Múltiples recorridos por la escena y la cultura nacional en Programas de mano, teatro en papel
La memoria es sumamente importante para una manifestación artística como el teatro, un arte vivo y efímero cuya acción se desvanece ante nuestros ojos cuando salimos de la sala, para sólo preservarse en los chispazos, instantes, imágenes o frases que guarda una pequeña parte de nuestro cerebro llamado hipocampo. Pero a la memoria de una representación teatral contribuyen también formas parciales de apresar el sentido de lo vivido, de repasarlo y revivirlo: carteles promocionales, programas de mano con notas informativas sobre el texto, el autor y la corriente artística en que se inscribe, los presupuestos estéticos del proceso de creación, reseñas críticas, que son a mi juicio, mucho más útiles que una recreación congelada como un video, que reproduce en frío y fuera de contexto lo que fue concepto, espíritu de época y mirada de cada uno ligada a las de los demás.
El pasado viernes 9 de mayo en la Galería El Papelista, de la Plaza de Armas, se inauguró la exposición titulada Programas de mano, teatro en papel, que reúne 98 programas de mano y 20 carteles que abarcan 110 años del quehacer del teatro de nuestro país. Si bien, la muestra no agota, ni con mucho, la Historia del teatro cubano, sí recoge un segmento importante de la escena del siglo XX cubano y en especial, de su segunda mitad, y hasta la segunda década de este siglo. Lo exhibido es resultado del empeño de una mujer memoriosa, María Lastayo, que fundó en el Teatro Nacional de Cuba uno de los archivos especializados de las artes escénicas más ricos del país, y de las continuadoras del centro de documentación que hoy lleva su nombre, la archivista Vilma Peralta y la teatróloga Marilyn Garbey, junto con dos coleccionistas de carteles cubanos, Damián Viñuela y el Premio Nacional de Diseño Pepe Menéndez, quienes cultivan la vocación de archivo con devoción y conscientes de los valores artísticos, culturales e históricos que preservan.
La exposición Programas de mano, teatro en papel reúne 98 programas de mano y 20 carteles que abarcan 110 años del quehacer del teatro de nuestro país.
En esta muestra hay un recorrido visible y finito, de variadas formas y estilos gráficos. Pero hay muchos viajes más: otro recorrido es el que visita la dramaturgia cubana y da fe de montajes de Milanés, la Avellaneda, Luaces, Piñera, Estorino, Pepe Triana, Reguera Saumell, Brene, Hernández Espinosa, Quintero, Ignacio Gutiérrez, Milián, René Fernández Santana, Albio Paz y Alberto Pedro, lo que por sí solo reúne una galería de nuestros más significativos dramaturgos. Un tercer recorrido posible es el que refleja la amplitud del repertorio teatral cubano, que además de los ya nombrados incluye a Sófocles, Plauto, Moliere, Racine, Shakespeare, Lope de Vega, Tirso de Molina, García Lorca, Brecht, Williams, Dragún o Alonso Alegría, entre otros. Un cuarto recorrido, el que va del Teatro Tacón al Teatro Trianón pasando por salas y teatros vivos aún y nuevas, junto a otras salas hoy inexistentes, como Arlequín, Prometeo o Tespis, y rememora así la labor de grupos históricos como el propio Prometeo, fundado por Francisco Morín, el Teatro Universitario, y las improntas de los extintos Teatro Musical de La Habana, con uno de sus primeros gestores, el mexicano Alfonso Arau, La Rueda, el Teatro de Ensayo Ocuje fundado por Roberto Blanco, el Conjunto Dramático Nacional, desde donde Gilda Hernández estrenara Réquiem por Yarini, de Carlos Felipe, y el Teatro Político Bertolt Brecht, creador de una saga de montajes de autores del campo socialista europeo, y aparecen hasta verdaderas rarezas, con una mención a un grupo llamado Teatro Libre y otra a la Sociedad de Teatro Oriente.

Está también una huella múltiple de la labor del Guiñol Nacional de Cuba, que abre con el montaje inaugural del grupo, Las cebollas mágicas, y del Grupo Teatro Estudio con una notable galería de puestas en escena, a cargo de Vicente Revuelta, Berta Martínez, Armando Suárez del Villar, que se articulan con las de nombres menos frecuentes o más lejanos como los de los Hermanos Camejo, Néstor Raimondi, Adolfo de Luis o Humberto Arenal. Y con los contemporáneos Flora Lauten, Carlos Díaz, Raúl Martín y Rubén Darío Salazar.

Sólo por eso, esta exposición debe ser visitada por cada teatrista habanero y por cada estudiante y amante del teatro. No estaría nada mal organizar visitas guiadas, al frente de las cuales un teatrólogo comentara sobre la impronta de los artistas involucrados y algunos hechos y tendencias de la escena cubana; ni sería ocioso mover la muestra a otras ciudades del país para darles nuevos aires a los archivos teatrales.
Pero además de lo ya mencionado, tengo que añadir que se evocan eventos relevantes, como el Festival de Teatro Latinoamericano, que organizara la Casa de las Américas en los tempranos 60s, pionero de su tipo en la región, y del que aparece un testimonio gráfico de una de las obras vistas en la VI edición, de 1966, y el Festival de Teatro de La Habana, fundado en 1980 y que en noviembre de este año celebrará su capítulo número 21.

Y, por último y no menos importante, aquí están el sello y los estilos gráficos de grandes artistas cubanos de la plástica y del cartel en particular: Posada, Beltrán, Mazola, Villaverde, Zarza, Aldo Menéndez, Oraá, Reymena y el más joven y muy activo Roberto Ramos Mori, entre algunos más, que configuran visiones y figuraciones que también son parte de la traza que deja el teatro.
Sugiero agregarle algunos elementos para salvar vacíos notables: alguna referencia a una puesta de Ibsen, por la relevancia del autor y porque varias ha habido entre nosotros. Ampliar la presencia del Teatro de las Estaciones, cuya hermosa visualidad, a cargo principalmente de Zenén Calero, acompaña su muy prolífica creación desde hace ya varias décadas, y mejorar la de los montajes de Alberto Pedro con alguna de sus obras más significativas, muchas de las cuales son hitos en el teatro de los 90.

Estoy segura de que para cada asistente esta memoria impregnada en objetos de papel despertará valores afectivos, como los que me deparó a mí misma rencontrarme con el cartel de Pato Macho, quizás una de las primeras obras de adultos que vi, a mis 9 años, en el Teatro Musical de La Habana, y de la que recordé a Litico Rodríguez, vestido de punta en blanco con sombrero de jipi japa, y el tema musical de “réquiem”, con la copla popular que decía:
Por culpa de la chaucha
Mataron a Pato Macho
Allá por el Parque Trillo
Jugando con los muchachos.
Rememoré también cuando en 1978, aún siendo estudiante de Teatrología y por encargo de mi maestro de crítica Rine Leal, trabajé con René de la Cruz, quien desde el rol de director llevaba a escena El ingenioso criollo don Matías Pérez, de José Ramón Brene, con el Teatro Político Bertolt Brecht y durante varias mañanas trabajamos en desentrañar la mítica historia del pintoresco personaje para hallar el modo de plasmarlo en las tablas. Como lo fue para mí, esta colección de carteles será un estímulo para traerles recuerdos remotos o cercanos a cada uno, o para que los jóvenes descubran lo desconocido, y así inducir a muchos estudiantes a explorar en otras narrativas sobre la historia de la escena nacional.
Es de agradecer a todos los que la idearon Programas de mano, teatro en papel, a quienes la curaron y dispusieron el modo para que se encontrara con nosotros. Pase por la Galería El Papelista en Obispo entre Oficios y Baratillo, antes de finales de junio y le garantizo el disfrute.




