Lago Escondido, soberanía en juego: un documental urgente
La tradición del documental político y de denuncia social en América Latina —que en el caso argentino nos remite al rupo Cine Liberación (Getino, Solanas y Vallejo) y al Cine de la Base (Gleyzer)— tiene en Lago Escondido, soberanía en juego, largometraje de Camilo Gómez Montero (Argentina, 2024), no solo un continuador de postulados estéticos y éticos del Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano, cuyos ecos refleja, sino un ejemplo de cómo la narrativa cinematográfica está, de forma inteligente y atractiva, en función de la denuncia, a través del activismo y la concientización social, de un hecho actual que pone en jaque, incluso más allá del nivel simbólico y al ser una nueva forma de coloniaje, la soberanía nacional argentina.
Lago Escondido —que obtuvo el Premio Lucía a la mejor obra documental en el reciente 19 Festival Internacional de Cine Pobre de Gibara— da testimonio, pero con un posicionamiento claro, objetivo y partícipe, de la Séptima Marcha por la Soberanía al Lago Escondido, en la Provincia de Río Negro, donde el multimillonario británico Joe Lewis ha establecido, de forma anticonstitucional y a través de diferentes manejos, un feudo de 12 mil hectáreas en la Patagonia, a pocos kilómetros de la frontera chilena. El territorio es enorme, está situado en una región estratégica y posee innumerables recursos naturales.

El documental, cuyo disfrute es público y por tanto así debe ser su acceso, queda en parte de este feudo, pero el propietario ha bloqueado el camino, estando el lago apenas para su uso personal. Una senda de difícil acceso por la montaña queda como única opción para acercarse a aguas que son recursos públicos de la nación austral.
Gómez Montero sigue a dos grupos organizados: uno por el ancestral camino público de Tacuifí, la senda, desde la Ruta Nacional 40, por la cual cualquier visitante podría acercarse a disfrutar de este sitio y ahora cerrada por Lewis; y otro por la montaña, integrado por miembros de la Columna Juana Azurduy, quienes recorren inhóspitos trillos enfrentan peligros (los hombres de la región que trabajan para el inglés, disfrazados de gauchos; incluso en complicidad con la policía de la Provincia de Río Negro) hasta llegar a Lago Escondido en una acción cívica y patriótica.

Allí acampan los marchantes, a metros del jardín de la mansión de Lewis, cuyos linderos —todos los de la propiedad— no cumplen con los quince metros instituidos de espacio público. Allí soportan las agresiones físicas, acústicas y verbales de quienes, desde la mansión, se empeñan en bloquear cualquier intento de avance de los miembros de la Séptima Marcha (incluso con agresión violenta, como sucedió con el grupo que intentaba acercarse por el camino de Tacuifí).
Llegados desde todas las provincias del país y conducidos por la Fundación Interactiva para Promover la Cultura del Agua (FIPCA), encabezada por el histórico activista Julio Urien, los manifestantes realizan desde el 2017 esta marcha bajo el lema Las Malvinas son Argentinas y el Lago Escondido también. La integran peronistas, socialistas, veteranos de la guerra de las Malvinas, miembros de pueblos originarios y religiosos, entre otros, que se unifican como un solo bloque con una preocupación común: la dignidad nacional, el ultraje a la soberanía de un país libre.
¿Cómo se llevan adelante las marchas ciudadanas en la Patagonia? ¿Cómo es por dentro ese feudo británico? ¿Quiénes son los argentinos que respondían a las órdenes del inglés? ¿Y qué intereses geopolíticos se esconden detrás? son algunas de las preguntas que motivaron a sus realizadores.
El equipo decidió contar la historia de manera directa, siendo partícipes de ella, casi como si se tratara de un formato de reality: con el dinamismo de dos historias paralelas, dos caminos y grupos en avanzada hacia el mismo objetivo, atravesando los peligros naturales y manteniendo una tensión narrativa, pero con un motor potente detrás: el significado de su historia.

Para ello usan la tecnología disponible (los drones, por ejemplo, en una utilización envidiable) no solo a captar la impactante belleza de la Patagonia, sus montañas y lagos, sino para capturar imágenes que parecen salidas de algún western, pero sin ficción ni puestas en escena. De esa manera, la cámara puede alcanzar momentos decisivos de la marcha y la represión sufrida en el interior del camino de Tacuifí, frente a la pasividad cómplice de la Policía de Río Negro (imágenes incorporadas como prueba en la causa que se lleva adelante en la justicia de Río Negro por las lesiones graves sufridas por los compañeros marchantes y otros delitos que están registrados en el filme).

“La decisión fue no utilizar imágenes de archivo, ni voz en off omnisciente, ni largas entrevistas de cabezas parlantes y sí desplazarnos directamente con las cámaras hasta el lugar de los hechos para tener un registro puro, que los lentes y micrófonos estuvieran en el medio de la acción”, explica Camilo Gómez.
Así, sin saber exactamente con qué iban a encontrarse, el equipo de realización acompañó la Séptima Marcha en febrero de 2023, se convirtió de esa forma en realizador/marchante y registró todo lo posible en los dos epicentros de aquella lucha que hoy continúa: lo que ocurría en el camino público de Tacuifí y la caminata paralela por la montaña.
Por su parte, el montaje lineal se estructura sin alterar el orden en que fueron sucediéndose los hechos, jornada tras jornada: “por un lado, la voluntad y el carácter de las y los marchantes, su método pacífico de acción y organización para visibilizar que el camino de montaña no garantiza el acceso al lago a cualquier persona; y por el otro, la violencia y ferocidad ejercida por los hombres al servicio de Lewis. El contraste se hacía presente sin necesidad de ningún artilugio ni recorte”.

Lago Escondido, soberanía en juego fue realizado de manera independiente, sin recibir apoyo económico. Incluso los intentos por conseguir coproducción o ayuda financiera fueron infructuosos y sufrieron boicot. Pudo grabarse —insiste su director— por la férrea voluntad militante de su equipo de realización y producción.
Hoy, sin encontrarse en ninguna plataforma ni página de Internet, ya ronda las trescientas proyecciones presenciales en todo el país y en el extranjero, de la mano de sus realizadores y marchantes, ha generado encuentros y debates “en una verdadera ruta soberana que pretende advertir sobre los peligros de la extranjerización de la tierra”.

El Premio Lucía obtenido en Gibara —que es un homenaje al clásico filme homónimo de Humberto Solás realizado en 1968— nos recuerda el Manifiesto del Cine Pobre del director cubano, que de alguna manera hace patente en sus estrategias de producción y distribución Lago Escondido, soberanía en juego, al ser una obra de “restringida economía” a través del “cine independiente o alternativo”, pero no —sino todo lo contrario— “carente de ideas o de calidad artística”. Y, sobre todo, por ser un documental necesario, comprometido y retador, que pone frente a la opinión pública mundial un tema de urgencia para la integridad de Argentina como Estado y hacerlo desde la calidad estética y ética de su realización. Como su equipo asegura, acaso su premisa y citando al pianista Osvaldo Pugliese: “La soberanía nacional también se defiende con la cultura”.