Han pasado diez largos años de los hechos que pretendo contar. Los involucrados ya no están físicamente entre nosotros. En ese tiempo la vida y la sociedad han cambiado; solo que a cada una de las personas involucradas en estos hechos me unieron acontecimientos fortuitos. Cada una de ellos ha tenido peso en mi vida personal y en la de muchos compatriotas; incluso trascienden los márgenes de esta ciudad, de este país y se insertan en el imaginario colectivo de muchas naciones.

Son ellos el cantante puertorriqueño Cheo Feliciano, el escritor colombiano Gabriel García Márquez y los músicos cubanos Juan Formell y Sergio Vitier (este último fallecería en 2016).

Diez años después solo me queda exorcizar mi memoria. Sirvan estas líneas de personal homenaje a ellos y al legado que han dejado en mí…

I

Corría el año 1997, y en medio de la vorágine musical que se vivía en Cuba en esos años se anuncia que el cantante boricua Cheo Feliciano haría aquí tres presentaciones. Por ese entonces la vida musical tenía su reflejo en publicaciones como Tropicana Internacional, la Revista de Música de la Uneac, Musicalia Dos y Salsa Cubana que afilaron sus páginas y personal para reseñar tal acontecimiento.

El célebre intérprete boricua tuvo una relación muy cercana con Cuba. 

 Cheo fue, junto a la cantante cubana Celia Cruz, el único miembro de las Estrellas de Fania que no hizo el viaje a La Habana en marzo del año 1979 cuando se organizó el Havana Jams, evento considerado por muchos estudiosos e historiadores como el acontecimiento musical que reflejó el deshielo en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos que se produjo durante la Administración del presidente James Carter.

Tampoco viajó en el año 1981 cuando la Fania All Star vino por segunda vez a Cuba. Pero su música se escuchaba en todos los barrios de la isla. El estribillo de su gran éxito “El ratón”, corría como pólvora en los bailes y fiestas entre amigos y vecinos, en los que alguna dosis de guapería afianzaba ese yo masculino que nos definía en ese entonces, más por principios sociales y culturales que por una visión ideológica.

Sus seguidores en Cuba le diferenciaban de su compatriota también de apellido Feliciano. No era lo mismo escuchar a Cheo Feliciano que a José Feliciano; aunque en una tarde de aguardiente barato y despecho se escuchara a los dos cantando boleros de modo indistinto. De hecho, estaba la voz como forma de diferenciarlos; también estaban la guitarra y el bongó en uno; y en el otro la orquesta o el conjunto.

“Sus seguidores en Cuba le diferenciaban de su compatriota también de apellido Feliciano. No era lo mismo escuchar a Cheo Feliciano que a José Feliciano; aunque en una tarde de aguardiente barato y despecho se escuchara a los dos cantando boleros de modo indistinto”.

Cheo Feliciano hacía los boleros de una forma muy peculiar. Era una rara combinación entre el estilo del puertorriqueño Tito Rodríguez y del cubano Pacho Alonso. De su compatriota aprendió a modular las frases para lograr despertar las emociones del público; del cubano, a darle ese filin a las canciones en el que las frases cuelgan en el aire y se transforman en emociones, en vivencias. Y el que los oye las quiere atrapar, evitar que caigan en el vacío.

Cheo venía a cantar a Cuba y yo debía estar ahí. Debía vivir esa experiencia cultural, musical y humana.

Tenía parte de su discografía compilada en casetes que algunos amigos me habían ido donando, le escuchaba con la misma pasión que escuchaba toda la música salsa —y cubana en general— que estaba a mi alcance y acepté con estoicismo el ser marginado por no ser un amante del rock. Conocía determinadas zonas oscuras de su vida, y entendía su manera de reaccionar ante esas encrucijadas que le había tocado vivir y cómo cada uno de esos acontecimientos se reflejaron en cada tema que interpretó.

“Cheo Feliciano hacía los boleros de una forma muy peculiar. Era una rara combinación entre el estilo del puertorriqueño Tito Rodríguez y del cubano Pacho Alonso”.

Coincidiendo con el anuncio de su visita yo disfrutaba del raro privilegio de acompañar, compartir y convivir junto a dos personas cercanas a su carrera y su vida que por ese entonces estaban en La Habana. Uno era Jerry Massuchi, fundador del imperio Fania, y el otro era su compadre Tite Curet Alonso. Uno intentaba relanzar su compañía con talento fresco cubano y el otro estaba de visita personal y cultural en la isla.

Mi suerte fue superlativa cuando los promotores de los conciertos me invitaron a organizar el equipo de prensa de la visita de Cheo Feliciano a Cuba. Mi única condición fue que me permitieran entrevistarlo. Realmente viví mucho más.

II

Cheo Feliciano llegó a Cuba una fría noche del mes de noviembre del año 1997. Debía dar tres conciertos. Uno en el anfiteatro de Varadero, uno en Tropicana y un tercero negociado en una plaza pública. Su visita se extendería por una semana.

Con esta visita él hacía un alto en su gira promocional del disco Cheo Feliciano y la Rondalla Venezolana; la misma Rondalla con la que diez años antes había grabado Barbarito Diez uno de los mejores discos de su carrera. Según sus palabras, este era uno de sus mejores discos de bolero porque Coco (su esposa) fue quien sugirió los temas y además hay un homenaje al trío mexicano Los Panchos y a su compatriota y amigo Tito Rodríguez.

Seleccionó a la mayor de las Antillas para grabar un fonograma, con imágenes tomadas en las calles de La Habana o en un sitio como La Bodeguita del Medio. 

Coincidentemente, dos días antes de abordar el avión hacia Cuba había terminado de grabar en México con Armando Manzanero el disco que titularían Un solo beso, y del que traía una copia “sucia” para escucharla en San Juan con su compadre “el Tite”; solo que Cheo ignoraba que Tite Curet estaba en La Habana.

Es justo decir que para ese entonces su música, lo mismo que la de aquellas grandes estrellas de la música latina, no llenaba grandes estadios. La salsa de arrabal, la de los barrios, había sido desplazada por la llamada romántica y ahora le quedaban como refugio los teatros y las salas de bailes en la que se respetaba la tradición.

Sin embargo, el concierto en Varadero logró reunir una buena cantidad de personas que viajaron de La Habana, Matanzas y Cárdenas, fundamentalmente. Por dos horas el público cubano prestó atención a sus canciones y un trepidante coro de miles de voces repitió una y otra vez el estribillo de su tema que lo hizo famoso en Cuba: “… de cualquier maya sale un ratón…”, y con su batería de boleros algunos se confesaron su amor y otros se reconciliaron.

Después vendría su presentación en Tropicana. Allí, en el mejor cabaré cubano de todos los tiempos, bajo las estrellas volvió a lucir su estrella musical; y cantó a dúo con Pedrito Calvo uno de esos boleros que ponen la piel de gallina; abrazó a Pachito Alonso y confesó su admiración por Pacho Alonso y contó cómo se conocieron en Panamá una noche del año 1977, en el salón de fiestas del hotel Intercontinental, y este le invitó a cantar “Niebla del riachuelo”, que esa noche volvió a cantar a capella.

“Después vendría su presentación en Tropicana. Allí, en el mejor cabaré cubano de todos los tiempos, bajo las estrellas volvió a lucir su estrella musical”.

También soneó de lo lindo haciendo dúo con Issac Delgado, cantando uno de sus éxitos de siempre, “Ina Bacoso”, y luego improvisó de lo lindo junto a Mayito Rivera, que en ese entonces formaba parte de los Van Van. En un acto de confianza infinita, contó pasajes de su vida y agradeció cumplir el sueño de cantar en la tierra del Benny.

Cheo Feliciano lloró de emoción por segunda vez en menos de tres días.

III

El hoy desaparecido estudio Sonocaribe, que pertenecía en esos años a RTV Comercial, se consideraba como uno de los mejores estudios de grabación de esos años en Cuba y se había convertido en el cuartel general de Jerry Massuchi en su intento de revivir el sello discográfico Fania Records, ahora con el nombre de Nueva Fania. En ese empeño había depositado toda su confianza en dos músicos cubanos: Boris Luna y Tony Pérez, que formaban parte de la orquesta de Issac Delgado en ese instante, y tenía como asistente a un, en ese entonces, desconocido compositor cubano llamado Wilfredo Sosa.

En los días de la visita de Cheo, Jerry estaba enfrascado en la producción de un disco homenaje al cantante Tito Rodríguez y que cantaba Paulo F. G.; esa fue la razón por la que no asistió al concierto de Tropicana. Pero Massuchi hizo todo lo posible para ver a Cheo y el encuentro ocurrió en Sonocaribe. Como era una cita entre amigos, también le avisaron a Tite Curet, de quien Cheo ignoraba que estaba en Cuba por esos días.

Entonces esa noche tuve el raro privilegio de escuchar de primera mano algunas de las historias más fascinantes de la música salsa, de sus protagonistas. También aquellos hombres hablaron de fracasos, de sus familias y de algunos sueños que se truncaron en el camino, así como del respeto que a la música cubana profesaban. Y pude preguntar cuanto quise, y grabar cada una de sus palabras. Y compartir un largo trago de ron con aquellos hombres que no escondían sus contradicciones y se alegraban de la suerte de haber sido protagonistas de una historia que aún no se ha contado.

“Entonces esa noche tuve el raro privilegio de escuchar de primera mano algunas de las historias más fascinantes de la música salsa, de sus protagonistas. También aquellos hombres hablaron de fracasos, de sus familias y de algunos sueños que se truncaron en el camino, así como del respeto que a la música cubana profesaban”.

Mi viaje en la historia musical del continente duró hasta cerca del amanecer. Massuchi suspendió el turno de grabación, y se centró en disfrutar de la compañía de aquellos dos hombres que fueron a su modo pilares del imperio Fania y les pidió evaluar sus nuevas propuestas.

Tite Curet estaba preocupado; había perdido el hábito de trasnochar. Cheo aspiraba a tomar un café fuerte y dar un beso a su esposa que quedó en el hotel. Massuchi anunció una posible gira de las Estrellas de Fania para el año siguiente, y yo esperaba el momento de contar esta historia.

IV

Cheo regresó a su gira de conciertos un par de días después de aquella noche. El día de su partida conversó con los medios cubanos en la mañana. Personalmente había sido un privilegiado, a diferencia del resto de mis colegas. Tenía una buena historia y la publiqué en la revista Salsa Cubana.

Massuchi habría de fallecer semanas después de aquel encuentro. Tite Curet regresaría nuevamente a Cuba al año siguiente invitado al Festival de Boleros y se le haría un homenaje. Tres años más tarde se apagaría su sonrisa para siempre.

Con Cheo mantuve por años la comunicación. En esa relación influyó el “encompadrarme” con uno de sus músicos: el trombonista Toñito Vázquez. Por ahí conservo algunas de las notas que me envió junto con algunos de sus discos; discos que escuchaba y compartía con mis vecinos de entonces. Todas terminaban con algunas de sus frases preferidas: “… se soltaron los caballos”, o sentimiento tú…”

El 17 de abril del 2014 Cheo Feliciano fallecería en un accidente de tránsito. Una vez que escuché la noticia y la causa de su deceso recordé una frase dicha por el músico Joe Cuba cuando le preguntaron el nombre de su nuevo cantante el día de su debut: “…simplemente Cheo…”.

Curiosamente, a comienzos de ese año se había incluido su retrato en el mural que anima la entrada de la calle Calma, en el barrio de Trastalleres en San Juan. El mismo mural en que conviven “El jefe” Daniel Santos, Ismael Maelo Rivera, Andy Montañez, Héctor Lavoe y otras grandes personalidades de “la isla del encanto”. Mural que es el olimpo de la música en Puerto Rico.

Yo no imaginaba que las malas noticias seguirían llegando ese mismo día y los posteriores… y que involucrarían a personas que había conocido a lo largo de los años.