En el Índice de la revista Cine Cubano 1960-2010 (Ediciones Icaic, La Habana, 2014), preparado por Araceli García Carranza y Julia Cabalé, hay 71 entradas correspondientes a Eduardo Manet. Es probable que sean unas pocas más, pues del número uno al cuatro fue subdirector de esa publicación (en el cinco compartió la dirección con Alfredo Guevara). Quiero decir, que algunos de los textos y notas sin firma, bien pudo haberlos redactado él. En cualquier caso, los que llevan su firma superan con amplia ventaja los de los demás colaboradores habituales y suman varias decenas de páginas. Cifras aparte, el registro crítico que dejó a lo largo de la década de los 60 constituye el más profesional, serio y coherente de ese período (escribió de manera regular desde el número UNO hasta el 48). [1]

“Un considerable basamento cultural, mucho celuloide en sus pupilas y una incipiente pero ya definida experiencia en la escritura literaria, fueron las armas con las cuales ese mismo año Manet pasó a colaborar, regularmente, en Cine Cubano”.

Cuando inició su actividad crítica en Cine Cubano, Manet tenía en su haber varios factores que actuaban a su favor. Desde la infancia, era un gran lector y sus inquietudes literarias se manifestaron siendo muy joven. Se dio a conocer como dramaturgo, en 1948, con la pieza Scherzo, a la que después siguieron Presagioy La infanta que quiso tener ojos tristes, ambas de 1950. Paralelamente, se integró al Grupo Escénico Libre (GEL), fundado en 1949, y ese mismo año creó un grupo dedicado al teatro de títeres. Por otro lado, entre 1946 y 1950 cursó estudios de Filosofía en la Universidad de La Habana. Eso le dio una formación, así como un bagaje cultural que él se ocupó de acrecentar y enriquecer.

Su padre era periodista y es probable que haya sido bajo su estímulo que empezó a escribir artículos sobre cine y teatro. Los primeros vieron la luz en la revista Prometeo (1947-1950), que editaba la agrupación teatral de igual nombre. Colaboró después en los diarios Pueblo y Alerta. Muchos de los trabajos que aparecieron en el segundo los enviaba desde Europa, donde residió de 1951 hasta 1960. [2]La mayor parte de esos años vivió en Francia. Allí, además de asistir asiduamente como espectador al teatro y al cine, tomó clases con Tania Balachova, Pierre Bertin y Jacques Lecoq. En Francia también se estrenó como novelista con Les étrangers dans la ville, que escribió en ese idioma y se publicó en 1960. Un considerable basamento cultural, mucho celuloide en sus pupilas y una incipiente pero ya definida experiencia en la escritura literaria, fueron las armas con las cuales ese mismo año Manet pasó a colaborar, regularmente, en Cine Cubano.

Eduardo Manet, “sus trabajos denotan un conocimiento del importante papel que cumple el crítico como intermediario entre la producción cinematográfica y el espectador”. Imagen: Tomada de Internet

Aunque en ese momento solo tenía 30 años, demostraba saber y aplicaba algo que, de acuerdo con Constantino Bértolo, es esencial en el quehacer crítico: tener gusto y saberlo exponer honestamente.[3] Lo primero es de carácter estético; lo segundo, de carácter moral. Es decir, que el crítico debe saber distinguir lo que es una obra buena de una obra mala y además ser honesto respecto a sus gustos (o disgustos). Por otro lado, requiere la posesión de criterios desde los cuales juzgar, así como independencia para hacerlo. Revisando algunos trabajos que se han escrito sobre el tema de la crítica en general, puedo agregar que de los textos aquí antologados, quedan excluidas actitudes como el paternalismo tolerante, la autosuficiencia, la obviedad elevada a la categoría de axioma, impermeabilidad a los nuevos lenguajes, el asumir posiciones dogmáticas que castran la capacidad de análisis.

“En varias ocasiones Manet alude a los malos críticos. Censura, por ejemplo, la miopía y el astigmatismo de ciertos colegas de profesión que emiten opiniones superficiales sobre películas que merecen una atención más seria”.

En sus críticas, Manet deja, meridianamente, claro cuáles son sus gustos y los expresa con honradez, explicando la opinión que cada película le merece. Los criterios con los cuales lo hace muestran que posee una comprensión cabal de lo que es el arte cinematográfico. Al desempeñar lo que José Martí llamó “el ejercicio del criterio”, no tiene miedo a equivocarse. El lector puede estar de acuerdo con él o disentir, pero debe reconocerle que sabe argumentar su gusto o su disgusto. Nunca es arbitrario, pues sabe que la arbitrariedad está en los antípodas de cualquier juicio crítico riguroso. [4] En este sentido, es oportuno citar de nuevo a Bértolo: “la crítica al crítico no debiera residir tanto en su acierto o no, sino en si ha sabido o no ha sabido fundamentar su opinión”. [5]

Eduardo Manet se destacó en su desempeño como hombre de teatro. Su obra teatral Las monjas fue todo un suceso en París a finales de los 60’, colocándolo entre los grandes exponentes cubanos del teatro del absurdo. Imagen: Tomada de Internet

En sus textos, Manet se siente obligado a explicar las razones por las cuales valora positivamente o, por el contrario, critica negativamente una película. De manera minuciosa va analizando sus diferentes elementos (guion, dirección, fotografía, actuaciones) y muestra una preocupación casi obsesiva por expresar con la mayor claridad las razones por las cuales elogia o reprueba. Para ilustrar lo que digo, véase cómo de manera puntual proporciona indicaciones precisas de cuáles son aquellas secuencias y detalles a los que alude. Al comentar Comercio en la Calle Mayor, apunta que tiene algunas escenas antológicas, y de inmediato las relaciona. En su trabajo acerca de En la corriente, señala que en algunas ocasiones el director de fotografía se deja llevar por la “foto estética”, que retrasa o hace decaer la acción principal. Y también tiene el cuidado de decir cuáles son. En ese aspecto, como en otros, se acerca al hecho cinematográfico con ponderación, profesionalismo y coherencia. Sus textos están lejos de la pura subjetividad, que no posee más argumento que el gusto personal.

Las críticas que publicó en Cine Cubano no respondieron a una colaboración esporádica, hecha a manera de hobby. Fue una actividad que realizó de modo sistemático y disciplinado. Presumo que esa debió ser la razón de que la asumiera con método y rigor. Sus trabajos denotan un conocimiento del importante papel que cumple el crítico como intermediario entre la producción cinematográfica y el espectador. Este realiza, además, la noble función de iluminar las obras —iluminarlas, no agotarlas— y de contribuir a su comprensión. Pero ese papel y esa función solo se pueden materializar si se hacen bien. En varias ocasiones Manet alude a los malos críticos. Censura, por ejemplo, la miopía y el astigmatismo de ciertos colegas de profesión que emiten opiniones superficiales sobre películas que merecen una atención más seria.

“Manet escribe sus trabajos a partir de una mezcla de participación y distancia. Deja claro que está hablando de algo que no ve como ajeno, sino que siente como suyo, que le importa”.

Los textos recopilados en este libro se distinguen, ante todo, por estar redactados con un indudable nivel profesional. Su autor se acerca al hecho cinematográfico con coherencia y ponderación. Es lúcido, agudo, analítico, independiente en sus opiniones y amplio en sus gustos. Escribe con criterio y fundamento. Posee amplios conocimientos y los combina con una conveniente dosis de pasión. A propósito de esto último, Miguel García-Posada ha recordado que el ejercicio crítico es una profesión, un oficio, pero sobre todo es una pasión.[6]Quien escriba con apatía y frialdad, difícilmente podrá convencer al lector de los valores de la obra que trata de recomendar. Manet, ya digo, logra conjugar el bagaje cultural y las agudas percepciones con la mirada apasionada. Eso da lugar a unos cuantos de los mejores trabajos que aquí se pueden leer: me refiero a los dedicados a La vieja dama indigna, Tom Jones, Comercio en la Calle Mayor, El Sena encuentra París, La caza, Sin esperanza, Los dos, Los bandidos de Orgosolo y Cleo de 5 a 7.

“Manet ha visto mucho cine y lo ha visto bien. Ha asistido a muchas proyecciones, y de esas sucesivas experiencias, como espectador (…), se fue forjando las herramientas para comparar, discernir y enjuiciar”.

No es dado Manet a dar rienda suelta al lado demoníaco o malicioso que, de acuerdo con Auden, distingue el ejercicio de la crítica negativa. Lo suyo no es “dar palos”, ni tampoco el ser feroz, como en ocasiones podía serlo el famoso crítico norteamericano Roger Ebert. Escribe sus trabajos a partir de una mezcla de participación y distancia. Deja claro que está hablando de algo que no ve como ajeno, sino que siente como suyo, que le importa. Y si registra sus virtudes y desaciertos, es porque lo afectan. Puede ser severo, de hecho, en más de una ocasión lo es, pero no es irrespetuoso.

En su crítica sobre El momento de la verdad, de Francesco Rosi, redactada después de haber visto ese filme ¡tres veces!, argumenta por qué lo considera el estruendoso fracaso de uno de los grandes realizadores de ese momento y creador de dos obras maestras. No obstante, tiene la honestidad de admitir: “Por admirarlo mucho, quizás me haya vuelto intolerante”. Asimismo, confronta las películas con una escala valorativa y con un sistema de categorías estéticas que se transparentan en sus textos. Eso es esencial, pues el lector necesita saber cuál es la comprensión del mundo y de la cultura desde la cual se hace el análisis. Toda crítica seria, afirma Antón Arrufat, implica una concepción previa de las cosas. [7]En el caso de Manet, es algo que resulta meridianamente claro, una vez que se han leído varias de las muchas que escribió.

Cine Cubano es una de las revistas más reconocidas en el universo de las publicaciones culturales cubanas. Imagen: Tomada de Cubarte

La crítica no es una carrera corta ni fácil, sino todo lo contrario. Es, como dijo Roland Barthes, “una secuencia de actos intelectuales profundamente arraigados en la existencia histórica y subjetiva (los dos adjetivos expresan lo mismo) de aquel que los ejecuta y se responsabiliza de ellos”. [8]A diferencia de la creación, no admite el didactismo. Como advierte él sobre Carlos Saura, Manet ha visto mucho cine y lo ha visto bien. Ha asistido a muchas proyecciones, y de esas sucesivas experiencias como espectador se fue haciendo una serie de reflexiones, y se fue forjando las herramientas para comparar, discernir y enjuiciar. Tuvo en cuenta, además, el consejo de Carlyle de que, la mejor universidad es una buena biblioteca. Y como ponen de manifiesto sus textos, educó y refinó su sensibilidad para el ejercicio crítico. La conjunción de todos esos elementos es lo que legitima su trabajo. También le permite relacionar las películas con su época y sus circunstancias, así como ubicarlas en la filmografía de su director y en la cinematografía a la cual pertenecen.

Espectador atento y privilegiado, sabe reconocer dónde estaba la verdadera innovación y dónde lo falsamente moderno. No se deja engañar por el que llama “cine maniático”, que abusa de la cámara epiléptica y los defectos técnicos empleados como “pose”. Asimismo, defiende a directores calificados peyorativamente como académicos, como el checo Jiri Weiss, que crean películas sólidas y hechas con un profundo conocimiento del oficio, frente a otros cuyas obras son catalogadas como geniales por revistas como Cahiers du Cinéma, cuando lo cierto es que “están repletas de mucho ruido y pocas nueces”. En ese sentido, me parece muy lúcido su artículo sobre la “Nouvelle Vague francesa”, redactado con una gran independencia de criterios. Hay asimismo otros aspectos que me parece pertinente resaltar. Uno es la atención que brinda a cinematografías y realizadores marginales y a géneros populares. Es de destacar también su respeto y atención a las nuevas formas, así como la agudeza con que sabía ver el talento prometedor y en ciernes. Saludó con entusiasmo, cuando aún no eran internacionalmente conocidos, los primeros filmes de Miklós Jancsó, Carlos Saura, Ján Kadár, Elmar Klos. La producción posterior de esos realizadores se encargó de confirmar esa valoración.

En el año 2020, la revista Cine Cubano cumplió seis décadas. En la actualidad, continúa produciéndose trimestralmente y cuenta con una versión digital desde el 2005. Imagen: Tomada de Cubarte

Manet es, además, un placer. Primero, porque nunca busca deslumbrar ni apabullar con sus conocimientos. Tampoco emplea un lenguaje erudito o esotérico, accesible solo para iniciados. En sus trabajos, las referencias cinematográficas y culturales son oportunas. No las incorpora si no resultan necesarias. Es de anotar también las escasas veces en que recurre a citas de otros críticos y de firmas prestigiosas, no por soberbia o autosuficiencia, sino porque prefiere arriesgarse y sustentar los textos con sus propias opiniones. Asimismo, expone sus argumentos de manera clara, aunque el lector de este libro se dará cuenta de que en su caso eso no significa pobreza de estilo. El suyo nunca es un discurso artificioso, cargado de pirotecnia verbal, pero carente de contenidos reflexivos. No pretende escribir literatura, pues eso se aviene más al ensayo. Pero su prosa posee dimensión literaria y voluntad de estilo. En resumen, es un buen ejemplo de claridad e inteligencia.

En este volumen se recoge la mayor parte de los trabajos publicados por Manet en la revista Cine Cubano, los que han sido distribuidos en tres bloques temáticos. El primero está integrado por la totalidad de las críticas que dedicó a las películas estrenadas en los seis años que duró su colaboración. Me pareció útil añadir una breve ficha técnica de cada una, que aparece al final del texto donde es comentada. Aparte de esos textos, Manet escribió artículos sobre temas más generales (la “Nueva Ola, el actor cómico en la cinematografía francesa”, etc.), y, además, realizó entrevistas a cineastas cubanos y extranjeros. De esos materiales, he seleccionado para el segundo bloque aquellos que pienso conservan hoy mayor interés y vigencia. Y en el tercero, se pueden leer artículos y testimonios en los cuales Manet demuestra que era, igualmente, lúcido al razonar la obra propia. En esas páginas reflexiona sobre su labor como realizador de documentales y largometrajes, la otra faceta de su relación con el arte cinematográfico.

En la etapa en que estas páginas se publicaron, quien firma estas líneas leía regularmente la revista Cine Cubano, pues estaba suscrito a ella. Empecé a recibirla en 1966 y encargué también los números que hasta entonces habían visto la luz, de modo que pude completar los años que me faltaban. Manet era el colaborador a quien más leía y seguía. De hecho, al cabo del tiempo aún recordaba algunas de sus críticas. Nunca me he olvidado de la que dedicó a La vieja dama indigna, una película que aún hoy sigo disfrutando. Así que preparar esta antología me ha dado la oportunidad de agradecer a aquel crítico fervoroso y agudo que contribuyó a que mejorara mis gustos cinéfilos y me enseñó a ver el cine de otra manera.

*Prólogo a Con ojos de espectador. Críticas y ensayos de Eduardo Manet. Compilación de Carlos Espinosa (Ediciones Icaic, 2018).


Notas:

[1] Posteriormente colaboró en Nuestro Cine, la revista de su tipo más importante que entonces se editaba en España. (Todas las notas son del compilador)

[2] Además de críticas, hizo entrevistas a figuras como Jean Marais, Ives Montand, Françoise Arnou.

[3] Constantino Bértolo: “La crítica literaria: quien tiene boca se equivoca”, en El ojo crítico, Ediciones B, Barcelona, 1990, p. 12.

[4] Miguel García-Posada: El vicio crítico, Espasa-Calpe, Madrid, 2001, p. 81.

[5] Constantino Bértolo: op. Cit., p. 12.

[6] Miguel García-Posada: op. cit., p. 103.

[7] Antón Arrufat: “Función de la crítica literaria”, en Casa de las Américas, no. 17-18, marzo-junio 1963, p. 78.

[8] Citado por Patrice Pavis en Diccionario del teatro, Ediciones Paidós, Barcelona, 1984, p. 46.