Crisis sobre crisis: la idea viva
La primera vez que tuve conciencia de una crisis fue a inicios de 1960, cuando las maltas Hatuey, las galleticas de soda y la leche condensada Nela, entre otros muchos productos, empezaron a escasear. Cumplidos yo mis diez años y algo atenuado el fervor por los días triunfales de 1959, las primeras medidas de desestabilización económica comenzaron a hacerse sentir entre nosotros.
Yo perdí mi merienda favorita. Otros ganaron, gracias a leyes revolucionarias, la propiedad de las tierras que trabajaban y la de las casas donde vivían. Faltaba mucho aún para que la justicia social se tradujera en el sostenimiento de la oferta mercantil a que estábamos acostumbrados. Me lo dijeron mis parientes: “Otros niños no tienen esa merienda. Un día todos la tendrán”. Mi familia materna participó en la lucha contra Batista.
Las dinámicas de aquella década fueron, para mí, las de concretar mis estudios de secundaria y preuniversitario. A partir de la Ofensiva Revolucionaria (nacionalización de todos los pequeños negocios minoristas) cada vez se hacían más esquivos los productos de la sobrevivencia hasta que en 1970 se agudizó la escasez con la estrategia estatal de apostarlo todo a hacer una zafra de diez millones de toneladas de azúcar a costa de la paralización de casi toda la industria ligera y el mercado minorista. Fue ese el justo momento en que empezó a germinar con fuerza el mercado negro.
“Fueron esos años, más toda la década de los ochenta, los de mayor estabilidad en nuestro nivel de vida y en la consolidación de los grandes proyectos sociales revolucionarios en los terrenos de la salud, la educación, la cultura y el deporte, entre otros”.
Los precios asustaban (¡qué diríamos hoy!): 2.00 pesos la libra de arroz, 1.20 la de frijoles, 2.50 la libra de carne de cerdo. En aquellos tiempos ganar más de 100 pesos mensuales daba para cubrir esa canasta, pues el racionamiento era generoso. Lo malo es que una parte de aquellos productos no se adquirían por la red estatal. Pero se sobrevivía con dignidad, sin lujos. Ya el espíritu de la resistencia nos indicaba rutas.
No obstante, a aquella la puedo catalogar como la más aguda crisis hasta entonces vivida por mí. Mis mayores habían vivido la del “machadato”. El dinero perdió valor paulatinamente y la mayor parte de las transacciones se concretaban con trueques, que debían gestionarse en el campo. Se le llamó “forrajear” a esas acciones. No abundaban (ni faltaban) los intermediarios y la especulación nunca alcanzó los niveles a los que luego llegó.
Aquella crisis se rebasó cuando en 1972, una vez fracasada la zafra gigante, ingresamos al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) y comenzaron a reanimarse la industria y los servicios. Nos montamos nuevamente en la espiral en ascenso de un PIB creciente y una oferta estable, aunque regulada. Fueron esos años, más toda la década de los ochenta, los de mayor estabilidad en nuestro nivel de vida y en la consolidación de los grandes proyectos sociales revolucionarios en los terrenos de la salud, la educación, la cultura y el deporte, entre otros.

Pero en 1990 llegó la demoledora crisis llamada Período Especial, derivada de la desintegración del campo socialista y de la Unión Soviética. Al perder Cuba los mayores receptores de sus productos (azúcar, níquel y cítricos fundamentalmente) y sus más importantes proveedores por la desintegración del CAME, volvieron, esta vez con más fuerza, las privaciones a las que entonces se les sumaron los largos apagones y muchas molestias más de nueva data. Fue necesario entonces que la moneda enemiga tomara el mercado, que gracias a la aparición de nuevos proveedores y los intercambios de servicios, contribuyeron a ir revirtiendo la crisis hasta arribar, a inicios del presente siglo, a niveles aceptables de satisfacción.
La especulación fue un fenómeno contra el que no se pudo, así como el abandono del prestigio de los empleos en el sector estatal y los permisos a operadores privados para que apoyaran la gestión del Estado, que siguió siendo protagónico de los principales procesos, ahora enfocados al turismo y una “economía de servicios”. De aquella crisis salimos airosos, pero nos esperaba una nueva, acaso la más aguda: la actual.
“(…) las leyes que sustentan el bloqueo se hicieron más atenazantes que nunca, con su componente extraterritorial exacerbado (…) Se elevaron exponencialmente las dificultades del país para mantener la oferta y los niveles de vida de la población (…)”.
A partir del avance de las fuerzas más retrógradas de la derecha en Estados Unidos, las leyes que sustentan el bloqueo se hicieron más atenazantes que nunca, con su componente extraterritorial exacerbado. El período demócrata que antecedió a la nueva elección republicana no significó una tregua, pues esa Administración no movió un dedo para revertir las sanciones. Se elevaron exponencialmente las dificultades del país para mantener la oferta y los niveles de vida de la población como deriva del corte de los suministros, los créditos y la inoperancia importadora y financiera en que nos sumieron.
Un alto número de fenómenos adversos: la epidemia de Covid, los huracanes, el accidente aéreo, la guerra mediática, y hasta un tornado agravaron la situación, al extremo de que muchos de los programas sociales se resintieron con el nacimiento y apogeo de un sector privado que, más que incrementar la productividad, hizo crecer la especulación con las leyes del mercado operando de manera brutal. Errores en el terreno bancario aún dificultan el flujo armónico de los programas de reanimación económica.
“El capital moral y el valor de las ideas que animan las estructuras socialistas en que nos hemos formado, tienen aún suficiente nivel de convocatoria para sostener el sueño de un país más próspero (…)”.
El resultado ha sido el de la crisis más cruda y al parecer de larga data en la que estamos inmersos. Una crisis material que también ha tocado el patrimonio sagrado de los valores que guió a la Revolución siempre. No obstante, estamos entrenados: la mayoría del pueblo cubano ha expresado su determinación de soportar y rebasar con ganancias la contingencia. El capital moral y el valor de las ideas que animan las estructuras socialistas en que nos hemos formado, tienen aún suficiente nivel de convocatoria para sostener el sueño de un país más próspero, soberano y alejado de las crisis cíclicas que, bien vistas, no son otra cosa que una fatalidad impuesta por un destino manifiesto que otros construyen para someternos.
Hay fuerza y determinación para superar, una vez más la crisis. Muchos compatriotas, contra pronósticos y adversidades, seguiremos tratando de construir el país que nos merecemos.

