Empujar lo que nos parezca legítimo

Yansert Fraga León
29/10/2018

Todos los que pasamos por la Asociación Hermanos Saíz (AHS) hemos sentido el pulso casi familiar que nos empujó —y aún nos empuja— hacia su seno. Las aguas han seguido corriendo por este inmenso río que es la cultura cubana y, como señalara el filósofo griego Heráclito de Éfeso, aunque no son las mismas aguas, uno siente que el río es el mismo, que es el mismo su cauce y que, en definitiva, todo ese flujo inexorable llega siempre al mar. Ahora el río suena más que de costumbre, ahora que la tormenta se aproxima y el ojo del huracán creativo ha ido transitando por los asideros previsibles de su trayectoria.

La Asociación pasó su adolescencia hace ya algún tiempo, y a punto de cumplir 32 años ha llegado a una etapa de madurez juvenil en que la agudeza pasa de ser una simple “perreta de chiquillos”. Los que participamos en el Congreso anterior podemos notar la diferencia, no solo porque han pasado cinco años, sino porque las dinámicas también han cambiado. En resumen, mi teoría pudiera carecer de un sustento teórico y hasta práctico. Entiendo que la batalla (la iniciada en 1986, y también un poco antes) sigue siendo la misma: la promoción de lo más auténtico del arte y el pensamiento, el compromiso de ser contraparte de las instituciones, la lucha contra el seudoarte y la banalidad, el sentido de vanguardia, etc. La variación radica, fundamentalmente, en el prestigio alcanzado durante tres décadas en el ejercicio desinteresado de su aporte a la cultura, que la hacen hoy una organización escuchada, tenida en cuenta, e imprescindible para el abordaje de los temas más sensibles de la cultura toda.

Foto: Internet

Pasaron los tiempos en que los jóvenes artistas lanzaban piedras a los pájaros del techo, mientras esperaban que esas piedras fueran devueltas, agazapados detrás de una atalaya. Hoy, el ilustrativo apotegma de “correr la cerca” no se hace desde el aislamiento efectivo de un grupo, sino que —como decurso natural— transcurre en la variada y a veces asimétrica compañía de las instituciones. Esto entraña un doble compromiso: por un lado, seguir empujando lo que consideramos legítimo, lo que como espíritu implica toda obra desprejuiciada, provocadora, auténtica; y por otro, el encargo de hacerlo de forma juiciosa y responsable.

La ola globalizadora cala cada vez más hondo en el alma de una sociedad no colindante con sus fundamentos. Enfrentamos hoy la primacía del espíritu individual del artista, que va más allá de la soledad necesaria con que muchos asumen su obra. Esa dinámica, aunque incoherente con los postulados de toda creación, se ha visto favorecida por una pragmática de mercado que amenaza con caricaturizar aquel principio básico del materialismo dialéctico, según el cual “el ser social determina la conciencia social”. Si fuera a pedir algo, pediría que actuáramos más como generación, que nos reconciliáramos de una vez con el sentido de ser una vanguardia. Entender la Revolución como una constante construcción, con sus aciertos y desaciertos, supone también poner la obra creativa a su servicio, que es ponerla al servicio de todos. En ese sentido, la obra individual crece en la medida que es parte de la obra de los demás. Nada más cercano al espíritu de la Asociación.

Problematizar la realidad, abrirle caminos al pensamiento y convocar desde la emoción difícil y auténtica también pasa por el prisma de qué visibilizamos. De ahí que proyectos plurales, inclusivos, sean tan importantes. Debe ser cada día más creciente la participación en nuestro sistema de becas y premios —que, dicho sea de paso, como señalara en una ocasión el crítico Omar Valiño, constituye un aporte de la AHS al sistema institucional de la Cultura—; más efectiva la concreción de los planes de nuestras editoriales y el apoyo práctico a los proyectos que se presentan a la beca El Reino de este Mundo. En estos años mucho se ha avanzado y mucho queda por hacer. Sirvan como ejemplos las plataformas integradoras de promoción como Claustrofobias, los espacios de reflexión y debate como La Liga, o la presencia cada vez más notable de jóvenes en nuestras principales casas discográficas.

Comprender el lógico funcionamiento y la efectividad de las nuevas tecnologías para ponerlas en función de una coherente promoción artística y literaria; conjugar el papel orientador de la crítica para que acompañe los procesos de creación y consumo; evaluar el vínculo creador-institución; relacionar las funciones creativas con el proceso docente-educativo, y vincular a los jóvenes universitarios a la labor que hoy realiza la organización. De estos y otros temas (¿nuevos y/o reciclados?) seguro se debatirá en el futuro. Pero el gran aporte, sin duda, radicará en la manera en que podamos hacer que este debate trascienda el marco de este Congreso, al punto de que cada opinión, acuerdo o propuesta constituya una reflexión desde y hacia el país. Seguir contando con la opinión de los jóvenes para, más allá de la Cultura, construir la sociedad en que vivimos.