Termino estas líneas, contentivas de horizontes una y otra vez mascullados, en medio de las dos jornadas del VIII Congreso de la Uneac. Las múltiples discusiones sobre la vida toda de la nación, el viernes 11 y el sábado 12 de abril de 2014, tienen como telón de fondo el enfrentamiento final de Matanzas y Pinar del Río por el título de la 53 Serie Nacional de Beisbol.

Es esta una porfía justa. Han sido los dos mejores equipos de la contienda y lo han confirmado sobre el terreno en la conclusión del torneo. Ayer, en la salida del onceno inning, un jonrón hizo estallar el estadio Capitán San Luis, de la capital pinareña, y menos a Matanzas, a Cuba completa. Yo estoy en mi tierra, Santa Clara, y aquí fue una victoria propia.

“(…) mi amado ídolo de la adolescencia y la juventud, el extraordinario jugador que fue Víctor Mesa (…)”

Porque mi amado ídolo de la adolescencia y la juventud, el extraordinario jugador que fue Víctor Mesa, ha conseguido, como manager de Matanzas, la extraña unanimidad de tener a todo el mundo en su contra, menos a los matanceros, por supuesto. Como seguidor ferviente de la pelota, no recuerdo nada parecido. A los Industriales media fanaticada insular les va en contra. El “equipo insignia” porta el poder simbólico de lo capitalino y ello es una definición semiótica que induce a la querella en cualquier lugar del mundo. Pero con los Cocodrilos se produce una suerte de división metodológica: la gente quiere ver perder a Víctor, no a Matanzas, algo imposible pero sabroso en sí mismo.

En apariencia, esas “bajas pasiones” no rondan los cenáculos artísticos y literarios. Nada menos cierto. Así que un foro tan distinguido como el Congreso de la Uneac nos mantuvo en vilo siguiendo, al mismo tiempo, nuestras polémicas y los derroteros del duelo Pinar-Matanzas.

Con sinceridad, no sé si los editores de Cauce concibieron este dossier soñando con una nueva victoria pinareña que daría sentido particular a esta entrega. Cuando alguien lea mis cuartillas ya habrá acontecido, o no, el triunfo. Tengo la obligación de entregar el 15 de abril, el día del sexto juego, de vuelta al estadio Victoria de Girón, de Matanzas. Aunque yo me debato en la contradicción metodológica antes expuesta, debo decir, con la misma honestidad, que al ver anoche al pitcher o el tercera base de Matanzas, llorando a lágrima viva cuando todavía Madera daba la vuelta al cuadro, sentí cuánto merecen también esos jóvenes peloteros la victoria, a pesar de y con Víctor Mesa.

Sin carecer de entrega, jugamos en la actualidad un beisbol con muchas deficiencias. Una pelota manigüera. Es el resultado de muchos procesos, en primer lugar aquellos relacionados intrínsecamente con el devenir de la sociedad cubana, el eje, amén de lo deportivo, más interesante para mí entre identidad y pelota en Cuba.

Por desgracia, no puedo abundar aquí sobre ese enunciado, al que debo unas páginas. Me detendré, por el contrario, en algunos reflejos confirmatorios de cómo el beisbol ha vuelto a ganar espacio en tanto identidad, en los últimos tiempos, en el pensamiento cultural. Y lo ha hecho más allá de la lengua, ese otro espacio privilegiado, tanto como el estadio, donde habita, crece y grita nuestra identidad beisbolera.

Pienso en varios libros, por ejemplo, y en una película proveniente de una obra de teatro. En 2013 aparecieron Apología del béisbol, de Félix Julio Alfonso y Cajón de bateo. Algunas claves personales y prestadas entre beisbol y cultura, de Norberto Codina.

Cubierta de Apología del béisbol de Félix Julio Alfonso López.

En el primero, el historiador santaclareño reúne textos de libros anteriores e inéditos bajo la unitaria mirada del beisbol cubano como cultura. Excelente, aportador y necesario compendio en el cual destacan la investigación, el conocimiento y la aplicación de técnicas y referencias actuales a la temática estudiada. Pletórico de reivindicaciones históricas, sólidos análisis, datos curiosos, irradiaciones hacia otras zonas del acontecer social, político, cultural y literario, retratos de viejas y nuevas figuras, Apología del béisbol, de Félix Julio Alfonso, es un libro imprescindible para quienes disfrutamos los ecos de la pelota más allá del diamante.

Un libro que exige muchos más merecimientos que la mención de estos párrafos. Porque sintetiza no solo el brillante seguimiento de Félix Julio sobre, tal vez, su tema preferido, sino porque traza, como ningún otro del lado de acá, al beisbol como árbol cultural a los largo de 150 años.

Alfonso cierra el título con “Una excursión a Vueltabajo (para hablar de pelota”, otra suerte de confirmación sobre cuánto rondan los “astros pinareños” la conclusión de estas páginas.

Por su parte, Norberto Codina en Cajón de bateo. Algunas claves personales y prestadas entre beisbol y cultura, se detiene en una de las pasiones centrales de su vida.

Ubica esta entrega en “varias obsesiones compartidas”, desde la óptica y sobre el terreno (nunca mejor dicho), enunciado en el título. Y no oculta sus objetivos y ánimos:

Con esa intención establecí múltiples vínculos, como un juego de espejos, entre el deporte nacional y diferentes protagonistas de nuestra cultura y acontecer histórico, interrelaciones entre eventos y manifestaciones del arte y la literatura que se imbrican en ese tejido identitario, en diálogo con la cuenca caribeña y sobre todo con ese espacio originario de nuestra pelota que es la cultura norteamericana.

Porque nuestros peloteros, sus jugadas y su historia, forman parte de lo universal criollo que integra nuestra identidad.

Estos textos salen de cientos de conversaciones y lecturas, de miles de juegos de pelota disfrutados en el estadio o ante la pantalla del televisor, de búsquedas específicas, acumuladas en su privilegiada memoria.

Conozco a muchas personas con buena memoria, pero siempre me asombra que Norberto sabe cosas de las que nadie sabe. O casi nadie. Anécdotas, ángulos de ellas, hechos y encuentros provenientes de la historia oral o de muy particulares escudriñamientos que, por supuesto, no aparecen en ninguna parte.

Codina narra sin pedantería, como algo natural que él supo alguna vez y viene a cuento ante una nueva situación que se le asemeja.

Cubierta de Cajón de bateo. Algunas claves personales y prestadas entre beisbol y cultura, de Norberto Codina.

Cajón de bateo es fiel reflejo de una conversación con él. Un cuento, a veces una noveleta, donde todo fluye con los cruces habituales de un buen diálogo con Norberto Codina. De ahí la intensidad de sus mezclas, citas e intersecciones. Pleno de “enlaces” inusitados, cadenas que llevan de un hecho a otro, de un personaje a un texto artístico, asociaciones de quien ha pensado y gozado profundamente el beisbol como una parte de su vida.

Nuestro guía compara el beisbol con el tiempo, con la literatura, con la democracia. Visita a Hemingway, a Dylan, a Withman. Conecta la pelota con la historia, con la política y nos emociona en el pasaje donde revive las protestas contra la dictadura batistiana del Directorio Estudiantil Revolucionario en el Gran Stadium del Cerro. Conversa del juego con Guillén, Lezama, Pepe Rodríguez Feo, Capablanca o Retamar y vuelve a ser intenso al evocar a su amigo Orestes Miñoso.

Norberto realiza una hagiografía, nunca completa, de cuantos han interactuado con la pelota en la literatura, la música, el teatro.

Cajón de bateo es también una bitácora, y no poco acuciosa e importante, de nuestro beisbol dentro y fuera de Cuba. Así nos devuelve con naturalidad humana y deportiva la casta de nacionales que hicieron historia en Grandes Ligas —la anécdota protagonizada por Luis Tiant es deliciosa— porque Cajón… es, en definitiva, un libro sobre cómo el beisbol entró en nosotros, se quedó allí para siempre en ebullición y está en nosotros, forma parte de nosotros, somos nosotros.

Luis Tiant, de Reyneiro Tamayo, acrílico sobre lienzo 100 x 85 cm, 2017.

Cuando a principios de los 2000, Amado del Pino ganó en forma consecutiva, cual lanzador de puntería, las primeras convocatorias de los concursos ideados por la Casa Editorial Tablas-Alarcos, saludé su plena forma deportiva.

Escribí entonces a propósito de los ensayos y el estreno de Penumbra en el noveno cuarto, su drama tejido en torno al beisbol que liderara para su estreno teatral, al frente de un excelente equipo, el connotado actor, humorista y director Osvaldo Doimeadiós.

Unos diez años después, Charlie Medina la asumió, con un resultado loable, para el cine, rebautizada como Penumbras, y conservó al protagonista del montaje de Doimeadiós, el excelente actor Omar Franco.

Del Pino estructura Penumbra… en nueve cuadros que son los nueve cuartos, que son los nueve innings del juego de pelota trasvasados a la vida. Algo en penumbras se mueve siempre al interior de ellos, algo mistérico. No se trata de un drama deportivo, pero los apasionados del beisbol notan la redoblada atención que inspira la “vejez” de Lázaro Prado, un magnífico pitcher ya en la despedida de su carrera, la admiración de Pepe, el posadero, por este, y los guiños del lenguaje a jugadas y estrategias en el terreno. Otra vez Amado acude a ese diálogo callejero transido de poesía popular, consiguiendo un adecuado movimiento pendular entre crudeza y lirismo, apostando por un “realismo poético” para el cual son paralelos los conflictos al interior del propio lenguaje y de los personajes. Así como en cada uno oscila su habla, así palpita su existencia: entre realidad y aspiración, entre verdad e irrealidad, entre lo que son y lo que no saben que van a ser.

Sin desechar el ambivalente suspenso, nada policial, propuesto por el dramaturgo, la teatralidad nace de las acciones inscritas en las escenas, así como de la capacidad lúdica que las recorre, de la simultaneidad entre los cuadros y del diálogo ágil y punzante entre los personajes. Porque, paradójicamente, Penumbra… no posee su centro en la historia, sino en los personajes.

Personajes al límite, cifrados desde su sintética presentación en el original del dramaturgo con genuina ambigüedad y contradicciones. El renombrado pelotero, Lázaro Prado, la bailarina de medio pelo, Tati, el posadero expresidiario y fanático del beisbol, Pepe, más otro trabajador de la posada, Renato, imantados entre sí por sus respectivas soledades y tristezas, por la incapacidad para dar rumbo a sus vidas, y por la certeza de un espacio que habiéndole servido de refugio también se derrumba: la posada.

Aunque no le interesa al autor, en primera instancia, la tragedia social sino la existencial, íntima de sus criaturas, es innegable que el fondo de este drama teñido de comedia, es nuestro espacio urbano actual, acentuado por la cámara, la luz y los tonos blanco y negro en el filme de Medina. Esa “ciudad” —cuartos de la posada y un trozo de piscina de un viejo hotel destartalado donde Pepe tiene su casa—, esa ciudad de almas quemadas aparece apresada en una imagen de totalidad. Presta a desaparecer como las posadas habaneras, eliminadas en su objeto social (“aquí se viene a lo que se viene y nada más”) con un cierre “magistral”: nadie podría oponerse a ubicar en ellas a los damnificados de tantos ciclones que no se atreven con La Habana pero le tumban casas. Sospecho que muchos, para quienes son innecesarias por contar con otras opciones, las odiaban como símbolo de células podridas en el cuerpo del hombre y la mujer nuevos.

Por esas fechas, una década atrás, cuando escribí el núcleo de estas líneas sobre la obra de Amado, coincidí en Cienfuegos con el equipo de beisbol de Pinar del Río (juro que no lo inventé ahora, puede comprobarse en la nota entonces publicada). Un pelotero pinareño que no logré identificar, al verme cargando ejemplares de nuestra edición en Alarcos de El zapato sucio, de Amado del Pino (primer Premio Virgilio Piñera, en 2002), me insistió en comprarme uno. En gesto inusual se lo regalé, tal vez en pago por mi amor al beisbol. ¿Qué encontraría para sí en aquel libro? No lo sé. ¡Cuánto más hallaría, él y todos sus colegas, en Penumbra en el noveno cuarto! ¿Habrán visto la película, más fácil de circular que una puesta en escena? ¿Qué pensarán los peloteros de ella, a partir de ella? Creo que es una interacción ausente, o todavía pobre, entre el “mundo de la cultura” y los protagonistas del universo beisbolero que esta iniciativa de Cauce intenta romper.

Otra será nuestra. Es decir, de la Casa Editorial Tablas-Alarcos, que conduzco, con la aparición, a fines de este año o a inicios del próximo, de un tomo con obras de la dramaturgia cubana que toman como centro la pelota. Teatro y beisbol, un eje que me atrae especialmente. Dos espacios desde donde mirar la sociedad en toda su riqueza.

“Cajón… es, en definitiva, un libro sobre cómo el beisbol entró en nosotros, se quedó allí para siempre en ebullición y está en nosotros, forma parte de nosotros, somos nosotros”.

Parte de una propuesta de Félix Julio Alfonso, a la cual hemos aportado otros editores apasionados de la pelota. Juntaremos de los tiempos del bufo a Ignacio Sarachaga con Habana y Almendares o los efectos del béisbol y a Raimundo Cabrera con ¡Vapor Correo! Rastreamos a Federico Villoch por lo beisbolero que fue el Teatro Alhambra. Sumamos a Ignacio Gutiérrez y su clásica Llévame a la pelota, la propia Penumbra en el noveno cuarto, de Del Pino, Béisbol, de Ulises Rodríguez Febles, que el autor matancero nos dedicara a Amado y a mí, y quizá algún texto escrito por autores de la diáspora cubana.

Queremos que esta antología rinda homenaje al sesquicentenario de la introducción en Cuba, en 1864, de los primeros implementos, el bate y la pelota, por los hermanos Ernesto y Nemesio Guilló, que tanto se aplatanaron y fundaron entre nosotros, los cubanos. En y más allá de la lengua, para siempre.

Tomado de la pinareña Revista Cauce, no. 1/2015, pp.6-9.

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