En el arte, lo realmente valioso, aquello que se distinga por un elevado rango de calidad, debe de ser honrado tantas veces como pueda ser posible, por ese saldo de plena satisfacción espiritual que deja en cada uno de nosotros. Por tal razón, la sala Avellaneda del Teatro Nacional es colmada una vez más por un público conocedor de dónde encontrar una manifestación artística suprema.

Precisamente, en esta última edición del Festival Internacional Jazz Plaza se decide escoger el pasado 27 de enero como la fecha para inaugurar dicho evento con un concierto homenaje a Frank Fernández por su onomástico ochenta y los sesenta y cinco años de vida artística.

De las presentaciones del maestro en el extranjero, estamos al tanto de las ovaciones que ha recibido en las prestigiosas plazas de todo el mundo en las que ha tocado. A la vez, estamos absolutamente seguros de que, en ninguna de esas excelsas salas de teatro, Frank ha tenido la posibilidad de ofrecer un programa conformado por aquellas piezas que encierran especial significación en su vida además de contar con la participación de un elenco a la altura de las expectativas de un artista plenamente identificado con su pueblo.

Concretamente, nos embriagó el privilegio de apreciar el magisterio del relevante pianista, pero al mismo tiempo disfrutar del carácter abierto y campechano de este singular ser humano, un cubano de pura cepa que, aunque se encuentre tocando ante miles de personas, se siente tan cómodo como si estuviera en su casa.

Fuimos testigos de un concertista sumamente relajado, conversador como nunca antes lo habíamos visto, dueño de ese personal sentido del humor que lo hacen más asequible a quienes ya lo admirábamos como artista. Sin embargo, al conocer de la masiva asistencia al teatro, a pesar de los problemas con el transporte en la capital, lo hizo manifestarse emocionado en más de una ocasión, con su más sincero agradecimiento al esfuerzo de los presentes por no dejar de asistir al espectáculo.

“(…) nos embriagó el privilegio de apreciar el magisterio del relevante pianista, pero al mismo tiempo disfrutar del carácter abierto y campechano de este singular ser humano”.

Dicha emoción le llega también por el hecho haber compartido la escena con un grupo de artistas que él mismo escogiera, pero sin dejarnos saber previamente quienes eran al no existir un programa de mano a exprofeso para así mantenernos en la sorpresa de quiénes serían los invitados.

De entre ellos estuvieron presentes con disímiles propuestas tanto el Coro Nacional de Cuba bajo la dirección de Digna Guerra como el Cuban Sax Quintet, Los Muñequitos de Matanzas con Nachito Herrera al piano y la Orquesta de Cuerdas dirigida por Javier Millet. Mención aparte se merecen la excelente interpretación de la cantante Zulema Iglesias en la versión del popular “Cómo fue”, de Ernesto Duarte, al igual que el estándar “My way” a cargo de María Victoria Rodríguez. Por supuesto que su conocida composición Zapateo por derecho para dos pianos, se robó los mayores aplausos, pero la verdadera revelación de la noche fue la interpretación por el maestro de “Los ejes de mi carreta”, todo un clásico del repertorio de Atahualpa Yupanqui con el acompañamiento del quenista Rodrigo Sosa y el percusionista Jesús Estrada.

“La inobjetable realidad de encontrarnos con una sala Avellaneda prácticamente llena a pesar de las serias dificultades con el transporte público y la emoción de Frank por esa muestra de amor, da mucho de qué hablar”.

Por otra parte, no es casual que, durante todo el concierto, me volviera una y otra vez, la sensación de que nos encontrábamos en medio de una emblemática acción cultural de resistencia a cargo del maestro Frank Fernández. Flotaba en el ambiente un aliento de dignidad al reconocernos como participes de este gesto propio de una nación libre y soberana que tiene todo el derecho de escoger su propio destino.

La inobjetable realidad de encontrarnos con una sala Avellaneda prácticamente llena a pesar de las serias dificultades con el transporte público y la emoción de Frank por esa muestra de amor, da mucho de qué hablar. En nuestro caso en particular, nos remite de inmediato a la impactante anécdota protagonizada por el pianista polaco Wladyslaw Szpilman donde se refleja el profundo arraigo a la tierra natal, al tocar un concierto de Chopin en medio del bombardeo a Varsovia por la aviación alemana el 23 de septiembre de 1939:

Ese día toqué ante un micrófono por última vez en la radio. Ni siquiera sé cómo llegué a la emisora aquel día. Corría de la entrada de un edificio a la de otro, me ocultaba y volvía a salir corriendo a la calle cuando creía que ya no oía silbar las bombas cerca de mí […]. En ese, mi último día en la radio, estaba dando un recital de Chopin.  Fue la última emisión de música en directo desde Varsovia. Mientras toqué, todo el tiempo estuvieron explotando bombas cerca de la emisora y se incendiaron edificios muy próximos a nosotros, explica el propio Szpilman en su biografía El pianista del gueto de Varsovia.

Para nada queremos llegar a una situación tan dramática en nuestra decidida respuesta ante las acciones del enemigo, pero que nadie se llame a engaño. Frank Fernández al igual que sus invitados y el pueblo que los acompaña, amamos intensamente a la patria para repetir un concierto como este, incluso en las más trágicas circunstancias que nos pudiéramos ver envueltos.

3