26 de Julio) y su magacín cultural, nucleados alrededor de Carlos Franqui, y Alfredo Guevara al frente de los cineastas, competían por alzarse con el control de una política cultural todavía no enunciada. Los pulsos echados hasta junio de 1961 habían generado animosidad y encono. Esto habla por carambola de los poderes insospechados de la censura, algo que los amantes de las prácticas de la cancelación debieran incorporar alguna vez en sus repertorios: lo que se censura, se potencia, se hace notorio. Diré también, que el concepto de “plaza sitiada”, que tanto habrá de influir en lo adelante en las políticas hacia la sociedad, surgió como resultado de una verdadera situación de plaza sitiada, no de un eufemismo.
“… lo que estuvo en juego no fue la prohibición y confiscación del documental PM, sino la hegemonía en disputa en el escenario cultural”.
Sobre estos hechos se han escrito innumerables estudios, reseñas, artículos y testimonios, digamos que toneladas de tinta y papel, pero siempre se sintió la carencia de conocer lo que allí se debatió en su totalidad. El libro que hoy presentamos resuelve definitivamente esa dificultad. Ya no tendría que quejarse nuevamente Roberto Fernández Retamar, como lo hizo en 2006 y 2021, de por qué no se publicaban todas las intervenciones del evento. En realidad, todos nos lo preguntábamos junto con él. La investigación de Caridad Massón finalmente lo logró al obtener de las hijas de Carlos Rafael Rodríguez y Edith García Buchaca las tan demandadas transcripciones.
Como se conoce, sobre este tema existe una gran producción editorial de diferentes matices ideológicos. Se pueden citar, entre otros, los libros de Julio César Guanche [4], de Elizabeth Mirabal-Carlos Velazco [5], de Leandro Estupiñán [6], los testimonios de Carlos Franqui [7] y Lisandro Otero [8], también el muy interesante libro coordinado por Manuel Zayas y Orlando Jiménez Leal donde aparecieron por primera vez algunas de las transcripciones y con varias entrevistas a los protagonistas emigrados [9], y los dos tomos publicados por el ICAIC en 2021, en ocasión del sesenta aniversario de las reuniones [10], en particular Aquel verano de 1961, coordinado por Senel Paz, también contenedor de algunas de las intervenciones, todos muy aleccionadores de estos hechos, pero desde puntos de vista muy diferentes, en ocasiones radicalmente contrapuestos. Y es que el evento desarrollado hace justo 64 años en este teatro ha inspirado versiones en las que han proliferado tanto el ditirambo incondicional al discurso de Fidel como su ataque y satanización. Faltaba entonces escuchar las voces de los escritores y artistas. Considero que el investigador acucioso no puede desatender ninguna de las fuentes, es una obligación aun cuando el testimoniante o el opinante no pertenezcan ideológicamente a su bando. Lo importante es la objetividad de lo que exprese, su seriedad y fidelidad para con los hechos. En materia de inteligencia y pensamiento, lo único verdaderamente deplorable es dejar de pensar con cabeza propia. Un pensamiento que no sea crítico no es pensamiento, al menos en el mundo de las investigaciones de ciencias sociales, que es el que nos atañe.
Caridad Massón ha realizado un riguroso levantamiento de los diálogos sostenidos en las tres reuniones de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional (con un útil cuerpo de citas al pie, una bibliografía instructiva para el interesado y hasta una galería de fotos de los que intervinieron en las sesiones). En su libro se capta la complejidad del minuto histórico que se atravesaba y las diferencias de opiniones entre los participantes. En ese sentido, son muy interesantes los fuertes debates Carlos Franqui-Alfredo Guevara, Pablo Armando Fernández-Alfredo Guevara y Heberto Padilla-Carlos Rafael Rodríguez, entre otros, que demuestran los enconos personales y grupales a la vez que la cultura de los involucrados.

Podemos apreciar en un pase de revista sucinto y rápido a las transcripciones el planteamiento de César Leante sobre el concepto de cultura y acerca de la rebeldía natural y sentido de búsqueda inmanente del artista, es decir los componentes de la naturaleza revolucionaria en el arte de todo creador artístico. Virgilio Piñera se refiere al temor existente entre algunos de los presentes a un supuesto próximo anuncio por Fidel Castro de la implantación del dirigismo y control gubernamental de la cultura. Mirta Aguirre reconoce y alerta que el enfrentamiento entre libertad de creación versus estalinismo estaba ya en marcha. El presidente Osvaldo Dorticós trata, insuficientemente a mi juicio, de desviar la atención de ese asunto neurálgico, pero este quedará flotando en el ambiente hasta las conclusiones de Fidel. El líder revolucionario interviene a ratos, pregunta, marca tópicos, va tomándole el pulso a lo que preocupa a los presentes. Observa con atención lo que permanece sumergido en aquella atmósfera en la que se vislumbran indistintamente adhesiones y malestares.
En la segunda sesión, Julio García Espinosa comienza por donde mismo había dejado Dorticós el tema principal, la libertad de expresión y creación, amplificándolo desde la perspectiva de que no existía ningún problema en ese sentido. Heberto Padilla, por su parte, se refiere al tema del estalinismo latente y menciona que en la tumultuosa reunión de Casa de las Américas alguien pidió el paredón de fusilamiento para Sabá Cabrera y Orlando Jiménez, los realizadores de PM, cosa que concita de inmediato el interés de Fidel y Dorticós. Titón vuelve sobre el estalinismo, añade que los presentes están con la Revolución, pero en contra del procedimiento seguido con el documental. Eduardo Manet subraya el tema de la libertad de expresión reinante en el país hasta ese momento, la que califica de “enorme” y con “unas posibilidades muy grandes para cada cual de pensar y de actuar como quiera”, y denuncia a los críticos de cine del periódico Hoy por atacar la película Hiroshima mi amor, que los demás críticos cubanos consideraban, por el contrario, entre las diez mejores cintas de la historia del cine. Rine Leal resalta el papel de la crítica y del crítico dentro de la creación artística. Carmelo González habla sobre el concepto de arte revolucionario. Roberto Fernández Retamar se refiere a los vínculos entre la condición de revolucionario del creador y la obra que este sea capaz de producir, planteando que se debe ser cuidadoso con los extremos y pone como ejemplo que sería un despropósito pedirle a Wifredo Lam que comience a pintar barbudos en sus lienzos. Titón, de nuevo, critica la excesiva centralización de los organismos establecidos para atender la creación artística, pues según él se corría el riesgo de que estos preferenciaran alguna tendencia. Mario Parajón habló o más bien preguntó sobre los derechos del escritor acerca de sus sentimientos más íntimos a la hora de escribir, siendo él católico. También habló sobre la dificultad que él apreciaba en conocer la forma de determinación de la condición de revolucionaria (o no) de una obra. Rine Leal y Fausto Canel denunciaron la separación del puesto de trabajo en Bohemia de Néstor Almendros por una crítica favorable escrita por este sobre PM. Alfredo Guevara en la intervención más extensa de todas planteó que si no se estudiaba marxismo-leninismo no se podría alcanzar la lucidez suficiente para discutir las cuestiones que se estaban analizando en la reunión; que los intelectuales tenían la obligación de estudiar a Marx, Engels y Lenin para poder trabajar con las imágenes, y fue terminante cuando sentenció que no podía haber honestidad si no se partía del conocimiento profundo del marxismo-leninismo. A continuación, Pablo Armando Fernández entró en la liza con una polémica tensa con Guevara sobre la defensa de los ataques que este pronunció contra Lunes de Revolución y realiza una defensa siciliana del magacín. Y así, de manera interminable, todos pudieron emitir libremente sus criterios. No me extiendo, sugiero la lectura del libro en su totalidad.
“La fórmula archiconocida del discurso de Fidel, sacada de contexto una y otra vez, expresaba la posibilidad de habitar por todos los creadores el vasto universo artístico que se ofrecía con la naciente revolución y en el que la política no tendría nunca intervenciones de ninguna índole, salvo en el caso de posiciones incorregiblemente contrarrevolucionarias…”
Esa fue la tónica de esos diálogos y discusiones, apasionados, frontales, a veces virulentos y con la intención, cada uno, de plantear sus más íntimas opiniones y preocupaciones. En general, predominó la conciencia de que juntos, gobierno y artistas y escritores, se hallaban en el momento genésico de una sociedad nueva.
Caridad Masón sugiere, a mi juicio atinadamente, que la reunión era ya impostergable políticamente hablando, y que Fidel se percató oportunamente de ello. En su aspiración por conseguir la unidad dentro del país no era permisible para el líder revolucionario dejar que la fragmentación producida entre los protagonistas de la cultura siguiera su curso. La fórmula archiconocida del discurso de Fidel, sacada de contexto una y otra vez, expresaba la posibilidad de habitar por todos los creadores el vasto universo artístico que se ofrecía con la naciente revolución y en el que la política no tendría nunca intervenciones de ninguna índole, salvo en el caso de posiciones incorregiblemente contrarrevolucionarias, para las que, como una señal de PARE en el tráfico de una ciudad, aparecía su límite. El Dentro y el Todo de la formulación de Fidel ofrecían multitud de posibilidades tanto para los que eran partidarios entusiastas de la Revolución, como para los que no lo eran e incluso para sus críticos o adversarios, cualquiera fuera lo agudo de esas opiniones críticas. Eran un Dentro muy inclusivo y un Todo muy estimulante. A continuación, en la formula aparecía el lado cuestionable, su discrecionalidad: ¿Quienes serían los encargados de determinar lo que estaba incluido en el vasto Dentro y los que serían apartados y sancionados por considerarse Fuera o Contra? ¿Esa discrecionalidad no se ofrecía a injusticias y errores humanos de apreciación?
A pesar de esos riesgos visibles de la formulación, hay que decirlo, en ese momento de la Revolución, a solo dos meses de la invasión de Girón y con todavía una gran variedad latente en el espectro de las ideas políticas y la cultura, aquel fue un espacio de diálogo plural para el primer encuentro entre ambas partes participantes, intelectualidad y Gobierno. Recordemos que en toda la historia de la República surgida en 1902 los artistas y escritores jamás recibieron apoyo institucional, quizá con la excepción del breve período en que Raúl Roa García ejerció como director de Cultura en el Ministerio de Educación entre 1949-51, apenas tres años, donde hubo algunos rayitos de luz para la creación y sus hacedores. Si la cultura había sido desatendida por la política durante casi sesenta años republicanos, a partir de 1959 formó parte importante de ella. No olvidemos, además, la opinión de Virgilio Piñera, expresada en el mismo año del triunfo revolucionario, en la que calificó el estatus del escritor en la república como de “muerte civil”.
“El Dentro y el Todo de la formulación de Fidel ofrecían multitud de posibilidades tanto para los que eran partidarios entusiastas de la Revolución, como para los que no lo eran e incluso para sus críticos o adversarios, cualquiera fuera lo agudo de esas opiniones críticas. Eran un Dentro muy inclusivo y un Todo muy estimulante”.
La vida siguió y 1968, en sus finales, pero sobre todo 1971, dieron la oportunidad de ver materializadas en la práctica esas debilidades y riesgos de la fórmula normativa expuesta o, quizá, algo peor, una plasmación injusta de la misma, en la que nuevas censuras y castigos protagonizaron hechos lamentables. De manera particular, una de las ideas más formidables y originales expresadas en los años iniciales del proceso revolucionario, “Nosotros no le decimos al pueblo cree, le decimos lee”, sufriría años más tarde, en 1971, ajustes reductores.
Nadie guarde silencio, volumen de historia cultural, es una prueba del tesón investigativo de Caridad Massón, de su tenacidad intelectual, de no soltar la presa hasta el final y dar cumplimiento a lo que brotó en su mente durante aquella entrevista inicial con Edith García Buchaca y en el acto conmemorativo donde pensó seriamente por vez primera en el proyecto. Cary confiesa que se sintió inspirada por el magisterio de Fernando Martínez Heredia, colega y director en el Instituto Marinello por muchos años, con lo que alude, además de la justa evocación al gran intelectual, a entender la investigación de la Revolución Cubana como una operatoria de mucha complejidad.
Es muy loable, repito, la dedicación de Caridad en concluir su investigación, a pesar de que, como reconoce en la introducción, se tuvo que enfrentar a un enorme desinterés por que se divulgaran aquellas actas cuyo contenido era crucial para la memoria cultural de la Nación, como las califica acertadamente.
“A pesar de esos riesgos visibles de la formulación (…) aquel fue un espacio de diálogo plural para el primer encuentro entre ambas partes participantes, intelectualidad y Gobierno”.
Queda claro, al menos para quien les habla, que una cosa es analizar esos hechos en el evento de 1961 y otra muy distinta, analizarlos en su materialización en los años subsiguientes, que es como ha sido la práctica habitual. Centrar o reducir todo el evento solo en la tan citada y repetida fórmula ha sido la manera más eficaz de tratar de disminuir el enorme y sustancial acontecimiento que se produjo entre dirigentes e intelectuales, por cierto muy poco divulgado en la prensa de entonces. Sin embargo, algo debo resaltar a la hora de concluir estas palabras y es que como dijo Fidel Castro hace 64 años en este mismo lugar, y cito: “En el fondo, si no nos hemos equivocado, el problema fundamental que flotaba aquí en el ambiente era el problema de la libertad para la creación artística”. Seis décadas más tarde, sigue siendo el mismo problema fundamental. Es la piedra de toque por la que todos, instituciones y creadores, debiéramos luchar.
Al final del volumen Caridad cita a un grupo de autores en cuyas ideas predomina el pensamiento crítico hacia la sociedad como vínculo inexcusable entre el intelectual y su contexto. Evoca un nombre cardinal en ese sentido, Desiderio Navarro, y me parece un acierto concluir así su libro. Hoy más que nunca la sociedad cubana y su intelectualidad necesitan de aquel espíritu dialogante de 1961, auspiciado por la dirección política con los creadores. Ahora, a casi 65 años de aquellos eventos, se necesita igualmente de un espíritu crítico incisivo y agudo ante la gravísima multicrisis que confrontamos. Pero en esta mañana son Caridad y su libro los que merecen toda la atención porque han aportado el material suficiente para propiciar nuevas indagaciones historiográficas y culturales.
Felicito al sello editorial de la Revista Temas por publicar este libro tan necesario y esperado. Comienza para los interesados en el tema una nueva etapa con relación a las palabras a y de los intelectuales. A Caridad Massón, nuestro agradecimiento y felicitación.
*Palabras en la presentación del libro Nadie guarde silencio, de Caridad Massón Sena. Sala Hart de la Biblioteca Nacional “José Martí”, lunes 30 de junio de 2025.
Notas:
[1] “Peregrinaje hacia la Revolución”, en Lunes: un día de la Revolución Cubana, Leandro Estupiñán, Editorial Dunken, Buenos Aires, pp 244-245.
[2] Mirta Aguirre, “Seis meses de revolución en la cultura”, en Hoy domingo, 6 de septiembre de 1959, p 5.
[3] Reflexiones y desafíos sesenta años después de Palabras a los intelectuales, Ediciones Icaic, 2021, pag 57.
[4] El continente de lo posible, Icaic Juan Marinello-Ruth Casa Editorial, La Habana, 2008.
[5] Sobre los pasos del cronista, Ediciones Unión, La Habana, 2010.
[6] Lunes: un día de la Revolución Cubana, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2015.
[7] Retrato de familia con Fidel, Seix Barral, Barcelona, 1981.
[8] Llover sobre mojado, Editorial Planeta, México, 1998.
[9] El caso PM, cine, poder y censura. Editorial Colibrí, España, 2012.
[10] Aquel verano de 1961, Compil. Senel Paz y el ya citado (Op cit 3), ambos de Ediciones ICAIC, 2021.