La Cuba de hoy no es la que quisiéramos que fuera: es la que a duras penas logra sobrevivir a los encontronazos y las encrucijadas a que la somete una cotidianeidad en que los días, para sus habitantes, no parecen jornadas de labor creativa sino actos para esquivar contrariedades como si fueran fak sao lanzados dentro de una cámara de Shaolín. Las contradicciones se suman en escalada y cada uno de los actos que emprendemos regresa a nosotros convertido en un problema mayor que el que pretendíamos resolver.
Volamos en círculos. Intentamos erradicar la doble moneda y conseguimos inflación y pérdida de interés por el empleo estatal. Finalmente operamos con más de dos, si se les suman las variantes MLC y CL al consabido dólar y el sufriente CUP. Intentamos liberar las fuerzas productivas con variantes menores de propiedad privada y estas se establecen como las de mayor fuerza de influencia en la dinámica comercial (son las que, de manera onerosa, más necesidades inmediatas satisfacen). Inducen la desacreditación ideológica del valor del Estado y las instituciones. Muchas de ellas burlan, de manera descarada y mayoritariamente impunes, las políticas fiscales con las que les corresponde alimentar las arcas del Estado en aras de su redistribución a través de programas sociales.
El confuso panorama tiene su corolario en un discurso, a nivel popular, que se debate entre quienes comprenden que sin socialismo no hay posibilidades de justicia social en nuestro caso, frente a aquellos que solo ven hasta donde alcanzan sus necesidades inmediatas. Todas las acciones inclusivas del Estado socialista, como se reciben de oficio desde los días iniciales de la Revolución, carecen de reconocimiento, dejaron de verse como logros a celebrar y en ese devenir de desacreditación ─estimulado por los tóxicos mensajes de unos medios adversos al socialismo─ se pierde la perspectiva de su conservación a toda costa.
“Sé que tanto el Estado como nuestras instituciones trabajan con conciencia clara de lo mediato-inmediato; las políticas de resistencia y sostenimiento de acciones ambiciosas en el terreno de lo subjetivo simbólico demuestran la prioridad que se le concede. Sin embargo, aún no es suficiente”.
Se sabe que sostener nuestras conquistas sociales en un contexto de cerco económico pende, con precario equilibrio, de la conciencia y la convicción de que son esencias a conservar por encima de todas las cosas. La durísima realidad económica no respalda esos esfuerzos, sino que, por el contrario, cataliza tendencias individualistas y de culto a la supuesta eficiencia de lo privado como vía para una plenitud humana solo alcanzable con acumulación de capital. Eso ─no nos engañemos─ rinde utilidades a una restauración capitalista y al descrédito de una fórmula socialista de organizar la sociedad. No son pocas las deserciones –y las disidencias– asociadas al sufrimiento por crudas privaciones de los más desfavorecidos; contamina y recluta conciencias constantemente.
La perspectiva histórica, unida a la cultura expansiva en todas sus profundidades ─no solo como recreación─ y acciones educativas enfocadas hacia fines ideológicos, pero también pragmáticos, tienen potencialidades para el sostenimiento de un ideal que garantiza la independencia y la soberanía y no renuncia ni pospone, sin perspectivas identificables, el bienestar de todos.
Sé que tanto el Estado como nuestras instituciones trabajan con conciencia clara de lo mediato-inmediato; las políticas de resistencia y sostenimiento de acciones ambiciosas en el terreno de lo subjetivo simbólico demuestran la prioridad que se le concede. Sin embargo, aún no es suficiente.
Considero que la dinámica informativa debía concederle espacios de más privilegio a esas acciones, aunque aplaudo la transparencia con que cada día nos ponen al tanto de las metas económicas no concretadas y las nuevas privaciones que nos acarrearán. A lo anterior le sumo la manera autocrítica en que se asumen yerros en la conducción de los procesos económicos, aunque sea imposible ─y así lo consignan─ obviar al bloqueo económico, comercial y financiero recrudecido con el que castigan nuestra voluntad de no someternos al dictado de las descomunales e ilegítimas fuerzas con que nos agreden desde todos los ángulos.
“Nuestra Cuba ─la de hoy y la de mañana─ debe seguir siendo el espacio donde todos tengamos todo lo que merecemos como seres humanos, proporcionado por políticas y acciones públicas inspiradas en los ideales de soberanía y autoestima que venimos construyendo desde que empezamos a entendernos como nación”.
La Cuba de hoy es, a lo interno ─como no lo era desde hace tiempo─ una plataforma de ideales cruzados donde solo la voluntad humanista y de justicia social podrá conjurar los peligros de un regreso a la barbarie ilustrada ─valga el oxímoron─ de un capitalismo que ostenta los más grandes avances tecnológicos unidos a una descomunal desigualdad en la distribución de la riqueza. Bien sabemos que a la mayoría le falta lo más elemental mientras a unos pocos les sobra todo y además lo despilfarran con su malsano consumismo. Esa es la realidad que aspiran a globalizar.
Nuestra Cuba ─la de hoy y la de mañana─ debe seguir siendo el espacio donde todos tengamos todo lo que merecemos como seres humanos, proporcionado por políticas y acciones públicas inspiradas en los ideales de soberanía y autoestima que venimos construyendo desde que empezamos a entendernos como nación. Esa convicción le concede limpieza, belleza y sentido al término “resistencia”.

