“Tus dedos entraron en mi pelo y yo temblé
como cuando niño pensaba que mi madre vendría a despertarme”
Del libro Correspondencia On Line, dedicado a Margarita

Octavio Paz, autor admirado y leído por Waldo Leyva, decía que los poetas no tienen biografía, que es su obra la que los dota de historia de vida. Puede que tenga razón en sentido general el enorme bardo mexicano, pero no en casos particulares, como este, pues lo cierto es que la vida intelectual de Waldo Leyva trasciende, y con mucho, su obra poética.

Desde su infancia y adolescencia, de extracción muy humilde en su natal Remates de Ariosa, Villa Clara, Waldo inició un trabajo ascendente de superación que lo llevó, primero, a abrazar a la triunfante revolución del primero de enero de 1959 y, después, a participar activamente en las batallas culturales de la nueva sociedad en construcción. Siendo muy joven ya participaba en eventos cardinales de la cultura política de la revolución, como el fundamental Congreso Cultural de La Habana, de enero de 1968, cuando tenía 25 años de edad, un cónclave que reunió en la capital del país a lo que más valía y brillaba de la cultura e intelectualidad del mundo de entonces. Desde esas fechas ya era un martiano genuino.

“Waldo es un poeta de la intimidad, definitivamente, un autor capaz de crear imágenes emotivas y hasta de gran visualidad, pero cuyo don esencial es la descripción del trayecto hacia el interior de su ser”.

Waldo fue un activo dirigente de la Uneac en los ochenta, dinámico directivo de varias instituciones culturales en los noventa y principio de la presente centuria, diplomático en México por muchos años, país donde sembró un gran respeto debido a su calidad humana y como intelectual de valía. Impulsor de la décima y la poesía donde quiera que se le requiriese, Waldo ha apoyado numerosos emprendimientos culturales y artísticos. Es proverbial la ayuda que brindó siempre a bardos jóvenes en sus comienzos.

Es decir, estamos ante un autor cuya existencia rebasa con creces la obra monumental que ha escrito y publicado y que esta mañana, con La flecha está en el aire, antología personal, confirma su relevancia en las letras y la poesía cubanas. Es para mí, también, la oportunidad preciosa y única que se me brinda para decir algunas ideas sobre el hombre y su obra. Le agradezco esa posibilidad de devolverle algunas palabras amables, porque no olvidaré nunca que, cuando salió publicado mi poemario Fractura del tiempo, en 1998, Waldo tuvo a bien publicar un texto crítico muy favorable al libro que, viniendo de su mano, fue sumamente importante para el poeta en ciernes que era y soy.

La flecha está en el aire, antología personal, confirma la relevancia de Waldo Leyva en las letras y la poesía cubanas.

Vayamos al grano. Cada poeta exhibe una característica principal en su obra, algo que se va por encima de otros rasgos y define el talante de esa lírica. Esto lo saben todos los poetas y lectores de poesía. En el caso de nuestro autor, estoy convencido de que su capacidad de ser profundamente íntimo es lo que signa toda su obra poética. Waldo es un poeta de la intimidad, definitivamente, un autor capaz de crear imágenes emotivas y hasta de gran visualidad, pero cuyo don esencial es la descripción del trayecto hacia el interior de su ser. Un viaje hacia dentro y, cada vez más adentro, una inmersión en el núcleo sensible de su persona. Un viaje cada vez más hondo en la medida en que la madurez le mostró mejor los senderos hacia ese centro genitor. Y eso es la poesía, una soledad en busca de otra.

La poética de Waldo la siento muy próxima a la del César Vallejo de Trilce, autor de nuestra preferencia y, también, un inefable abrazador de sensibilidades. No se trata de que Waldo le dedique uno de los poemas al gran peruano, o que cite algunos de sus versos, es, más bien, una similitud del temblor existencial que ambos comparten y plasman líricamente en sus textos.

La poesía de Waldo habita el instante, aunque pueda moverse temporalmente hacia atrás o hacia delante en algunos poemas, es una poesía en la que existe una gran complicidad entre una devoción callada y la ternura por el hombre, de manera especial por la familia. Son de mucha fuerza los textos dedicados al padre, me recuerdan al gran Jaime Sabines y su sentido poema al autor de sus días, pero los de Waldo, creo, son más tiernos y concentrados. De tono sosegado, la lírica de imágenes limpias de nuestro autor es, también, crónica de los tiempos históricos y hacedora de agudas preguntas al mundo y a su época. Es, igualmente, cómo no decirlo, una poesía del amor en todas sus dimensiones.

No he leído completamente la obra de Waldo, es decir, no me siento un especialista en la misma, solo soy un lector atento y un amigo admirador, lo que no es óbice para lo que quiero expresar esta mañana, en cambio, he disfrutado varios de sus libros que son principales en su obra y con eso me basta para elaborar estas ideas.

Tengo en mi memoria la impresión que me causó El rasguño en la piedra, de 1995, muy honda por cierto, que me confirmó la certidumbre de que su autor era uno de los vates principales del país. También gocé especialmente el más reciente poemario Como el polvo, libro de haykús y tankas, formas poéticas de las que somos degustadores y practicantes. Hubiera preferido más textos de ese volumen en la antología, pienso que es un libro sustancial dentro de su obra y que, por cierto, no es el único que sostiene su credo de que la poesía es síntesis.

“De tono sosegado, la lírica de imágenes limpias de nuestro autor es, también, crónica de los tiempos históricos y hacedora de agudas preguntas al mundo y a su época”.

Ahora aparece esta excelente antología, que cubre cuarenta libros y más de medio siglo de escritura, que lo representa con eficacia como bitácora de un trayecto estable e in crescendo en el panorama de la lírica cubana del pasado y presente siglo. He leído con calma y atención muy concentrada el conjunto de textos del poemario y ese repaso satisfizo mis expectativas, incluso las sobrepasó, se trata de un libro de poesía que se colocará de inmediato entre los grandes libros de su género en la lírica cubana. No albergo dudas al respecto. La flecha está en el aire es ya un libro muy importante en la poesía cubana de todos los tiempos.

Estoy de acuerdo con Fidel Antonio Orta, autor del espléndido prólogo, cuando dice:

Estamos, pues, frente a un poeta que domina todos los secretos de la poesía. Lo mismo por dentro que por fuera. Waldo Leyva sí se hace eco de que cada emoción trae su forma. Por eso sublima el soneto, vigoriza la décima, energiza el romanceo, revienta en excelentes versos libres, además de dominar, con mano maestra, cualquier otro molde estrófico, unido a su muy riguroso conocimiento de la métrica… pasan ante mis ojos entremezclándose con la elocuencia transparente y la plenitud armónica que regala un texto limpio, libre por completo de simulaciones literarias…

Y así prosigue el prologuista describiendo el estilo de Waldo de una manera que no admite discrepancias.

Profesor, conferencista, ensayista y periodista, Waldo configuró una trayectoria intelectual muy completa, llevando personalmente su poesía a diversos países, al ser invitado a diferentes eventos. Los premios que ha recibido, que son muchos y no mencionaré precisamente por la extensión del listado, hablan de un extendido reconocimiento nacional e internacional a su obra. Creo que, a sus 80 años cumplidos, solo resta que un jurado de sus pares, decida, en algún momento, otorgarle el Premio Nacional de Literatura, que merece sobradamente.

“Y eso es la poesía, una soledad en busca de otra”.

Nuestro autor sabe ser amigo a pesar de cierto escepticismo expresado en uno de los textos aquí reunidos, eso lo conocemos muy bien muchos de los que hemos contado y contamos con el regalo de su amistad. En la antología son numerosos los poemas dedicados a, o que versan sobre, diferentes amigos, desde Margarita, la amistad devenida amor o viceversa, pasando por José Omar Torres, Nicolasito Hernández Guillén, Santiaguito Feliú, Fayad, Joel James, Cos Causse, Waldo Saavedra y muchos otros, hasta su gran amigo y también gran poeta, el español Luis García Montero, realmente son demasiados para mencionarlos a todos. La antología se muestra, pues, como una prueba de esa fraternidad de la que el autor es capaz, dentro y fuera de la poesía. Amistad demostrada y probada con los años.

Hombre de sencillez auténtica, Waldo no es propenso a elogios desmedidos y este que hoy expreso es lo menos que se puede decir ante una antología como la que se está presentando y una obra poética como la suya. Insisto, es un libro extraordinario que tiene el don principal de revelarnos, una vez más, a una de las voces más esenciales de la poesía cubana y latinoamericana. Es un acierto de la Editorial Letras Cubanas que se debe aplaudir.

La flecha de Waldo es como la de Zenón de Elea, siempre proyectada hacia su blanco, pero siempre inmóvil y, al mismo tiempo, siempre cambiante en la tensión de su vuelo. Está ahí, es lo que quiero decir, la flecha levanta el vuelo, pero se mantiene latente en su viaje perenne. Esa flecha es su sensibilidad, su poesía.

Quiero terminar este sencillo homenaje a nuestro amigo, con una estrofa de García Montero que me parece apropiada para la ocasión:

 …tus mejores versos parecían decisiones, determinados actos sin prudencia; sentías al hacerlo el temor de los sueños sin retorno, el lápiz del que dibuja esa región oscura de la que uno siempre está volviendo.

Enhorabuena Waldo.

*Palabras leídas en la presentación del volumen La flecha está en el aire, de Waldo Leyva, en el Sábado del Libro, Calle de Madera, Plaza de Armas, 30 de septiembre de 2023.

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