“Un hombre no debe perder el equilibrio”
FGM[1]

I

“Libres como la ley por dentro”, escribió Fina García-Marruz acerca de unas palomas que volaban sobre una plaza de Florencia. “Libres como la ley por dentro”, basta escuchar este símil para sentirse transportado. Las palomas vuelan cumpliendo un logos incondicionado e inmanifiesto, que actúa en sí y para sí: son la libertad alada. A tal altura, un verso difumina la frontera entre poesía y filosofía, y me trae a la memoria aquel poemario suyo: Créditos de Charlot.

“El silencio, nos dice, también es una presencia”.

Allí está el celebérrimo poema “Cine mudo”: “No es que le falte / el sonido, / es que tiene / el silencio”. Sutil respuesta al eleata Parménides, quien afirmaba que “el ser es y el no ser no es”. Así de sencillo. De donde se deduce que, por ejemplo, la oscuridad y el silencio carecen de sustantividad pues son la ausencia de luz y de sonido, respectivamente. Pero la cubana desarma al griego con doce palabras repartidas en cuatro versos. El silencio, nos dice, también es una presencia. La nada —el no ser— también es. Y nótese, metafísica aparte, si lleva razón, que no hay paisaje musical sin cumbres sonoras y valles silenciosos. Aun repleta de ausencias, ¿qué es, si no presencia, la vida?

“Menos mal que existen adultos que mantienen vivo al niño que fueron!”. Imagen: Internet

Hablando del filme El chicuelo, en el poema “Toda la poesía, allí” resume: “Toda la poesía / allí, en aquel quedarle / tan dulcemente grande / la gorra ladeada”. En el rostro del chicuelo, la niñez frustrada se viste de adultez prematura. La posibilidad, aún verde, ha sido madurada por la necesidad. ¡Menos mal que existen adultos que mantienen vivo al niño que fueron! ¡Cada chicuelo —bendito complemento— merece un Charlot! La semejanza acerca, pero solo la diferencia complementaria une. Y en ese equilibrio, precario pero precioso, habita el poeta.

Así lo reconoce Fina en “Lecciones de Charlot”: “Se es equilibrista / porque no queda más remedio, / por amor a la joven de la malla blanca / que será, por siempre, de otro”. No hay gratificación externa para el poeta; solo un placer secreto, un júbilo íntimo. Pero nada es seguro. Por eso en “El maillot de oro” comienza diciendo: “Hay que demostrarle / al público que no está a salvo / en el seguro de sus butacas pagas / hay que demostrarle / que el equilibrista se puede caer / pero sobre sus cabezas”.

Aguijoneado por semejante apertura poética, el lector ensaya una metáfora: El equilibrista sube a lo alto. Sufre, pero sube. Sube, pero calla. Calla, pero sufre. Trae un dolor oculto. Por un instante, duda, pero tiene que actuar. No puede más, pero camina. Sus manos sudorosas sueltan la vara, pero sigue. Finalmente, la cuerda tiembla bajo sus pies, como un nervio pulsado por un dedo invisible, y

Cae
cae
cae.
Estalla como una mancha roja. Frenético, el público aplaude sin darse cuenta, aún, de la tragedia. A la salida del circo, impactada por el shock, la multitud se derrama, se quita el disfraz de “respetable público” y echa a andar, cada cual, sobre su cuerda floja.

II

Hay en Fina, como en Martí, cierta confluencia de lo poético y lo filosófico que aporta remembranzas de aquellos románticos alemanes que creyeron fervientemente que el modo más auténtico de filosofar era poetizar. Uno se pregunta: ¿cómo congeniar el enfoque fórmico del poema con la mirada falcónica del ensayo? Los románticos no veían en esto un problema, pues para ellos el bosque era el árbol. Y algo de razón tenía su sinrazón: el bosque duerme en el árbol, lo mismo que este late en la semilla.

Pero la veta filosófica de Fina, como la de Martí, rebasa el molde romántico y hunde sus raíces en lo existencial. Desborda el alma, que se solaza en las volutas del espíritu, y se ancla a la realidad concreta, que golpea y place, que oxigena y oxida al ser humano.

Filosóficamente, la poesía de Fina parece ser más que romántica y menos que existencialista, porque no naufraga en las playas del yo ni se debate entre crisis de fe. Más allá de los ismos, su poesía convierte el arte en filosofía, cosa que disgusta a los académicos positivistas, tan dados a la aridez conceptual. Fina cierne el concepto a través del verso: su poesía es el jibe de su filosofía.

“Su poesía convierte el arte en filosofía”. Imagen: Tomada de Trabajadores

Yo, que amo la ciencia tanto como el arte, reivindico el derecho a filosofar desde la poesía. El universo no se reduce al verso, pero un verso, si es hondo, puede contener un universo. En una estrofa de Vallejo he descubierto a Kierkegaard susurrando las verdades que Marx denuncia. ¿Cómo desarticular lo íntimo y lo social? ¿Qué, si no angustias, genera el capital? ¡Cuánto duele ser convertido en mercancía! Cuando Vallejo dice que los mendigos disparan su hambre, traduce el dolor en arma y apunta. Cuando Brecht se pregunta: ¿qué es el crimen de robar un banco comparado con el crimen de fundar un banco?, dispara.

En Cuba hay una poesía gallarda hermana de la filosofía. ¿Por qué no ilustrar las categorías filosóficas con poemas cantados como “Causas y azares”, “Sueño con serpientes” o “Fábula de los tres hermanos”? No hay razón sin corazón. El positivismo, que tanto reniega de los sentimientos, está bien para un manual de lavadora, no para el ser humano.

“Poetizar, para García-Marruz, es cernir finamente la filosofía”.

La eternidad se revela en un instante. En “Mirando ‘El desconocido Chaplin’”, dice Fina: “Ah, poeta, atisbando ese instante huidizo, / el tocado por un fulgor que huye / hasta decir: ¡Ahora!”. Como el genial actor y cineasta, el poeta no persigue instantes, sino el instante que coagula un todo. Poetizar, para García-Marruz, es cernir finamente la filosofía.

III

Desde que escuché aquella sublime línea de Tagore, “El Taj Mahal es una lágrima en la mejilla del tiempo”, o aquel verso, matemático y terrible, de un poeta norteamericano acerca del Proyecto Manhattan: “Empollando la fórmula de la pesadilla”, me cuesta hallar poesía en los poemarios. ¡Hay tanto verso inútil! ¡Tanto “dolor de hormiga” que no llega a vuelo de halcón! Pero tampoco quiero darle la razón a Adorno: después de Auschwitz, tiene que haber poesía, porque, como dijera otro poeta, nos arrancaron las flores, no la primavera.

Gracias a Fina pude conjurar ese sentimiento. En la última estrofa del poema “Créditos de Charlot”, que da título al volumen, resume: “Todo está en ese instante / en que, humilde como la vida, se da de nuevo ánimos, / y la espalda rota, otra vez ilusionada / inicia un baile mínimo con el bastoncillo girador”.

El camino es un pie rastreando el horizonte.


Notas:

[1] Fina García-Marruz: “Lecciones de Charlot”, Créditos de Charlot, Casa de las Américas, La Habana, 2014, p. 25.

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