El desarrollo cultural en nuestro país durante la República neocolonial va a estar marcado por el clima de desencanto e inconformidad que había dejado la frustrada independencia y la injerencia extranjera. Esta situación despierta en nuestra vanguardia de intelectuales y artistas sentimientos de rebeldía, de rechazo a todo lo establecido.

Es fácil comprender que durante la República colonial, paralela al dominio económico y político se presentó, con toda su fuerza, la penetración cultural del imperialismo yanqui.

La deformación cultural parte desde los gustos, las costumbres, los hábitos, las formas de vida que tratan de transplantar hacia nuestro país esos elementos de la cultura estadounidense, hasta nuestra propia historia que trataban de tergiversarla con el objetivo de justificar su dominación sobre nuestro país.

“(…) durante la República colonial, paralela al dominio económico y político se presentó, con toda su fuerza, la penetración cultural del imperialismo yanqui”.

Esta situación se hacía posible mediante el control de los medios masivos de difusión; la radio, la televisión, el cine, que nos imponían en avalancha los ritmos musicales y bailables como el fox, el charleston, el rock and roll; las aventuras políticas, animados como Supermán; la prensa en revistas como Life y Selecciones, todas con el objetivo de presentar las maravillas del mundo capitalista. También nuestro idioma sufrió los embates de esta penetración cultural, muchas palabras fueron sustituidas innecesariamente por vocablos en inglés. La apertura de colegios y academias norteamericanas se incrementaba cada vez más. Todos estos factores voceros de la sociedad norteamericana incrementaban la deformación sociocultural y el sometimiento.

Frente a la penetración cultural yanqui, los elementos más progresistas del arte y la cultura no son ajenos a la difícil situación tomaron posiciones radicales y pusieron sus obras al servicio de las causas revolucionarias. Tales son los casos de críticos como Manuel Sanguily, Juan Gualberto Gómez y Enrique J. Varona, escritores de carácter histórico como Fernando Figueredo Socarrás, autor de La Revolución de Yara, e intelectuales y artistas que abrazaron la causa del antiimperialismo como Julio Antonio Mella, Pablo de la Torriente Brau, Rubén Martínez Villena, Nicolás Guillén y otros muchos que trataban de buscar una renovación. De ahí su marcado interés por reflejar nuestra cubanía y la realidad social.

“Sorprende constatar la gran fuerza concéntrica escondida bajo su figura endeble (…)”.

Rubén Martínez Villena fue adalid de una revolución frustrada (la de 1933), que entronca con la nuestra a partir de sus raíces primigenias. Así como Martí sintió el acicate vital de la agonía patria ante el yugo español, Villena lo siente ante la opresión yanqui, y contra ella encauza su vida.

Ya su pupila a partir de la Protesta no cerrará jamás el párpado vigilante, su pluma se convertiría en vehículo expresivo para la acción. Sorprende constatar la gran fuerza concéntrica escondida bajo su figura endeble y la enorme energía de su organismo desgastado por la enfermedad como si estuviera movido por una palanca superior, quien además de la acción usó como herramienta el arte de las letras que lo acompañó en su efímera vida.

El período de 1902 a 1933, aquella república simplificada en la frase de la república de “generales y doctores”, o de “la chambelona”, tuvo un sello original. La frustración llevó a muchos a la corrupción, al escepticismo y a la incapacidad. Los sueños de antaño se convirtieron en los desmanes de hogaño. El campo del juego político quedó cercenado y la imposibilidad de llevar a vías de hecho los proyectos que debieron darle vida a la república condujeron, incluso, al cinismo político. Sin embargo, este quizás no es el hecho más trascendente de la historia de este período. Es en el juego del marco político institucional creado donde comienza a expresarse la cultura de la resistencia.

Los ahora viejos pinos como Manuel Sanguily, Salvador Cisneros Betancourt y Enrique José Varona desarrollan la crítica a la dependencia y al plattismo como expresión de la política dominadora norteamericana. El corolario de esta última, la corrupción e incapacidad de los gobiernos republicanos, demostraba que la famosa concepción liberal había sido perforada por los propios exponentes de ella: los Estados Unidos. Fueron ellos los que con sus medidas de dependencia e imposición económica impidieron el surgimiento o el desarrollo o la subsistencia de una burguesía nacional. No existía en la práctica política de entonces estructura de nuevo tipo que oponer al sistema. Presos en su liberalismo prekeynesiano, no encontraban salida ─propuestas─ ni respuestas que no fuesen la oposición por la oposición misma.

“Varios hechos ocurridos en la década de los años 20 sentarán las bases para pasar de la cultura de la resistencia a la de la liberación”.

Varios hechos ocurridos en la década de los años 20 sentarán las bases para pasar de la cultura de la resistencia a la de la liberación. En la arena internacional las revoluciones rusa y mexicana abrieron la era de los movimientos de nuevo tipo. La primera ofreció un modelo no liberal que se aproximaba a los ideales de igualdad que habían sido totalmente aniquilados en aquella república. Ya no se trataba de las ideas teóricas de Marx, sino su entrada en la práctica política de Estado como alternativa. Como ejemplo de las desigualdades de la época está la Guerra de los Independientes de Color, sobre la cual se guardó un silencio consensual que ocultaba uno de los acontecimientos más sangrientos del siglo XX cubano. La Revolución Mexicana, por su parte, demostró la fuerza de que eran capaces las fuerzas campesinas latinoamericanas.

Cuando en la década de los años 20, una nueva generación irrumpe en el escenario político cubano, sus bases intelectuales tienen como sedimento las experiencias de sus padres y abuelos, héroes de las guerras y víctimas de la paz, pero tienen como fuente nutricia el pensamiento teórico de las revoluciones; de un antiplattismo sentido se pasa a un antiimperialismo pensado. Nombres como Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Rafael Trejo, Gabriel Barceló, Raúl Roa, Pablo de la Torriente Brau, Antonio Guiteras, Juan Marinello, entre otros, ya conforman un pensamiento socialista.

Rubén Martínez Villena fue dentro de su grupo generacional, un buen poeta, el hombre que despreció la poesía por la justicia social, encarna no sólo una de las mejores esencias del espíritu de esa generación: en sus inquietudes redentoras, en sus ansias de acción cubana, en su capacidad de sacrificio sino que además, tiene en su poesía, cortada abruptamente, un exponente lírico dentro del contexto global de la generación.

“(…) tiene en su poesía, cortada abruptamente, un exponente lírico dentro del contexto global de la generación”.

Desde muy joven Villena demostró habilidades para la literatura estimulado por sus padres y fomentado por las relaciones entabladas con intelectuales de la talla de Enrique Serpa y Juan Marinello, corrector de pruebas en La Nación.

Al decir de Regino Pedroso: “Su obra es la labor de un poeta de su momento, pero la más personal y despierta de ese momento quizás”.

Nos acogemos a la división de la creación literaria que da Ana Núñez Machín: La primera desde 1917-1923 agrupa los pasos primeros del poeta, donde el tema amoroso se une con el canto a los episodios épicos de la lucha independentista, así como a sus héroes.

Su primera colaboración aparece en la revista Evolución (1917), Chic, El FígaroHeraldo de Cuba y El Heraldo. De este último periódico fue editorialista y responsable de la página literaria de los lunes.

“Peñas arriba” fue la primera obra que de él se conoce donde el poeta expresa su angustia íntima:

Porque mi ser necesita
para seguir su camino
Algún cambio en el destino
bajo el que llora y se agita
Una pasión infinita
Algo que acabe mi duelo,
Y que cumpliendo mi anhelo
Al abatir mi amargura
Me deje el alma tan pura
Como un pedazo de cielo…

En 1918 escribe “Carnaval”:

Ha llegado el tiempo de las alegrías
¿Oyes esas risas? Es el Carnaval:
¡Momo se aproxima, suenan chirimías
Y óyense los ecos de la bacanal!
Ha llegado Momo, dios de las orgías:
Vuélvete de espaldas con un gesto real,
Y mira cual cruzan el Hambre y la Pena los hijos del Mal

En este período el tema amoroso se adueña de sus versos. Obras como “Celos eternos”, “Declaración” y “Ofrenda” así lo confirman, pero es también la historia motivo de inspiración escribe sonetos dedicados a Máximo Gómez Báez y a Ignacio Agramonte. No obstante, sería su “Canción del Sainete póstumo” (1922) la obra que mayor relevancia le dio. Pudiera parecer que predijera la causa de su muerte:

“Yo moriré prosaicamente de cualquier cosa
(¿el estómago, el hígado, la garganta, ¡el pulmón!?)”

El 20 de mayo de 1923 tomaría posesión en el gobierno de la Isla de Cuba Alfredo Zayas (1921-1923) Durante su mandato ganó dos veces, “casualmente”, el primer premio de la Lotería Nacional, y fue el único presidente que se erigió una estatua en vida. Dio vía libre al juego y otros vicios; distribuyó “botellas” y promovió una ley de amnistía que beneficiaba a los que habían cometido fraudes. Al final de su mandato, su fortuna personal ascendía a varios millones de pesos.

Muestra de los jugosos negocios que promovió es la compra del convento capitalino de Santa Clara a una empresa privada. En la época de las “vacas gordas”, la Iglesia lo había vendido por un millón de pesos a la citada empresa, y ahora, en plena crisis, el Estado paga por él dos millones trescientos mil pesos. El escándalo concitó gran repulsa popular, y dio lugar a un hecho que tuvo gran resonancia pública, la llamada Protesta de los 13. Con motivo de un homenaje que se rendía a la escritora uruguaya Paulina Luissi en la Academia de Ciencias de Cuba, iba a usar de la palabra Erasmo Regüeiferos, miembro del Gabinete de Zayas y uno de los responsables de aquella vergonzosa operación. Antes de que el orador comenzara, varios jóvenes intelectuales se pusieron de pie, y uno de ellos, el abogado y poeta Rubén Martínez Villena, denunció la compra fraudulenta y acusó a Regüeiferos ante el auditorio. El grupo se retiró del acto y publicó un manifiesto firmado por los 13 intelectuales que le dieron nombre a la protesta.

Este episodio sirvió de inspiración para su obra: “Mensaje Lírico Civil” donde en lúcidas estrofas arenga:

Hace falta una carga para matar bribones,
Para acabar la obra de las revoluciones,
Para vengar los muertos que padecen ultraje,
Para limpiar la costra tenaz del coloniaje,
Para poder un día, con prestigio y razón,
Extirpar el Apéndice de la Constitución,
Para no hacer inútil, en humillante suerte,
El esfuerzo y el hambre, y la herida y la muerte,
Para que la República se mantenga de sí,
Para cumplir el sueño de mármol de Martí,
Para guardar la tierra gloriosa de despojos,
Para salvar el templo del Amor y la Fe,
Para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos
La patria que los padres le ganaron de pie…

Sería este mensaje iniciador de una nueva etapa en la obra literaria de este autor (1923-1927), donde se mezclaban los temas sociales, los problemas más urgentes por resolver en una República caracterizada por el atraso económico, la corrupción política administrativa, la dependencia hacia los Estados Unidos, la discriminación racial y otros problemas. Estos elementos unidos a las experiencias de revoluciones que se dan por estos años hacen que se produzca un auge en el movimiento revolucionario del cual Rubén Martínez Villena sería uno de sus máximos exponentes. Al respecto, José Z. Tallet expresó:

“Desde el día de la Protesta de los 13 me di cuenta de que Rubén era un líder nato. Poseía todas las cualidades del director y guía de hombres. Sus compañeros, naturalmente, sin esfuerzo alguno, lo consideraban su jefe. Después ─continúa─ esto se acentuó cuando fundamos la Falange de Acción Cubana, el 1 de abril de 1923. Él fue quien redactó el Manifiesto que discutimos una tarde en la biblioteca ‘Falangón’. Rubén estaba enfermo con fiebre alta. No obstante, a cada rato, subía una comisión a verlo con objeciones de alguno de los miembros. Rubén en la cama, hacía aclaraciones o modificaciones al documento que por fin fue aprobado y vio la luz. Como dirigente no imponía su criterio, sino que persuadía, pero con tal don que no le era difícil hacer prevaler su opinión. Escuchaba y discutía sin encono. Como líder, era excepcional”.

Su vida y obra estuvieron marcadas por su compromiso con la lucha por la justicia social y la soberanía nacional de Cuba.

Con una gran influencia del pensamiento de Varona y Sanguily, Rubén Martínez Villena trabaja conceptos de “patria” y “pueblo”, provenientes de un profundo estudio de la ideología democrático-burguesa de 1789; también se identificó con el ideario del Manifiesto de Montecristi, pero en un principio no pudo penetrar en un análisis profundo de la estructura clasista de la época. Para él todos los cubanos que amasen la República, su historia y tradiciones eran el “pueblo”, no importaba qué intereses le movían. Su conciencia de la nacionalidad cubana se quedaba encerrada en los marcos pequeño-burgueses que no encuentran las vías para contribuir a eliminar los vicios republicanos. Persiste la idea de que éstos solo provienen de la corrupción estatal y la incultura del pueblo.

Es por esto que fue tan importante la relación de Villena con Mella, a quien conoce en 1924 y su acercamiento posterior a los obreros y al Partido Comunista. Esto le permite superar el carácter reformista del pensamiento anterior a los años veinte, para entender la esencia de la tragedia cubana, vinculada al fenómeno imperialista, que posteriormente explicará a profundidad. “Rubén Martínez Villena ─señala Carlos Rafael Rodríguez─ contribuyó a la doctrina de la Revolución Cubana con esclarecimientos certerísimos sobre el papel del imperialismo en la opresión y retraso de nuestro país. Sus palabras en el histórico debate de la Universidad Popular contra Pavletich (…) y Bustamante, fueron, junto con el análisis implacable de Mella, el réquiem del aprismo entre nosotros”.

“Así como Martí sintió el acicate vital de la agonía patria ante el yugo español, Villena lo siente ante la opresión yanqui, y contra ella encauza su vida”.

En 1924 comienza a trabajar como periodista del Heraldo y como corrector de pruebas en La Nación, y donde, con mayor fuerza se proyecta su prosa lírica y el enfoque profundo y objetivo, es cuando sus contactos con el proletariado se hacen más asiduos, con motivo de una visita que realiza al Taller de los Ferrocarriles Unidos de Luyanó expresó:

“Yo no vengo a enseñar, sino a escuchar y sentir con amor, junto al corazón de los hombres explotados, vuestro grito de rebeldía y vuestro anhelo de justicia”.

“La Pupila Insomne”, “El Anhelo Inútil”, “El Campanario del Silencio”, “Insuficiencia de la Escala y el Iris”, “El Enigma de la Amante Horrible”, “Defensa del Miocardio Inocente” y “Motivos de la Angustia Indefinida”, son poemas en los que ofrece una poesía más comprometida de sí mismo. En este último da una definición de lo que sería su vida: “una semilla en un surco de mármol”.

“Yo no vengo a enseñar, sino a escuchar y sentir con amor, junto al corazón de los hombres explotados, vuestro grito de rebeldía y vuestro anhelo de justicia”.

En el año 1925 edita y dirige la revista Venezuela Libre cuya redacción fue conocida como la Cueva Roja. Dos años después, surge la publicación América Libre, que tendría como lema: “Por la unión interpopular americana. Contra el imperialismo capitalista, a favor de los pueblos oprimidos y por la revolución de los espíritus”.

En abril de ese mismo año gana el premio de poesía en los Juegos Florales de Holguín con “La Medalla del Soneto Clásico”.

El año 1925 significa el distanciamiento de los versos. Rubén, que supo separar de su vida lo inútil y fatuo, fue el creador por excelencia: dejó el verso para hacer la verdadera obra de filial creación. Despreció la poesía por la justicia social, como dijera él mismo en respuesta a Jorge Mañach en 1927 por el escándalo de “La Medalla del Soneto Clásico”, que estremeció el panorama literario internacional. “(…) yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores les interesa la justicia social”.

Es el año en que se produce la huelga de hambre de Julio Antonio Mella, en la cual calificaría a Gerardo Machado como ”Asno con Garras”. Su labor a favor de la causa de los obreros se intensifica. Dejó a un lado la poesía y lejos de todo adorno desplegó una prosa de denuncia candente.

“(…) yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores les interesa la justicia social”.

Posteriormente en1926 como miembro de la Liga Anticlerical redacta su folleto Cuba, Factoría yanqui.

A pesar de que se mantiene activo e indoblegable, su salud está resentida, no le acompañan las fuerzas de antes, se agota rápidamente. Poco a poco las dolencias pulmonares van lacerando su ya débil constitución, pero no por ello abandona el compromiso con los más oprimidos. Constantemente se ve obligado a cambiar de residencia para no caer en manos de las fuerzas represivas de Machado.

En junio de 1927 ingresa en la Quinta de Dependientes con el mal que lo llevaría a la muerte: la tuberculosis pulmonar. En ese mismo año, en septiembre, ingresó al Partido Comunista donde lo nombraron oficialmente Asesor Legal de la Confederación Nacional de Obreros de Cuba (CNOC), organización unitaria del proletariado cubano, de la que se convirtió en el máximo orientador. Como abogado de la central sindical nacional, se convirtió en su líder natural aunque nunca asumió la Secretaría General.

En 1928 es electo miembro del Comité Central del PCC, sin embargo nunca ostentó cargo oficial alguno, salvo integrante de este Comité, debido a los prejuicios del movimiento comunista de la época, y los suyos propios, de que un intelectual no debiera asumir en esa organización la máxima responsabilidad. Tras la muerte de Julio Antonio Mella en 1929, por acuerdo del Comité Central se convirtió en el principal y más activo dirigente del Partido, en el cual desarrolló una ardua labor a pesar de estar afectado de forma aguda por la tuberculosis.

En los artículos como “Ya vamos siendo parias en nuestra propia tierra”, manifestó su pensamiento antiimperialista. También ofreció en sus textos una interpretación marxista del proceso cubano, propagó las ideas del Socialismo Científico y denunció la política expansionista de Estados Unidos.

“Mi último dolor no es el de dejar la vida, sino dejarla de modo tan inútil para la Revolución y el Partido”.

A fines de los años 20 Cuba estaba matizada por el agravamiento de los males de la República Neocolonial, la crisis económica de 1929-1933 y las acciones contra la dictadura de Machado como consecuencia un creciente ascenso del movimiento revolucionario. Ejemplo de ello fue la huelga general de 24 horas del 20 de marzo de 1930 en la cual se pedían una serie de demandas económicas, sociales y políticas. En ella participaron más de doscientos mil trabajadores en casi todo el país y estuvo organizada por Rubén.

A raíz de su involucramiento fue condenado a muerte y partió a Estados Unidos y de ahí a la Unión Soviética, donde estuvo internado en un sanatorio para tratar el estado avanzado de su tuberculosis. Desde allí le escribe constantemente a su esposa Asela sobre su preocupación por las luchas en Cuba y su deseo de regresar. En carta del 17 de septiembre de 1930 reconocía que hasta escribir le agotaba: “Mi último dolor no es el de dejar la vida, sino dejarla de modo tan inútil para la Revolución y el Partido, tengo el consuelo de haberte ayudado a dar un contenido tan grande a la vida, que él mismo te resguardará del dolor de mi pérdida. ¡Hay que estudiar, hay que combatir alegremente por la Revolución, pase lo que pase, caiga quien caiga! ¡No lágrimas! ¡A la lucha!”.

Al agravarse su enfermedad vuelve al sanatorio en el Cáucaso, donde se la había tratado al llegar a la URSS. Allí le informan la irreversibilidad de su condición y decide regresar a Cuba para conocer a su hija, acompañar a su esposa y entregar sus últimos alientos vitales al esfuerzo popular.

“Villena comprendió que la responsabilidad del intelectual revolucionario no está en ser intelectual, sino en ser revolucionario”.

A pesar de la gravedad de su padecimiento organizó y dirigió la huelga general revolucionaria que derrocó a Machado el 12 de agosto de 1933. Participó contra todos los consejos de su médico, Gustavo Aldereguía, en el recibimiento de las cenizas de Mella tras la caída del tirano y ese mismo año, con la salud muy deteriorada, dirige las reuniones del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y participa activamente en todo el contenido y los proyectos para el IV Congreso Nacional Obrero de Unidad Sindical. En diciembre, asiste a su última reunión antes de ser recluido en el Sanatorio La Esperanza.

La tercera etapa de su creación literaria (1928-1934), transcurre en consonancia con los acontecimientos anteriormente citados y está caracterizada por su producción en prosa, salvo alguna que otra rima clandestina o versos subversivos o proletarios, no publicará más poemas.

En “A una cubana”, uno de sus últimos poemas, expresaba su sentir antimperialista:

En su viaje a la Ciudadela del Imperialismo

Dulces ojos, boca y voz
que constituyen tesoro:
vais a la tierra del oro,
de imperialismo feroz.

Cubana, quédanos fiel:
dile al extranjero intruso
que el arancel que nos puso
lo violamos con tu miel.

Su lucha por lograr la liberación del trabajador y del campesinado es una constante determinación en su prosa política reflejado en artículos como “¿Qué significa la transformación del ABC y cuál es el propósito de esta maniobra?” (Mundo Obrero, mayo de1933), “La Aventura del Artículo de un Comunista y sus enseñanzas” (El Trabajador, agosto de1933), “Palabras pronunciadas en el I Aniversario de la muerte de Mella” (Boletín del Torcedor, enero de1930), “La Expulsión de los Cuatro exlíderes del PC Español y sus enseñanzas”(Mundo Obrero, 1933), “El Zar de la antigua Rusia tuvo su domingo sangriento y Grau San Martín su 29 de septiembre” (Bandera Roja, 1933) y “Tesis sobre el movimiento revolucionario de los países coloniales” (Moscú, 1931). En ellos está el legado más firme de convicción revolucionaria, de fe en la clase obrera y campesina y su partido que nos dejara el hombre que pudiendo ser más para sí, prefirió ser útil a los demás, dándose continua y fatigosamente a la posteridad.

Villena comprendió que la responsabilidad del intelectual revolucionario no está en ser intelectual, sino en ser revolucionario, que toda posición intermedia y opuesta al clamor de los tiempos, es traicionar a los hombres y a su época.

Su existencia revela la conexión entre la historia, el arte y la medicina. Sus versos y prosa se convirtieron en la expresión de la necesidad de cambios de una sociedad que supo interpretar y asumir desafiando las consecuencias de una enfermedad que lo consumió en vida, pero no pudo cerrarle las puertas a la eternidad.

* Trabajo presentado en la XXXIII Edición del Evento Teórico “Crisol de la nacionalidad cubana” y la III Edición del Coloquio de Pensamiento Latinoamericano descolonizador.


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