En la única oración que intenta definir qué debe ser el Festival de cine INSTAR, publicado en su página oficial, se deja claro que ha de calificarse al gobierno de Cuba como dictatorial y autoritario. Es un precepto a cumplir disciplinadamente, acorde con el estamento ideológico con el que pretende legitimar su sufragio, que limita cualquier otra variación, por moderada, o maquillada, que aparezca. La provocación insultante que etiqueta con claridad ese precepto responde, también en disciplina de manual y en paradoja de cínico trasunto, a un acto de negación autoritaria, absoluta. Vivimos tiempos de manipulación emocional que se guían por juegos de etiquetas y preceptos compactos que prescinden del juicio de valor, o de la ética civil. Así, en solo una oración, la plataforma da fe de haberse apropiado del “nuevo cine cubano”, es decir, aquel que cumple el requisito ideológico predicho, único, por tanto, que están dispuestos a aceptar, y del maniqueo triunfalismo del “diálogo creciente con diversas cinematografías”.

“El objetivo de INSTAR es provocar el pretexto, alimentar la propaganda ideológica y, con ello, la fe de emolumentos”.

Si nos atenemos a la cifra de filmes en concurso —quince en total, de los cuales solo cuatro no tienen a Cuba como procedencia— pudiéramos pensar que, además de escaso, ya que las fechas de realización van del 2020 al 2023, es monótono y sin variaciones conceptuales el panorama creativo de la cinematografía cubana, de hoy. Su selección ofrece una lección ejemplar de cómo debes ejercer el pensamiento único, si es que se puede calificar de pensamiento a la repetición de tópicos de propaganda y a la escasa profesionalidad del resultado audiovisual. El objetivo de INSTAR es provocar el pretexto, alimentar la propaganda ideológica y, con ello, la fe de emolumentos. De paso, y en lógica acorde con el capitalismo que da como democracia modélica el sistema de Partidos políticos, legitimar su propia intolerancia como si fuera el ejercicio del derecho a participación.

Sin embargo, para participar, y es lo que duele, tal vez a fondo, depende del propio entramado de eventos institucionales cubanos. Viene, por racionamiento, a la par que el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana cuyo prestigio desborda más allá del continente americano. La mayoría de los currículos de los incluidos en nómina oficial del evento proceden de ese sistema institucional educativo, de calidad y universal, que solo la revolución cubana ha desarrollado, lo que pasa al ámbito de lo invisible en la campaña. Así se intenta cazar a la bandada de pájaros con un solo disparo.

“Si nos atenemos a la cifra de filmes en concurso (…) pudiéramos pensar que, además de escaso, es monótono y sin variaciones conceptuales el panorama creativo de la cinematografía cubana, de hoy”. Imagen: Tomada de desmotivaciones

Tampoco podía faltar la propaganda que evoca a la censura, el pavloviano estamento que difumina el porqué de la campaña. ¿Admitió INSTAR a todos y cada uno de los que solicitaron, según el formulario previo, formar parte de él? ¿Tan flojos se vieron que pudieron darse el lujo de elegir? ¿No le asiste, por su parte, al Festival de La Habana el legítimo de derecho de aceptar las puestas que sean de su interés? ¿Tan alto anda el ego de los realizadores que se consideran admitidos de oficio, sí o sí, sin dar valor al juicio del que patrocina?

Si juzgamos por el halo de amenazas y promesas de revancha que acompañan a las declaraciones de los no admitidos, así es, sin más opción. Las frases de Yero —becario y asalariado de la EICTV, cuyo financiamiento y recurso no caen de mamá, por cierto— irradian el terror de la venganza, la promesa del odio en desbandada, lejos, muy lejos, del llamado a la libertad de expresión que en calzones se predica. Sería, después de todo, una reacción de impotencia que el verdadero impotente no puede contener, pero hay señales —otras— que llaman a sospecha.

Rialta, uno de los entusiastas y activos patrocinadores del Festival de INSTAR, cuyo oficialismo anticomunista es también ejemplar y autoritario, no ha escatimado en el fuego graneado alrededor de los documentales en concurso. Entiéndase: aquellos que cumplen disciplinadamente con el requisito ideológico en precepto. Sobre este ruido de nueces de tan ronca clave, alguno ha llegado a calificar de humanitaria la crisis migratoria de estos tiempos, dejando en el tablero el pretexto de invasión, o intervención humanitaria de los cascos azules de la ONU, la misma ONU a la que olímpicamente se ignora respecto al reiterado veredicto de su Asamblea General en contra del Bloqueo. (Para Asamblea, se dirán, con la de los trumpistas cineastas ya es bastante.)

“La propaganda financiada por el Departamento del Tesoro estadounidense, por su parte, diferencia con toda claridad a los propagandistas dóciles a su propio pensamiento oficial, destacando sus perfiles en redes y resaltando sus nombres”.

Veritas, no podía ser de otro modo, ha estado siendo el principal caballo de batalla. No es posible criticar, ni discrepar con su precepto ideológico: los mercenarios de entonces, deberán ser readmitidos como luchadores heroicos. Quien lo confronte, aunque lo sobrepase en obra y trayectoria intelectual, deberá ser omitido. Así lo hacen con la opinión expresada por el escritor cubano Antonio Rodríguez Salvador, —cuya obra sobrepasa en valor a la de los aludidos, realizadores y opinólogos, todos juntos—, a quien ni siquiera le conceden el beneficio de la duda. (El beneficio de la duda, en caso de comparación sin mediaciones, daría lugar a muy pocas dudas). Para la propaganda orgánica, sin embargo, no es suya propia la opinión expresada, ni el juicio emitido, sino de alguna especie de ente oficialista que la dicta. Si de ese modo me faltas el respeto, no es posible que el diálogo se ejerza, ni que el respeto te guarde, ¡qué narices! El que escribió esas palabras, le digo directamente al realizador de Veritas, cuenta con una obra que sobredimensiona a la suya sin misericordia y que, por norma de estos tiempos, él ignora y desconoce. Son tiempos de superchería pública y culto a la ignorancia, por supuesto.

La propaganda financiada por el Departamento del Tesoro estadounidense, por su parte, diferencia con toda claridad a los propagandistas dóciles a su propio pensamiento oficial, destacando sus perfiles en redes y resaltando sus nombres y presuntas competencias profesionales —críticos, periodistas, realizadores, etc.— en tanto obvia (¡censura!), la competencia del otro. Para no hablar de cómo las notas de prensa se plagian descaradamente, llevando a cabo el objetivo que proyectos como INSTAR, dan de pretexto.

“El mercenarismo en el arte y la cultura no es, tampoco, una rareza, menos, si sigue en marcha un plan para el clientelismo ideológico”. Imagen: Tomada de gstatic

¿En qué ha pensado —si es capaz de hacerlo— un realizador que pretende estar a la vez en uno y otro Festival? ¿No es un absurdo, cuando no una rayana estupidez, el intentar legitimar esa falaz dicotomía, ese cinismo brutal de oportunismo? Si tan mal lo valoras, ¿por qué querrías estar en él, a fin de cuentas? ¡Ah, la sacrosanta base ideológica de la democracia participativa, legitimada por la pugna de Partidos políticos, que muchos, y muchas, hallarán en su subliminal trasfondo de argumento!

Creo, por supuesto, que todo ciudadano tiene derecho, y hasta necesidad, de vender su condición de fuerza de trabajo y sacrificar, con ello, la trascendencia de su obra. Cobrar al contado es a veces forzoso, lo comprendo, más, si se aspira a la gloria de un día que hoy tanto se disputa. El mercenarismo en el arte y la cultura no es, tampoco, una rareza, menos, si sigue en marcha un plan para el clientelismo ideológico. Pero el derecho a la opinión nos permite llamar por su nombre a quien lo ostenta, por más que pretenda camuflarse entre esa selva de soeces mercenarios que envilecen el arte en tanto claman, desde la impunidad y el cinismo de su ombligo, su preciada soldada.

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