Un bebé del Señor

Era la noche inhóspita que en Palestina
ocurre como lluvia
sobre el desierto,
era la noche peregrina
de rostro apenas descubierto
cuando quebró la Luz el desconcierto,
la Gracia repentina
inexpresable por algún vocablo:
un nacimiento en un establo
que dejó al mundo boquiabierto.

Un niño, una criatura
del Padre Soberano,
traía la Fe y la Vida de la mano,
una palabra que fulgura,
la Salvación segura
en la piel de un humano
que dio a un pesebre de Belén altura
y gloria, en el lejano
Año Cero que anuncia la Escritura.

Jesús, el Cristo que acunó María
y desveló a José, el carpintero,
la única puerta para Dios sería
por Fiel y Verdadero.

Un bebé del Señor, que era Dios mismo,
nació en Belén
—comarca en las montañas de Judea—,
para que todo aquel que en su Palabra crea
sea salvo del abismo.

La historia de Abraham

Como andaban los hombres,
dispersos, sin orar,
para fundar su pueblo
escogió Dios a Abraham,
descendiente de Sem
que de Ur fue a instalar,
por obediencia al Padre,
a la ciudad de Harán
en Palestina, el sitio
donde erigir su hogar.
Dios intervino: ̶ ¡Déjalo
todo, ve a Canaán,
pues voy a bendecirte
y bendición serás!

Pero Abraham llevó a Lot
y a Sara, hasta un lugar
donde apareció el Padre
que prometió obsequiar
esa tierra a los hijos
y a los nietos de Abraham
Luego el rostro del hambre
llegó sin avisar
y, por temor, fue a Egipto
el patriarca tenaz
que prosperó muy pronto
porque logró burlar
a Faraón.

                Más tarde
regresó a Canaán
con su familia y tuvo
que el suelo fraccionar
para impedir la guerra
con Lot, quien fue al Jordán
por la inmensa llanura
donde acordó morar
muy cerca de Sodoma,
un pueblo desleal.

En sueños oyó a Dios
el escogido Abraham:
¡Como estrellas del cielo
tus vástagos serán
y tendrás descendencia
que no podrás contar!
El anciano patriarca
asintió, sin dudar,
y Dios hizo una alianza
con él, hasta lograr
que tuvieran un hijo
Sara y el buen Abraham,
y lo dignificaron
con el nombre de Isaac.

Por esa misma época,
Dios quiso castigar
a Sodoma y Gomorra
por pecados de tal
magnitud que es difícil
con versos explicar.
Derramó azufre y fuego
el Señor y, al final,
de los llanos subía
el humo hasta cegar.
Aunque Lot pudo a tiempo
salir de la ciudad
de mano de los ángeles
que fueron a avisar
de la sanción divina
al sobrino de Abraham,
porque su tío clamó
por él con tanto afán
que Dios escuchó el ruego
y los mandó a salvar,
advirtiéndole a Lot
que no mirara atrás
hasta que no estuviera
en tierras de Zohar.

Aquí cuenta la Biblia
que la mujer audaz
de Lot, volvió los ojos
hacia la mortandad
y quedó transformada
en estatua de sal.
Por su parte el anciano
y ferviente Abraham
fue sometido a prueba
por el Padre inmortal
que le indicó:

                      ̶ Te pido
sacrifiques a Isaac.

El patriarca obediente
lo llevó hasta Moriah,
listo para entregarle
la vida, sin rogar.
Dios advirtió la fe
del anciano Abraham,
y, a través de su ángel,
derramó la piedad
deteniendo la mano
del hombre, en al altar.


El final de la historia
es como sigue: Abraham
vio cumplir la promesa
del Padre y pudo dar
hasta esposa a su hijo,
el bendecido Isaac.

Y fue su descendencia
sin dudas colosal
como había prometido
alguna vez Jehová.