Las penas que no nos matan

Esther Suárez Durán
26/2/2019

Invitada por Miriam Muñoz (Mirita), actriz, directora artística y general del Teatro Icarón, con el decisivo apoyo de la actual presidencia del Consejo Provincial de las Artes Escénicas, viajé a Matanzas para disfrutar de una de las funciones de la primera temporada de Las penas no me mataron, espectáculo unipersonal a cargo enteramente de la actriz y directora a quien, además, debemos este texto autobiográfico que solamente ella podía crear por dos razones: la primera, ya explicitada, se trata de jirones de la propia vida; la segunda es cómplice del título del espectáculo y nos remite a aquella aventura emprendida por Albio Paz y Mirita en los años noventa, cuando el dramaturgo y director le escribió y dirigió Las penas que a mí me matan, inspirado en algunas de las vivencias de la actriz y, sobre todo, en sucesos —que ambos conocían bien— de la historia del teatro cubano en la segunda mitad del pasado siglo. Con dicha obra, también un unipersonal, estrenada el 27 de marzo de 1991, Día Internacional del Teatro, en pleno apogeo del llamado período especial, recorrieron festivales y encuentros teatrales y recibieron múltiples reconocimientos, mientras se asentaba entre ambos una relación profunda.

Miriam Muñoz (Mirita), actriz, directora artística y general del Teatro Icarón. Foto de la autora
 

Al cabo del tiempo, a la distancia de casi tres décadas, Mirita decide volver sobre su vida y al hacerlo le dedica ahora su discurso a uno de nuestros Maestros vivos del Teatro, un Maestro nacido y radicado en Matanzas, un hombre que a la vez que anima figuras en su teatro anima y ha animado continuamente a muchos artistas a lo largo de la Isla y más allá de sus confines: René Fernández Santana, un artista que, con su tenacidad y persistencia, ha vencido todos los embates, un artista quien, como la propia Mirita, nos representa y dignifica a todos; de manera que esta parte de la saga confirma la conclusión de la primera: aquí estamos y, mientras siga saliendo el sol para anunciar cada mañana, aquí estaremos. Estas penas son una declaración de fe, son, a la vez, el homenaje al artista y el discurso que este pronuncia ante su sociedad.

Contienen el testimonio de una ciudad —Matanzas— y de una época, con lo cual trascienden el espacio y se vuelven carne y espíritu de todos; ahí están las películas famosas que un día vimos en los cines de cualquier ciudad o poblado, las canciones y los intérpretes que, en su momento, hicieron furor, la evocación breve de determinadas estancias en diversas instituciones teatrales durante el trayecto profesional que ha hecho la actriz y las confesiones recientes de una artista que ya vive su séptima década y permanece bien parada sobre su escenario; los obstáculos, los desafíos, el asidero que halla en un momento de densa bruma en el colega del teatro de figuras y en el tierno personaje de Feo, en la particular versión de El Patico feo, que realiza René Fernández para su Teatro Papalote y cuyo protagónico encarga a la actriz. La enseñanza que entraña el gesto cotidiano del Maestro, humilde y convencido, cuando cada mañana llega a Su Teatro y sacude y dispone la alfombra de entrada para recibir a los que, con seguridad, darán sentido al acto mismo de la espera, ya sean actores listos para ensayar, o público que acude a disfrutar la función, o curiosos e interesados en el teatro, o extraviados que hallarán en él algún sendero, porque la alfombra que se sacude, para que aparezca como nueva, y se tersa con las mismas manos para recibir sin tropiezos el paso, es signo exacto del encuentro que es siempre el Teatro; el signo exacto de la fe.

No se hace Teatro sin fe. La complicidad que nos propone el actor para que, con él, creamos por una hora o poco más que él o ella es Romeo, o Andoba, o Lala Fundora o Bernarda se basa en la creencia. El actor, la actriz juegan a ser, creen firmemente que son y ahí, sin más, aparece ante nosotros el personaje. Dieciocho años lleva Miriam Muñoz levantando la casa de su grupo Icarón; casi dos décadas lleva en un proceso de construcción este que es, porque han sabido permanecer en él, Su Teatro. El fino polvo del cemento, de la arena anida en sus bronquios, en los de sus actores y en los del magnífico equipo de trabajo con que, en estos años de resistencia artística, se ha rodeado: Maikel Guillot, Marialva Ríos, Kenia Carrazana, Migdalia Seguí, Mabel Robaina, Ibriana Brindis, Yoendris Álvarez, Raúl Morejón, Pablo Camejo, Roberto Hernández, Yasiel González junto a los imprescindibles de siempre: Rolando Estévez, Lucre Estévez Muñoz, Miriam Méndez Muñoz, Gilberto Subiaurt, María de los Ángeles Núñez Jauma, Pedrito Rubí y, por supuesto, René Fernández.

Espectáculo de emoción y homenaje finísimo, de gratas sorpresas, excelentemente hilado en su dramaturgia espectacular (esa que no logran apresar los concursos de dramaturgia al uso), recorrido por vidas y épocas de la mano delicada y a la vez vibrante de una artista de raíz que nos hace sentir en casa con su absoluta organicidad sobre las tablas, con esos ojillos —pura luz— que nos trasmiten las esencias más puras de esto que nos define como seres humanos.

Estancia sin pretensiones sobre la escena, viajes de ida y vuelta en el tiempo que ahora nos pertenece absolutamente porque hilamos vida y ficción; humor y broma suave para librar de cualquier peso al infortunio; ironía y sátira compasiva con sus deudores, como corresponde a quien ha desafiado todo y está de regreso, aparentemente apacentada la pasión, vuelta sabiduría la irreverencia, comprensión e inteligencia la ira ante la iniquidad y la siempre torpe e infeliz indiferencia.

La casa de Teatro Icarón que ya, a estas alturas más temprano que tarde, desplegará sus alfombras, dispondrá de su climatización, de sus luces y equipamiento de audio, asentará sus butacas, tendrá sus varas y toda su telonería, exhibe desde ahora un envidiable y bien terminado escenario, gradas que propician la suave pendiente para la visual de la escena, palcos en el primer piso, próximos a la cabina técnica, baño, sala de estar, camerinos, espacio para la taquilla y, con sillas prestadas y equipos de luces alquilados,brinda sus presentaciones en la utopía de lo que, sin dudas, será su destino manifiesto.

Este, como algunos otros en nuestra historia escénica, será un teatro ganado palmo a palmo. Y no hay que confundirse, preciso será mirar bien: donde parece haber techo, en realidad hay un tejido de ilusiones, donde creemos palpar paredes, se levanta la tenacidad infinita, donde localizamos la madera de su escenario se alza un amplio pedestal, aquel que esta gente de Teatro ha erigido con la propia sustancia de sus sueños y la fuerza imbatible de sus voluntades. ¿Quién ni qué pueden contra estos alquimistas de quimeras y aventuras? ¿Quién se enfrenta a tanta osadía capaz de dejar piel y huesos sobre los escenarios? ¿Quién no aplaude, aun secretamente, este culto perenne a la vida, este afán de multiplicarla en historias infinitas, estas ganas enormes de vivir?

El 18 de enero del presente año se estrenó Las penas no me mataron en el Teatro Icarón de la ciudad de Matanzas. Dio inicio, así, a la primera temporada de este, su más reciente estreno, temporal colofón de un repertorio activo de siete espectáculos de un grupo que honra con este catálogo de obras las instalaciones de las cuales dispone. Para el próximo mes de marzo, Mes del Teatro, Icarón se presentará en los escenarios de Pinar del Río cumpliendo con una invitación del Teatro de la Utopía y su sala Virgilio Piñera. Hagamos todo lo necesario para tenerlos pronto en las salas de la capital que, con cada acto valioso y ferviente de los cubanos, celebra sus quinientos años.

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