El acelerado progreso de las tecnologías de la información y la comunicación, y con ello la expansión acelerada de la globalización, impone nuevos y complicados retos al mundo actual y en especial a los países en vías de desarrollo. Dentro de toda esta vorágine, Cuba se enfrenta a un constante perfeccionamiento de su proyecto socialista que le permita adaptarse y contrarrestar las fuerzas gravitacionales que ejerce el capitalismo, tan cercano y tentador para las jóvenes generaciones.

“La educación en valores también sale del hogar, preferentemente deben cultivarse desde la infancia los sentimientos de independencia y dignidad”. Imagen: Tomada de Cubahora

Nuestro país, en su bregar revolucionario, ha logrado mucho en materia de justicia social, en circunstancias en su mayoría desfavorables, y se pudiera pensar, erradamente, que esto es suficiente para garantizar, si bien no el patriotismo, al menos la lealtad de sus jóvenes. Nada más lejos de la realidad. Generaciones que ven los logros de la Revolución como derechos que les son conferidos constitucionalmente, no siempre saben comprender el sacrificio que estos han impuesto a tantos hombres y mujeres que les precedieron.

Es en este contexto donde volver la mirada a la identidad nacional, a la historia patria y a los próceres que la forjaron se revela como el sostén real de la ya tan reconocida resistencia y resiliencia del pueblo cubano; y es José Martí, sin cuestionamiento alguno, el pilar sobre el cual está construido. De ahí que conocer la vigencia de su pensamiento vaya más allá de poder recitar ideas martianas visiblemente actuales, hay que entenderlas como parte de la praxis diaria.

Pero, ¿en la praxis de quién? ¿Quién construye la nación? ¿Quién garantiza el progreso?, ¿el Estado, el gobierno, el pueblo?

Para Martí, son la organización estadual y el gobierno quienes deben eliminar los vicios del sistema social, pues estos atentan contra las fuerzas verdaderamente productivas de la sociedad. Es por eso que declara que no se debe actuar por costumbre y con tibieza en lo que considera que es la base única del país, la planificación económica y presupuestaria; dado que las dificultades prácticas producen el malestar y el descontento en la nación. De esta forma resalta la necesidad de una vida sólida económica pues sin ella es imposible todo progreso y toda seguridad en la nación.[1] La verdad es que a veces se adolece, por costumbre o tibieza, de una actuación inconsecuente en aquellos que desde la base económica del país debieran velar por la planificación económica y presupuestaria, sin sesgar los principios más elementales de la patria con nuevas formas de hacer acordes a las transformaciones a las que el progreso y la vida, como parte de un sistema mundo, nos obligan.

Por tanto, no toda persona puede asumir dichas responsabilidades porque hace el doble mal el que no cumple con su deber, e impide con su presencia en que lo cumplan otros.[2] Aquellos designados para tamaña tarea deben ser elegidos concienzudamente por su inteligencia y eficacia; una vez asumidas sus funciones deben cuidar de que por todos pudiera verse cómo con su interés y con su celo, respondían a la confianza de que en el día de la elección pretendieron ser dignos.[3] La cuestión de la confianza de las masas en sus directivos y dirigentes es un factor importante para garantizar la participación popular activa en la vida política del país.

Sin embargo, y el lector consciente coincidirá, el Estado y el gobierno deben ser guías, pero no está únicamente en sus manos el poder de resolver los vicios que aquejen a la sociedad, pues ni crean hombres, ni despierta soñolientas aptitudes. Son los encargados de manejar las fuerzas sociales y dirigirlas, pero no pueden hacerlas surgir de un pueblo vagabundo y perezoso.[4]

Por tanto, el papel de las masas populares, el pueblo, es determinante en la labor constante de construcción de una sociedad mejor, de una nación de equidad y progreso. Dos elementos son consustanciales a dicho papel. En primer lugar, la formación de una ciudadanía sensata, reflexiva y participativa; y en segundo lugar la creación de vínculos reales de comunicación entre dicha ciudadanía y el Estado y el gobierno.

“Volver la mirada a la identidad nacional, a la historia patria y a los próceres que la forjaron se revela como el sostén real de la ya tan reconocida resistencia y resiliencia del pueblo cubano; y es José Martí, sin cuestionamiento alguno, el pilar sobre el cual está construido”.

Garantizar la primera se encuentra en manos de la educación. Educación en su concepción más amplia. Está claro para el Apóstol que la primera educación se recibe de la familia, puesto que el ser se ha desenvuelto al calor del hogar, antes que una atribución del ser se desarrolle con el contacto de los libros y por tanto violentando las fuerzas nobles en el ánimo de los niños, no se forman hijos fuertes para las conmociones y grandezas de la patria.[5] La educación en valores también sale del hogar, preferentemente deben cultivarse desde la infancia los sentimientos de independencia y dignidad. El proceso educativo se enfrenta a nuevos retos impuestos por el desarrollo constante de las tecnologías y de los medios, tanto de difusión como de comunicación. Las nuevas generaciones, antes de tocar un libro, ya dominan los entresijos de los likes y el trending. Entonces “tiene la educación actual un trabajo aún mayor: si la educación es el estudio que el hombre pone en guiar sus fuerzas, tanto más trabajosa será su obra cuanto más potentes y rebeldes las fuerzas que quiere conducir y encaminar”.[6] La labor educativa debe asumir a las nuevas tecnologías y los medios de comunicación como medios reales de enseñanza, portadores de contenido, no solo desde la teoría, sino de la praxis diaria, tanto en la escuela como fuera de ella. No se trata de usar las plataformas educativas para colgar los cursos o de usar WhatsApp como canal de transmisión de información, bibliografía o incluso contenidos; sino de realizar el análisis ―e incluso desmontaje, por qué no― de la información que desde las redes sociales ejerce su influencia en los modos de pensar y hacer de nuestros jóvenes y que, como consecuencia, dan lugar a formas del ser lejanas a la identidad nacional y a los valores que nuestra cultura promueve. En este sentido, el abogar por la idea martiana de que debe acariciarse la noble vanidad humana: debe educarse el criterio, y dirigir bien el orgullo: dese a cada hombre la estimación de sí mismo, lograble solo con la instrucción, y los crímenes y errores serán menos.[7]

Por otro lado, en cuanto a los vínculos reales de comunicación entre dicha ciudadanía y el Estado y el gobierno, la prensa va a desempeñar un papel determinante por su doble condición comunicadora y educativa. La prensa no debe acogerse a un papel pasivo de simple difusora. Debe ser un ente activo dentro de la sociedad civil. No solo ejercer como mediadora entre los que gobiernan y las masas, sino, desde el cuestionamiento crítico, favorecer el análisis de los problemas que atentan contra el desarrollo nacional. De esta forma ayude la prensa periódica a los que gobiernan, señalando y presentando estudiadas las cuestiones que han menester más seria y urgente reforma. La prensa no es aprobación bondadosa o ira insultante; es proposición, estudio, examen y consejo.[8]La cotidianidad ha demostrado que la “aprobación bondadosa” de los periodistas ante determinados temas resulta perjudicial a la credibilidad, no solo de los medios de comunicación, sino del aparato estadual y del gobierno, así como un veneno que va corroyendo la confianza del pueblo. De la misma forma, la ausencia de examen minucioso y consejo atentan contra las posibilidades reales de transformación, progreso y desarrollo; y los convierte en objetivo de la indignación de quien confía en su juicio imparcial.

Las ideas de Martí acerca del papel del Estado, el gobierno y la sociedad civil en la construcción de una nación de progreso y justicia social establecen como base la aprehensión de valores como la dignidad, la laboriosidad y el pensamiento crítico. No se trata de una tarea fácil cuando tantos agentes externos atentan por desviarnos del camino, pero no es una tarea imposible.

En este sentido, en la construcción de una sociedad como la cubana, que vive en una guerra en tiempos de paz “tiene la prensa periódica altísimas misiones: es la una explicar en la paz, y en la lucha fortalecer y aconsejar: es la otra hacer estudio de las graves necesidades del país, fundar sus mejoras, facilitar así la obra a la administración que rige, y ya que tantas graves cuestiones preocupan en una nación que asciende de una situación vacilante y anómala, a la de tierra dueña y libre.[9] Como resultado, la labor del periodista va más allá del saber hacer, no se trata de llevar a la patria en la palabra, sino en la mente. Ejercer la crítica constructiva, transformadora es el deber más alto del periodista, y nunca dejarse llevar por el facilismo o incluso escribir para satisfacer intereses banales, porque hacen mal los jóvenes —e incluso los no tan jóvenes— que se entretienen en morder con dientes envenenados el virgen seno de la patria: esa prensa es la impotencia de los espíritus ambiciosos y pequeños: mueven la lengua, porque les cuesta menos trabajo que mover los brazos.[10]

Es evidente que la construcción de una sociedad humanista, de justica social basada en el progreso nacional es un reto al que todos —todos los que nos pensamos como parte indisoluble de la nación— nos enfrentamos a diario. Es una creación que surge del actuar orgánico del Estado, el gobierno y la sociedad civil. Es un reto aún mayor cuando el ideal que se quiere alcanzar está enmarcado en el ideal martiano de república. Por tanto, la vigencia del pensamiento martiano en la praxis diaria de todos los sectores de nuestra sociedad es el primer peldaño en la vertiginosa escalera del desarrollo social. Las ideas de Martí acerca del papel del Estado, el gobierno y la sociedad civil en la construcción de una nación de progreso y justicia social establecen como base la aprehensión de valores como la dignidad, la laboriosidad y el pensamiento crítico. No se trata de una tarea fácil cuando tantos agentes externos atentan por desviarnos del camino, pero no es una tarea imposible. Se trata de entender sus ideas a través del prisma de los nuevos contextos, y aplicarlas dialécticamente a una sociedad en constante transformación, y al actuar como individuos a partir de la máxima de que la sociedad que construimos no solo es para el bien de todos, sino que se construye con todos.


Notas:

[1] José Martí: “Boletín. El Ayuntamiento.— Sus deberes especiales.—Los barrios pobres.  Buenavista. En: Obras completas, edición crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, tomo 2

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] José Martí: “Boletín. Graves cuestiones.— Indiferencia culpable.—Agricultura, industria, comercio y minería.—Economía propia”. En: Obras completas, edición crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, tomo 2

[5] José Martí: “Boletín. Monumento a Hidalgo.— El c. Francisco Rodríguez.— Colegio de las Vizcaínas.— El Congreso y la Corte”. En: Obras completas, edición crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, tomo 2, p. 41

[6] José Martí: “Boletín. Rumores falsos.— Intereses de los conservadores. — Movimiento en Chiapas.— El general Díaz.— El opúsculo del señor Bárcena.— Ciencia prehistórica”. En: Obras completas, edición crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, tomo 2, p. 92

[7] José Martí: “La instrucción en Querétaro”. En: Obras completas, edición crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2001, tomo 4, p. 293

[8] José Martí: “Boletín. Elecciones.— Jalisco y Monterrey. — Deberes de la prensa.— Conflicto grave en Nuevo León”. En: Obras completas, edición crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, tomo 2, p. 111

[9] Ibíd.

[10]José Martí: “Boletín. México, antaño y hogaño.—Libertad para el fundamento; trabajo para la conservación.— Juventud activa.—Algunos jóvenes”. En: Obras completas, edición crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, tomo 2, p. 191