Sobre la mirada profunda que caracterizaba al líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, en sus análisis sobre Estados Unidos, expresaría el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez: “El país del cual sabe más después de Cuba, es Estados Unidos. Conoce a fondo la índole de su gente, sus estructuras de poder, las segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le ha ayudado a sortear la tormenta incesante del bloqueo”.

A su vez, en la raíz misma de la visión de Fidel sobre las relaciones Estados Unidos-Cuba, así como la manera de encarar el desafío que representa la Roma americana a 90 millas de nuestras costas, preservando nuestra independencia y soberanía, está el legado de José Martí, que el líder de la Revolución asumió de forma consciente y entregada. Entre los aspectos que encontramos en el pensamiento del apóstol de nuestra independencia, está su concepción de que era viable un escenario de paz con Estados Unidos: “Es posible la paz de Cuba independiente con los Estados Unidos —escribió—, y la existencia de Cuba independiente, sin la pérdida, o una transformación que es como la pérdida, de nuestra nacionalidad”.

Bajo las coordenadas de su tiempo histórico, encontramos también esta posición en Fidel. Y es que uno de los tantos mitos que se han propalado —en especial por los enemigos de la Revolución— en torno a las relaciones conflictuales entre Cuba y Estados Unidos, es el que sostiene que el líder cubano fue el gran obstáculo para la normalización de las relaciones entre ambos países, con lo cual se ubica el inicio del conflicto bilateral al momento en que triunfa la Revolución Cubana en 1959 bajo su liderazgo indiscutible.

Tan desacertado juicio obvia que el origen del conflicto Cuba-Estados Unidos tiene un pasado mucho más remoto, desde los momentos en que comenzó a configurarse la esencia del mismo —finales del siglo XVIII e inicios del XIX—, que no ha sido otra hasta nuestros días, que el de las intenciones de las élites de poder de la nación norteña por dominar a Cuba y la determinación de la Isla por alcanzar y mantener su soberanía. Por otro lado, tal valoración, desconoce que entre Cuba y Estados Unidos jamás han existido relaciones normales.

“(…) con gran maestría política evitó cualquier pretexto que pudiera servir a Estados Unidos para intervenir en Cuba y se frustrara nuevamente la Revolución”.

En cuanto al criterio que en acto de injusticia histórica coloca en los hombros de Fidel la responsabilidad del no entendimiento entre ambos países, los hechos y documentos históricos señalan otra realidad. Lo cierto es que Fidel nunca descartó la posibilidad de un modus vivendi con Estados Unidos y, no solo eso, sino que desde la diplomacia secreta él mismo se involucró en numerosas iniciativas de acercamiento.

Durante sus luchas en la Sierra Maestra, el líder cubano recibió a varios periodistas estadounidenses, a través de ellos, además de asestar fuertes golpes mediáticos a la dictadura, aprovechó la ocasión para trasladar importantes mensajes a la opinión pública estadounidense. Al más conocido de todos, el periodista Herbert Matthews, del New York Times, le expresó el 17 de febrero de 1958: “Puedo asegurar que no tenemos animosidad contra los Estados Unidos y el pueblo norteamericano”. 

Al propio tiempo con gran maestría política evitó cualquier pretexto que pudiera servir a Estados Unidos para intervenir en Cuba y se frustrara nuevamente la Revolución.

“Fidel no tenía una actitud hostil preconcebida contra Estados Unidos y su deseo no era incitar la ruptura de las relaciones, aunque era consciente de que una revolución verdadera no podía realizarse sin chocar con los intereses del imperialismo estadounidense establecidos en la Isla”.

En los meses finales de 1958, ese peligro se hizo mayor al producirse varios incidentes, evidentemente fabricados por el dictador Fulgencio Batista y el embajador yanqui, con la intención de generar una situación que provocara la intervención de los marines en la Isla. La actitud responsable, serena, y a la vez muy firme de Fidel en la denuncia de estos propósitos a través de Radio Rebelde, logró frenar y desmontar estas maniobras.

Es decir, Fidel no tenía una actitud hostil preconcebida contra Estados Unidos y su deseo no era incitar la ruptura de las relaciones, aunque era consciente de que una revolución verdadera no podía realizarse sin chocar con los intereses del imperialismo estadounidense establecidos en la Isla. Era un antiimperialista convencido, pero no anti estadounidense. Su posición y política hacia el vecino del norte estuvo siempre basada en la fuerza de las ideas y principios, no en odios y fanatismos.

En la conferencia internacional sobre la Crisis de Octubre, celebrada en La Habana en 1994, el exsecretario de defensa de Estados Unidos durante la administración Kennedy, Robert S. McNamara, trató de fundamentar la indisposición del líder cubano a relaciones normales con Washington, a partir de una carta escrita por él a Celia Sánchez el 3 de junio de 1958, en la que planteaba: “Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo.  Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos.  Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero”.

La respuesta de Fidel y el diálogo establecido al respecto durante el evento de la Crisis de Octubre fue el siguiente:

Fidel Castro: “Eso es parte de una carta —y aprovecho la oportunidad ya para esclarecerlo y que no tenga que intervenir nadie más en eso— que dice:  Cuando veo caer —lo recuerdo, Mendoza, que es historiador, lo sabe mejor, porque conoce de memoria todos los documentos esos— las bombas que están lanzando los aviones sobre la casa de Sariol…  Dilo textualmente.

Jorge E. Mendoza:  Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo.

Fidel Castro:  Es decir, no se puede citar esa frase aislada de que vamos a tener una guerra con los americanos, como si yo tuviera por vocación la guerra, por carrera la guerra y no quisiera más que la guerra.  Y realmente eso está muy lejos de la realidad.

Pero como los norteamericanos de la Base Naval de Guantánamo les habían suministrado aquellas bombas y estaban bombardeando una casa de familia, estaban bombardeando la población civil con aquellas bombas norteamericanas, fue en ese momento en que yo, redactando un mensaje, porque estoy desde una altura viendo el bombardeo de la casa de Mario Sariol con los cohetes aquellos, escribo la nota y hago expresión de ese sentimiento de irritación. De modo que no es legítimo tomar del contexto esa frase aislada, que escuchada así pareciera la de un loco o la de uno que lo que quiere es guerra de todas maneras y le tiene odio a Estados Unidos y quiere exterminarlo, sino que es la de un individuo indignado en el momento en que estaba viendo aquellas bombas que les habían entregado desde la base de Guantánamo.  Ese es el origen de la frase”.

“Todo pudo haber sido menos traumático para las relaciones bilaterales, de haber respondido Washington de manera diferente a la Revolución cubana”.

En abril de 1959 Fidel viaja a Estados Unidos —su segunda salida al exterior después del triunfo de la Revolución—, no para pedir dinero como estaban acostumbrados los presidentes de la república neocolonial burguesa, sino para explicar los rumbos que tomaría la Revolución y tratar de lograr la comprensión del gobierno y pueblo de Estados Unidos sobre el nuevo momento histórico que se vivía en la mayor de las Antillas.

Todo pudo haber sido menos traumático para las relaciones bilaterales, de haber respondido Washington de manera diferente a la Revolución cubana. La reacción airada y hostil de la administración norteamericana solo logró incentivar y acelerar la radicalización del proceso revolucionario y el acercamiento a la URSS. Realmente, la clase dominante de Estados Unidos estaba incapacitada para entender lo que sucedía en la Isla y el papel de su nuevo liderazgo. Les era imposible asimilar que, luego de tantos años de exitoso control del hemisferio occidental, pudiera una isla como Cuba, a la cual habían convertido en su probeta de ensayo neocolonial por excelencia, apartarse de sus designios e influencias, en sus propias narices.

El secretario interino de Estado, Christian Herter invita a Fidel a sentarse en el hotel de Washington, el 16 de abril de 1959.

Ante la aceptación de Fidel de una invitación de la Sociedad Americana de Editores de Periódicos para visitar Washington y hablar ante su reunión anual en abril, lo primero que hizo Eisenhower en una reunión del Consejo Nacional de Seguridad Nacional fue preguntar si no se le podía negar la visa al líder cubano, para luego —ya durante la estancia de Fidel en ese país— evadir la posibilidad de un encuentro. Prefirió irse a jugar golf en Georgia que recibir a Fidel. Dejó esta “incómoda” misión en manos del secretario de Estado Cristian Herter y el vicepresidente Richard Nixon. Este último trató de darle lecciones a Fidel de cómo gobernar en Cuba y más tarde escribiría en sus memorias que había salido de la reunión con el líder cubano convencido de que había que derrocar al gobierno revolucionario.

“Cuando se revisa la documentación cubana y estadounidense del período revolucionario, es sorprendente la cantidad de tiempo que el Comandante en Jefe dedicó durante años a recibir y conversar con congresistas y personalidades de la política norteamericana”.

Es decir, solo a tres meses del triunfo revolucionario, cuando aún no se habían establecido los vínculos con los soviéticos, ni firmado la Ley de Reforma Agraria y prácticamente no se había tomado medida alguna que afectara sustancialmente los intereses de Estados Unidos, la administración Eisenhower se mostraba poco cooperativa y más bien adversa con el nuevo gobierno cubano, especialmente con Fidel Castro. Ello, a pesar de que el líder cubano buscaba la manera de no provocar una ruptura abrupta con Washington, si bien advertía en cada discurso a los vecinos del norte que las cosas iban a ser diferentes, pues en Cuba por primera vez habría independencia y soberanía absoluta.

Cubriéndose de las luces de las lámparas, Fidel comienza a hablar ante los miembros de la Sociedad de Editores de Prensa de Washington en conferencia de prensa en el Hotel Statler Hilton, de Washington.

Cuando se revisa la documentación cubana y estadounidense del período revolucionario, es sorprendente la cantidad de tiempo que el Comandante en Jefe dedicó durante años a recibir y conversar con congresistas y personalidades de la política norteamericana. Si Fidel no hubiera creído que era importante este tipo de encuentros para buscar un mejor entendimiento entre ambos países e influir políticamente, no hubiera invertido en ellos ni un minuto de su preciado y limitado tiempo.

“Hasta a un furibundo adversario del proceso cubano como Richard Nixon, envió Fidel señales conciliadoras de manera confidencial”.

Empleando la diplomacia secreta, Fidel fue el gestor de numerosas iniciativas de acercamiento entre ambos países. A través del abogado James Donovan, quien negoció con Fidel la liberación de los mercenarios presos a raíz de la invasión de 1961; la periodista Lisa Howard y otras vías, el líder de la Revolución hizo llegar al gobierno de Kennedy una y otra vez su disposición de conversar en busca de un entendimiento. En agosto de 1961 Ernesto Che Guevara trasladó una rama de olivo al gobierno estadounidense en un encuentro que sostuvo en Montevideo con el asesor especial de Kennedy para asuntos latinoamericanos, Richard Goodwin. Es imposible pensar que el Che actuara por su cuenta y no de común acuerdo con el líder cubano. Fidel además envió un mensaje verbal al presidente Lyndon Johnson, a través de la periodista Lisa Howard en 1964, que entre otras cosas decía:

Dígale al Presidente (y no puedo subrayar esto con demasiada fuerza) que espero seriamente que Cuba y los Estados Unidos puedan sentarse en su momento en una atmósfera de buena voluntad y de mutuo respeto a negociar nuestras diferencias. Creo que no existen áreas polémicas entre nosotros que no puedan discutirse y solucionarse en un ambiente de comprensión mutua. Pero primero, por supuesto, es necesario analizar nuestras diferencias. Ahora, considero que esta hostilidad entre Cuba y los Estados Unidos es tanto innatural como innecesaria y puede ser eliminada.

Dígale al Presidente que no debe interpretar mi actitud conciliatoria, mi deseo de conversar como una señal de debilidad.  Una interpretación así sería un grave error de cálculo.  No estamos débiles… la Revolución es fuerte… muy fuerte.  Nada, absolutamente nada que los Estados Unidos puedan hacer destruirá a la Revolución.  Sí, somos fuertes.  Y es desde esa posición de fuerza que deseamos resolver nuestras diferencias con los Estados Unidos y vivir en paz con todas las naciones del mundo.

Hasta a un furibundo adversario del proceso cubano como Richard Nixon, envió Fidel señales conciliadoras de manera confidencial. Los documentos desclasificados en Estados Unidos muestran que el 11 de marzo de 1969 el embajador suizo en La Habana, Alfred Fischli, luego de haber tenido una entrevista con el líder de la Revolución, trasladó al secretario de Estado de Estados Unidos, William P. Rogers, un mensaje no escrito del primer ministro cubano en el que expresaba su voluntad negociadora.

“Dígale al Presidente (y no puedo subrayar esto con demasiada fuerza) que espero seriamente que Cuba y los Estados Unidos puedan sentarse en su momento en una atmósfera de buena voluntad y de mutuo respeto a negociar nuestras diferencias”.

Durante la administración Carter fueron muchas las acciones de Fidel que mostraron su disposición de mejorar las relaciones con Estados Unidos, fue en esos años en que se abrieron las secciones de intereses de ambos países en Washington y La Habana y se firmó el acuerdo pesquero y el de límites marítimos. Fue la época en que más conversaciones secretas hubo entre representantes de ambos países, así como numerosos intercambios académicos, deportivos y culturales. En el año 1978, como un gesto unilateral, sin negociarlo con Estados Unidos, Cuba liberó a miles de presos contrarrevolucionarios, lo cual evidenciaba un deseo de la dirección cubana de reanimar el proceso de normalización de las relaciones entre ambos países, congelado a partir de la entrada de tropas cubanas en Etiopía. “En ese momento —recuerda Robert Pastor, asistente para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional—, llegué a la conclusión de que Castro vio esta iniciativa como una manera de tratar de poner las discusiones sobre la normalización de nuevo en marcha. No tenía la menor intención de negociar el papel de Cuba en África a cambio de la normalización, pero tal vez pensó que gestos positivos en los derechos humanos, prioridad de Carter, serían suficientes. No lo eran”.

En una reveladora carta escrita el 22 de septiembre de 1994 al presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari, que había servido de mediador entre él y el presidente estadounidense, William Clinton, Fidel expresó nuevamente su posición favorable a la normalización de las relaciones entre ambos países: 

La normalización de las relaciones entre ambos países es la única alternativa; un bloqueo naval no resolvería nada, una bomba atómica, para hablar en lenguaje figurado, tampoco. Hacer estallar a este país, como se ha pretendido y todavía se pretende, no beneficiaría en nada los intereses de Estados Unidos. Lo haría ingobernable por cien años y la lucha no terminaría nunca. Sólo la Revolución puede hacer viable la marcha y el futuro de este país.

Seis semanas después de los anuncios del 17 de diciembre de 2014, Fidel, con la experiencia de haber lidiado con 10 administraciones estadounidenses, ratificó su posición en cuanto a una normalización de las relaciones con Estados Unidos. “No confío en la política de los Estados Unidos”, dijo, teniendo suficientes elementos de juicio para hacer ese planteamiento. Pero también expresó que, como principio general, respaldaba “cualquier solución pacífica y negociada a los problemas entre Estados Unidos y los pueblos o cualquier pueblo de América Latina, que no implique la fuerza o el empleo de la fuerza”.

“De la posibilidad del retiro de las tropas cubanas de África a cambio de relaciones normales con los Estados Unidos, Fidel fue categórico: “¡La solidaridad de Cuba con los pueblos de África no se negocia!”.

Se podrían mencionar otros ejemplos. Pero estos son más que suficientes para demostrar la postura de Fidel sobre las relaciones bilaterales, favorable al diálogo y la negociación, sobre la base de la igualdad y el respeto mutuo, sin menoscabo a la soberanía de la Isla y a los principios proclamados y defendidos por la Revolución.

En diversas circunstancias el gobierno de Estados Unidos pretendió negociar con Cuba estos principios o condicionó la posible mejoría de las relaciones entre ambos países a cambio de que la Isla se retractara de apoyar a los movimientos de liberación en América Latina, Centroamérica o África, retirara sus misiones internacionalistas de Angola y Etiopía, redujera o rompiera sus vínculos con la URSS, desistiera de apoyar la causa independentista de Puerto Rico y muchas otras exigencias, solo para estrellarse una y otra vez contra la dignidad de Cuba y Fidel.

Por lo visto, en la mentalidad de los dirigentes de Estados Unidos –expresaría Fidel-, el precio de una mejoría de las relaciones, o de relaciones comerciales o económicas, es renunciar a los principios de la Revolución. ¡Y nosotros no renunciaremos jamás a nuestra solidaridad con Puerto Rico! (…) Ahora ya no es Puerto Rico solo, ahora es también Angola. Siempre, en todo el proceso revolucionario, nosotros hemos llevado a cabo una política de solidaridad con el movimiento revolucionario africano.

Sobre el apoyo de Cuba a la causa independentista de Puerto Rico dos años después añadiría:

…cuando se fundó el Partido Revolucionario Cubano, se fundó para la independencia de Cuba y de Puerto Rico. Tenemos vínculos históricos, morales y espirituales sagrados con Puerto Rico y les hemos dicho (se refiere a las autoridades estadounidenses): mientras haya un puertorriqueño que defienda la idea de la independencia, mientras haya uno, tenemos el deber moral y político de apoyar la idea de la independencia de Puerto Rico. (…) y se lo hemos dicho muy claro, que ese es un problema de principios, ¡y con los principios nosotros no negociamos!

De la posibilidad del retiro de las tropas cubanas de África a cambio de relaciones normales con los Estados Unidos, Fidel fue categórico: “¡La solidaridad de Cuba con los pueblos de África no se negocia!”.

Esta posición ética de Fidel, en un mundo caracterizado mayormente por el egoísmo, el chovinismo, los nacionalismos estrechos y el oportunismo político, sigue siendo uno de los paradigmas más importantes que legó Fidel a la humanidad en el campo de las relaciones internacionales y, en específico, a la manera de conducir la política exterior de Cuba y las relaciones con Estados Unidos.

El pueblo cubano, y podríamos decir, los revolucionarios del mundo, contamos con la fortaleza que constituye el pensamiento y la praxis revolucionaria del líder histórico de la Revolución en su enfrentamiento a la política de Washington, durante el paso de 10 administraciones estadounidenses, ya fueran demócratas o republicanas, así como su postura ética y de principios, en defensa de la paz, pero sin concesiones que constituyan la merma de la soberanía y la independencia.