Asocio al escritor Ariel Fonseca Rivero (Sancti Spíritus, 1986) a cosas que, podríamos pensar, poco tienen que ver entre sí: cuentos que destilan cierto realismo sucio, ese que se torna cotidiano, compensado con un adecuado manejo psicológico de unos personajes que insisten en comprender el porqué de sus acciones, aun por extrañas que parezcan; pero también a la pizza con frijoles, extraña combinación que hace las delicias de su paladar; el pie de limón; a las calles de Sancti Spíritus, donde vive y escribe; a las empedradas y centenarias de Trinidad, que visitamos juntos hace algunos años; a su obsesión cuando desea algo, por ejemplo, un libro.

Ariel escribe historias “escuálidas y conmovedoras”, como las de J. D. Salinger, donde soplan, además, ciertos aires de Charles Bukowski, Raymond Carver y Ernest Hemingway. Sus personajes —según nos dice— son “personas que sienten, respiran, sufren y dañan”; relatos de gente común, sin muchas o grandes expectativas, que vienen a poblar la verdadera Historia.

Dice Ariel que él es todos sus “personajes y a la vez no”. Lo notamos al leer los trece cuentos que conforman Hierbas, publicado por Ediciones La Luz (Holguín) y con el que obtuvo el Premio Celestino de Cuento en 2015, cuyo jurado fue Nelton Pérez, Juan Siam y Pablo Guerra. Y además en libros anteriores: …aquí Dios no está, por Ediciones Luminaria en 2010, y Ventana al mar, que fue Premio Fundación de la Ciudad de Sancti Spíritus Fayad Jamís 2016.

“Dice Ariel que él es todos sus “personajes y a la vez no”. Lo notamos al leer los trece cuentos que conforman Hierbas (…)”.

Al referirse a los cuentos de su primer libro, el profesor y ensayista Emmanuel Tornés asegura que estos “nos acercan a un conjunto de temas derivados de conflictos de orden psicológico (a veces incluso psiquiátrico) que afectan a sus protagonistas. Son problemas cuyas causas más hondas se originan en fracturas e incomprensiones de la familia, perturbaciones y fisuras personajes o en el impacto de la realidad social en la psiquis y conducta de los personajes”. Estos conflictos que apunta Tornés vienen a marcar, como una huella indeleble pero constatable al mismo tiempo por los lectores, a manera de obsesión, los primeros cuentos de Ariel, desde donde Heath Ledger, como el Guasón, nos mira irónicamente desde la cubierta. Me interesan las personas, lo que ellas son y por qué lo son, parece decirnos Ariel en sus historias.

Hierbas fue lo primero que leí de Ariel, a raíz del Celestino, y me sigue gustando un poco más que el resto de sus libros. ¿Por qué? Quizá por el barniz tornasolado, como la vida misma, que les aporta a los habitantes de sus historias: personajes cínicos y duros, fríos y calculadores, indiferentes y hasta un poco insensibles. Quizás esas características son las que los hacen tan vividos y palpables, a la vuelta de la esquina o mejor, al mirarnos nosotros mismos.

“Si le preguntamos por un ‘canon personal’ puede decirte que los cuentos tienen una influencia muy fuerte de Bukowski y Carver, y un poco el aliento de las narraciones cortas de Ernest Hemingway”.

“Afincado en los más puros principios del realismo sucio, el texto natural y limpio, cuenta de modo minimalista esos hechos intrascendentes donde aparentemente no sucede nada, historias ordinarias de gente común, desarraigados, desalmados, marginales y marginados…”, leemos en la contracubierta del cuaderno publicado por Ediciones La Luz. Es como si Ariel los (se) mostrará —imagen trasnochada— en cuerpo y alma: “Mis personajes son personas que sienten, respiran, sufren y dañan. Detrás de todas las cosas hay una historia, que no sea la más impresionante, grandilocuente o importante para unos, no significa que para otros no lo sea. Me gusta buscarle sentido a lo más pequeño y sacar una historia de ello. La gente común es la más interesante (si es que existe gente no común), al menos para mí. Las expectativas varían entre una persona y otra. No es correcto decir que alguien no tiene grandes aspiraciones porque no aspira a comprarse un yate”, me comentó Ariel a propósito de la publicación del libro.

“Este hermoso libro (…) nos muestra un narrador seguro e inteligente que sabe tomarle el pulso a la literatura infantil”.

Y añadió el joven autor: “Vivir implica cada día luchar una batalla y al final del día salir airoso es un logro. Para unos, seguir respirando conforma todas sus expectativas y no me parece que haya algo más importante que vivir. Mis personajes, si salen airosos o si continúan en el camino son héroes. Siempre he creído que si no eres el héroe de tu propia vida, nadie lo hará por ti. Me gustaría recordar a uno de mis personajes cuando cita a Bukowski: «Mi única ambición es no ser nada de nada». Al final tenemos que ser algo, o alguien. Eso es lo más triste”.

Si le preguntamos por un “canon personal” puede decirte que los cuentos tienen una influencia muy fuerte de Bukowski y Carver, y un poco el aliento de las narraciones cortas de Ernest Hemingway. “Algo que me llegó tras la lectura de estos grandes maestros. Es una especie de homenaje o deuda”. Pero también incluye a Antón Chéjov, J. D. Salinger, Margarita García Robayo, Samantha Schweblin, Andrea Jeftanovic y la lista que casi tiende a no acabar: Guillermo Vidal, María Elena Llana, Anna Lidia Vega Serova… Además, Ariel es de los pocos escritores que conozco que se interesan, en igual medida, en la joven literatura de la isla.

Después de Hierbas leí El circo invisible, Premio Oriente de Literatura para niños y jóvenes Herminio Almendros 2014. Este hermoso libro —por el cuidado de la prosa, las imaginativas historias, los dibujos de Montos y el esmero editorial puesto en él— nos muestra un narrador seguro e inteligente que sabe tomarle el pulso a la literatura infantil. Después de leerlo uno termina “apropiándose” de los personajes de ese circo que se nos muestra, para bien, más visible.

Ventana al mar, por su parte, muestra, como si miráramos precisamente desde una ventana, a un narrador más metódico que sigue con las mismas obsesiones de su primer libro y que mediante ellas se nos desnuda, pero sabiendo que ya ha corrido los riesgos que implica hacerlo. Siete relatos que nos entregan la expresión más realista del hombre alienado: “No exentas de un sutil sarcasmo y un reflexivo pesimismo, abordan temas tan habituales como la soledad, la pérdida, el amor y el desamor. Están otros argumentos con un trasfondo más explícito como los prejuicios sociales, la inmigración y, por supuesto, las circunstancias de la condición sexual, no superada aun en nuestra sociedad contemporánea”, nos dice Dalila León Meneses.

Ventana al mar, por su parte, muestra (…) a un narrador más metódico que sigue con las mismas obsesiones de su primer libro (…)”.

Este libro habla de las derrotas, otros de Ariel también. Estén poblados por personajes sin grandes expectativas, hostiles, desarraigados, desencantados, marginales y marginados, y solos, principalmente eso, muy solos. Ellas, las derrotas —me dijo una vez— son el hilo conductor de esas historias y también la obsesión común, en un intento fallido de escapar de una vida hueca. Para qué comprar y leer un libro así, podríamos preguntarnos. Para descubrirnos y quizá, frente al libro-espejo, desmantelar la expresión de soledad, como un exorcismo.

Mediante la literatura, lucha contra sus miedos e incertidumbres. Grita que debemos aceptarnos tal y como somos, con nuestras potencialidades y limitaciones, con nuestros sueños y pasiones. Eso es lo que les pasa a sus personajes: aún no han aprendido a aceptar lo que son y por ello fracasan. Aunque Borges insistía que lo que decimos no siempre se parece a nosotros.

El Ariel que imparte clases, el que espera el autobús cada mañana, no es el mismo que escribió el primer cuento y mucho menos el que ha escrito el más reciente, como los que integran Do not disturb, con el que ganó el Premio Calendario de Narrativa en 2020. No hablo de capas, sino de sedimentos —existenciales, literarios, vivenciales— que van formando al ser humano y al escritor. Como sus personajes lo hacen con el alcohol y el cigarro, Ariel Fonseca se siente vivo mientras escribe. Vivo cuando alguien lo lee y se descubre en sus páginas. Es como si luchara consigo mismo y la literatura fuera, además de lanza, escudo en la vida.