Subsuelos o nadie sobrevive (al dolor) en silencio
Subsuelos, poemario del matancero Leymen Pérez publicado por Letras Cubanas en 2019, mereció el Premio de la Crítica 2022. El autor, al que la poesía, como un ancla y como un desprendimiento, lo salva, y que ha advertido que le da miedo, le perturba volver sobre ciertos poemas del libro, sabe, además, que nadie sobrevive en silencio. Que podremos taparnos la boca para que no se oiga el grito, pero el grito sigue adentro. Subsistiendo. En sus estertores. Enquistándose. Por eso Subsuelos…, por eso “debajo de la tierra que soy hay tierra siempre”. Y siempre hay dolor y una escritura corporal, espacios donde diseccionar (desde) la poesía.
No recuerdo dónde leí que el poeta está condenado al sufrimiento, ese es su destino. Luego de leer Subsuelos, ese verso —sé que es un verso, pero no recuerdo autor ni título, o quizá sean los ecos de varias voces— se ancla en mi cabeza. El poeta está condenado al sufrimiento, ese es su destino…
Leymen Pérez sabe que “vivir es ir perdiendo cosas” y seres queridos. Que la poesía —aun en su momento más gozoso— es un desprendimiento, y desprenderse de algo puede lastimar, lacerar, doler… La poesía, por tanto, puede ser un acto doloroso, un hecho visceral que parte de la constatación del dolor y de su presencia insobornable; como un animalillo que se anida en el centro del pecho y va extendiéndose por todo el cuerpo, enraizándose, mutando formas, siguiendo los caminos de la sangre, creándose corazas para sobrevivir, pero siempre presente, como una enfermedad que aguijonea, punza, crece y no tiene final; como cuando, siguiendo a Ezra Pound, esa “noche larga viene a ti” e instaura los instrumentos del dolor, los mecanismos de la sobrevida y la espera. En esa espera —que es la dilatación de la desesperación— el poeta-acompañante se ha detenido frente al cuerpo enfermo, que cuida y ve disminuir… y que también trastoca en un cuerpo-nación, en diálogos con la historia, la filosofía, la religión, la literatura misma; diálogos que toman formas en intertextualidades, en voces susurrantes desde el subsuelo. “Tú no tienes cura —dijeron—. Lo que te duele es el País”.
Es cierto que Subsuelos es un poemario sobre la enfermedad, sobre ese lugar llamado dolor que establece límites entre la vida y la muerte, y que, de alguna forma, puede salvar. Es un libro sobre “los sistemas del dolor” —ese que obliga, incluso, a dejar de pensar— y las acciones de la medicina sobre los cuerpos: lacerantes, invasivas, dolorosas a la par que tratan de sanar. Es un cuaderno sobre las vivencias en los hospitales, la lucha por la vida, la mano de quien acompaña… “El dolor me alimenta y me ordena hacia dónde moverme y qué palabras pronunciar”. Y aun así, en esa destilación de las sustancias del dolor, de suturas, hendiduras, cortes, manchas, sangre seca, jeringuillas, sedantes, sueros, instrumentos médicos, cortes, descomposición, fragilidad… la belleza —¿existe belleza en la propia enfermedad— sobrevive y con ella, la esperanza. “Y otra vez cantas todo el dolor que hay en ti y en mí. Amanece”. Como si la esperanza fuera más verdadera, más veraz y palpable, cuando el final depende de ella.
“Muchos se reencontrarán con dolores que aunque sosegados por el paso del tiempo están ahí, en imágenes, en sentimientos, en recuerdos, permaneciendo. En otros los dolores pueden ser, además de hondísimos, muy actuales”.
El poeta ha aprendido los protocolos médicos y advierte que “el dolor no te sirve si no lo pones a funcionar”. El poeta observa y teme… y responde que “cuando el sujeto poemático es honesto y parte de la propia experiencia vital del autor, el dolor se transforma de lo personal a lo colectivo, de lo simple a lo complejo, de lo aparentemente trivial y común, a la imagen”.
Este libro duele, es cierto. Pues —siguiendo a Roberto Manzano en el prólogo de este cuaderno al citar a Martí, que tanto supo de heridas y sufrimientos— mientras más grande es la herida es el canto más hermoso. Y es cierto también, no puedo negarlo, que el lector sufrirá en sus páginas, que muchos se reencontrarán con dolores que aunque sosegados por el paso del tiempo están ahí, en imágenes, en sentimientos, en recuerdos, permaneciendo. En otros los dolores pueden ser, además de hondísimos, muy actuales. Solo el verso —añade Manzano— transmite esos subsuelos, y solo un poeta verdadero mira con lucidez su propio corazón sangrante, ese que ha contemplado —como se mira también al cuerpo del país— el dolor de frente, mirándole a los ojos, cuestionándolo, exigiéndole un poco de belleza, algo de vida.