Ronel González Sánchez: La poesía en las honduras de la patria
“Salimos el 22 de agosto de 2018 alrededor de las diez de la mañana en el ómnibus 1231 de montaña desde Contramaestre. Hasta San Lorenzo hay 48 kilómetros, pero el trayecto es arduo a través de un zigzagueante camino en mal estado que varias veces atraviesa el río Contramaestre… Recuerdo el viaje como una experiencia estremecedora. Llegamos poco después de la una de la tarde. Por una escalinata de piedras, ladrillos y mármol fuimos hasta la cima desde donde cayó Carlos Manuel por un barranco…” Así registra el escritor holguinero Ronel González Sánchez (Cacocum, 1971) parte de un viaje a San Lorenzo, en la Sierra Maestra, el último lugar donde vivió Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria.
Llevaba una bandera y tomaron prestada la de La Demajagua, que ondeaba en una de las dos astas de la cima. Luego, junto al barranco, completamente cubierto de maleza, con la enseña sobre los hombros, leyó uno de esos poemas dedicados a Céspedes; le rindió tributo al patricio.

¿Por qué visitar o revisitar los lugares de la historia de nuestra Patria es para Ronel González Sánchez un acto continuo de fe y sensibilidad, que ha concretado en versos? Quizás porque el poeta tiene su propio grito, como el del 10 de Octubre en La Demajagua, y prefiere la métrica que amplifica la historia como necesidad espiritual y humana.
Con más de cincuenta libros de poesía, ensayo y literatura infantil, Ronel ha mostrado en sus más recientes volúmenes un particular interés por los procesos independentistas cubanos, iniciados precisamente en el oriente insular; por la génesis de la identidad y la nación. Horas dedicadas por completo a la investigación han cristalizado en poemarios como Teoría del fulgor accesorio, La marcha de la bandera y ¿Cómo se manda un campamento?, ganador este último del Premio Nacional Beca Ciudad del Che en 2019, convocado por la Uneac en Villa Clara.

El primero de estos textos fue publicado por Ediciones Ácana de Camagüey en 2016 e inicia el abordaje de este importante período de la historia patria. Acompañándose de las posibilidades de la décima, Ronel se acerca a los principales momentos y protagonistas de la gesta de 1868, para mostrarnos a los héroes de carne y hueso, con sus virtudes y defectos. De esta primera exploración, asegura, se desprendió el poemario La marcha de la bandera, pues la temática no se agotó y siguió trabajándola en ese libro.
El texto, bajo el sello de la Editorial Barajagua en formato digital, fue iniciativa del historiador holguinero José Abreu Cardet, Premio Nacional de Historia, para conmemorar el 150 aniversario del 10 de Octubre de 1868; por lo que Ronel se inspiró en este hecho y otros sucesos históricos, así como en la vida de importantes figuras del siglo XIX cubano.
“El autor de esas páginas se ha dedicado a investigar y a explorar la historia patria desde hace varios lustros, con intenciones de vivenciar e integrar a su trayectoria vital las heroicas secuencias que ahora se entregan transformadas en poemas que nos impresionan por la honestidad y hondura con que fueron escritos”, comentó el artista visual Julio Méndez Rivero, quien entonces (y por varios años) fue presidente de la Uneac en Holguín.

“La historia está entre mis principales intereses creativos desde que comencé a relacionarme con la literatura. Escribí mis primeros textos en abril de 1980; sin embargo, no tuve verdadera conciencia de la historia hasta que estudié Arte en Santiago de Cuba y me relacioné con investigadores de esos temas. Digamos que soy de los que se dispuso a buscar con el alma a aquel inmenso poeta enamorado y fundador de revoluciones que dijo que por Cuba se dejaba clavar en la cruz”, dijo el también promotor cultural, humorista y guionista radial al rememorar los lejanos días en que sintió la necesidad de contar parte de nuestra historia patria desde la perspectiva lírica.
Las guerras por la independencia, asegura el historiador Pedro Pablo Rodríguez, han sido hasta hoy unos de los acontecimientos más interiorizados por la conciencia cubana. La historiografía ha tenido y tiene una alta responsabilidad en ello, pero han sido infinitos los recursos empleados por la sociedad para preservar la memoria de aquellos procesos bélicos que consolidaron la nacionalidad y la nación y que culminaron en un estado nacional.

Para Ronel, la poesía ha sido su recurso, arma o machete para entender y acercarse a los procesos historiográficos nacionales: “La escritura de la historia en nuestro país quiere desbordar lo académico, la camisa de fuerza de los datos y las cifras, fríos como una granizada sobre un techo de zinc, la elaboración de rugosos e insufribles ladrillos, porque lo reclaman a voz en cuello estos tiempos que se esfuman a toda velocidad”, añade el autor de Temida polisemia. Estudio de la obra literaria de Delfín Prats (Áncoras, 2016) y la antología de décimas humorísticas Erase un elefante bocarriba (Ediciones La Luz, 2018). “El historiador, junto con el escritor o integrándolo, tiene que hacer más atractiva su obra, más placentera, entretenida”. La historia, por tanto, se enriquece con la mirada de los narradores y poetas.
El lector logra acercarse a parte de la “cotidianidad manigüera” de Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo, Ignacio Agramonte y Amalia Simoni, del poeta Juan Clemente Zenea, Bartolomé Masó, Quintín Bandera, José Martí, Vicente García, Pedro Figueredo, Máximo Gómez, Calixto García, e incluso a la visión del soldado español Antonio del Rosal Vázquez de Mondragón; y es que este poeta holguinero ha vivido y revivido junto a los campamentos mambises que se enarbolan bajo las frías y húmedas sombras de los campos cubanos. O en las guardarrayas del cañaveral, donde crece la caña y comienza la industria que ha identificado a la isla desde hace siglos y que ahora Ronel se encarga de convertir en poesía en Central Patria, cuaderno con el que obtuvo el apreciado Premio Nicolás Guillén en 2025.

“En este libro va mi vida… Es la historia de la producción de azúcar en Cuba, vista desde la poesía. Ahí se evidencia la vinculación de mi familia con los centrales, como macheteros; la vinculación profunda con las artes plásticas cubanas, entre otros aspectos. Se encuentran poemas muy personales, pues yo crecí muy cerca de un centro de acopio de azúcar y eso está en mi información vital, además de las investigaciones que estudié. Todo coincidió para que naciera este libro que quiero muchísimo y espero que las personas quieran también”, dice Ronel.
Leer su poesía es “como mirarse en un espejo de la patria”. Esta le ha servido para desmantelar cualquier acorazado, porque hombres como Ronel González que viven bajo la palabra —según el poeta Moisés Mayán al reseñar uno de sus libros— son en sí mismos un ejército. La patria, la historia, la identidad pertrechan sus filas, siempre en el camino de las letras.

