La edición [1] que hoy comento tiene en su portada una foto de Ángel Escobar que le hizo el gran pintor Nelson Villalobos, donde vemos a un hombre que fuma impenitentemente y mira con ojos extrañados la realidad. Esa fotografía es metáfora fiel de su obra, a la que me acerco ahora, nuevamente, [2] separada ya del momento en se quitó la vida el poeta, del impacto ahondador y positivo que este hecho le proporcionó a su obra, y del hecho de que fue el único escritor que frecuentábamos mi compañero, Rito Ramón Aroche, y yo cuando comenzábamos en el mundo de la literatura, quien siempre se presentó ante nosotros reservado, elegante y afable. En este repaso por toda su obra asombran la presencia del misterio como cualidad de su poesía desde los inicios, lo inusual y eficaz de la adjetivación, que a veces se realza con el arranque herediano [3]:

“la lluvia mal vestida,
y enferma, flaca, vieja.”
IV, p. 26.
“viento verde”
XXIV, p. 48.
“luna, terca”
XXV
p. 49.
“marabuzal voceado”
p. 102.
(Citas correspondientes al tomo I)

La presencia de imágenes orondas: “Mi hermano está ante el vasto mirar del padre viejo”, las inusuales frases adverbiales: “Y veo cómo me viene desde lejos, / a lo hierro, creciendo el corazón de pena”, p. 43 y las originales frases adjetivadas: “dolor del viento”, p. 51. Aunque la crítica casi dice que esos primeros libros son como una preparación para la poesía que Ángel escribe a partir de La vía pública (1987), pueden encontrarse textos antologables como el siguiente:

XXVII
(Papalote)
Caballo enjaezado
con la espera infantil, barco aventado
cargado con las letras de la escuela,
¿qué bridas te sujetan el rumbo
 y la alegría?
¿Hacia qué puerto irás si te desbocas?
¿Dónde anclas hallarás para posarte?
Salta, salta y vuela, dolor del viento,
vuela
saqueo de la alcancía del colegial.
Vuela tú que eres libre:
tú que no necesitas ni zapatos ni libros,
ni camisa,
no le sigas la senda
a tu piloto:
estírate en su alma, légale la esperanza
de ida. Vuela papel pájaro suelto.
Él te da tu boleto de a bolina.
p. 51.

“Por su isla siente emoción, y lo conmueve su grandeza. Es necesario recordar aquí que el poeta también cantó a la Revolución y sus hechos cotidianos, y que todos estos poemas están incorporados en su Obra Completa”.

O este otro donde encontramos evocación, veneración, homenaje, identidad y muerte en la silueta afinada de una estrofa. Tengamos en cuenta que el concepto de identidad es un término que el autor se cuestiona a todo lo largo y ancho de su obra poética:

“I”

Abuelo alza su simple arquitectura.
¿Quién dijo que habrá sombra
debajo del retrato?
Yo adopto su mirada
de santo majadero,
y voy, cortando el viento,
con huesos que recuerdan
el ruido de sus pasos.
p. 21.

“Isla trémula”

Inaugura la sal su delgadez, su látigo
en tu orilla.
Estás determinada por tal oro.
Cuando el mar va calando tus salones,
la desnudez mundial de tus andanzas,
adónde irán mis ojos.
Indago junto al mar las perspectivas
y no me alcanza el brazo.
Son las astillas del sol chirriando en las cavernas,
los ritos prehistóricos del pie suelto en la arena,
el cordaje del tiempo que respira.
Serás como esa piedra que el vendaval
recorre, porque es que te resbalan los sueños,
no hay sangre que te toque
y, para verte no alcanzan los milagros.

Habré de ser el humo que anuncia los carbones
para jugar de lejos con tus líquidos.
p. 83.

“(…) el concepto de identidad es un término que el autor se cuestiona a todo lo largo y ancho de su obra poética (…)”. Imagen: Tomada de Radio Habana Cuba

Por su isla siente emoción, y lo conmueve su grandeza. Es necesario recordar aquí que el poeta también cantó a la Revolución y sus hechos cotidianos, y que todos estos poemas están incorporados en su Obra Completa. Si en un trabajo anterior había afirmado que su poesía en los inicios bordeó el conversacionalismo, ahora sostengo que este se mantuvo firme y pletórico de frutos en toda su obra. Es una lírica que se impulsa desde el coloquio, en que abundan el parlamento entrecomillado, la imprecación, la afirmación oportuna e inoportuna, la negación, la pregunta, la exclamación, la inquisición o examen, inquisiciones al dolor, la increpación, la frase coloquial, el vocativo, y se siente el regusto de la enumeración. En este sentido señalamos la presencia en sus primeros libros de rasgos humorísticos e ingeniosos. No es una poesía que parte de la metáfora y de ahí produce su tejido, aunque puede usarlas con eficacia.

Se debe recordar que a la “entrada de la década de 1970 y comenzada la del 1980, puede hablarse de la existencia de un poscoloquialismo que se manifiesta en autores de varias generaciones y que comienza a intensificarse entre los propios coloquialistas […] También se manifiesta en un verso libre o semilibre de acentuada intimidad, aun cuando no desee rebasar intencionalmente el tono conversacional, como se advierte en las obras de algunos poetas integrantes de la promoción nacida entre 1950 y 1958” [4] adonde pertenece Ángel Escobar.

Estamos ante un poeta de amplio registro expresivo que cultiva con éxito tanto la poesía de metro y rima como la libre en sus primeros cuadernos, hecho en que no lo acompañaban sus compañeros de generación, y por lo cual era criticado por estos. Nos asombra su libro Allegro de sonata, que es un poema a Cuba, donde muestra su cualidad en el cultivo del poema de largo aliento, su condición de poeta dueño de la expresión y las huellas del estilo lezamiano. Pero a partir de La vía pública ya va declinando hacia zonas sombrías, en tal sentido afirma en su prólogo que lo mortifica “la precariedad de la vigilia y el sueño”, que es uno de sus temas fundamentales.

“Estamos ante un poeta de amplio registro expresivo que cultiva con éxito tanto la poesía de metro y rima como la libre en sus primeros cuadernos, hecho en que no lo acompañaban sus compañeros de generación, y por lo cual era criticado por estos”.

Ángel fue un poeta que no dejó de escribir versos, porque para él como para Ana Ajmátova ellos son su nexo con el tiempo. Aparecen visiones y voces en sus textos, descripción de fantasmagóricas y maltrechas visiones y obsesiones alucinadas, y hasta el elemento fantástico, agonía por las voces y en las voces que se escuchan. Es una eternidad sin peso el chasquido que emiten la cotidianidad y la trascendencia cuando se cruzan en las inmediaciones del coloquio donde se unen absurdo y sinsentido:

“Todo se va a cumplir menos tu cara”. (p. 216, T.I.)

Asciende la nostalgia por la familia perdida. Temprano comprende su mente fracturada que el mundo es un abismo que el amor puede salvar, y emprende la búsqueda infructuosa, inacabable con el sol y el árbol como metáforas del bien, de lo alcanzable. Véase el poema “Dibujo” (p. 278, T. I.).

Va pasando sin dejar huella en las cosas porque no hay amor. Va mostrando cómo el mundo es un tropel de perseguidos: tramos de lucidez de su psiquis fracturada donde abundan citas del Libro de la Cultura. Entonces ya su mundo y el mundo es un mundo desencajado, roto, donde todo pierde sentido, entonces crea coplas de la agonía, donde asistimos a la destrucción de una psiquis y de una identidad, donde confiesa que: “Me quedo- / hasta en lo mío con miedo”. (p. 323, T. I).

Entonces escribe Abuso de confianza (1992), que es, sin dudas, su mejor libro, donde nos muestra los “cataclismos del diálogo” en que “su inseguridad lo catapultan hacia la desenseñanza” —Prólogo al libro, p. 334, T.I—, donde encontró una forma auténtica para su poesía en el versículo que también cultivó Martí en Versos libres, y del cual la poesía de Escobar muestra innegables huellas, [5] donde confiesa que necesita amor para salvarse, donde su poesía adquiere ya para siempre un aliento dramático, trágico, donde nos muestra un mundo en que ya todo es absurdo. Véase el poema “Desde el suelo” (pp. 346-348, T.I.) Emerge la angustia ante constantes y desgarradas visiones de las que lo salva momentáneamente el amor. Qué sucesión nos desvelará, si ya todo es absurdo, la vida se convierte en explanada de agonías y absurdo, y el afán de vivir viene a ser una obra de caridad:

“Veintiuno y Diez. Me fijo”

Los muertos están muertos.
Muertos y agujereados como simples colmenas.
Ni siquiera las manos les transpiran.
Son otros, son —quiero decir— los vivos los que hablamos.
Los que mentamos un nombre en las aceras,
y nos hacemos cómplices del agua
que pasa entre sus huesos humillada.
Pero los muertos, los muertos están muertos.
Tranquilos, y bien aclimatados al silencio que no los desespera.
Los muertos se olvidaron de sus ganas.
Y los otros —quiero decir— seguimos, meramente de novios,
de compinches, de jefes o almas buenas.
Nos cambiamos de acera y vestimenta.
Nos tocamos las manos o los hombros, nos besamos los ojos
y seguimos, seguimos murmurando de nuevo en otra acera,
meneando como loros borrachos las cabezas cansadas,
tropezando volteados cual hormigas contentas de sus días.
Mientras los muertos siguen en su tumulto a solas.
Atorados de oficios y percances, bien o mal o a deshora
se encontraron con el silencio aquel que los ha mordido.
Los otros escuchamos renuentes las campanas: dón-de es-tán?
Ya se sabe cómo abriremos luego el fósforo
Para el antepenúltimo cigarro de la última congoja.
Y volvemos ay —quiero decir— volvemos de nuevo a las aceras
a engordar los saludos, las prisas y los ruegos.
A poco se nos gasta el rumor.
El impulso se nos hace de pronto
el puñadito de sal que quiere la vecina.
Y el murmullo incesante de las horas se vuelve,
se vuelve ─quiero decir─ se ha vuelto
esa sorda colilla que un pisotón apaga.

Es como si nos dijera: Yo había saltado desde el borde del acantilado y justo cuando estaba a punto de dar contra el fondo, ocurrió un hecho extraordinario: me enteré que había gente que me quería. Que le quieran a uno de ese modo lo cambió todo. No disminuye el terror de la caída, pero te da una nueva perspectiva de lo que significa ese terror. Yo había saltado desde el borde y entonces, en el último instante, algo me cogió. Ese algo es lo que defino como amor. Es la única cosa que puede detener la caída de un hombre, la única cosa lo bastante poderosa como para invalidar las leyes de la gravedad. [6]

“Asciende la nostalgia por la familia perdida. Temprano comprende su mente fracturada que el mundo es un abismo que el amor puede salvar, y emprende la búsqueda infructuosa, inacabable con el sol y el árbol como metáforas del bien, de lo alcanzable”.

Entonces aparecen las premoniciones de la muerte. Entonces el tiempo transcurrido se vuelve desazón y sinsentido, y sabemos, de un tajo, que ha muerto la poesía, que la fascinación y la ilusión han muerto, y que la búsqueda de la propia identidad no ha llevado a ningún sitio, sino solo a la angustia de una mujer sola donde se desencajan los emblemas. Recordemos aquí su magnífico poema “La edad·, que ilustra el conflicto raigal de su psiquis llevado a una figura femenina, y que forma parte del Libro de la Cultura:

“La edad”

Alicia, ya Lewis Carrol te dejó. Y ahora,
ahora eres tú quien corre, la que indaga
debajo de una piedra. Hay manchas
y límites torcidos. Hay otra imagen y otra,
y hay otro espejo y rostros y muñecas
recitando una historia de borrachos.
Hay gorriones ─una vez vi un candil─ y hay
ómnibus apáticos.
Domingo. Dominó. Domine. Deus.
Blanca, Blanca Armenteros,
Alicia te dejó.
“Toma tu píldora” –húyete
me dicen.
–Di el paso al frente y ahora
ya está
dado
al frente al frente al frente
al lado al lado al lado
al frente al frente al frente
al lado al lado al lado
Blanca, Blanca Armenteros.
Ya Lewis Carrol qué sé yo.
(p. 364, T.I)

Describe un universo donde no se puede alcanzar la propia identidad, donde está condenado a ser “un estudiante de la melancolía”. [7] Más allá de su crisis existencial debido a su desequilibrio psíquico, su poesía muestra inclinaciones hacia el reflejo de temáticas sociales y antropológicas: el destino de un hombre en un mundo como el de hoy, el azar que supone la vida. Pero en su angustia, a todo tiene que decirle adiós: “Queda la infernalización de lo idéntico que huye” (“El otro”, p. 27, T.II). Su angustia del vivir sin sentido se duplica en su estancia chilena, la agonía y el absurdo de la vida se unen en Cuando salí de La Habana (1997) con el anhelo de la patria ausente.

En libros posteriores sentirá nostalgia por el lugar natal, Sitiocampo, sitio de salvación. Su mente rota pide refugio en su tierra, en su patria. Véase su poema “Tierra, tierra mía, isla transida…”, p. 296, T.II. Está viviendo la incapacidad de poseer su propia identidad, tema que recorre lo mejor de su obra, es imposible ser dueño de la propia identidad, saber quién es por su desquicio interminable: “Quieren chupar el rostro, mi alegría y mi sangre. Y yo no tengo rostro, ni alegría, ni sangre” (“Prende”, p. 45, T.II); “El sol dice que me han robado el alma” (“Ningún cambiazo”, p. 37, T.II); “Volveremos a pasar cuando yo logre verme” (“Contigo”, p.35, T.II);”me sacan de mi cero natal” (“Que cualquier otro dueño”, p. 55, T,II); “Las penas le ladran a mi identidad […] no estoy en mí” (“Sombra aleve”, p. 71, T.II); “Si pudiera convertirme en mi nombre” (“Susurro”, p. 80, T.II); “Hay un cuchillo que te raspa el nombre” (“Figuras”, p. 88, T.II); “Me veo y voy con miedo y recelo hasta mi espíritu” (“Suceso así remoto”, p. 96, T.II); “el orgullo me sirve de tristeza” (“Cuando salí de La Habana”, p. 113, T.II).

“El poeta ha transitado todos esos años en busca de su verdad esencial, su verdad imprescindible, el conocimiento de sí mismo desde una dimensión absoluta”. Imagen: Tomada de Internet

Todo es la lucidez en el desgarramiento, crisis de todos los roles, de todas las imágenes, una angustia que viaja al desarraigo y de este a la desolación. Es una identidad perdida en otros que no son nada y en la angustia que supone buscarla. Intemperie total, vacío del alma. Hay una maldición de la que no se puede huir, una tragedia de la infancia que a él y a los como él: los suyos, los deja vencidos. “El poeta ha transitado todos esos años en busca de su verdad esencial, su verdad imprescindible, el conocimiento de sí mismo desde una dimensión absoluta” que al cabo le resulta imposible. “El conocimiento ha resultado ser una experiencia atroz, intolerable, de la que es preciso huir, escapar para librarse de las imágenes alucinantes, […] al horror que la cotidianidad despierta en el poeta, siempre insatisfecho porque quiere asir el cuerpo de las cosas y de su pasado, y se le desvanece mientras contempla el suceder, los objetos y su propia existencia.” [8] Son palpables en su poesía los anhelos de encontrarse y respirar la comunión humana porque él sabe ponerse en el sitio del otro. Prueba de ello la encontramos en dos poemas curiosos sobre el mundo de los adolescentes: “Ah, bueno” (p. 257, T. I) y “El testigo” (p. 61, T.II).

Ángel Escobar ha demostrado, como afirma Jacques Dupin, que el poema es una espera, pero la vida es la única fuente. Lo que acontece a cada momento excede nuestros límites, y, a la vez, no basta a nuestro deseo. Se nos escapa y a la vez, nos desborda. El poema es el cumplimiento de una espera, la espera de una espera ─y su centelleo.


Notas:

[1] Ángel Escobar. Poesía Completa. Editorial Unión. Biblioteca del Pueblo, Tomos I y II, La Habana, 2022.

[2] Ya me había aproximado a su poesía con motivo de su muerte en 1997. El texto titulado “Sobre un poeta esencial cubano: Ángel Escobar” puede leerse en Cubaliteraria, 2 de noviembre de 2021.

[3] A nivel de los recursos expresivos sorprende hallar la frecuencia del uso del arranque herediano, recurso que Martí hizo suyo y potenció, aunque proviniera del cantor del Niágara, y que consiste en la repetición de elementos dentro de la frase o verso en gradación ascendente, ya sean sustantivos, adjetivos o verbos:

“Penden de tu ruinosa
 cornamenta dones de la ceniza
y el castigo: al muslo, al pecho, al ansia
de lo que no se vuelve ni reclama”

“El supliciado”, T. I, p. 276.

“Engordar, subir torres, controlar-
nos.”
“El perseguido”, T, II, p. 31.

[4] Virgilio López Lemus. “La lírica. Panorama de su desarrollo” en Historia de la Literatura Cubana, Editorial Letras Cubanas e Instituto de Literatura y Lingüística, La Habana, 2008, p. 51.

[5] Dice en su texto “Dotro”:

“Hazme un buen truco.
Ven, animal de feria, y ten la llave-
qué ruido me enarbola. Este que va a morir
ya está bien muerto.”
T.II, p. 251.

Asciende aquí el eco de “Canto de Otoño” de Versos libres:

“¡Oh, vida adiós: – quien va a morir va muerto.”

Y de “Hierro”:

“Grato es morir: horrible,  vivir muerto.”

También la sombra de su mal y del suicidio rodea su pensamiento y se moldea en una paráfrasis de Versos sencillos. Véase “Paráfrasis sencilla”, p. 146, T. II. En “Consideraciones”, P. 82, T.II, parafrasea a Versos sencillos y al poema “Dos Patrias” de Versos libres.

[6] Paul Auster.

[7] Prólogo a Cuando salí de La Habana, T. II, p. 9.

[8] Enrique Saínz. Prólogo a Ángel Escobar. Ob. cit, T. I, p. 9.

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