Moisés Finalé es uno de los pintores más representativos de la década del ochenta en Cuba. De esa década intentó despedirse, de su mito y su nostalgia, en Se fueron los ‘80, exposición que realizó en La Habana en 2007. Aquella no solo fue una vuelta —porque toda despedida es, de alguna manera, retornar sobre lo que se deja— a una etapa importante en su formación —se graduó en la Escuela Nacional de Arte en 1979 y en 1981 realizó su primera exposición personal y lo hizo en el Museo Nacional de Bellas Artes—, sino a un país al que retornó en 2003 con otra muestra en Bellas Artes, Herido de sombras, pero que siempre, desde que reside en Francia desde 1987, lo acompaña como esencia, como sedimentación del espíritu, en una ciudad tan cosmopolita como París.
Finalé —que desde hace más de treinta años realiza su obra entre Europa y Cuba— expone Apariciones en Holguín, en la sala pequeña del Centro Provincial de Arte, una exposición que, como parte del evento Babel, realizado en Romerías de Mayo, reúne el trabajo reciente (vemos piezas de varias series, entre 2023 y 2025) de un creador marcado por dos elementos inseparables, aunque a primera vista contradictorios: la continuidad y la ruptura, asegura Yamilé Tabio, curadora de la muestra junto a Bertha Beltrán: “Su imaginario sigue siendo el mismo, pero la técnica diferente, ha indagado en otras materias y ha hecho de sus mujeres centauros, criaturas que salen a través del hierro o el plástico o el pladur. Ha escondido los pinceles y ahora se lanza a trabajar con caladoras, tijeras, y hasta la lluvia acompaña sus telas dejando la fina huella del agua. Moisés ha incorporado la acumulación de vivencias y sabiduría que ha encontrado a su paso”.

Fue en París, precisamente, donde Finalé “siguió pintando en la vertiente de la elucidación de las raíces, de la búsqueda de identidad” (ciudad donde vivieron similar proceso, entre otros, Lydia Cabrera y Wifredo Lam, este último una de las referencias en su pintura; como aprendió también de Antonio Vidal y Julio Girona, y en las obras de Francis Bacon, Saura y De Kooning).
Allí —en la añoranza de la natal Cárdenas o del malecón habanero— ahonda en los misterios de la creación, con la persistencia de quien busca constantemente y “explora los límites de la realidad todo el tiempo y trata de sobrepasarlos, es por eso que no le importa poner a danzar en sus cuadros a mujeres de rostros egipcios con las máscaras africanas que guarda con celo en su casa de Francia”.
No escatima en posibilidades y búsquedas: sabe que debe plasmar en la mañana los sueños de la noche, no solo para que no se escapen sino para compartirlos con los demás. Esos sueños —que pueden ser pesadillas y esconder íntimos secretos— hacen que sus obras porten y se abran a un singular espacio de confluencias, vibrante y potente.

Su trabajo —como lo muestran las recientes piezas de Apariciones— une la influencia del arte estadounidense y europeo, que ha visto en museos y exposiciones de primera mano. Así trabaja, como parte de la herencia forjada en el crisol nacional, sobre el simbolismo africano de una manera muy particular: “Su obra conjuga esos diversos estratos culturales en una suerte de teatro visionario de extraordinaria fuerza plástica”, añade Tabio.
Recorrer Apariciones —con la que vuelve a Babel, pues ya lo había hecho en 2006 con Back to reality— nos permiten apreciar la obra de un artista que evita los conceptos limitados o definiciones fijas, las que cree son hermetismos para el arte. “Su trabajo, fundamentalmente expresivo, de alto lenguaje clásico y gran técnica de elaboración, no permite encasillarlo en el vaivén del abstracto y el figurativo”.
Todo el tiempo está en la búsqueda. No obstante, añade Yamilé, “su propuesta lleva un refinamiento y unas sugerencias tan repletas de metáforas, mitologías y sueños, que indiscutiblemente, y sin temor a enunciarlo, es un pintor contemporáneo barroco, heredero del lenguaje estético del autor de El Siglo de las Luces”. Las aparicionesbarrocas de Finalé —que pueden ser oníricas pero también cotidianas, palpables y estar habitadas por seres sacados de múltiples geografías— son tan cubanas como el monte en el que habita la vida y el misterio.