El venidero mes de octubre, exactamente el día 30, la Necrópolis Cristóbal Colón estará arribando al aniversario 154 de su creación. Más allá de su extensa área, monumentalidad, de sus incalculables valores artísticos y arquitectónicos resguardados tras sus gruesos muros, este camposanto, el más importante de Cuba y tercero en el mundo en opinión de varios especialistas, atesora tantos mitos y leyendas como personas inhumadas en su primer medio siglo de existencia.

Formando una cruz latina, en cuyo centro se erigió una majestuosa capilla, la Necrópolis Cristóbal Colón quedó dividida en cuatro áreas muy bien definidas llamadas cuarteles. Así existen hasta hoy los cuarteles noreste y sureste y noroeste y suroeste. Precisamente en el cuartel noreste, a pocos pasos de la Capilla Central, se encuentra, sino el más, uno de los sepulcros más visitados de esta suntuosa Ciudad funeraria que honra el nombre del Descubridor de América, aunque nunca recibió sus ansiadas cenizas: la tumba de Amelia Goyri de Adot, la Milagrosa del Cementerio de Colón.

Y esta es su historia devenida leyenda.

Según cronistas del siglo XIX, Amelia era una hermosa joven habanera de cuyos encantos y bondad vivió prendado desde niño su primo José Vicente Adot y Rabell. También de niña, Amelia sentía igual atracción por José Vicente. Pero las diferencias sociales, muy tenidas en cuenta por aquellos años, constituían un serio obstáculo para los enamorados aun cuando ya fueran adultos.

Sepulcro de La Milagrosa, en la habanera Necrópolis de Colón. Foto: Tomada de Internet

Mientras Amelia, al morir su madre, pasó a la tutela de su tía doña Inés, casada con el férreo español don Pedro de Balboa, marqués de Balboa, José Vicente en cambio procedía de una familia que sin ser humilde no llegaba a la condición de acomodada y menos aún de ricos, como era la aspiración de doña Inés, quien aspiraba a ver desposada a su sobrina con un hombre poseedor de grandes bienes aunque el amor quedara muy distante en aquella relación. Simplemente era la costumbre de la época.

De todos modos, los jóvenes continuaban viéndose a escondidas y en cada encuentro se juraban amor eterno.

Como otros muchos patriotas cubanos, José Vicente se enroló en la guerra de independencia de 1895 e integró las filas insurrectas que en los campos de Cuba luchaban contra el dominio de España. Las relaciones entre las dos familias se hicieron todavía más tensas.

Amelia Goyri y José Vicente Adot. Foto: Tomada de Radio Enciclopedia

Sin embargo, al finalizar la guerra, que para sorpresa de todos no ganaron cubanos ni españoles, José Vicente regresó de la manigua con los grados de capitán del Ejército Libertador y la gran estima de altos funcionarios del Gobierno. Por esos años había fallecido el Marqués de Balboa y entonces doña Inés miró con buenos ojos a José Vicente y aceptó gustosa entregarle en matrimonio a su sobrina Amelia.

Los enamorados habían esperado años para amarse como Dios manda, pero la felicidad se quedó muy poco tiempo con ellos. Amelia moría a los veinticuatro años y José Vicente comenzaba a sufrir a la misma edad.

Víctima de un ataque de eclampsia a los ocho meses de embarazo, como se registra en el libro de entierros del Cementerio, Amelia fallecía el 3 de mayo de 1901, sin siquiera poder traer al mundo su primer hijo.

“Los enamorados habían esperado años para amarse como Dios manda, pero la felicidad se quedó muy poco tiempo con ellos. Amelia moría a los veinticuatro años y José Vicente comenzaba a sufrir a la misma edad”.

A partir de aquel aciago 3 de mayo hasta su muerte en enero de 1941, José Vicente cambió radicalmente el rumbo de su vida. Comenzó a vestir completamente de negro en señal de luto permanente, compraba las mejores flores y, sin faltar un solo día, temprano en la mañana le ordenaba al cochero que lo llevara al cementerio. Bajaba en la misma entrada y, sombrero en mano, caminaba al encuentro de su Amelia.

Ante el sepulcro, que por órdenes suyas se construyó con mármol blanco de Carrara, golpeaba la segunda argolla de la parte derecha para despertar a su amada que dormía. Y mientras colocaba las flores le hablaba del trabajo, de la casa, de los pesares íntimos que le agobiaban y le pedía consejos y ayuda, caminando lentamente alrededor de la tumba. Por fin llegaba la hora de irse y, siempre con el sombrero en la mano, se retiraba cabizbajo, sumido en hondas cavilaciones sin darle nunca la espalda, como muestra inequívoca de respeto. Iba después a su trabajo en el que prosperaba cada día.

Muchos curiosos le veían ir y venir diariamente y comenzaron a imitarlo. Pocos al principio. Pero con la colocación de la estatua en 1909, que representa a una joven de tamaño natural con un recién nacido en brazos, y cualidades extraordinarias que sobre su esposa muerta José Vicente deslizaba entre sus allegados, el número de devotos comenzó a crecer cada vez más hasta estallar en altas cifras, no obstante las constantes quejas de José Vicente a la Administración del Cementerio y sus severas amenazas “a los intrusos que molestan el descanso de mi esposa”.

“A partir de aquel aciago 3 de mayo hasta su muerte en enero de 1941, José Vicente cambió radicalmente el rumbo de su vida (…) Ante el sepulcro (…) golpeaba la segunda argolla de la parte derecha para despertar a su amada que dormía (…)”.

Recientemente visitamos el sepulcro de Amelia Goyri que para sus devotos representa la maternidad. Coincidimos con un grupo de personas, mujeres en su totalidad, que en absoluta solemnidad realizaban el ritual iniciado por José Vicente hace más de un siglo. Mientras caminaban alrededor del sepulcro, rodeado de innumerables placas y jardineras creadas en los más diversos materiales y de disímiles tamaños, acariciaban la escultura y musitaban plegarias con rostros suplicantes. Una vez concluida la ceremonia, una tras otra, fueron retirándose despacio de frente siempre a tumba centenaria.

Una de las primeras en terminar el ritual fue una joven embarazada a quien preguntamos: ¿por qué visitas este sitio? Sin siquiera pensarlo respondió: “Porque aquí se encuentra mi Milagrosa. Y de verdad lo es. Por unos dos años estuve intentando tener un hijo. Sin embargo, no lo conseguía a pesar del tratamiento de especialistas en fertilidad.

“Algunas amistades me aconsejaron que viniera al cementerio y le hiciera una promesa a la Milagrosa. Le prometí que la visitaría y le traería flores todas las semanas, si me cumplía mi sueño de tener un bebé como el que ella tiene en sus brazos. Y ya ves, para la segunda quincena de agosto daré a luz a mi niña que, por supuesto, la llamaré Amelia por esa santa que hizo realidad mi sueño”.

La devoción envuelve desde hace más de un siglo el sepulcro de la Milagrosa del Cementerio de Colón. Foto: Tomada de Cubadebate

Seguidamente nos acercamos a otra joven que acomodaba a un niño en su coche. Ante la misma pregunta dijo: “Este niño, que es mi hijo menor, nació con una enfermedad extraña. Tan rara que ni los médicos supieron explicarme nunca bien de qué se trataba.

“Ya había oído hablar de la Milagrosa porque vivo muy cerca de aquí. Así que vine y le dije que si mi hijo se curaba, vendría a visitarla cuando menos dos veces a la semana hasta que él cumpliera los cinco años. Ya tiene tres y su salud es perfecta. Por eso seguiré viniendo hasta cumplir lo que le prometí”.

Muy similares a estos testimonios son los textos que aparecen grabados en las placas y jardineras que por su gran cantidad cubren incluso el sepulcro aledaño al de Amelia. Si bien sus autores radican mayoritariamente en Cuba, proceden también de otras naciones como España, Estados Unidos, Canadá y Rusia, por solo mencionar algunas. La realidad es que la devoción que hace más de un siglo envuelve el sepulcro de la Milagrosa del Cementerio de Colón, no la fomentó en los más mínimo durante su vida la joven habanera nombrada Amelia Goyri, allí inhumada, como tampoco en el momento de su deceso, que fue muy rápido a juzgar por la causa que lo produjo. Sencillamente fue el propio José Vicente quien la inmortalizó con su proceder convirtiéndola en leyenda a pesar de que jamás fue esa su intención.

3