Cualquier tentativa para buscar un adjetivo destinado a caracterizarlo resulta frustrante y el único que atino a hallar para describirlo en alguna medida es el de bueno. Porque Mario Arcadio Naito López es —me niego a hablar en pasado— un hombre bueno, quizás demasiado, de esos que solo pasan una vez por nuestras vidas.
No recuerdo cuándo tuve el privilegio de conocerlo. Quizás en alguna de mis correrías de fines de semana en La Habana para asistir a alguna función de la Cinemateca de Cuba alguien me presentó a este cinéfilo por antonomasia, capaz de transmitir a raudales su conocimiento enciclopédico de la historia del séptimo arte que lo convierte en una rara avis. Vivía por y para el cine y esa pasión la compartimos de inmediato.
Pronto se multiplicaron nuestras llamadas telefónicas a través de las cuales me revelaba algún dato ilocalizable hasta ese momento para terminar un artículo, que solo él podía hallar. No pocas veces me avisaba de la programación cinematográfica en la Alianza Francesa, incitación a viajar en tren desde Camagüey y apreciar películas que solo se exhibían allí y las devolvían de regreso a México.

No recuerdo cuándo, mientras ejercía la jefatura de la redacción de la Revista Cine Cubano durante un periodo, decidí por iniciativa propia —y sin siquiera consultarlo con él—, expresar a Omar González, entonces presidente del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Ocia), que cualquier cinemateca del mundo se enorgullecería de contar con un investigador de la talla de Naito. Por fortuna, me escuchó y aceptó enseguida la propuesta. El reto para su entrañable amigo Alberto Ramos y para mí fue vencer la natural resistencia al cambio con el fin de tornar realidad su sueño de trabajar en la Cinemateca y convencerlo de renunciar a su trabajo en la editorial Pueblo y Educación, en Miramar, donde editaba libros de Física para la enseñanza, y le obligaba a madrugar para llegar temprano. Finalmente vencimos y nos consta su felicidad al lograrlo, no obstante, su raigal terquedad.
A partir de entonces su vida, como la de la institución, experimentó un cambio radical. Estas oficinas donde hoy nos encontramos representaron el paraíso para alguien como él, quien pudo multiplicar sus investigaciones, apreciar todo el cine posible, y compilar y editar varios libros de la colección Coordenadas del cine cubano, así como numerosos folletos monográficos, inconcebibles sin su decisiva contribución. Cada historiador o crítico consultante de los fondos de la Cinemateca, siempre puede acudir a él. El último tomo de la colección Bitácora del cine cubano, dedicado a las producciones independientes al Icaic, nunca habría visto la luz sin la extenuante labor de Naito.

Pero, incuestionablemente, la cima de su trayectoria es la compilación informativa para conformar un diccionario de personalidades en el devenir de la televisión cubana. Pese a nuestra insistencia para concluirlo, siempre aludía la falta de alguna ficha por completar, una fecha o algún título, tarea que corresponde ahora llevar a su término por sus herederos naturales en la Cinemateca.
Siempre bromeábamos sobre su vitalidad y responsabilidad al frente de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica, inimaginable sin su labor fundacional, paciente en extremo. Ninguno de los presentes en una fiesta de clausura del Taller Nacional de Crítica en Camagüey puede olvidar el descubrimiento de la habilidad de Naito, sorprendente para todos. Entonces nos reveló que durante un evento celebrado en Cancún, esa destreza le valió ser bautizado como el samurái de la salsa. Confiesa alguna vez que si no pudo integrar antes en la Cinemateca es porque alguien cuestiona su carencia de sentido del humor para integrarse al equipo.
La memoria traiciona, y sin poder precisar su origen, en medio de la triste circunstancia que nos convoca hoy, solo atino a rememorar un poema en el cual el autor intenta expresar el sentimiento ante la definitiva perdida de un hombre: “Es como si las ramas de un árbol le hubieran dicho al tronco: Me marcho”.
* Palabras leídas por el autor en el velatorio a Mario Naito en la sala Héctor García Mesa del Icaic, 17 de octubre de 2025.

