En medio de la epidemia de Chikunguya, con más de veinte mil enfermos declarados oficialmente, asistir a la librería capitalina El Ateneo a disfrutar de la presencia y de lectura de poemas de Norge Espinosa, es un verdadero regocijo. Conozco al poeta, crítico y dramaturgo desde hace más de veinte años. “Hace un cuarto de siglo ya”, me dice, asombrado como yo del vértigo del tiempo. Poseedor del raro don de la oratoria, con su típico enjundioso estilo (y filoso y controversial) de ejercer la crítica ya sea de cine, de teatro, de un musical, de producciones audiovisuales o de un recital recién estrenado, dialogar con Norge es siempre un aprendizaje, una renovación del conocimiento.

Lo recuerdo con sus espejuelos de espesos cristales, con una envidiable cabellera ensortijada que yo misma teñía de color bermejo, delgado y juvenil allá por los años en que se iniciaba el otorgamiento del título de Maestro de Juventudes de la Asociación Hermanos Saíz, y siempre me ha impresionado su dominio del verbo, la elección precisa de las palabras requeridas. He disfrutado de varias de sus obras teatrales a lo largo de los años, además de las adaptaciones que ha hecho para su director favorito, Carlos Díaz, al frente del teatro El público. Norge se mueve en cuanta cuerda encuentre y considere apta para su fértil creación. Ejemplos de ello son La virgencita de bronce, para niños, y en el otro extremo, su maravillosa obra Cintas de seda, homenaje a Sor Juana y a Frida Khalo. Obra esta, por cierto, que merece reposición. Su más reciente entrega, Un domingo llamado deseo, tributo al teatro cubano que él tanto estudia, defiende y protagoniza a través de personajes, lo consagra como director sensitivo y a la vez, agudo y crítico. Gran acierto haber escogido para esta puesta que lo consagra como director, a los premios nacionales Verónica Lynn y Carlos Pérez Peña.

“Celebro haber estado junto a Norge, ya blanco en canas, como celebro contar con su amistad, y mantengo, quizás acrecentada, mi rotunda admiración hacia él”.

¿Es una persona fácil nuestro Espinosa Mendoza? cabría preguntarse ante los elogios que le dedico. Para nada, respondería. Es tan afilada su mirada (ya sin cristales, por cierto, desde hace unos veintitrés años), tan descarnada su observación, y tan profunda, que casi podría decirse que resulta temerario algún análisis suyo, y, por lo mismo, merecedor de atención. No he leído nunca un comentario suyo que sea superfluo, del tema que sea (su diapasón se abre, desmesurado, lo mismo ante un ballet recién estrenado en Londres que por la falta de agua en el barrio periférico donde vive la mayor parte del tiempo). Basta leer sus publicaciones en las redes para saber si una obra de cualquier naturaleza, insisto, merece nuestra atención o no.

Poseedor, además de un afán imbatible por perpetuar la memoria escénica, y siendo depositario de grandes documentos testimoniales de primera mano (la papelería de protagonistas esenciales como Berta Martínez, Ramiro Guerra, incluso poemas originales y objetos personales de su amado Virgilio Piñera, entre otros), y de su impecable investigación sobre la vida y obra de los hermanos Camejo, convierten a Norge en una figura fundamental para la cultura cubana. Inquieto, incansable, trabaja para revistas (Tablas Alarcos, Extramuros), reporta festivales, anuncia estrenos, analiza puestas en escena, participa en organizar festivales, siempre laburante, presente.

Nada lo intimida, porque su énfasis en compartir conocimientos, y su peculiar manera de llegar al fondo de cualquier tema, por escabroso que sea (su activismo a favor de la comunidad LGTB da fe de ello, además del curso extraordinario ─a pesar de la poca difusión en su momento─ sobre el arte homosexual en Cuba, son muestras de su laboriosidad). Por si faltara algo, Norge es uno de los poetas más líricos y cuidadosos de su generación. Desde que debutara a sus diecisiete años con su inimitable “Vestido de novia” en concurso auspiciado por El caimán barbudo, y aunque haya descuidado un tanto esta faceta suya para dedicar tiempo y energías al teatro, Norge es un poeta. Y excelente.

“Norge es uno de los poetas más líricos y cuidadosos de su generación”.

Escuchar de su propia voz versos dedicados/inspirados en dos figuras claves en su formación como dramaturgo y poeta, el norteamericano Tennessee Williams y el irlandés Samuel Beckett, fue algo mágico. Y ocurrió este viernes 7 de noviembre, justo en la librería El Ateneo, sitio que el propio Norge revitalizó y dirigió durante cinco años.

Como ya dije, estamos en el ojo de una enorme epidemia, que mengua la asistencia de amantes del teatro y de la poesía, como merece la presencia de un artista pleno llamado Norge Espinosa. No obstante, como colofón al encuentro, nos sorprendió (le encanta sacar siempre un as, con habilidad de prestidigitador, aunque seamos un puñado quienes lo contemplamos) con la lectura del poema “La gran puta” desde su hechura auténtica, original, en papeles donde lo escribiera Virgilio. Poema dedicado a La Habana de los años treinta, duro, filoso, real como su autor. Y como el propio Norge, que lo leyó con el énfasis mismo de Virgilio, de tanto y tan bien que lo conoce, y cuyo centenario organizó y llevó con maestría en su momento. La Habana, próxima a cumplir un año más desde que fuera fundada un dieciséis de noviembre de 1519, de la mano de un santaclareño que hace un lustro no pisa su tierra natal, y en el cual hay cabida para combinar talentos/cultura/conocimientos, estuvo presente. Una ciudad que acogió a este poeta del teatro, jovial y sin nostalgias a pesar de tantos golpes que le/nos da la vida. Celebro haber estado junto a Norge, ya blanco en canas, como celebro contar con su amistad, y mantengo, quizás acrecentada, mi rotunda admiración hacia él.

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